Mis ojos se abrieron con pereza. No sabía dónde estaba, pues
mi último recuerdo seguía siendo un batido deseado. Todo mi cuerpo me ordenaba
que me moviera, que huyera y esta vez le hice caso. Me arrastré entre los
hierros de lo que quedaba del coche. Daba igual que los cristales se
incrustaran en mi piel porque ya no era dueña de mi propio cuerpo. El miedo se
había apoderado de él. Continué arrastrándome por el asfalto y, de repente,
todo mi mundo explotó.
El fuego de mi cuerpo me hizo despertar de la
inconsciencia. A mi alrededor todo era caos, descontrol, gritos, luces
brillantes, hierro, terror, oscuridad. Pero yo solo sentía cómo mi cuerpo se
quemaba y consumía poco a poco. El calor
me asfixiaba, me mataba sin clemencia. Y yo gritaba, aun sin poder escuchar mi
voz. Gritaba para intentar salir del inferno. Gritaba para ahogar el intenso
dolor. Gritaba en busca de auxilio, de algo capaz de aliviar mi sufrimiento;
pero la ayuda no llegaba. Volví a caer en un sueño lleno de sombras siniestras
y oscuras donde, aunque no existía tal sentimiento como el dolor, reinaba el
miedo y la sensación de vacío. Era como ahogarse en un mar de espesas aguas en
las cuales me sumergía cada vez más y más profundamente. Sin escapatoria. Sin
final.
Cuando volví a despertarme el dolor me golpeó como la dura
y malvada realidad. No podía moverme, unas correas me lo impedían. Intenté
zafarme de ellas con una fuerza que creía perdida. Huir, escapar, nada más
tenía sentido en mi cabeza. El miedo nublaba el resto y controlaba mis actos,
acompañado de una angustia indescriptible. Fue entonces cuando me di cuenta de
que oía algo: una sirena. Su estridencia llegó a mí amortiguada, pero me ayudó
a centrarme en lo que me rodeaba. No estaba sola. Varias personas estaban a mi
lado. Sus bocas se movían sin que yo entendiera ni una sola de sus palabras.
Quise volver a cerrar los ojos y abandonarme a las sombras para siempre, acabar
de una vez por todas. La rendición ya no era una opción, sino la única salida. De
repente, una voz empezó a rogarme que luchara. Al principio, me pareció una
gran tontería y con mucho gusto me habría reído; sin embargo, me agarré a esa
voz como una esperanza, hasta ese momento, más que remota. Forcé mis párpados a
estar abiertos, a luchar por seguir despierta. No obstante, la oscuridad me
arrastró sin que mis vagos esfuerzos o una simple voz sin rostro, pudieran
evitarlo.
Mis ojos parpadearon con rapidez, molestos por el exceso de
luz blanca. Volvía a estar despierta, pero había algo que no comprendía. Si
estaba despierta, ¿por qué no me retorcía de dolor a causa del fuego?, ¿por qué
no estaba rodeaba de sombras sino de luz? Me incorporé con dificultad, ya que
ese movimiento me producía pinchazos en la zona de las costillas. Además, mi
campo de visión era reducido debido al collarín que tenía atado alrededor del cuello.
Me encontraba en una habitación totalmente blanca. Yo
ocupaba una camilla situada en la pared opuesta a una gran ventana. A través de
ella solo pude vislumbrar grandes árboles surcados por hojas de un verde
enfermizo. A mi lado, descansaba una mesilla con una lámpara y junto a ella, un
gotero que acababa en mi brazo. En su interior había un líquido que, supuse, no
era precisamente agua. Me examiné a mí misma por debajo de las sábanas. Las
vendas hacían acto de presencia en brazos, torso y piernas. Tal vez, incluso tuviera
algún hueso roto.
Una enfermera pasó a la habitación sin llamar. Su pelo era
rubio platino y sus ojos, de un pobre gris sucio. Traía consigo una bandeja y
la colocó a la altura de mis piernas.
-
Gracias. – dije.
Ella me miró durante un segundo y desvió la vista al
segundo siguiente, haciendo que me replanteara si de verdad había posado sus
ojos sobre mí. Frunció el ceño y salió por la puerta, cerrándola después.
Me tragué la comida (por llamar de alguna forma al engrudo
sinsabor que tenía delante) como bien pude, pues el collarín entorpecía mis
movimientos y sentía la piel tirante bajo los vendajes. Cuando acabé, me tumbé
en la camilla para poder pensar en lo sucedido.
Apenas podía hilar una idea con otra, pero necesitaba recordar. Indagué
en mi mente para disipar la confusión en la que se habían convertido mis
pensamientos. Me acordaba de estar en un coche, en una autopista. Y después…
Suspiré exasperada. No conseguía acordarme. Presioné el puente de la nariz y
fruncí el ceño para poder concentrarme en desentrañar el laberinto de mi mente.
Había otro coche. ¡Sí, estaba segura! Había sentido un gran golpe y a
continuación, fuego. Al cerrar los ojos podía volver a sentir el fuego a mi
alrededor, devorándome. Intenté ponerme
en pie para poder salir de la habitación. Quería correr, necesitaba hacerlo
para notar el suelo sobre mí y escapar de las llamas, de mis recuerdos. Debí
calcular mal mis fuerzas porque las piernas apenas me sostuvieron y caí. Empecé
a dar vueltas sobre mí misma como un indefenso escarabajo por encontrarse boca
abajo. De repente, oí pasos a mi alrededor, manos que me sujetaban a duras
penas y un pinchazo en el brazo. Fue lo último que sentí antes de que todo se
volviera negro.
