Por otra parte, tengo noticias. El próximo domingo día 2 de septiembre, publicaré las normas del nuevo concurso de mi blog. Aún tengo que ultimar detalles para que no me pase como la última vez y tenga que estar cambiando las normas una y otra vez.
Bueno y esto es todo lo que tenía que deciros esta mañana. Un beso a todos.
Por el camino, no desvió ni un solo segundo sus ojos de mí
mientras fruncía el ceño, haciendo que pareciera menos guapo de lo que, en
realidad, era.
- Puede que tú no me conozcas a mí, pero te puedo asegurar que
yo sé quién eres.
- No puedes… - empecé a decir antes de que él me
interrumpiera.
- Sí que puedo. – Noté cierto tono de tristeza en su voz,
aunque no pude saber por qué había pronunciado esas palabras. ¿Ocultarían un
significado que a mí se me escapaba? Lo más seguro era que sí, por lo que me
limité a guardar silencio mientras cruzábamos la puerta del comedor y Alan me
dejaba tumbada sobre el sofá. Después, se acercó a mí y me quitó la zapatilla
del pie izquierdo, junto con el calcetín. Aguanté las ganas de exigirle que
parara cuando empezó a tocar la zona inflamada. No tenía buen aspecto.
- Mierda. Debí darme cuenta ayer. – oí que susurraba, más
para sí mismo que otra cosa.
Se separó de mi lado
para empezar a rebuscar por los cajones de la cocina y de la nevera. Unos
minutos más tarde, volvió con un trapo lleno de cubitos de hielo, el cual
colocó con mucho cuidado sobre mi tobillo. El frío penetraba en mi piel y
aliviaba el dolor como sólo el hielo sabe hacer en estos casos. Suspiré
aliviada por dejar de sentir mi articulación por unos minutos y volví la vista
hacia Alan que seguía ejerciendo presión con el trapo.
- ¿Te duele algo más? – me preguntó. Tuve que cerrar los
ojos para concentrarme en su pregunta, ya que si le miraba las ideas se
enredaban sin sentido en mi cabeza. Cuando estuve segura de que no me había
dejado ni un solo recoveco sin recorrer, abrí los ojos para enfrentarme a la mirada
expectante del mayordomo.
- No, estoy bien. – No era del todo verdad, pues el cuello
a veces me dolía cuando hacía movimientos bruscos, al igual que las costillas;
pero no iba a reconocerlo delante de él. Podía seguir teniendo parte de mi
orgullo intacto.
- Vale. – y volvió a
dirigir la vista hacia mi tobillo para empezar a vendarlo. Pasamos así un par
de minutos, hasta que Alan dio por finalizada su tarea como curandero. Me
incorporé, ignorando los pinchazos de mi torso y le arrebaté de las manos el
trapo con hielo. Alan asintió una vez con la cabeza y se levantó del sofá. – Mantén
el pie en alto. Te ayudará. Tengo que irme, pero volveré dentro de unas horas. No
abras a nadie.
- ¿Eso es una orden? – pregunté molesta.
- Tómatelo como quieras. – Su risa me pilló desprevenida y
se me olvidó por completo que un mayordomo me había dado una orden directa como
si nada. Aunque, claro, si estábamos fuera de la mansión, él ya no era un
mayordomo. ¿Y yo? ¿Qué era fuera de la mansión? ¿Sheila Johns, adolescente
repudiada sin hogar?
Alan abandonó el saloncito con mucha prisa, dejándome sola.
A principio, pensé en ver un poco la televisión, ya que no me estaba permitido
verla en la mansión; sin embargo, ninguno de los canales que sintonicé en la
caja tonta me pareció entretenido. Al final, mi padre iba a tener razón en una
cosa: la televisión era una pérdida de tiempo. Así pues, me levanté del sofá y
fui hasta una de las estanterías para ojear los libros que descansaban en ella.
Había varias novelas con pinta de ser clásicos de la literatura y otros tantos
ensayos científicos acerca de temas varios. La historia se repetía en el resto
de estanterías, así que me fijé de nuevo en las fotos. Sus marcos eran pequeños
y sencillos, normalmente compuestos por un junquillo negro. En todas ellas,
aparecían personas que sonreían al objetivo. A veces, en parejas, otras con
figuras solitarias o grupos bastante numerosos; aunque siempre con un elemento
en común: Yolanda salía en cada una de ellas. Me paré en la fotografía que
había captado mi atención antes del desayuno, aunque no se diferenciaba en nada
del resto. En ella, Yolanda posaba junto con un joven más alto que ella y de
pinta atlética. Al igual que Yolanda, su pelo era pelirrojo, lo que me hizo
suponer en un principio que fueran familia. ¿Tal vez hermanos? Ambos iban muy
bien vestidos y miraban embobados al objetivo de la cámara. El fondo pertenecía
a una especie de salón abarrotado de personas que bailaban o charlaban en
grupitos. ¿Qué se celebraría en ese salón que fuera tan importante como para
inmortalizarlo en esa foto?
