- ¡¿Qué hacéis todos ahí parados como unos auténticos
vagos?! –gritó Carmen. Todos soltamos a la vez el aire que habíamos contenido
en nuestros pulmones y yo me eché a reír a carcajada limpia. Algunos me siguieron;
otros, más tensos, se nos quedaron mirando con mala cara. Poco nos importó.
Helen me dio un suave codazo en el costado y se vio recompensada con un almohadazo.
– Vale, vale. Ya nos hemos dado cuenta de que estáis muy contentos así que
parad ya de hacer estupideces.
- Ella sí que está de buen humor hoy. – me susurró Inés, la
doncella con cara de ser cocinera de galletas y que conociera en compañía de
Yolanda. No podía estar más de acuerdo, la mujer de las nieves tenía que mantener su reputación.
- Debemos movernos y rápido. La fiesta empezará dentro de
diez minutos. – nos apremiaba Carmen. – Isabel acompaña a Sheila hasta la
salida de los camiones. Tú, matasanos, busca tu coche y reúnete con ellas. Os
cubriremos hasta que volváis, pero más os vale no tardar mucho, ¿entendido? –
Comprendí que era su forma de decir “tened cuidado”. Asentí con la cabeza y todos nos dispersamos
para cumplir nuestros objetivos. – Levantad el culo. ¡Vamos!
- ¿Qué pasa con Karen? – le pregunté a Carmen antes de
marcharnos definitivamente de la habitación.
- ¿Qué pasa con ella? – contestó a su vez con una risa
seca. Con los brazos cruzados sobre el pecho, debía reconocer que imponía mucho respeto. Casi tanto como Atila el rey de los Hunos.
- Iba a acompañarnos hasta Delois. Nadie le ha dicho dónde
nos reuniremos.
- Créeme, Sheila, lo
sabe. – Quise rebatir su afirmación, pero la mujer de las nieves no me dio
oportunidad. No tenía más opción que confiar en su palabra.
Abandonamos mi cuarto y nos dirigimos sin prisa pero sin
pausa hasta el lugar de encuentro. Isabel me guiaba por escaleras de
emergencia, pasillos estrechos, pasadizos que nunca había cruzado, ascensores
que solo los trabajadores utilizaban y lugares solitarios donde sólo se
escuchaba el ruido de mis odiosos tacones. No vacilaba en los cruces y solo se
paraba para comprobar que la seguía de cerca. Aunque había vivido casi
diecisiete años en aquella mansión, apenas podía orientarme en ese laberinto
por el cual me conducía. Hacía tiempo que había desistido en intentarlo y
confiado en ella para llegar a nuestro destino sin perdernos por el camino. Tuvieron que pasar cinco minutos más para poder cruzar una
puerta especialmente pesada, la última antes de llegar a la zona de carga y
descarga. A esas horas ya habría empezado la celebración y el enorme garaje se
encontraba abarrotado de camiones y gente que llevaba cajas de un lado para
otro. Con motivo de la fiesta había llegado mercancía especial tanto para
decorar las distintas salas como para el festín del día. El escenario era
totalmente caótico, perfecto para pasar de desapercibida aun llevando un
vestido de gala y tacones. Isabel me llevó hasta el aparcamiento donde un coche
muy maltratado por los elementos mantenía el motor encendido. Reconocí al
médico a través de la ventanilla y juntas subimos al vehículo. Yo me instalé en
la parte de atrás e Isabel hizo lo mismo en el lado del copiloto. El tapizado
de los asientos tenía numerosos agujeros por los que asomaba el relleno de
espuma. Olía a ambientador de pino (no sé por qué, me lo esperaba) mezclado con
colonia de hombre. De fondo, se escuchaba una cinta de casete de un grupo tan
antiguo que ni intenté averiguar su nombre. Mi padre debía pagarle un sueldo
ínfimo por el escaso trabajo que realizaba en la mansión, no había otra
explicación para el estado de aquel coche/ caja de metal oxidado con cuatro
ruedas.
Me recosté sobre el respaldo. La cabeza aún me daba vueltas
ante la cercanía de la ansiada libertad. Un golpe del acelerador y saldríamos
de allí. Pero… ¿dónde estaba Karen? La busqué entre el caos de la nave sin
encontrarla. La ansiedad llegó a mí de pronto. Cierto que Karen no era mi mejor
amiga, pero teníamos un trato. Ella era la que mayor interés había mostrado en
ir a Delois, ¿por qué entonces no había llegado todavía? Me mordí el labio con
fuerza. Estaba tardando demasiado. Tal vez, hubiera pasado algo por el camino.
Incluso podría haberse encontrado con mi padre o con el suyo. No. Eso no podía
pasar. ¿O sí?
- ¿Me abrís la puerta o qué?
Pegué un bote en el asiento y me giré para ver a Karen
pegada a la ventanilla del lado opuesto. Esperaba verla riéndose, pero parecía
más preocupada por vigilar su entorno que de prestarme atención a mí. Abrí el
seguro de la puerta para que pudiera subirse. No me pasó de desapercibida la
mueca de asco que hizo al sentarse en su posición, pero me abstuve de hacer
cualquier comentario porque seguramente no sería bien recibido.
- Ya pensaba que te había pasado algo. – le dije. Procuré
que sonara despreocupado, como si no me importara realmente. Karen me dedicó
una media sonrisa y me guiñó el ojo.
