martes, 31 de julio de 2012

Capítulo 12

Hola a todos!! En este capítulo podréis resolver, en parte, una de las preguntas que se habían quedado en el aire. Que lo disfrutéis :D Hasta mañana


Habían pasado un par de semanas desde la llegada de los Sword. Karen se había instalado en una habitación bastante cercana a la mía y nos veíamos muy a menudo. Volví a comer con ellos en el gran comedor sin que nadie me preguntara por la razón de mi ausencia. Sin embargo, Karen ya no me dirigía la palabra fuera de lo estrictamente necesario y, si lo hacía, era bajo la atenta mirada de nuestros padres.

La verdad es que no me hacía falta su presencia para sentirme irritada, de ello se encargaban los criados. Siempre me escoltaban hasta el comedor, soportando todo tipo de comentarios groseros por mi parte los primeros días y mi rapidez al caminar los siguientes. Los sirvientes pasaban con más frecuencia por mi habitación y se dedicaban a reorganizar mis cosas una y otra vez mientras fregaban el suelo o limpiaban el polvo. Un insoportable olor a lejía y limón se instaló en la estancia de forma irreversible. Tanto era así que, después de varios días con un ir y venir de entrometidos, cotillas y chismosos criados, hice instalar un cómodo diván en la terraza, donde pasaba la mayor parte de mi tiempo libre. Si es que se pudiera decir que tenía tiempo libre. Entre las comidas, el aumento de la duración de las clases con mi maestro matemático/loco, y los deberes, me quedaba poco tiempo para dedicármelo a mí misma o a mis amigas.

También la conducta de mi profesor cambió, pues la poca paciencia que había tenido se esfumó como si nunca hubiera existido. Me gritaba a menudo y se desesperaba ante mi incapacidad de resolver algunos de los problemas más difíciles. Nunca le había visto tan empeñado en conseguir que aprendiera la magia del “revoltijo de números y letras” como en aquellos días.

Por si no tuviera poca compañía diariamente, recibíamos a un invitado cada fin de semana. Eran situaciones de lo más humillantes  que conseguían hacerme sentir ignorada y tratada casi como una insignificante sirvienta, incluso me utilizaban como mensajera entre ellos y mi padre. Para colmo, el delegado responsable de mi ropa se empeñaba en vestirme como una princesita cada vez que debía asistir a una cita importante. Los lazos se unieron a mi lista poco tiempo después, y allí se quedarían durante muchos años por su culpa. Reconozco que fue muy difícil morderme la lengua aquellos días. Pero lo conseguí, solo por evitar otro castigo de mi padre.

La decoración de la mansión seguía tal y como estaba tras la visita de los Sword, aunque se añadieron algunos detalles de lo más tétricos. Colocaron gárgolas con figuras deformes y monstruosas en el ático, de esas que solo existen en las casas abandonadas de las películas de terror, junto con más elementos medievales en los pasillos. No había un rincón que estuviera sin decorar. La sensación de asfixia mientras caminaba por ellos desembocó en mi decisión de abandonar mis paseos por la mansión, incluyendo el ático, pues a ver quién era el listo que se quería quedarse rodeado de gárgolas por todas partes mientras intentabas relajarte.

Por todo esto, tenía la sensación de estar continuamente vigilada y evitaba hacer algo de lo que luego me arrepintiera. Por desgracia, volver a mi refugio formaba parte de esa lista. Lo echaba mucho de menos. Tanto, que había planeado mil formas de escaparme para pasar allí un par de días o tres. Por suerte, aún conservaba la suficiente precaución como para ni intentarlo siquiera y me conformaba, por el momento, con revisar sus fotos una y otra vez desde mi nuevo diván.

Precisamente, en ese diván de color crema fue donde todo empezó a cambiar.

Eran las cuatro de la tarde y disfrutaba de un pequeño descanso tras haber comido con un invitado especialmente desagradable que se empeñaba en demostrar la superioridad de los hombres frente a las mujeres. Me había mordido la lengua con tanta fuerza para no replicarle, que me había empezado a sangrar. Una vez en mi habitación, desaté mi furia contra los cojines de la cama. Los criados se quedaron estupefactos al entrar y encontrar toda la habitación llena de plumas y pedazos de tela. Sin embargo, enseguida se recuperaron de la impresión inicial y empezaron a recogerlo todo con rapidez. Para evitar escucharlos, me retiré a mi terraza con el ordenador bajo el brazo.

Y allí estaba yo, revisando mi bandeja de entrada de mi correo electrónico, cuando me llegó un nuevo mensaje. El remitente era un tal Alfonso Cortés. No me sonaba su nombre, pero el asunto de su correo era muy claro: “I Certamen de fotografía de la Universidad de Delois”. Posiblemente me informaría de mi próximo fracaso, pero lo abrí igualmente.



A Sheila Johns:

Nos complace comunicarle que su fotografía ha sido elegida y opta a ser la ganadora de nuestro concurso junto con otras dos participantes. El próximo día 27 de mayo se celebrará la ceremonia en la que el jurado proclamará al ganador. Dicha ceremonia se realizará en el salón de actos de la Universidad de Bellas Artes de Delois a las 18:00. Por favor, rogamos de su puntual asistencia al acto. Deberá estar acompañada por un adulto debido a su condición de menor de edad.

Enhorabuena por su trabajo,

El director de la Universidad, Alfonso Cortés.



Releí la carta al menos seis veces hasta asegurarme de haber entendido su contenido correctamente. Me habían elegido. A mí. No había fracasado. Por una vez en mi vida, podía ganar un concurso.

