viernes, 31 de agosto de 2012

Capítulo 33

Aquí estoy de nuevo! :) Hoy cierro el día con este capítulo de número capicúa: 33. ¿Cómo reaccionará Alan después de saber quién ha entrado en el piso? Lo vais a poder averiguar. Y preparaos porque dentro de dos días ocurrirán cosas importantes: empezará un nuevo concurso y en el capítulo de ese días podréis tener algunas respuestas de lo que está pasando en realidad (hasta aquí puedo leer, espero que no os deje con mucha intriga). Y como siempre me gusta decir, espero que disfrutéis de la lectura. Un beso my friends ;)







- ¿Estás segura de eso? – Alan parecía de pronto muy nervioso.

- Sí, estoy segura. He oído su voz. Me dijo que… que me encontraría. ¿Por qué? Yo pensaba que estaba desaparecida después de… bueno, de lo que pasó.

Miré a Alan en busca de respuestas, pero él parecía tan confuso como yo. Se levantó de golpe y me tendió la mano para que le siguiera. Vino a mí la imagen del desconocido que me había perseguido por el bosque. Él también me ofreció su ayuda, ¿por qué entonces iba a confiar en Alan? “Porque le puedes deber la vida y ya es hora de ir saldando deudas”, me respondí a mí misma. Agarré con fuerza su mano y me condujo hasta la cocina, donde me obligó a sentarme en una de las sillas.

- Necesitas comer algo.

Antes de siquiera poder despegar mis labios para decirle que mi estómago se había cerrado por completo, empezó a sacar unos taperwares de la nevera y calentar su contenido en el microondas. Después, sirvió la comida en un plato y me lo ofreció. Se trataba de lentejas (supuse que eran lentejas) con tropezones de carne y algo de color verde… No muy apetecibles.

- ¿Tú no vas a comer? – le pregunté a Alan.

- No. Yo ya he comido fuera. – ¡Menuda suerte! Yo en cambio, tuve que tragarme con esfuerzo el líquido espeso que formaban las lentejas desechas, bajo su estrecha vigilancia. Al menos, no sabía muy mal y mi estómago estaba contento de digerir algo para variar.

Entre bocado y bocado, miraba de reojo  a Alan, quien había puesto los codos sobre la mesa y se masajeaba las sienes en un gesto de concentración. Cuando al fin me tragué hasta la última gota de las lentejas, abrió los ojos y me miró. A su vez, yo desvié la vista, incómoda por la situación.

- Sheila, sé que ya te lo he preguntado pero, ¿estás completamente segura de que era Karen Sword?

- Sí. – contesté molesta. Ya lo había dejado suficientemente claro. ¿Por qué desconfiaba de lo que había visto u oído? Había escuchado perfectamente la voz de Karen y su promesa de encontrarme. Incluso podía imaginarme la cara que habría puesto al decirlo. Sí, no era muy difícil adivinar que hubiera alzado las comisuras de los labios en una media sonrisa enmarcada con la frialdad de sus ojos aguamarina. 

- Eso es un problema.

Se levantó de la silla y empezó a andar de un lado a otro del piso. El silencio se instaló entre nosotros, tenso y creador de una distancia insalvable entre ambos. Sólo los pasos de Alan conseguían mantenerme despierta, como si fueran el segundero de un reloj antiguo. Tic, tac. Aun así, tampoco habría podido dormirme por mucho sueño que tuviera. Karen podría volver en cualquier momento. Sabía de sobra que si se había propuesto encontrarme, nunca abandonaría su empeño por conseguirlo. Así era Karen de cabezota. Pero, ¿por qué tenía miedo de que lo hiciera? No iba a hacerme nada, ¿no? Tal vez, quisiera hablar conmigo y nada más. Sin embargo, algo me decía que no quería solo hablar. “Te encontraré Sheila Johns”. Sus palabras se repetían en mi cabeza. Sonaban tan frías y amenazantes… Además, nunca había visto a Alan tan inquieto. Siempre parecía muy seguro de sí mismo a la vez que tranquilo, nada que ver con el joven que recorría la habitación una y otra vez con la mirada perdida y los brazos cruzados, trastornado por la visita de la supuestamente desaparecida Sword.

- Esto es serio. No pensaba que fueran a encontrarnos tan fácilmente.

Yo ya estaba bastante confusa, pero sus palabras me desconcertaron bastante.

