P.D.: Mañana pondré la reseña del cuarto libro de HP porque hoy no tengo mucho tiempo. Y también habrá capítulo ;) Bye, my friends! :)
- ¡Despierta!
Me levanté de un salto. Alguien me zarandeaba y no paraba
de gritarme. Del susto, salté del sofá donde había dormido, estrellándome
contra el suelo. Lancé un quejido al golpearme en el tobillo izquierdo. Frente
a mí, una mujer partiéndose de risa me apuntaba con el dedo.
- ¡¿Se puede saber qué te pasa?! – repliqué enfadada. A punto
estuve de sufrir un infarto y eso que Samanta solía hacer algo parecido para
despertarme cada mañana. Me recuperé lo suficiente para volver a sentarme en el
sofá raído del que me había caído.
- ¡Tú eres lo que me pasa, niñata! – gritó. Tenía el ceño
fruncido y su risa había dado paso a un gesto furioso y duro en su rostro. Era
una mujer alta de pelo moreno enmarañado.
Sus ojos eran prácticamente negros y tuve que esforzarme para distinguir
las pupilas del iris. Vestía un vestido de flores bastante ancho y zapatillas
de andar por casa con una borla rosa. – El desayuno está servido en la mesa de
la cocina. Si quieres te lo comes y si no, pues también.
Y dicho esto, desapareció por una puerta lateral. Respiré
aliviada por librarme de la presencia de la que bauticé como “gruñona
profesional”, a falta de saber su verdadero nombre. ¿O sí lo sabía? Recordé la
conversación que había escuchado la noche anterior, la cual ya no creía que formara
parte de mi imaginación. Mi inseparable escolta me había encontrado y dado
cobijo, dispuesto a cuidar de mí (al contrario que el resto de gente a la que
conocía en Delois) y eso, por mucho que fuera la realidad, parecía formar parte
de mis sueños.
No podía reconocer nada de lo que me rodeaba. Me encontraba
en un pequeño comedor que comunicaba directamente con una cocina sin puertas.
El sofá y el televisor parecían los únicos muebles de la estancia, a parte de
unas estanterías prácticamente vacías a excepción de algunas fotos y varios
libros. Me acerqué a una de las fotos de la estantería y reconocí a alguien
entre las caras de los conocidos que me sonreían: Yolanda. Su pelo pelirrojo
era inconfundible, al igual que su rostro pálido y afilado ¿Conocería la
gruñona a la dulce Yolanda? Cualquiera hubiera pensado que no, pero ya tendría
mi oportunidad para preguntárselo, tampoco había prisa por rencontrarme con la
gruñona profesional. De momento, el olor a beicon me llamaba desde la cocina.
Me encaminé nerviosa hasta la mesa que había en la cocina. Las paredes eran
amarillas y los muebles, de madera blanca. La luz no entraba por la ventana
porque unas cortinas con un estampado de mazorcas lo impedían. Descorrí las
cortinas y me senté en una de las sillas de mimbre. Sobre el mantel (a juego
con las cortinas), había un plato con un par de tiras de beicon, un huevo frito
y un par de salchichas. Nunca había tomado ese tipo de desayuno a lo inglés,
pues prefería el típico vaso de leche con tostadas; pero mi estómago no estaba
de acuerdo y devoré el contenido del plato en pocos minutos. Después, cogí el tazón
de leche tibia con ambas manos y me la tomé prácticamente de un trago.
- Ya veo que tenías hambre.
Me giré. A mi espalda, Alan me sonreía desde lo alto de mi
silla. Se me hacía raro no verle con el uniforme de mayordomo, pero tampoco le
sentaban nada mal la camisa y los vaqueros que llevaba en esos momentos. Me
quedé mirando sus ojos verdes, pero luego desvié la vista hacia mi tazón de
leche vacío. Era un milagro que no me hubiera atragantado con el desayuno a la
velocidad que me lo había terminado.
- Supongo que sí. – contesté un poco avergonzada, notando
el rubor de mis mejillas.
Alan tomó asiento en una silla junto a la mía y apoyó una
de sus manos sobre mi hombro, en un gesto que ya conocía muy bien. ¿De verdad antes
había sido mi escolta? La idea no encajaba en mi cabeza. ¿Cuántas veces le
habría gritado? ¿Cuántas veces tuvo que aguantar mi mal genio y mis insultos?
Me veía incapaz de levantar la vista del tazón, es más, dudaba de poder
levantar alguna vez la cabeza del suelo. Ya no tenía fuerzas para eso, ya que
la culpa me recordaba mi lugar en el mundo: el más profundo y triste de todos,
donde pudiera recordar día tras día que la vida de Isabel se hubo marchado por
mi estupidez. “Me merezco todo lo que me haya pasado”, me repetía una y otra
vez en mi cabeza. Por suerte, Alan interrumpió mis pensamientos cuando más
necesitaba que lo hiciera.