Dejé el ordenador sobre el cuero del diván y me levanté lentamente. Fue entonces cuando empecé a gritar y saltar por toda la terraza. Sentía una inmensa alegría que recorría todo mi cuerpo y me desbordaba. Poco me importaban las curiosas miradas de los sirvientes a mi alrededor. Solo sabía que volvía a sentirme feliz tras muchos días de encierro y con eso me bastaba. Sin embargo, pronto empecé a sentirme incómoda por esas miradas que parecían decirme: “está como una cabra, señorita Sheila”. Así que los eché a todos con unas pocas palabras. Nada más cerrar la puerta, volví a mi estado de euforia y seguí saltando hasta que mi respiración se convirtió en un jadeo en busca de oxígeno. Aún no podía creer que fuera a asistir a la ceremonia en la que podría salir como ganadora del concurso local. Pero… ¿y si no ganaba? De pronto, me di cuenta de que solo era una posibilidad. Otras dos fotos podían superarme consiguiendo que yo fracasara de nuevo. No podía pensar en eso. No ahora. Esa pequeña posibilidad me bastaba para mantener la esperanza que necesitaba para seguir adelante durante esos días tan estresantes.

lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo 11

Aquí está el undécimo capítulo. Es un poco corto comparado con otros, pero espero que lo disfrutéis. Por cierto, os aviso que dentro de poco pondré las reseñas de los libros que me he estado leyendo. Además, haré un pequeño homenaje a algunas de las sagas que nunca podré olvidar porque son importantes, de una u otra forma, para mí. Hasta pronto y acordaos de dejarme un comentario diciendo si os ha gustado o si pensáis que debería cambiar algo ;)


Estaba en mi refugio. Me sentía tranquila y cómoda mientras caminaba entre las flores y olía su perfume. Después, empezó a llover. La oscuridad inundó el lugar creando multitud de sombras tenebrosas. El miedo se apoderó de mí y empecé a correr. Huía de algo. O tal vez de alguien. El caso es que no podía parar de moverme porque debía escapar como fuese. Pero todo fue inútil porque me había alcanzado. Caí al suelo y un dolor intenso cruzó por todo mi cuerpo al mismo tiempo que los ojos de mi padre me vigilaban desde la distancia.



Me desperté empapada en sudor. “Sólo ha sido una pesadilla”, me recordé varias veces, “no era real”. Miré a mi alrededor y supe gracias a mi despertador que eran las cinco de la tarde. Me había echado una buena siestecita. En ese mismo momento, alguien llamó a la puerta.

- ¡Un momento, por favor! – grité desde la cama.

- Tarde – dijo Karen mientras abría la puerta. - ¿Sabes que tienes una pinta horrorosa, verdad?

- Yo también me alegro de verte. Por cierto, ¿sabes lo que es la educación?

- Perdona, pero he llamado a la puerta. – Sonrió y me guiñó uno de sus ojos azules. Se había cambiado de ropa, pues ahora lucía un conjunto de camisa y pantalón con unos zapatos granates de tacón. Miró lo que la rodeaba y empezó a cotillear todo lo que se encontrara cerca de ella.

Su sola presencia me sacaba de mis casillas. Estaba aprendiendo que contestar a sus burlas no era una buena opción así que volví a morderme la lengua hasta hacerme daño.

- ¿A qué has venido, Karen? – pregunté. Por lo menos, había roto el silencio y mi visitante dejó de inspeccionar mi habitación, algo que me alivió en parte.

- No has bajado a comer y quería saber por qué.

- Gracias por tu preocupación, pero creo que eso no es asunto tuyo. - ¿De verdad pensaba que me iba a tragar eso? Debía creerme mucho más estúpida de lo que pensaba. - ¿Querías algo más? Porque si no, te pido que me dejes descansar.

Me dirigí hacia la puerta y la mantuve abierta. Quería que se marchara de allí, que me dejara en paz y se ocupase de su propia vida sin meterse en la mía. Por su parte, se limitó  a mirarme con los brazos cruzados sobre el pecho. No tenía la impresión de querer marcharse. Sostuve su mirada durante todo el tiempo. ¿Por qué no se largaba? Estaba claro que no me gustaba y si quería molestarme su objetivo estaba más que cumplido.

Cuando ya creía que se quedaría a vivir el resto de sus días en mi habitación, soltó una pequeña risilla y caminó hacia la salida. Cuando estuvo a mi altura, se giró para mirarme a los ojos y me dijo con un tono exageradamente sarcástico:

- Por cierto, deberías tener más cuidado y evitar caerte por las escaleras de nuevo.

- Adiós, Karen.

Y le cerré la puerta en las narices. ¡Qué a gusto me quedé! Al fin se había callado. Pero no podría borrar el efecto de sus palabras. Ya no me acordaba de que mi piel era una señal de las consecuencias de la reunión con mi padre aquella mañana. Karen debía de saber lo que había pasado en el despacho e, incluso, intuiría el castigo que había recibido, pero no lograría escucharlo de mis labios. Tal vez fuera algo patético mantener un secreto del que todo el mundo hablaba a voces. Aun así, mantendría mi postura hasta el final, pues nadie se compadecería de mí jamás. Y mucho menos la odiosa de Karen.

El enfado me había quitado el sueño, por lo que me acomodé frente a mi escritorio y encendí el ordenador. No había nadie conectado en mi lista de contactos y, a decir verdad, tampoco tenía muchas ganas de hablar. Sin embargo, me llamó la atención el mensaje que me había dejado Claudia. En él me animaba a participar en un concurso de fotografía de la ciudad. El concurso estaba organizado por la universidad de bellas artes y premiaba a sus ganadores con la posibilidad de tener una exposición propia en la misma universidad. No dudaba en que muchos se apuntarían con la ilusión de conseguir el triunfo, incluso Claudia había enviado una de sus fotos. No era la primera vez que se celebraba un certamen parecido ni tampoco la primera vez en la que conseguía un fracaso estrepitoso en ellos. Aun así, decidí participar y envié por correo la foto del pájaro que había hecho esa tarde durante mi marcha por el bosque.

Volví a la cama y, en esta ocasión, disfruté de la ausencia de pesadillas. Claudia había conseguido calmarme y devolverme, en parte, la sonrisa. Y todo, gracias a la pequeña esperanza del concurso.

domingo, 29 de julio de 2012

Literatura + Pintura

¡Hola a todos! :) Siento deciros que hoy no puedo publicar un capítulo porque la inspiración parece estar dándome un poco de lado. Aun así, mañana estará listo, lo prometo ;) Así que mientras espero a que la inspiración regrese, os dejo una pintura de la portada de "Donde los árboles cantan" de Laura Gallego. Es una manera perfectar de unir dos de mis aficiones: leer y pintar. Sé que no es perfecto y sólo se parece al original (tengo que mejorar los ragos de los retratos, entre otras cosas), pero espero que os guste.