Al despertarme de nuevo, estaba atada a la camilla por
medio de unas cinchas de cuero. Desistí en mi empeño de desembarazarme de ellas
porque su solo roce sobre mi piel me hacía daño. Tampoco quería que me
volvieran a sedar, pues las sombras de mis sueños cada vez me aterraban más.
Esperé impaciente a que alguien cruzara la puerta. Sabía que si me quedaba
encerrada de esa manera en el pequeño cuarto, no tardaría mucho en sufrir otro
de mis ataques de histeria. Me obligué a tranquilizarme y respirar con
normalidad. Por suerte, un reloj de la pared me ayudaba a saber qué hora era y,
más importante, cuánto tiempo llevaba allí. Tuvieron que pasar dos horas más
hasta que una enfermera, distinta a la rubia del día anterior, me trajera la
cena.
- Voy a desatarte para que puedas comer, pero espero que no
intentes bajarte de la cama, ¿me has entendido? – Para ser una orden, su voz
sonaba demasiado suave, como si fuera una petición o un ruego.
- Sí. – dije simplemente.
Sin decir nada más, empecé a comer bajo la estrecha
vigilancia de la enfermera que, a diferencia de su compañera, se quedó hasta
que terminé mi plato. Después, comprobó mis vendajes y los cambió con paciencia
y delicadeza. Me abstuve de mirar cómo había quedado el tejido quemado, pues
prefería recordar cómo era antes del fuego. Una vez terminada su tarea y
dejarme de nuevo sujeta a la cama, se dispuso a salir de la habitación, pero
antes debía intentar una cosa.
- Espera. – Se giró y me miró con pena. Odiaba que la gente
se compadeciera de mí, así que respiré hondo antes de continuar. – Necesito
saberlo. ¿Qué les ha pasado al resto de personas que viajaban conmigo?
- No puedo responder, lo siento. De hecho, ni siquiera me
está autorizado hablar con usted hasta que lo haga el cuerpo de policía.
La información me sorprendió, pero tenía que reconocer su
lógica. Aun así, tenía que saberlo. Desde hacía tiempo, rondaba por mi cabeza
la pregunta y ya no podía soportar la espera.
Si hubiera estado en mi habitación de la mansión, había agarrado un
cojín para destrozarlo, pero no era el caso. Me obligué a quedarme quieta y
liberar mi frustración cerrando los puños con fuerza y, sin quererlo,
derramando alguna lagrimilla por mi cara magullada. Creo que la enfermera quería decirme algo
porque cogía aire para ello, pero cambió de opinión y se marchó. Al verme sola,
me maldije por permitirme lloriquear como una niña. Si yo estaba viva, ¿por qué
no iban a estar bien ellas? El médico me preocupaba menos. Al fin y al cabo,
solo le debía su cooperación en un plan que ahora me parecía mucho más absurdo
que al principio. Aun así, no podía dejar de dar vueltas a la posibilidad de
que Isabel, o incluso Karen, estuvieran malheridas o… Apreté con más fuerza los
puños, olvidándome de que las vendas empezaban a mancharse con mi sangre. Sólo
con ese gesto no me bastaba y la impotencia de no poder hacer nada hizo que las
lágrimas volvieran con mayor intensidad. ¿Acaso no tenía derecho a saberlo? Si
lo sabían, ¿por qué no podían decírmelo? Sólo necesitaba escuchar la verdad,
simple, dura o aliviadora; pero la verdad. La frustración acabó por convertirse
en rabia y comencé a gritarle a las paredes, esperando que me respondieran. Las
correas aún me mantenían sujeta a la cama y no podía mover la cabeza debido al
collarín. Pero lejos de obligarme a quedarme quieta, intenté salir de allí con
más ansia y desesperación. Saltaría de la cama y correría hasta encontrarlas.
Daba igual como lo consiguiera o lo que ocurriera para ello. Mis gritos
atrajeron a varios empleados del hospital y de nuevo volví a sentir la aguja en
mi piel. De nuevo, volvía a un sueño en el cual no quería estar y, de nuevo, no
podía hacer nada por evitarlo.
Pobre!A saber que preguntas le preguntara la polocia, y que le habra pasado a Karen y a Isabel! El capitulo muy bien descrito!
ResponderEliminarGracias Laura ^^ Es uno de los que más me ha costado escribir. Un beso :)
EliminarCon lo mala persona que eres seguro que a Karen y a Isabel las ha pasado algo ;) Espero el siguiente :33
ResponderEliminarSí que soy mala,sí ;) Id preparando los pañuelos... :(
EliminarUn beso Monn Light ^^
Como mates alguien,juro que me cargo a Nadia Cristopher, Noe... a todos!!!!!!!!!
ResponderEliminarEl capi ESPECTACULAR;)
Un besoo
Gracias ^^ No pagues mi crueldad con Nadia o chistopher porfa :( No se lo merecen T_T
EliminarUn beso cereza
Es maravillosa tu manera de escribir... Me he enganchado este capítulo de tal manera que he sentido hasta angustia.
ResponderEliminarEres una escritora genial... De verdad. Desearía que se me diera tan bien como a ti.
Enhorabuena. Seguiré leyendo :)
Muchas gracias :) Viniendo de ti María es todo un cumplido ^^ Créeme tú escribes mucho mejor que yo ;) Me alegro de que te haya enganchado la historia. Dentro de poco ya estarás al día por completo jaja
EliminarBesos