jueves, 2 de agosto de 2012

Capítulo 14

¡Hola de nuevo! :) Como bien dije en el anterior, este iba a ser más largo y, de hecho, creo que es uno de los más largos (sino el que más). A pesar de eso, no es tanto por cantidad sino por calidad por lo que se juzga si algo es bueno o no. Y eso lo juzgáis vosotros ;) 
Aprovecho para decciros que mañana probablemente no pueda publicar ninguno, aunque colgaré la reseña de un libro bastante interesente. ¡¡Hasta mañana!! ^^


Abrí los ojos lentamente y los volví a cerrar ante un agudo pinchazo en la sien derecha. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era estar en mi refugio y después… solo dolor. Abrí de nuevo los ojos mientras el miedo empezaba a ocupar mi mente y nublar los pensamientos coherentes. Me encontraba en mi cuarto, acostada sobre la cama (reconocía el tacto de las sábanas). Sentía las piernas entumecidas y apenas podía moverme sin quejarme. Fuera era de noche y todo estaba oscuro. Aun en estas condiciones, distinguí una silueta junto a mí. Por su suave respiración, supuse que estaba dormida. “¿Quién diablos será?”, pensé. Temblorosa, acerqué mi mano a su hombro y lo zarandeé suavemente. Al ver que no era suficiente, lo sacudí con más fuerza ignorando mis molestias y, sin querer, mi acompañante misterioso se cayó de la silla. El efecto fue inmediato, ya que se levantó de golpe.

- ¡¿Qué… qué ha pasado?! – La voz era femenina, pero no sabía a quien pertenecía, si bien me sonaba bastante. Oí como andaba por la habitación en busca del interruptor de la luz. Me escondí en cuanto lo pulsó, pues todo se llenó de demasiada claridad para mis desacostumbrados ojos. – Está despierta.

- Gracias por decir algo obvio. – solté sarcásticamente, con cierto tono de enfado.

- Perdóneme, señorita Sheila. ¿Cómo se encuentra? – Parecía realmente preocupada y, de pronto, ubiqué su voz. Era la misma sirvienta que me había ayudado aquella tarde. ¿Acaso le debía algo más? Levanté la cabeza parpadeando con rapidez e intentando acostumbrarme a la luz. Al fin, conseguí enfocar una imagen nítida de lo que me rodeaba.

No había nadie más con nosotras y nada parecía haber cambiado, exceptuándome a mí misma. Mis manos estaban vendadas y, al levantar la sábana, comprobé que mi pierna izquierda también. Además, tenía varios arañazos más por ambos brazos y la cara. La cabeza me dolía un poco, pero no era nada importante. Sin embargo, no conseguía concentrarme en averiguar lo que había pasado. Estaba claro que había resultado herida tras la caída y que alguien me había encontrado y traído hasta aquí. ¿Quién había sido? La criada que tenía delante no habría tenido suficiente fuerza como para llevarme en brazos. Y aunque alguien la hubiera ayudado, ¿cómo sabían que estaba allí? No había estado fuera tanto tiempo y estaba segura de que ningún jardinero me había visto abandonar el jardín por la senda. Entonces, ¿por qué me buscaban cerca de mi refugio? Harta de hacerme preguntas para las que no tenía respuesta le pregunté a la criada:

- ¿Qué ha pasado? – mi voz sonaba algo débil y la criada al notarlo se sentó al borde de la cama para estar más cerca de mí. La verdad es que no me gustaba mucho esa confianza, pero no me quejé, pues necesitaba saberlo.

- Samanta la trajo hasta su habitación después de encontrarla sin sentido en el descansillo del segundo piso. Su pierna sangraba a causa de un corte superficial en el muslo, pero ella se la vendó. Trató todas sus heridas mientras usted seguía inconsciente. Me ofrecí a quedarme durante esta noche para vigilar sus sueños, esperando a que se despertara. Y ahora, dígame, ¿se encuentra bien?