Técnica: Acrílico sobre papel
Nota: Siento lo de las arrugas en la hoja por el exceso de agua.


sábado, 28 de julio de 2012

Capítulo 10

Aquí estoy de nuevo!! Espero que no se os haya hecho larga la espera; pero si es así, ya no tendréis que esperar más porque vuelvo de mi parón de verano y publico el décimo capítulo. Disfrutad el capítulo que completa la decena (todo un número redondo!! XD) Hasta mañana.


Pasé sola mucho tiempo. Samanta había salido de mi habitación dejando atrás un olor insoportable a lejía. Miré mi reloj de pulsera. Eran las dos de la tarde. En esos instantes, tres personas debían de estar reunidas en torno a la mesa del comedor mientras comían otro festín. El recuerdo del olor a cordero hizo crujir mis tripas. Tenía mucha hambre, pero cumpliría mi castigo a toda costa.  De pronto, me di cuenta de algo. Todos estarían concentrados en la cocina y sus alrededores. Nadie se preocupaba por mí, por tanto, era la oportunidad perfecta para visitar mi refugio. No dudaba en que ir a mi jardín privado sería algo imposible durante los próximos días, así que debía aprovechar esa ocasión.

Me levanté del suelo y entré en mi cuarto. Mi cámara de fotos estaba en su estantería esperando para ser utilizada de nuevo. Arrojé el trapo al suelo y cogí la cámara, intentando hacerlo lo más rápidamente posible para no morir de intoxicación por lejía. Después me senté sobre la barandilla procurando no mirar hacia abajo. Me sujeté a la rama más próxima del mismo árbol por el que había ascendido la mañana del día anterior. ¡Qué lejos parecía estar ahora! Con mucho cuidado, me descolgué de la barandilla y empecé a internarme por el laberinto natural hasta aterrizar sobre el suelo. Milagrosamente no me había pasado nada grave, tal vez el destino consideró que ya había sufrido bastante por un día. Miré a ambos lados del jardín. Nadie. Me hice una coleta y empecé a correr. Una vez fuera del jardín trasero, reduje mi velocidad y comencé mi paseo por el bosque.

Empecé a oír los pájaros sobre mi cabeza. Podía oler a madera mojada y deduje que aún no se había secado el riachuelo. Todo a mi alrededor parecía estar lleno de vida, desde los nuevos brotes de los árboles y los animales, pasando por el agua y la brisa. Abandoné la senda para adentrarme un poco más allá de la primera línea de árboles. El riachuelo estaba cada vez más cerca porque el suelo empezaba a estar embarrado. Al fin lo encontré y empecé a seguir su curso hacia arriba. Tarde o temprano acabaría en mi refugio. Fui sorteando obstáculos con la dificultad de llevar unas manoletinas y no mis deportivas. Debía pedírselas a alguna criada nada más volver, me recordé, aunque se quedó en algo muy lejano al darme cuenta de dónde me encontraba. En esa zona del bosque crecían unas flores especiales. Las había encontrado tiempo atrás y, a falta de saber cómo se llamaban en realidad, las bauticé como “gotas de rosa”. Ya sé que es un nombre un tanto extraño, pero fue lo primero en lo que pensé cuando las vi. Eran un poco más grandes que el resto de flores y de un color totalmente blanco, excepto por la parte inferior, donde se volvían rosas. Era como si las hubieran tintado con una gotita de ese color, y de ahí, su nombre. Cogí un par de ellas y las coloqué tras mi oreja. Olían bien, francamente bien. Seguí caminando mientras sacaba fotos a todo lo que me encontraba. Intentaba, sin mucho éxito, captar la imagen de algún animal despistado. Sin olvidarme nunca de fotografiar más cosas, como el riachuelo o las gotas de rosa.

Avancé unos metros más hasta toparme de bruces con mi refugio.  Y lo digo literalmente porque me golpeé la espinilla contra uno de los bancos. Aguanté las ganas de ponerme a gritar y me senté. Examiné mi pierna, pero solo era un golpe sin importancia. Bueno, sin importancia no, porque me dolía como un demonio. Al cabo de un rato, dejé de lamentarme y examiné el jardín. Aun habiendo estado hacía un día, tuve que barrer más hojas y limpiar los bancos. Después de trabajar, me tumbé sobre uno de los asientos de piedra y fui viendo todas las fotos hechas hasta el momento. Eran unas cincuenta, pero me detuve en una en concreto. Se trataba de una instantánea de un pájaro a punto de echarse a volar. Multitud de flores lo rodeaban y la luz del sol entre las hojas de los árboles le daban un efecto mágico. Sin duda podía tratarse de una de mis mejores fotos en el bosque, si no de toda mi vida. Guardé mi cámara en su funda con la satisfacción de haber hecho algo bien. Cerré los ojos y me concentré en lo sonidos que me llegaban. No importaba lo que hubiera ocurrido anteriormente porque estaba en mi refugio y las preocupaciones se habían quedado por el camino. Mis músculos se fueron relajando poco a poco, pues sin darme cuenta habían permanecido en tensión hasta ese momento. Mi respiración se hizo más tranquila, al igual que los latidos de mi corazón. Me daba miedo quedarme dormida, pues sería más difícil volver a entrar a la mansión sin ningún tipo de contratiempo. Sin embargo, el periodo de ayunas y mi caminata me habían dejado exhausta. ¿Tan malo sería echar una cabezadita? Abrí los ojos inmediatamente. Definitivamente no podía dormirme, pero tampoco podía moverme demasiado así que decidí regresar por la senda de losas, el camino más directo y, por lo tanto, más corto. Me costó un poco volver a ponerme en marcha, pero una vez empecé a andar a paso lento ya no paré hasta llegar al jardín de la mansión. Sentía que había dejado atrás una parte de mí misma acomodada en los bancos o entre las flores. Tarde o temprano debía visitarlo de nuevo si no quería volverme loca dentro del inmenso edificio.

