Seguía
a Isabel mientras sorteábamos cazuelas, bandejas y sirvientes por igual.
Avanzábamos a buen paso en un territorio totalmente desconocido para mí, pero
bastante habitual en la vida de mi guía. La cocina estaba llena de cacharros
apilados, fogones, afilados cuchillos y cocineros bordes que te gruñían si les
empujaba para poder pasar entre sus puestos. El calor era insoportable y el
olor demasiado penetrante. Por suerte, todos estaban muy ocupados como
para percatarse de nuestra presencia. Por el camino, sin embargo, Isabel saludó
a varias criadas y les preguntó: “¿Habéis visto a Carmen?”. Siguiendo
instrucciones que dejaban mucho que desear y otras, directamente inútiles,
llegamos a la despensa, donde supuestamente estaba Carmen haciendo inventario.
Isabel la abrió con una experiencia más que patente y entramos. La diferencia
de temperatura fue brutal. Hacía muchísimo frío y el calor se escapaba de mi
cuerpo aun teniendo a mi guía rodeándome con sus brazos. A ambos lados, solo
veía estanterías repletas de todo tipo de alimentos, de todos los colores, formas,
aromas, envases… Si de verdad Carmen estaba haciendo el inventario de todo lo
que allí había, la compadecía. Después de recorrer varios pasillos más, al fin
encontramos a la encargada desparecida.
- Carmen, tenemos que hablar
contigo.
La aludida se dio la vuelta al
instante. Estaba enfundada en un grueso abrigo de plumas de color azul que hizo
brotar en mí una envidia indescriptible. Tenía los ojos pequeños y achinados en
un rostro de facciones rectas y simétricas. Casi hasta podría decirse que era
guapa, pero nunca sonreía y solía pasarse el día entero con un gesto de enfado
permanente. En su mano sostenía un libro donde apuntaba el registro del
almacén.
- Otra cosa es que yo quiera
hablar. – contestó de forma cortante.
Isabel me había convencido para
tratar de que una de las mayores responsables del servicio de la mansión nos
ayudara en nuestro plan. He de decir que me negué rotundamente en un principio.
Había escuchado hablar de ella, la temible Carmen, siempre gritando y dando
órdenes al resto, por no hablar de su mal genio (vamos que más se parecía a la
mujer de las nieves que a una simpática esquimal). No obstante, necesitábamos
su ayuda, pues todos la respetaban y participarían si Carmen estaba de acuerdo.
- Es… es… un pla…cer. – tartamudeé. Mis labios
estaban congelados y no podía articular con facilidad las palabras. Menuda
forma de empezar… Carmen dio un largo suspiro exasperación y se quitó el abrigo para entregármelo. El
gesto me pilló totalmente por sorpresa, pero me lo puse de inmediato y le di
las gracias (o algo parecido totalmente inentendible). Al menos, no tardé en
entrar en calor de nuevo. – Como ha dicho Isabel, necesitamos hablar contigo,
por favor.
- Pero si te sabes su nombre y
todo – ¿A qué venía eso? Pues claro que me sabía el nombre de Isabel. Pasaba
mucho tiempo conmigo y se había ganado mi respeto y mi confianza, algo que no
muchos podían decir. El resto, me dio la espalda e intentaba olvidar que estaba
allí. Sólo sabían hablar como cacatúas chismosas sin parar ni un segundo.
Aprenderme algo tan insignificante como eso era una pérdida de tiempo inútil e
innecesaria. ¿Quién se creía esta para acusarme de lo contrario?
- Por favor, Carmen, esto es algo
más importante. Necesitamos tu ayuda para que Sheila pueda ir a la ciudad el
mismo día en el que se celebra su fiesta. – dijo Isabel salvándome de mi
contestación. Empecé a contar los segundos que quedaban para poder salir de ese
infierno helado y olvidarme de la mujer de las nieves. Llevaba cien cuando Isabel
terminó de contarle nuestro plan para salir de la mansión.
- ¡¿Y por qué iba yo a ayudarla?!
– gritó Carmen. – No pienso jugarme el cuello porque la señorita esta quiera ir
a la ciudad. – Razón no le faltaba. No nos conocíamos, no obstante, parecía
tenerme un profundo rencor. ¿Qué le habría hecho yo a la temible Carmen? Nunca
antes nos habíamos visto en persona o eso me parecía recordar…
- Lo siento, Isabel, pero no
ayudaré a la desagradecida hija del mandamás. - ¿Desagradecida? ¿Por qué me
llamaba así? Empecé a preguntarme si de verdad necesitábamos la ayuda de
Carmen, al fin y al cabo, no parecía dispuesta a cooperar ni yo a que
cooperase.
- ¿Y si llegamos a algún tipo de
acuerdo? – preguntó Isabel, insistiendo aunque estaba claro el resultado de la
negociación: una negativa rotunda de Carmen.
- No puedes ofrecerme nada que yo
quiera. – contestó la encargada confirmando mis pensamientos. – Esta
conversación se acaba aquí. Dejadme trabajar en paz.
Tiré del brazo de Isabel para
indicarle que nos fuéramos, pero parecía estar clavada al suelo por una fuerza
muy superior a mis tímidos tirones. Por alguna razón, creía que la ayuda de
Carmen era un punto crucial en nuestro plan y no pensaba dejar de intentar
convencerla, una tarea inútil según mi opinión. Me quedé mirándola mientras
ella, a su vez, miraba a Carmen con ojos suplicantes. Me dio tanta pena que de
inmediato empecé a pensar en cómo podía ayudarla.