Ignoré su última pregunta, necesita pensar. ¿Había dicho que me había encontrado al pie de unas escaleras? Sí, lo había hecho. Pero eso era mentira. Estaba en el bosque, cerca del río. No podía estar equivocada en eso, pues me acordaba perfectamente de la tarde en mi refugio. Entonces solo quedaban dos opciones: o esta criada me mentía o lo hacía Samanta. Por el momento, decidí no sacar del error a mi acompañante por si acaso.

- ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?

- Yo diría que una hora. En estos momentos, son las diez de la noche.

Eso no era buena señal. La hora de la cena se había pasado y yo no había acudido, por lo que mi padre estaría al tanto de mi situación. ¿Me castigaría por no bajar al comedor aun estando inconsciente? Le veía capaz porque hasta esos extremos llegaba su “comprensión”. Un escalofrío recorrió mi espalda y la cridada, entendiéndolo como una reacción ante el frío, cerró la puerta de la terraza. Después volvió a sentarse frente a mí y mirarme con esa cara de lástima. No lo soportaba.

- ¡¿Por qué me miras así?! – solté de repente.

La criada se sorprendió de mi reacción y retrocedió un paso, como si hubiera recibido un golpe de verdad.  

- Discúlpeme. – desvió la mirada y siguió hablando. Le había afectado más de lo que esperaba. – Es solo que, aunque sus heridas no son muy graves, me siento responsable de lo sucedido. Le ruego que disculpe mis modales.

- Un momento. ¿Por qué te sientes tan culpable? – De nuevo acababa de dar en el clavo.

- Verá… yo…

En ese instante, alguien llamó a la puerta. Después de oír mi respuesta desde la cama, Samanta entró y cerró la puerta tras de sí. No sonreía, como solía hacer siempre. Miró un segundo a la criada y esta se fue sin decir palabra. A continuación, ocupó la silla donde mi acompañante se había quedado dormida esperando mi despertar.

- ¿Cómo se encuentra, Sheila?

- He estado mejor – contesté – me duele todo el cuerpo, aunque me ha dicho que no tengo nada grave.

- Es cierto. Ha tenido suerte. Aparte de la herida en el muslo izquierdo, el tremendo golpe de su cabeza, los innumerables moratones y cardenales, los arañazos y el barro que se ha llevado por delante durante la caída… no le ha pasado nada. – Se rio, pero más bajo de lo habitual y sin esa alegría suya tan característica. Las ojeras debajo de sus ojos tristes demostraban gran cansancio. ¿Qué le habría pasado? – Debería descansar. Ha sido un día movidito, ¿no cree?

- Espera. – la agarré por el brazo. No podía permitir que se fuera sin responder a mis dudas.- Antes cuéntame cómo me encontraste y qué ha pasado mientras estaba inconsciente.

Mi antigua niñera me miró largo rato, suplicándome con la mirada que la soltara. No quería contármelo, eso estaba claro. Finalmente, volvió a sentarse en la silla y yo la solté.

- Bien. Como quiera. – cerró los ojos y frunció el ceño. Jamás la había visto tan seria. Un minuto más tarde, empezó su explicación. – Yo estaba en la habitación de la señorita Karen  cuando escuché sus gritos. Pensé que había pasado algo malo, así que me acerqué para averiguar el motivo de tanto jaleo. Cuando llegué, empecé a hablar con mis compañeros pero sabían tanto como yo. Quise entrar para hablar con usted y quedarme más tranquila, pero cuando lo hice no estaba en su habitación. Luego me fijé en la terraza y supe que había vuelto al bosque. Busqué a Henry en el jardín y juntos partimos por una senda de mármol hasta un destartalado jardincito. Ambos coincidimos en que no podía estar muy lejos, así que buscamos por la zona. Por fin, la encontramos a orillas del río. Me temí lo peor. – Samanta empezó a llorar y se secó las lágrimas con el delantal del uniforme. – No sabe lo feliz que me sentí cuando comprobamos que estaba bien. – Debería revisar la palabra “bien” en el diccionario porque no me encontraba precisamente “bien”. – Fue Henry quien cargó con usted en brazos y la trajo hasta la mansión. Yo me encargué de curarle las heridas mientras Isabel me ayudaba con los vendajes. Después, se ofreció a quedarse durante la noche y yo acepté porque… bueno porque necesita recuperarme del susto y descansar. Supongo que ya no soy tan joven.