Esta vez entré por la puerta, ya que no tenía la fuerza suficiente para trepar al árbol. La garganta me quemaba y estaba claro que necesitaba agua de inmediato. Tal vez no había sido buena idea ir hasta mi refugio, pero tampoco me arrepentía de haberlo hecho. Subí hasta mi habitación arrastrando los pies y contando los peldaños de cada escalera. Cuando llegué a mi cuarto, me esperaba una botella de un litro de agua sobre la mesa. Comprendí que debía administrarla bien durante aquellos dos días porque no recibiría más. Así lo decía el castigo. Bebí con avidez hasta gastar la mitad de la botella y me quedé dormida sobre la cama nada más cerrar los ojos.

jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 9

¡¡Sorpresa!! He perdido una apuesta con unos amigos y, cumpliendo con mi palabra, publico el último capítulo antes de irme. Hata pronto ;)


Lo primero en lo que me fijé al entrar fue en la figura de mi padre, la persona que me había llamado venir sabiendo que tarde o temprano acudiría, el hombre a quien yo más temía en aquellos momentos. Di un par de pasos y me detuve. Estábamos solos en la habitación. Sólo él y yo. Se dio la vuelta, pues había permanecido de espaldas a la puerta. Su elegante traje azul marino destacaba con la corbata escarlata anudada al cuello. En su mano derecha sujetaba una copa de vino tinto. Bebió de ella y la dejó sobre la mesa de caoba. No dejaba de mirarme, analizar cada gesto de mi cara. No era una experta en este tipo de cosas pero no dudo en que la palabra miedo podría haber estado grabada a fuego en mi frente.

               -Vuelve a llegar tarde, Sheila. Creía que habías hecho una promesa. – Nada en su voz revelaba rastro alguno de enfado, pero conocía lo suficiente a mi padre como para saber cuán falsa era esa actitud.

- Lo siento de veras. – Agaché la cabeza sin querer. Ya no me acordaba de mi retraso el día de la tormenta. Pero, ¿por qué hablaba de ello ahora? Lo más lógico sería llamarme directamente la atención sobre lo ocurrido durante la comida con los Sword, sin dar este rodeo absurdo. – Sé que no debería haber faltado a mi promesa y no volverá a ocurrir.

- Creo que eso ya lo dijiste. – Rodeó la mesa y se situó justo delante de mí. Podía escuchar el latido de su corazón, su respiración y el golpeteo continuo de su pie contra el suelo. Di un paso atrás, pero él dio otro hacia mí. – No te creo, Sheila. Ya no. Y eso es un problema, ¿sabes por qué?

Tragué saliva y me arriesgué a mirarle a los ojos. Parecían dos pozos marrones de tranquilidad en los que yo me ahogaba sin remedio.

- ¿Por… por qué?

- Porque significa que se va a volver a repetir y yo no quiero que mi hija haga algo que no debería. “Algo” como faltar al respeto a un invitado. – Había notado un matiz misterioso cuando dijo “mi hija”, como si esa idea le diera dolor de cabeza; o tal vez lo imaginé. Con todo, ya había soltado la verdadera razón de aquel encuentro.

Mis músculos se tensaron. No podía rebatir la afirmación de mi padre. Él nunca cambiaría su forma de ver las cosas. Intentar conseguirlo era algo cuanto menos imposible y a mí no me gustaban las metas imposibles. Por mucho que me doliera, no podía hacer nada y mi padre lo sabía. Le vi fruncir el ceño durante un segundo, antes de que su mano aterrizara en mi cara con la fuerza de un huracán. Caí al suelo aturdida.  Me llevé una mano a la mejilla izquierda. Las lágrimas salieron de mis ojos antes de que pudiera evitar derramarlas. Un segundo después, empecé a sentir el dolor.

- ¡Levántate del suelo, hija! – me ordenó.

Tardé un poco en comprender lo que me pedía e inmediatamente me levanté. Fue una mala idea porque la habitación empezó a dar vueltas y me tuve que sujetar a la mesa para no caer de nuevo. Mi padre me agarró del otro brazo con tal fuerza que la sangre dejó de correr por mis venas y mis dedos empezaron a insensibilizarse. Entonces, acercó la mano a mi cuello. Quise salir de allí. Correr tan rápido como mis piernas me permitieran. Quería acabar cuanto antes aquella pesadilla. Tenía la esperanza de poder despertarme en cualquier momento con los vozarrones de Samanta. Pero no me despertaba y cerré los ojos a la espera del dolor. Sin embargo este no llegó. Mi padre había cogido el colgante que lucía en mi cuello.

- ¿Es este colgante tuyo?

Ni siquiera me acordaba de que aún lo llevaba puesto. Supongo que inconscientemente había querido conservarlo conmigo. Al menos era uno de los pocos buenos recuerdos de ayer. Algo que me recordaba a mi querido bosque, a mi refugio y, en definitiva, a lo que más apreciaba.

- Sí. – contesté. No vi llegar el segundo golpe. Grité y gemí de dolor. Esta vez no me caí, pues mi padre me sujetaba por ambos hombros.

- Te lo volveré a preguntar. ¿Es tuyo este colgante? – preguntó más alto.

- ¡Sí! – volví a contestar entre sollozos. – Es mío.

El dolor volvió duplicado por dos. Intenté zafarme del abrazo de mi padre, pero no tenía suficiente fuerza. No existía una ruta de escape ni salida a esa tortura. Mi padre formuló un par de veces más la pregunta y mi respuesta fue la misma en ambas, así como la suya. Era simple: pregunta-contestación-dolor. Tras el último intercambio, mi padre debió hartarse de mí y me arrancó el collar de un tirón. Volví a chillar e intenté recuperarlo sin resultado alguno, ya que me apartó de un empujón.