- Sheila, escúchame. Tienes que contarme todo lo que te ha
pasado, ¿vale? Es muy importante que me lo cuentes todo, sin que te dejes
ningún detalle.
Negué con la cabeza. Los recuerdos se agolpaban en mi
cabeza y luchaban por salir al mismo tiempo, haciendo que ninguna de las
palabras escapara de mi boca.
- No te preocupes. No tiene por qué ser ahora, ¿de acuerdo?
Avísame cuando estés lista. – se apresuró a añadir al comprobar mi confusión.
Me limité a asentir. En mi cabeza seguían pasando sin control imágenes que se
mezclaban entre sí: Isabel en el coche, Isabel hablando sentada en mi cama,
Karen tomando un refresco conmigo, Claudia engullida por las llamas…
Y de nuevo, una sensación que conocía muy bien. Empecé a
hiperventilar, sabedora de que el aire era cada vez más espeso, más
inexistente.
- ¿Sheila!? – escuché decir a Alan cuando me apreté con fuerza mi pecho y garganta y fijé la vista perdida en un punto del infinito
donde quedaba encerrada sin remedio. El miedo volvió a mí, si es que se había
ido en algún momento. – Sheila, tranquila. Estás conmigo, ¿vale? Estás conmigo.
No estás sola. No lo estarás más.
Repitió sus palabras una y otra vez hasta que pude volver a
respirar con normalidad.
- Gracias – susurré. No estaba segura de que Alan lo
hubiera entendido, pero no pude parar las palabras que ahora sí, se escaparon
de mis labios – pero esto es un error. Yo debería estar en un banco, mojándome
con la lluvia. No puedo estar aquí, no puedo. No me lo merezco, Alan.
- ¿Qué estás diciendo?
- Tengo que salir de aquí.
Me levanté tan rápido que Alan no pudo hacer nada por
evitar que saliera corriendo. Alcancé a trompicones la puerta por donde había
salido la gruñona. Encontré unas escaleras que descendían y otras que subían.
Bajé los escalones sin acordarme si quiera de mi torcedura de tobillo. El dolor
ralentizó mi carrera y Alan me alcanzó antes de que pudiera continuar huyendo.
Me atrapó entre su cuerpo y la pared, sujetándome por los hombros con su brazo
y tapándome la boca con la otra mano. No podía moverme por mucho que intentaba
quitarme de encima su presión. Le miré, aterrada como estaba y me soltó
automáticamente. Libre al fin, me arrastré hasta quedar sentada en el suelo.
Alan me cortaba el paso hacia el próximo tramo de escaleras y no dejaba de
vigilarme con suma atención. Sin oportunidad de huida, mis ojos se llenaron de
lágrimas y desesperada le grité:
- ¡Déjame en paz! ¡Deja que me vaya!
- No. – contestó él cortante. – No permitiré que lo hagas.
- ¿Por qué no? Estaría mejor pudriéndome en las calles.
- Eso no es verdad y sé que tampoco lo piensas en realidad.
- Tú no me conoces. No sabes nada sobre mí. – Alcé la
cabeza para mirarle directamente a los ojos y vi cómo mis palabras ni siquiera
le afectaban lo más mínimo. No iba a dejar que me fuera, pero yo sabía que era
lo mejor para todos. Debía conseguir que entrara en razón. – Por favor,
apártate. – dije entre sollozos.
En lugar de eso, Alan se acercó a mí y me rodeó con
sus brazos. Comprendí que ya no podía seguir luchando, así que dejé que me
cogiera en volandas y me llevara de vuelta al comedor con el rostro escondido en
su pecho.
Ooooooooooh, me encantaan!!! Que se declaren y se besen ya!!! jajaja
ResponderEliminarEl capi GENIAL, tanto beicon y salchichas me está dando hambre ya... jaja
Besooos
Gracias ^^ Aún no han tenido un buen momento para que pase ninguna de esas dos cosas, pero ya veremos qué pasa ;) La verdad es que sí que da un poco de hambre jaja Besos cereza :)
Eliminaroooh que hermosa! que lindo, que lindo *_*. El capitulo genial, como siempre, dios como me gusta esta historia. Que mono que es Alan, lo adoro, que se besen yaaaaaaaaaaaaa! y que se casen, tengan muchos hijitos y que el papá de Shiela muera solo y deprimido, y que su ultimo pensamiento sea, "¿porque le hice eso a mi hija?" y PAN! se muere infeliz, jajaja. ME ENCANTO!
ResponderEliminarUn besote grande, Lucia.
Gracias Lucia ^^ Me alegro de que te guste mi historia :) Me apunto la idea ;) Sería el final perfecto de la vida de su padre muajaja
EliminarUn beso Lucia :)