Soleado y radiante, así era como se presentaba uno de los
días más importantes de mi vida. Poco pude disfrutarlo. Yolanda, junto con
otras criadas, se acercó a mi habitación más pronto de lo normal para ayudarme
con mi aspecto. Como habían hecho unos días antes, pusieron guapa a la muñeca
de juegos con fino maquillaje y fuertes cepillos. No me quejé ante nada ni
nadie, simplemente obedecía sus pequeñas órdenes y evitaba contestar a sus
preguntas. Gracias a Dios que fue Yolanda quien se presentó y no Helen, a quien
ya habría gritado varias veces para que se callara. No necesitaba precisamente charla en esos momentos. La
mañana se fue en prepararme para la gran celebración a la cual no tenía pensado
acudir. Incluso Paul se pasó por mi cuarto para vigilar que el resultado fuera
perfecto. Se le veía bastante contento con el trabajo de las criadas así que se
fue un minuto después, me sorprendió ver que, como a mí, tampoco le gustaban
las multitudes.
Me giré para mirarme en el espejo de pie e, interiormente,
le di las gracias a Paul por el trabajo bien hecho (el primero que veía en
años). Tal vez, sí me había escuchado, después de todo, no había ningún lazo en
mi vestido.
Era de color violeta, elegante y sencillo. Constaba de una
falda de volantes hasta las rodillas y una parte de arriba que se ajustaba a la
altura del pecho formando algunos pliegues. Su cuello formaba una “V” poco
pronunciada. La verdad es que lejos de sentirme incómoda, podía moverme con
bastante libertad (toda la libertad que te permite un vestido). La falda tenía
algo de vuelo, el suficiente para maravillarme con el movimiento de los
volantes al caminar. Venía acompañado por unos zapatos negros cuya única
decoración eran unas pequeñas perlas en la parte delantera (lamentablemente
eran de tacón, pero no me importó demasiado en ese momento). Completaban mi
atuendo una diadema del mismo color que el vestido, unos pendientes largos y un
colgante negro con forma de esfera. Me veía preciosa con aquel vestido y,
además, mayor. Sin los lazos ni las chorradas a las que me tenía acostumbrada
Paul, me di cuenta de que iba a cumplir diecisiete años, de haber crecido, de
tener todo un futuro por delante. ¿Por qué no asistir a una fiesta en mi honor
y lucir aquella preciosidad? Afortunadamente, volví a la realidad antes de que
ese pensamiento inoportuno llegara a inundar mi mente con ideas equivocadas. Al
fin y al cabo, mi futuro próximo no se encontraba en la mansión, sino en
Delois.
Yolanda se emocionó un poco al verme, y lo mismo pasó con
Isabel, pero pronto se recompusieron y me dejaron sola. Fue entonces cuando me
di cuenta de que solo faltaban cinco minutos para mi desgraciado “accidente”.
El miedo acudió a mí como un amigo inseparable. Las manos me empezaban a sudar
ante la perspectiva de lo que tenía que hacer. Había repasado mil veces el plan
con Isabel, pero la incertidumbre no me abandonaba. Alguien llamó a la puerta,
sobresaltándome. Alan me hizo un gesto para que le siguiera. “Ya está”, me
dije, “ha llegado la hora”.
Abandoné la habitación sin mirar atrás y me dispuse a
acompañarlo. Las piernas me temblaban levemente, lo que hacía más peligroso
andar con tacones. A ese paso acabaría tropezándome de verdad. Continuamos
nuestro camino hasta encontrarnos con el primer tramo de escaleras. Allí nos detuvimos
para comprobar que todo estuviera listo. Isabel, desde el otro lado del
pasillo, alzó su pulgar como señal de que todo estaba en orden. Miré a los ojos
de Karen que llegaba subiéndolas a todo correr. Ella ya me estaba mirando.
Respiré hondo y comencé a bajar el las escaleras manteniendo la distancia con
Alan y el resto. Cerré los ojos y sentí el tremendo empujón de Karen. Después,
dolor. Un dolor paralizante que atravesaba mi mente y me impedía pensar. Tal
vez lo hubiera podido relacionar con mi caída en el bosque, pero no tuve
tiempo. Noté un último golpe en mi cuerpo y todo se quedó quieto. Abrí los
ojos, aterrada por la situación. Empecé a gritar en busca de ayuda. En mi
cabeza el plan ya no existía, solo pensaba en salir de allí, huir, alejarme del
peligro aún presente.
Fue entonces cuando me di cuenta de que no me encontraba
tendida en el suelo, sino en los brazos de Alan. Sus ojos verdes me miraban con
infinita preocupación. Isabel corría hacia nosotros seguida a cierta distancia por
Karen. Empezaron a preguntarme cómo me encontraba, pero se toparon con un
silencio que no hizo sino aumentar esa preocupación. Cuando ya me rodeaban unos
cuantos criados, entre los cuales reconocí a Yolanda y Alan, comencé a
percatarme de lo que pasaba. Repasé mi cuerpo y comprobé que no estaba tan
maltrecho como me esperaba, más bien había salido bastante ileso. Me molestaba
uno de los tobillos y tenía un par de rozaduras en las rodillas, pero nada
grave. Cerré los ojos en busca del dolor anterior, sin éxito. Una sonrisa
iluminó mi rostro durante unos segundo mientras una sensación de gran alivio se
extendía por todo mi ser. De pronto, noté cómo Henry se movía, llevándome
consigo al mismo tiempo. Detrás se quedaron varios criados recogiendo lo que
parecían multitud de cojines. Al poco tiempo, llegamos a mi habitación y Henry
me dejó sobre mi cama, algo que parecía repetirse con demasiada frecuencia.