- Debes aprender, Sheila. Hay quienes creen que cometiendo errores se aprende. Yo no  estoy entre ellos. Lamentablemente para ti, te empeñas en demostrar lo contrario y no me gusta que me quiten la razón. Has robado, Sheila, y eso no está nada bien. Para colmo, te niegas a reconocerlo. Son demasiados errores y tampoco me gustan los errores.

Siguió hablando de normas, de un comportamiento ejemplar… bla, bla, bla. Apenas le escuchaba. Me limité a quedarme totalmente quieta.  Después, Samanta entró y me ayudó a levantarme del suelo donde mi sangre y mis lágrimas habían dejado huella.

- Una cosa más. – dijo mi padre justo cuando nos disponíamos a abandonar el despacho. – Conoces las normas y las consecuencias de tus actos. No te molestes en bajar al comedor durante los próximos dos días e, hija, ni decir queda que lo hablado en este despacho debe quedarse en este despacho.

Asentí levemente y nos marchamos. Por el camino, mi criada no abrió la boca, toda una proeza para ella. Nos cruzamos con varios empleados, pero todos apartaban la vista a nuestro paso. Cuando llegamos a mi habitación, Samanta cerró la puerta y me condujo hasta la silla de mi escritorio. Me pidió que me quedara quieta hasta que volviera y así lo hice, convirtiéndome en una auténtica estatua. Volvió un par de minutos más tarde con un vaso de agua, vendas, alcohol y demás utensilios de carácter médico. Empezó  a curarme las heridas sin preguntarme nada. Aguanté la revisión sin quejarme demasiado y me coloqué el trapo de hielo tal y como me indicó mi criada. Fue entonces cuando empezó  a hablar como nunca antes lo había hecho. Parloteaba sin sentido sobre el tiempo, sus conversaciones con las demás criadas, los últimos cotilleos… mientras limpiaba y arreglaba mi habitación. No le presté mucha atención a decir verdad. Quince minutos más tarde oí cómo se marchaba sin dejar de hablar por el camino para volver más tarde con todo un arsenal de limpieza.  No  dejaba de hablar y limpiar, limpiar y hablar. Al final, me cansé de sus idas y venidas y decidí salir a la terraza. Me recosté sobre la barandilla con el trapo lleno de hielo sobre mi mejilla. El frío tacto sobre mi piel me aliviaba de forma casi mágica. Traté de cambiar de lado el trapo para repartirlo entre mis heridas. Pude comprobar que ambas mejillas estaban inflamadas y me dolían con solo rozarlas. Seguramente amanecería al día siguiente con varios cardenales, pero no eran importantes por el momento. No tanto como el miedo que aún sentía en mi interior y me hacía temblar.

Concurso cerrado

Lo primero de todo es agradeceros a todos el participar en este concurso. Así que muchas gracias a Ire07, Juanma, Laura y Rea ^^. Sin vosotros no habría sido posible. Debo disculparme porque sé que he tenido que cambiar las reglas varias veces por cuestiones de tiempo, etc. La próxima vez espero hacerlo mejor y así crear menos lío.
Y dicho esto, ¡¡ENHORABUENA JUANMA!! Eres el ganador de este concurso :D. Tus comentarios fueron los primeros en tres de los cinco días. Y, ahora, tu merecido premio: poder nombrar a uno de mis personajes y elegir el tema de mi próximo dibujo. Puede ser chico o chica e incluso puedes añadir el apellido si quieres. Lo dejo a tu elección ;)
Por último, aquí os dejo todas las soluciones con todas las portadas de las que he conseguido los recortes.
Y con esto me despido porque no volveré hasta dentro de una semana. A cambio prometo volver con capítulos nuevos y muho más. Hasta pronto :)

miércoles, 18 de julio de 2012

5ª Ronda del Concurso

Hoy es el último día :) Parece mentira qué rápido se pasan cinco días... Bueno lo importante es que estamos aquí y que hoy... ¡se decide el ganador del concurso!! Por cierto, es posible que se de un empate. Siento no haberlo puesto en las normas, pero después de pensarlo he decidido que si esto pasa, a las 17:30 h colgaré una imagen más y quien antes acierte de los dos participantes empatados, ganará. ¡¡Mucha suerte a todos!!




martes, 17 de julio de 2012

4ª Ronda del Concurso

Aquí estamos de nuevo. Esta es la cuarta y, por tanto, penúltima ronda del concurso. Mañana será el día en cual se decidirá al ganador, pero hoy puede ser un día muy decisivo. Mucha suerte a todos los participantes!!! :D



Capítulo 8

Hola a todos!! Llevo un par de días sin publicar un capítulo, así que este es más largo para compensar. Espero que os guste, aunque e final vuelve a ser un poco abierto. Por cierto, dentro de media hora será una nueva ronda del concurso. Nos vemos ;)


Sentía calor en mi rostro. Abrí lentamente los ojos hasta acostumbrarme a la luz de la habitación. Miré mi reloj de mesa. Eran las ocho y diez de mañana. Los rayos de sol entraban por la ventana e iluminaban el interior. Me levanté de la cama con pereza. Era una de aquellas mañanas en la que te levantas sin ganas de hacer absolutamente nada. Salí a la terraza para despejarme. El cielo era de un azul intenso sin nubes a la vista y soplaba una brisa agradable.  Se parecía bastante al tiempo del día anterior. El día anterior… Todos los recuerdos pasaron por mi mente en un segundo consiguiendo paralizarme. Miré hacia abajo. Aún llevaba aquel vestido. Aún notaba la humedad de la tela por mis lágrimas. Aún no había visto a mi padre.

Entré rápidamente en mi cuarto y me deshice del vestido, tirándolo al otro extremo de la habitación. No quería ni verlo. En su lugar, elegí unos vaqueros oscuros y una camiseta de manga corta. Mis deportivas debían de seguir en la lavandería, por lo que me puse unas manoletinas negras para sentirme igual de cómoda. Tenía hambre, bien que me lo recordaba mi estómago, pero no valía la pena pasarse por el comedor. A pesar de ello, quería dar una vuelta por la mansión y averiguar cómo andaban las cosas. Antes de salir, cogí aire y lo solté lentamente. Descorrí el cerrojo y abrí la puerta. No había nadie en el pasillo. A estas horas el servicio se concentraba en la cocina para preparar el desayuno y luego comenzaba con el mantenimiento del resto de la mansión. Mi habitación quedaba bastante lejos, luego no me cruzaría con nadie.