- ¿Qué es lo que quieres? – Debía de haber algo que le
hiciera cambiar de opinión y lo encontraría.
Me pareció ver un ligero rastro de sorpresa y desconcierto
en la cara de Carmen, pero bien podría habérmelo imaginado. Aun así, se lo
estaba planteando, lo que significaba haber dado un paso adelante en una nueva
negociación.
- Marchaos de aquí. – Se dio la vuelta y se perdió por uno
de los pasillos laterales.
¿Se iba así, sin más? Isabel retrocedió un par de pasos y
me cogió la mano para que la acompañara, pero no podía. Era la primera vez que
alguien del servicio me trataba de esa manera. Ninguno antes se había atrevido
a llevarme la contraria de aquella forma, ni siquiera Samanta o Isabel.
Comprendí que las cosas no podían acabar de esa forma. Carmen ahora sabía lo
que nos proponíamos y podía impedirlo si quisiera. Además, Isabel parecía muy
decepcionada, aunque intentase ocultarlo tras una sonrisa claramente forzada.
Definitivamente debía hacer algo. Me solté de la mano de mi compañera y salí
corriendo en busca de Carmen. Nuestra negociación acababa de empezar. Grité su
nombre sin obtener respuesta hasta que me topé con ella, bueno, más bien me
estampé con ella.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí mocosa? – se
quejó enfadada. – A diferencia de ti, yo tengo cosas que hacer.
- Te lo volveré a preguntar, ¿vas a ayudarnos?
- Te lo volveré a decir: no.
- Muy bien. Dices que soy una desagradecida, ¿verdad? –
Carmen levantó una de sus cejas porque, probablemente, pensaba que era tonta o
algo parecido para preguntar algo así; sin embargo, asintió en silencio. –
Bien, ¿sabes por qué quiero ir a la ciudad? – Negó con la cabeza. Sin pensarlo
más, solté las palabras que desde hacía mucho habían querido salir de mí. – Porque
se lo debo. Lo poco que conservo de ella son fotos y recuerdos borrosos. Tengo
que ganar por ella. Se lo debo, ¡¿entiendes?! – Mi voz terminó en un grito
desgarrador saliendo de mi garganta. Las lágrimas salieron de mis ojos, pero no
me importó que me viera llorar. Me llevé una mano al pecho donde el dolor de mi
corazón era insoportable.
"Se lo debo a mi madre", susurré y luego noté cómo Carmen me agarraba para
impedir que me hiriera a mí misma. Me debatí entre sus brazos golpeándola una y
otra vez para poder escapar, hasta que Isabel me abrazó y la relevó. El frío
dejó de importarme, todo se reducía a mi madre. Esa mujer que nunca llegué a
conocer del todo porque se fue antes de que pudiera hacerlo. Muchas noches
sueño con ella. Sueño que está conmigo y jugamos a perseguirnos por el jardín.
Sueño que compartimos el tiempo divirtiéndonos hasta la mañana siguiente,
cuando me despierto y compruebo que ha sido eso, un maldito sueño. Fue ella
quien me regaló mi cámara, quien me quería y a quien yo más admiraba. Sí, le
debía ganar ese concurso. Era mi forma de decirle adiós.
- Sheila, mírame. – Levanté la vista hacia Carmen. –
Conocía a tu madre. Y sé cómo te sientes. – Sus ojos vidriosos se centraron en
Isabel para decirle: - He cambiado de opinión. Os ayudaré en lo que pueda.
Las palabras parecían haber sido
pronunciadas por otra persona, una Carmen desconocida, más amable y
sentimental, como si se hubiera derretido el hielo que utilizaba de fachada.
Quise sonreír, pero el recuerdo de mi madre estaba demasiado presente en mi
cabeza. Ambas mujeres me condujeron de nuevo al exterior. Nunca antes la cocina
me pareció un sitio tan acogedor como lo fue en ese mismo instante.
Por fin Sheila habla de su madre, ya me estaba preguntando que habria pasado con ella! Y Carmen, como puede tener esa opinion de Sheila si ni siquiera la conoce? Bueno, el capitulo genial, ya vamos avanzando hasta el concurso de fotografia! Me alegro que te sirviera el video para el mixPod :D
ResponderEliminarGracias Laura ^^ y gracias de nuevo por el vídeo ^^ En cuanto a Carmen, digamos que tiene sus fuentes para pensar lo que piensa... Ya quedan menos días para el concurso!! ^^ Un beso Laura
EliminarMadre mía!! Creo que este es el capítulo más emocionante de todos!! Así que su madre está muerte y fue ella quien le regalo la cámara... entonces tiene que ganar el concurso sí o sí!!!!! Y esa Carmen... al principio la odié, pero como ha aceptado ayudar... ahora me cae mejor;)
ResponderEliminarBueno, el capítulo ME HA ENCANTADO Me muero por leer el siguiente;)
Un besoo
Muchas gracias ^^ Siempre da gusto leer vuestros comentarios para coger un poco de ánimo para el siguiente :)Carmen en el fondo tiene su corazoncito, lo que pasa es que está muuuuy en el fondo XD Un beso cereza :D
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