De repente, alguien forcejeó con el manillar de la puerta
desde el exterior. Volví a colocar con sumo cuidado la fotografía en su sitio y
me alejé de la puerta en completo silencio. No podía ser Alan, pues solo hacía
unos minutos que había salido. Quizá fuera la gruñona, pero no iba a quedarme
parada en el comedor para averiguarlo. Me deslicé hasta la otra habitación del
diminuto piso y cerré la puerta tras de mí. Me encontraba en un dormitorio
ocupado por una cama individual, una mesita de noche y un armario. Por lo que
veía, quien hubiera decorado ese piso o no tenía mucho dinero o le gustaba lo
práctico más que lo estético. Pegué la oreja a la puerta, intentando escuchar
el interior del piso. Fuera aún seguía el forcejeo de la puerta y, de pronto,
un chasquido. Estaba dentro. Las pisadas pertenecían a una sola persona y
llevaba tacones. Estaba recorriendo el comedor de punta a punta y se dirigía a
la cocina. Su próximo paso sería entrar en la habitación. Se acercaba. Tenía
que hacer algo. ¿Esconderme? ¿Defenderme? ¿Huir? Me coloqué junto a la puerta.
Si al menos hubiera cogido una sartén… El manillar bajó y la puerta se abrió
con mucha lentitud. Las bisagras chirriaron al son de una música tétrica. La
luz del comedor proyectaba la alargada sombra del intruso en el suelo. Mi
cuerpo quedaba oculto por la puerta y me tapé la boca con ambas manos para
evitar gritar, aunque nada podía hacer para calmar los latidos alocados de mi
corazón. La silueta se movía por el dormitorio. Abrió el armario y lo cerró sin
hacer apenas ruido ¿Me estaría buscando? El intruso (o mejor dicho, la intrusa)
salió de la habitación sin percatarse de mi presencia. No me atreví a moverme
de mi posición hasta que hubieron pasado varios minutos después de oír cómo se
cerraba la puerta principal de nuevo. Sin embargo, antes de eso oí cómo alguien
decía:
- Te encontraré, Sheila Johns.
Tuvieron que pasar
algunos más para que mi pulso volviera a la normalidad. Aun sabiendo que no
había nadie en el piso, preferí quedarme en el dormitorio mientras me abrazaba
a mis piernas y me mecía suavemente adelante y atrás. Adelante, atrás.
Adelante, atrás. Así me encontró Alan cuando volvió horas más tarde. ¿O habían
sido días? No lo sabía con exactitud.
- ¿Qué ha pasado, Sheila? – me preguntó en un susurro muy
cerca de mi oreja. Estaba sentado a mi lado, pero yo tenía la vista fija en un
punto de la pared opuesta y no contestaba a su pregunta por muchas veces que la
hubiera pronunciado. Alan se colocó frente a mí, tapándome mi campo de visión.
Aunque daba igual porque yo seguía sin contestarle. - ¡Sheila! – Empezó a
zarandearme suavemente y luego, con más fuerza.
- Estaba aquí. – contesté al fin también en susurros. Le
miré a los ojos, los cuales escrutaban cada uno de mis movimientos. Un
escalofrío recorrió mi espina dorsal. – Estaba aquí.
- ¿Quién?
- Entró por la puerta y… yo…yo…
- Ya estoy aquí, ¿vale Sheila? – Su voz no lograba
tranquilizarme del todo. No era suficiente. “Te encontraré, Sheila Johns”,
había dicho la voz de…
Uuuuuuhhhhhh la Tita Karen!! Que miedo... Ahora voy a tener pesadillas! Venga, que se besen para quitarle el susto a la pobre Sheila... Besos:) (eso es lo que quiero)
ResponderEliminar¿Eso ha sido irónico Queen A? XD Es que no me ha quedado muy claro... Bueno no importa. No creo que un beso le ayude a aclarar las ideas ;) Paciencia. sé que lo estáis esperando y no os quiero defraudar, pero aún es pronto. Dadme unos capítulos más porfi :(
ResponderEliminarUn beso