Comencé otro de mis paseos con la única preocupación de mantenerme alejada de la cocina, el comedor y, en general, el lado oeste de la mansión. Durante el camino me di cuenta de que la nueva decoración persistía mirase donde mirase. Si bien antes no me gustaba, ahora la odiaba. Había tal cantidad de artilugios inútiles desperdigados por todas partes que me pregunté dónde se habían guardado el resto del tiempo. ¿De verdad eran nuestras todas estas reliquias? Me paré frente a una urna concreta cuyo contenido era, nada más y nada menos, que una cuchara oxidada. ¿Podía alguien sentirse orgulloso de mostrar una cuchara llena de agujeros? Al parecer existía y se llamaba Thomas Sword. Continué mi camino sintiéndome cada vez más asfixiada por la cantidad de antiguallas. Pronto se me hizo necesario salir al exterior. Angustiada por no atreverme a salir al jardín trasero o a mi refugio, tomé la decisión de dirigirme a otro lugar especial. Empecé a subir escaleras y cruzar muchos pasillos hasta toparme con una puerta y cruzarla.

Enseguida noté el viento sobre mi cuerpo y respiré aliviada por volver a sentirme libre. Me encontraba en la azotea. Normalmente nunca se utilizaba, pero, al contrario que mi refugio, siempre se mantenía cuidadosamente lista para ello. Yo subía a veces para hacer mis deberes. Incluso había tenido alguna clase con el señor Domínguez en aquel lugar. Aun siendo bastante amplia, no constaba de mucho mobiliario, tan solo una mesa de madera, algunas sillas a su alrededor y una sombrilla para días soleados como aquel. El resto estaba cubierto por algunas macetas desperdigadas y alguna que otra estatua de mármol pulido. Era demasiado artificial como para sentirme completamente cómoda, pero al menos me permitía relajarme y huir del laberinto de obras de arte. Me dirigí hacia una de las sillas; sin embargo, me detuve a medio camino. Había alguien. Podía darme la vuelta y escabullirme sin que notara nada o enfrentarme a quien fuera y reclamar mi derecho a permanecer en la azotea. No tuve tiempo de elegir porque ese alguien fue más rápido.

- Vaya, vaya. Así que has decidido salir. ¿Te has cansado ya de lloriquear como una niñata? – Se trataba de Karen. Estaba recostada en una de las sillas con unas enormes gafas de sol tapándole media cara. Esta vez llevaba puesto un vestido veraniego con un estampado de flores y unas sandalias del mismo color que la tela del vestido.

- ¿Qué haces aquí? – le pregunté. ¿Quién se creía esta para criticar mi forma de actuar? Se suponía que era una invitada en mi propia casa. No debería tratar así a alguien que podía echarla de una patada.

- He preguntado yo primero. – sonrió con suficiencia. – Además, yo puedo hacer lo que quiera. Al fin y al cabo, esta es mi casa.

- ¿Disculpa? – dije sorprendida. Tenía la sensación de haberme perdido algo importante la pasada tarde porque, probablemente, había sido así. Odiaba sentirme tan tonta y más aún serlo delate de la hija del señor Sword. – Aclárame eso.

- Parece que no te enteras de nada ¿Debo recordarte que aún no me has respondido? No creas que me he olvidado – se quitó las gafas, dejando al descubierto sus ojos azules. – Pero como soy una buena persona, te contestaré. Resulta que tu padre nos ha invitado a quedarnos durante una temporadita. Tan simple como eso. Yo que tú me iría acostumbrando.

A mí no me parecía una respuesta tan sencilla. ¿Por qué se quedaban? ¿Por qué se lo había ofrecido mi padre?  ¿Por qué habían aceptado los Sword? ¿Durante cuánto tiempo se quedarían exactamente? ¿Qué cambiaría de mi vida? No tenía respuesta para esas preguntas. Tal vez hubiera podido preguntarle a Karen, pero ahora que había hablado con ella me di cuenta de que no era una buena opción. Si quisiera que me trataran como a una estúpida habría hablado con mi profesor y no con ella. Al menos el señor Domínguez intentaba que comprendiera lo que decía, algo que Karen no parecía dispuesta a hacer.

- Tu turno. – dijo Karen sacándome de mis reflexiones. Me miraba como diciendo: “Falta algo, pero eres tan tonta que ni lo sabes”. Fruncí el ceño y desvié la mirada hacia una de las sillas. Me senté mientras Karen seguía mirándome con esa sonrisa suya tan arrogante.

- No tengo nada que decir. Te vas a quedar con las ganas, Karen.

Esperaba que mi contestación la hubiera descolocado, pero lejos de sorprenderse, ensanchó su sonrisa y enarcó una ceja. Soltó una risilla por lo bajo y volvió a colocarse las gafas.

- Me lo has dicho todo. Me cuesta creer que puedas ser tan infantil. De hecho me sorprende no verte con un vestidito de princesa como el de ayer. ¿Quién hubiera dicho que tenías ropa normal en tu armario? – volvió a reírse. Me estaba sacando de mis casillas. Nunca había conocido a persona más insoportable. Sin embargo, había dado en uno de mis puntos débiles. ¿Sabría que no tenía opción, que tenía que ponerme lo que un delegado de mi padre me mandaba? Obviamente, no me  habría puesto ese espanto si no hubiera estado obligada, pero ¿habría llegado Karen a esa conclusión? Empecé a comprender un poco mejor cómo era la persona sentada a mi lado, aunque no supe decir si me gustaba.