- ¿Quiénes? – Alan me miraba desde el comedor como si no terminara de creerse que hubiera preguntado tal cosa. Después, reanudó su paseo más deprisa que antes. Me estaba mareando, así que salí de la cocina y me planté frente a él con la intención de pararle. - ¿Quiénes? – Quiso apartarme, pero agarré su mano y le obligué a mirarme a la cara. Era la viva imagen de la preocupación, con sus ojos sin brillo, las arrugas marcadas de la frente, incluso le temblaban las manos.

- Tengo que llamar a Victoria. – dijo.

Y se marchó por la puerta principal, dejándome plantada en medio del saloncito. A mi espalda, la cocina parecía un objetivo muy lejano si Karen volvía y necesitara empuñar una sartén, pero tampoco tenía la voluntad suficiente como para moverme del sitio.

- ¡Te lo dije, Alan! Pero no… Para qué vamos a hacer caso a la loca  de Victoria, ¿verdad? ¡Mira en el lío en el que me has metido! ¡¿Nunca escuchas lo que te digo o qué?!

- ¡Vale, Victoria! Lo he pillado. – Y la puerta se abrió para dar paso a ambos.

La gruñona seguía con el mismo vestido que por la mañana, pero había cambiado sus zapatillas por un par de sandalias rosa chicle igualmente horrorosas. La mujer estaba muy enfadada y no dejaba de insultar a Alan de todas las formas posibles, aparentemente sin darse cuenta de que yo existía. Alan, por su parte, se había sentado en el sofá y volvía a masajearse las sienes, ignorando los comentarios de la gruñona profesional. Sabía que había muchas cosas que desconocía y que hacían que Alan se preocupara de esa manera. Debía haber alguna relación entre estar allí y Karen y su búsqueda; pero no iba a conseguir averiguarlo si la gruñona no dejaba de gritar como una loca. Alan debió pensar lo mismo porque se volvió a levantar y se encaró a la mujer.

- ¡Ya está bien, Victoria! Comprendo que estés cabreada conmigo, pero así estamos perdiendo el tiempo. Así que siéntate o vete, pero no me culpes de tus decisiones – Habló con tanta calma como pudo, pero estaba claro que se estaba conteniendo para no decir barbaridades mayores.
Victoria no pareció sorprenderse por sus palabras, pero mantuvo la boca cerrada, lo que ya era un logro. La tensión era palpable en el ambiente y crecía con el paso de los segundos. Victoria seguía mirando fijamente a Alan y él, a su vez, sin moverse ni un ápice. Al final, la gruñona se giró hacia mí. Retrocedí un paso, temerosa de lo que fuera a hacer la mujer; pero esta dirigió sus pasos hacia la puerta y salió del piso dando un sonoro portazo. Alan dio suspiro, dejando escapar todo el aire que probablemente había retenido durante el enfrentamiento, y se dejó caer en el sofá. Me acerqué poco a poco y tomé asiento a su lado. Había tomado una decisión, por mucho miedo que me diera afrontarme a mis pesadillas, Alan tenía que saber qué había pasado desde que dejé la mansión un día de mayo marcado por la fatalidad.

4 comentarios:

  1. OH DIOS ! quiero respuestas no entiendo nada, yo nunca confié en Karen, siempre me pareció una arpía y una mala persona...
    pobre Sheila no puede ser feliz con Alan y punto, no ya tenia que aparecer la malvada de Karen. A LA HOGUERA KAREN! por arpía y bruja y el padre de Sheila porque lo odio, jaja
    Un besote grande, Lucia

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    1. El domingo puede que lo entiendas un poco mejor ;) La odiosa Karen a la que nadie cae bien ha vuelto! XD Todavía no voy a matarla. Puede que la necesitemos un poco más adelante ;)
      Un beso

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  2. BESO BESO!! BESO BESO!! Yo aquí a lo mío, ya que no veo a Cerecilla muy dispuesta a dar el coñazo con los besos, lo doy yo! Además, ya sabes lo que quiero que pase! Jajajaja BESO BESO! BESO BESO!

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    1. sí, sí que sé lo que quieres que pase jaja Está bien que me lo vayas recordando porque mi memoria es de las peores, pero te aseguro que no me voy a olvidar de que puedan tener su pequeño momento Alan y Sheila
      Un beso para ti :)

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