- Qué pena que no hayas tenido tanta suerte. – Su
comentario me molestó un poco, pero lo dejé pasar. No valía la pena hacerle ver
a Karen que me importaba más de lo que me hubiera gustado reconocer.
Por fin, el coche se movió. Nos íbamos. Nos alejábamos de
la mansión cada vez más. La carretera, la única comunicación entre la autopista
y la mansión, era algo vieja y estaba
bastante maltratada por el paso del tráfico. En cada curva, el estómago se me
encogía al ver la cercanía de la cuneta. Además, los baches nos hacían saltar
como si estuviéramos en una cama elástica. Pasé el resto del viaje con una
bolsa en la mano y la otra firmemente agarrada al manillar, mientras que Karen
lo hizo con la serenidad que la caracterizaba. Me relajé un poco más al llegar
a la ancha autopista, al menos hasta que me entraron dudas de si aquel trasto
podría en serio atravesar la autovía. Los demás coches nos adelantaban con suma
facilidad ante nuestra dificultad de alcanzar los noventa kilómetros por hora
sin miedo a las inquietantes vibraciones. Y todo lo empeoraba la cara del
conductor. Si hubiera sabido que ni siquiera su propietario confiaba en su
trasto, no me habría subido a él; pero lo había hecho y ahora debía soportar su
cara de pánico reflejada en la mía. Nadie decía nada, así que viajábamos
sumidos en las notas del reproductor de música. La verdad es que para ser una
antigualla, sonaba bastante bien.
La autopista estaba poco transitada y se me hacía eterna. A
ambos lados, algunos chalés desperdigados y hormigón descolocado. Bajo los pies
y una moqueta llena de miguitas, el asfalto negro. Y siempre lo mismo. Sin
cambios en todos los kilómetros recorridos. Empezaba a impacientarme. No
recordaba la distancia a la ciudad tan larga, y digo “tan” porque nunca se me
dio bien contar el paso del tiempo. Los segundos se confundían con las horas en
mi cabeza hasta ser iguales. Sin embargo, no quería preguntarlo. No era ese
tipo de niña pequeña que pregunta incansablemente a su padre: “¿Falta mucho,
papi?”. Intenté entretenerme siguiendo la melodía repetitiva de las canciones
del casete, pero sin llegar a cantar en voz alta. Ni en broma pensaba exponerme
de esa forma a los insultos de Karen. Además, el ambiente estaba lleno de
tensión y a nadie le gusta que alguien desafine a su lado en esos momentos.
Me pregunté cómo sería la universidad. Aunque había estado
en la ciudad de visita, nunca la había visto. Los estudios son una especie de
alergia durante el tiempo libre que solemos evitar para poder disfrutar. Por el
contrario, conocía bastante bien la zona comercial del centro. Las tiendas de
ropa, los restaurantes, los letreros luminosos que nunca había llegado a ver
encendidos… Claudia se volvía loca en las primeras, Luz prefería las de
joyería, y Laura y yo, los lujosos restaurantes y las cafeterías. Aún recordaba
el olor a café recién molido en “Diego’s”,
el sabor del batido de chocolate en la heladería de la esquina o los
espaguetis a la carbonara en el restaurante del padre de Claudia.
Fue entonces cuando lo vi. Solo me dio tiempo a levantar
los brazos en un acto instintivo de protección. Un golpe. Mucho calor. Ruido y
más ruido. Aún perduraba en mis retinas la imagen de otro coche acercándose a
nosotros más y más deprisa. No sentía dolor. No sentía nada. Me abandoné al
mundo de los sueños y la oscuridad completa con el recuerdo del olor a café aún
presente en mi cabeza y una sonrisa en
los labios.
NO! Tenia ganas de ver que pasaba en el concurso de fotografia! Pobre Sheila y compañia!
ResponderEliminarY ahora nos vas a dejar con las intrigas! Mala,mala... pero bueno, mientras no tardes un mes! :D
No me odiéis profi :( Voy a estar un poco liada, pero te aseguro que estará antes de un mes ;) Un beso Laura y gracias por leer mi historia ^^
Eliminar¡Oh! Vale, eso sí que no me lo esperaba xD Estaba pensando que a ver si llegaban de una vez, pero no creía que pasará esto! :O
ResponderEliminar(Por cierto podrías quitar lo de poner un codigo para ver si eres un robot, es que es un poco molesto -.-)
Un beso:3
Creo que nadie se lo esperaba XD Por cierto, ya he quitado (creo) lo del código en los comentarios.
EliminarUn beso Moon Light y gracias por todo ^^
Pe...pe...pero... ¡¿POR QUÉEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE?! Eres la persona más mala y terrible delmundo!!! Por una cosa que leiba a ir bien, y va y un coche se les cruza por el camino! Ahora seguro que les pillan... Bueeno, espero que aparezca Alan, la rescate y se beseen^^ jaja
ResponderEliminarUn beso
Joo dicho así una se siente muy mal, pero comprendo que me lo digas. Todo tiene su por qué, ya lo verás. Ahora es cuando empiezan a salir a la luz los misterios que envuelven la vida de Sheila. Y no creas que vas mal desencaminada con Alan ;) jaja Mañana colgaré el siguiente.
EliminarBesos cereza ^^