En esta ocasión me abstuve de decirle cualquier cosa. Al fin y al cabo, seguía siendo una invitada y debía respetarla, aunque ella no pareciera querer hacer lo mismo. Karen clavó su mirada en mí esperando a que yo saltara con otra contestación. Iba lista si pensaba que le iba a dar ese lujo. Un silencio profundo se instaló entre ambas. Mi compañera de azotea se concentró en su tarea de leer una revista de cotilleos en la cual no me había fijado antes. No acostumbraba a leer ese tipo de revistas porque eran demasiado monótonas, pero Karen parecía disfrutar leyéndola. Por mi parte, me dediqué a escuchar música con mi Mp4, guardado en uno de los bolsillos del pantalón para emergencias como aquella. Pasaron así varios minutos en los cuales llegué a reproducir más de 20 canciones sin que nada cambiara a mi alrededor. La música me ayudaba a olvidar que había alguien más a mi lado y empecé a disfrutar de verdad. De pronto, Karen cerró su revista y se levantó de su asiento. Ni siquiera se despidió de mí. Supongo que no lo consideró importante. Cuando ya estaba a punto de abrir la puerta que conducía al interior de la mansión, se volvió para decirme algo.

- Por cierto, creo que tu padre quería que te reunieses con él en su despacho.

Y dicho esto se fue sin darme tiempo a decirle nada. Sinceramente tampoco habría podido. Sus palabras me paralizaron en el acto. De nuevo, Karen conseguido encontrar otro de mis puntos débiles y la odié por ello.

 Sabía lo que mi padre quería de mí, pero no podía enfrentarme a ello (ni mucho menos quería). Aún no. Mi cuerpo empezó a temblar a pesar de la buena temperatura del ambiente. “¿Qué voy a hacer?”, susurré. Nada más pronunciarlo me di cuenta de que, en realidad, no tenía ninguna opción. La decisión estaba tomada antes de que yo siquiera pensara en ello. Me levanté de mi silla, tal y como había hecho unos instantes antes mi compañera de azotea y me encaminé hacia la salida con pasos automatizados. Recorrí los pasillos sin fijarme en nada más aparte de mis manoletinas. Sabía el camino que debía tomar, pero mis pasos distaban mucho de ser seguros. Aún temblaba imperceptiblemente ante lo que se me venía encima. Una parte de mí me pedía que diera media vuelta y echara a correr en dirección contraria. Me costó mucho no hacerle caso, pues el miedo es un sentimiento muy fuerte e incontrolable, por mucho que algunos opinen lo contrario.

Al fin, llegué a mi destino. Llamé a la puerta con unos golpecillos tímidos y esperé una respuesta, la cual no tardó en producirse. Abrí la puerta y entré en el despacho de mi padre sin saber cómo acabaría aquella “reunión”. Simplemente tenía un mal presentimiento. Tal vez mi instinto tenía razón y debería haber huido. Pero no lo hice.

lunes, 16 de julio de 2012

3ª Ronda del Concurso

Wellcome, wellcome! ^^ Esta es la tercera ronda del concurso, el ecuador de este. ¡¡¡Que la suerte este siempre, siempre de vuestra parte amigos!!!



domingo, 15 de julio de 2012

2ª Ronda del Concurso

Bienvenidos a la 2ª ronda del concurso de imágenes literarias. Espero que se puedan ver bien y no sea un impedimento para identificarlas. Y como vengo diciendo: Buena suerte a todos!! ;)



Capítulo 7

Good morning! :D Hoy es un bonito día de julio y estoy de buen humor, así que he decidido poneros el séptimo capítulo. A ver si este número da buena suerte y os gusta porque vais a saber quién estaba tras esas puertas. Espero no decepcionaros y ¡atentos! porque uno de ellos será importante a lo largo de buena parte de la historia.
P.D.: Recordad que a las cuatro y media colgaré las imágenes de la 2ª ronda del concurso. Good luck, guys!!


No hizo falta que abriera la puerta, pues esta fue abierta desde el interior nada más acercarme. Me detuve en el umbral, demasiado impresionada por lo que veían mis ojos.

Ese no parecía mi comedor, sino más bien del rey Arturo. Sobre la mesa había dispuestos grandes candelabros con velas y apoyadas en las paredes, relucientes armaduras con espadas y escudos. Las cortinas tapaban la luz del exterior, por lo que la luz provenía de las velas y la gran lámpara del techo. La mesa estaba totalmente cubierta por todo tipo de platos. Jamás había visto tanta comida junta. Había cordero, ensaladas, costillas, arroces, caldos, pescado al horno y salsas de todos los colores para condimentar. Sin embargo, sólo había cuatro asientos. Dos eran, lógicamente, el de mi padre y el mío, situados en lados opuestos, y los otros dos, en medio de ambos, para nuestros invitados especiales (si mi teoría era cierta). Fue entonces cuando me fijé en las personas que ocupaban la estancia.

Mi padre hablaba animadamente con un hombre alto vestido con traje y corbata. Me hizo un gesto con la mano para que me acercara. Dudé un momento, pues esas señales no eran propias del carácter de mi padre. Cuando llegué a su altura no pude creer lo que pasaba. Mi padre me abrazó con fuerza y me presentó al otro hombre, un tal Thomas Sword. Este, a su vez, me cogió la mano y me besó el dorso. Aún estaba un poco aturdida después de tanta muestra de cariño así que no respondí a la pregunta del señor Sword.

- ¿Cuántos años tiene, Sheila? – Al fin entendí su pregunta. Tenía un acento inglés poco marcado, pero distinguible. Como una persona que nace en tierra inglesa y lleva viviendo mucho tiempo en España.

- Dieciséis, señor. – contesté. Al parecer esta reunión de colegas era bastante formal, así que empecé a hacer una lista de cómo se debía comportar una persona educada. Aún desconocía el motivo de mi repentina invitación, pero, seguramente, debía de mostrar una compostura educada si no quería ofender a mi padre. Me estiré intentando mantener la espalda recta y la cabeza erguida. Evité mirar a mi padre, pero sabía que tenía su aprobación por el momento.

- Entonces tiene un año menos que mi hija. Karen, ven. ¿Por qué no te presentas ante nuestra anfitriona?