Isabel se sentó a mi lado mojándome con sus lágrimas y sonriéndome a la vez. Encontré
a Karen unos pasos más alejada, con la vista fija en mí. Esperaba verla, no sé…
preocupada, pero esos ojos azules denotaban más bien una tranquilidad y
serenidad imposibles.
- ¿Estás bien, Sheila? – preguntó por enésima vez.
- Sí. – contesté por fin. - ¿Cuánto tardará en venir el médico?
- No mucho.
Como si el destino hubiera escuchado sus palabras, el
médico calvo y sudoroso hizo su patética entrada en la habitación. Traía
consigo un abultado maletín de plástico que le daba un aspecto de juguete para
niños. Empezó a revisar mi cuerpo en busca de posibles heridas graves, aunque
como yo ya sabía, no había nada de gran importancia. Los cojines y demás habían
amortiguado la caída de forma casi perfecta. Conforme a nuestro plan, Carmen,
allí presente, se dirigió al despacho de mi padre para comunicarle el
desafortunado suceso. La idea era culpar a Karen para que pudiera faltar
también a la fiesta. Los testigos sobraban, ya que Carmen se había encargado de
poner a todo el servicio a nuestro favor, creando una red de mentiras
perfectamente tejida.
Todos esperábamos a la encargada con gran impaciencia, así
lo demostraban las uñas devoradas y los golpecitos nerviosos de los pies contra
el suelo. Una vez terminada mi parte del plan, me sentía algo más liberada de
la presión de mi pecho. Por desgracia, allí estaba mi mente para decirme: “No
te confíes, Sheila. Aún no.”
- ¿Y si decide venir para comprobarlo por su cuenta? –
conjeturó Karen. Su pregunta me desconcertó en un principio y me preocupó
después. Miré con ansiedad a Isabel quien miraba con curiosidad a Karen.
- No lo hará.
- ¿Estás segura de eso, criada? – Fulminé con la mirada a
Karen, que ni se inmutó al verme. No me gustó que se dirigiera a Isabel de esa
forma, como si no valiera nada a su lado. Más tarde, me di cuenta avergonzada de
que es lo que yo misma hubiera hecho no hacía tanto tiempo.
- Sí, lo estoy, señorita Karen. – Había un ligero toque de
duda en su afirmación, pero Karen parecía no haberlo notado porque asintió con
la cabeza y salió de la habitación.
Las agujas del reloj volvieron a moverse, marcando con su
rítmico golpeteo los segundos de nuestras vidas. El nerviosismo seguía bastante
patente a mi alrededor. Isabel agarraba mi mano con fuerza mientras con la otra
se limpiaba las lágrimas de sus ojos.
Inés bromeaba con uno de los mayordomos ante la cara de desconcierto de
este. Yo misma sentía el estómago revuelto y las manos sudorosas. Y si yo
sudaba, el médico se estaba deshidratando por momentos porque no paraba se
pasarse una toalla por la cara y los brazos. De pronto, vi cómo el manillar se
giraba lentamente. Cerré los ojos, incapaz de mirar a la persona que fuera a
cruzarla.
Mala! Eres mala, muy mala por dejarnos con esta intriga! Menos mal que Sheila no se ha hecho un daño grave pero Karen ni se inmuta. Me pregunto porque Karen dice que se juega en el pplan mucho. Quiero el proximo!
ResponderEliminarBesos
Un poquito sí que soy ;) jaja Los planes de Karen son importantes, pero seguirán siendo un misterio por el momento. Pondré el próximo pronto. Un beso
EliminarGUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAUUUU!!!!! PERFECTO MARAVILLOSO EXCELENTE INCREÍBLE... y todo los demás adjetivos que te puedas imaginar;)
ResponderEliminarUf! No le ha pasado nada a Sheila... por un momento pense que le pasaría algo maloo!!
Ains! Alan siempre la lleva en brazos... menos mal que está él para rscatarla!!!!!!!
Me ha encantado, me muero por leer el siguiente!!! No se como haces para escribir tan bien!!
Yujuuu!!! Sale mi nombre! Yo también soy Inés!!! (el nombre más bonito del mundo por detrás de Alan) jaja
Un besoo!!
Gracias cereza (o Inés como prefieras ;) ^^ Si ya encima le pasa algo, creo que me habríais odiado para siempre jaja Alan es todo un caballero :) El siguiente estará pronto. Besos
EliminarQuien será...? Fijo que Karen o algo bueno. Jajajajaja, tiene que ser algo bueno!!!!!! Pobrecita, como sea su padre me muero XP! Besos:)
ResponderEliminarNo diré quién es, pero lo podréis averiguar el próximo ;) Bueeeeeeno, vale. Un pista: no es Karen.
EliminarUn beso Queen A :)
Crispi, me parece fatal que me dejes con esta intriga ¬¬
ResponderEliminarPero como ayer no me pude meter para leer el capítulo yo tengo que esperar menos :33 Que guay soy xD
Muy buena idea la de dejar a la gente con intriga (aunque eres malignatica ¬¬)
Besos!
Es un punto un poco crítico, tienes toda la razón. Me alegro de que no tengas que esperar mucho. Espero que al menos el próximo capítulo compense esa intriga :)
EliminarUn beso