Soltó otra risilla sin vida y se enderezó, ya recuperada de su inesperado llanto. Sin embargo, a mí no me engañaba. La última parte de la explicación había sido demasiado rápida, demasiado corta… Había pasado algo más. Algo que, por alguna razón, Samanta no quería contarme. Pues iba lista si pensaba ocultármelo. Además, todavía quedaban algunos cabos por atar.

- Antes has dicho que sabías que estaría en el bosque, ¿cómo? – Mi secreto debía seguir siendo solo mío, o tal vez nunca lo había sido del todo. En cualquier caso, necesitaba saber la verdad. Mi niñera volvió a reírse, esta vez con un poco más de ganas. Al parecer, verme enfadada debía hacerle mucha gracia.

- Bueno, sé que se suele ausentar a veces por sus problemas de “insomnio”. – acompañó sus palabras con un guiño. – Lo que haga allí, no es asunto mío ni de nadie; pero, por si acaso, solo lo sabemos unos pocos en toda la mansión.

- Incluyendo a…

- No. – contestó rápidamente sin permitirme acabar la frase. Respiré aliviada. El desconocimiento de mi secreto por parte de mi padre era una buena noticia dentro del final de un día desastroso. – Por cierto, por lo que al resto respecta, usted se tropezó mientras bajaba hacia el comedor y se cortó accidentalmente con un jarrón de cristal. ¿Me entiende?

- Lo entiendo perfectamente, no hacía falta que me lo aclararas. Ahora quedaré como una patosa que no sabe ni bajar unas escaleras sin caerse por ellas.

- Lo siento de veras, pero era la mejor opción – argumentó. – Creo que ya lo hemos aclarado todo. Que descanse, Sheila.

- Espera. – Samanta se dio la vuelta para mirarme pero no se volvió a sentar. Aún debía preguntarle una última cosa. – Sé que ha pasado algo más, algo que no me quieres contar.  - Mi niñera desvió la vista, claramente afectada por mis palabras. - Bueno, pues hazlo.

Para mi sorpresa, Samanta se acercó y me dio un beso en la frente. Me susurró un “buenas noches” al oído, y se marchó de la habitación llorando débilmente, no sin antes dejar sobre mis manos el colgante esmeralda que mi padre me había arrebatado días antes.

En ese momento no lo sabía, pero nunca más vería a mi niñera. Había sido despedida esa misma tarde. Al parecer, mi padre al enterarse de lo ocurrido, echó la culpa a Samanta por no saber cuidar de mí como era debido y no cumplir su misión de vigilarme. No le rogué para que la volviera a admitir en nuestra familia; conocía el resultado de esa discusión. Me conformé con un llanto sordo en la soledad de mi terraza. Eché de menos su risa y su presencia cada mañana en la inmensa mansión, un lugar que cada día me parecía más una cárcel y no mi hogar.

2 comentarios:

  1. No voy a llorar no voy a llorar no voy a ... snif snif... buaaaaah!! Por qué tiene que ser tan triste? Por qué se tiene que ir Samanta... Eres muy cruel, lo sabes?
    sni snif
    Y ese Henry?!! Espero que sea un chico guapo... jajaja
    El siguiente cuanto antes please!
    Un besazoo!

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    1. Lo siento :( Sé que a veces me paso un poco con la pobre Sheila, pero todo tiene su momento y eso lo comprobaréis con el tiempo, al menos espero que me sigáis vistando para entonces XD
      de Henty sólo diré que no van por ahí los tiros... ;)
      El siguiente será mañana día 4, te espero entonces :D Xao !!

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