Una chica vestida con un elegante vestido azul marino se acercó a nosotros desde el otro lado de la sala. Era un poco más alta que yo, incluso llevando unos tacones más bajos que los míos. Su pelo era castaño y completamente liso. No lo llevaba recogido de ninguna forma, pero cada pelo parecía estar en su sitio perfecto. Lo que más me impresionó fueron sus ojos. Unos ojos de color azul claros, a juego con el vestido. No se podía negar que Karen era guapa. Tenía una belleza simple, pero deslumbradora. A su lado, yo parecía una niña disfrazada de princesa. Nos dimos dos besos en la mejilla y acompañamos a nuestros padres hasta la mesa. Parecía estar muy aburrida y se mostraba totalmente indiferente a lo que le rodeaba. Admiré su capacidad de abstraerse del resto y la envidié por ello.

La comida se alargó más de lo normal. Los platos parecían no acabarse nunca. Cada uno tenía un sirviente que iba llenando nuestros platos según nuestros gustos. Yo repetí el cordero, pero también probé la ensalada. Por el contrario, me mantuve bien lejos del pescado. De fondo, sonaba música clásica. Llenaba el comedor con notas y armonías tranquilas mientras los hombres de la mesa conversaban sin parar. En una pausa de su continuo cotorreo, el señor Sword me dijo:

- Bueno, Sheila, ¿qué le gusta hacer? ¿Cuáles son sus aficiones? – La pregunta me cogió de sorpresa, así que dediqué unos minutos a pensar la respuesta. Mastiqué el trozo de cordero con minuciosidad para darme tiempo. El invitado no quitaba sus ojos de mí.

- Muchas cosas, pero la fotografía es lo que más me gusta. – Oí la mal disimulada risa de Karen y el ruido de la mandíbula de mi padre cerrándose bruscamente. Puede que me imaginara esto último, pero era claro que mi respuesta no le había gustado. Probablemente deberá haber dicho algo así como: “estudiar para poder conseguir un futuro mejor”.

- ¿La fotografía? Bueno es algo… interesante. – Estoy segura de que era lo más suave que se le había ocurrido. No era la primera vez que me decían algo parecido, pero oírlo de él, un hombre aparentemente tan culto, fue peor. Le miré realmente ofendida por su comentario y lo notó enseguida. – Bueno hay muchas formas de pasar el tiempo. ¿Por qué te gusta?

- Pues… - empecé a contestar, dispuesta a defender mi opinión. No tuve oportunidad.

- ¿A qué dedica usted el tiempo, Karen? – cortó  mi padre.

Obviamente se sentiría suficientemente avergonzado de mí como para seguir oyendo mis estupideces. Era mejor oír las de los demás. Sentí cómo me enfadaba por  momentos. Tenía derecho a expresar mi opinión. A decir lo que pensaba sin ser censurada. No pude aguantar más toda esa farsa. Ni siquiera me caían bien ninguna de las personas reunidas. Mi padre fingía quererme, decoraba nuestra casa al estilo medieval para agradar al señor Sword, gran aficionado a la historia de esa época y luego, para rematar, controlaba lo que para él era adecuado o no decir en la mesa. El señor Sword se presentaba en mi casa para reírse de mí y, encima, se traía a su perfecta hija como acompañante. Todo era un gran número de marionetas y yo tenía que moverme según los hilos de mi padre. Estaba harta.

Me levanté de la mesa bruscamente haciendo caer la silla detrás de mí. Todos se quedaron sorprendidos por mi reacción. Casi podía sentir sus ojos mirándome hasta que abandoné la sala con un sonoro portazo. Un mayordomo distinto a los que me acompañaron antes se acercó a mí.

- ¿Necesita algo, señorita?

Le aparté de un empujón y continué mi camino, dejándole tendido en el suelo con cara de sorpresa. Los malditos zapatos me impedían andar rápido, así que me los quité y los abandoné en mitad del pasillo (aunque lo que realmente me apetecía era tirarlos por la ventana y destrozar algo de paso). No paré hasta llegar a mi habitación empujando a más de un trabajador. Cerré la puerta tras de mí y eché el cerrojo. Las piernas ya no sujetaban mi peso y me desplomé junto a la puerta. Apoyé la espalda y empecé a llorar.

 ¿Qué demonios había hecho? ¿Por qué había tenido que irme de aquella forma? Debería haberme mordido la lengua y aguantar con la cabeza alta. Pero no. Había dejado en ridículo a mi padre delante de dos invitados importantes. Había roto de nuevo las reglas. Parecía tener un talento especial para hacer lo contrario a lo que la gente quería que hiciera. Pero aún perduraba en mí esa sensación de impotencia. Me di cuenta de que no hubiera podido seguir mucho tiempo más de esa manera. Cada día aparecían nuevas reglas. No siempre se decían explícitamente y, sin embargo, existían. Sentía como si una cuerda me estuviera asfixiando. Me apretaba. Me quitaba el aire y se lo daba a mi padre. Sentía una gran presión en el pecho. Las lágrimas no disminuían el dolor y, aun sabiéndolo, no podía dejar de llorar. No tenía miedo a estar sin ordenador, a no poder comer, a no tener mi cámara a mi lado. No. No era eso lo que más me asustaba. Mi padre, por el contrario, vendría para castigarme por mi comportamiento y quién sabe lo que me haría… Mi llanto aumentó de volumen  mientras yo temblaba descontroladamente.

Me quedé así un buen rato, no sé cuánto, con la cabeza escondida entre las piernas y mi cara empapada de lágrimas. De repente, oí cómo alguien llamaba a la puerta. No hice caso de la llamada. Levanté por primera vez la cabeza y vi cómo mi habitación estaba oscura. Ya era de noche en la mansión y el silencio lo invadía todo. Volvieron a llamar con golpes cada vez más insistentes e intentaron girar el manillar para entrar. Me alegré de haber puesto el cerrojo. ¿Por qué no podían dejarme en paz?

- ¡Largo! Seas quien seas, vete. – grité furiosa. La voz me falló y los últimos sonidos desgarraron mi garganta.

- Sheila, soy yo. Abra la puerta. – Era la voz de Samanta. No quería ver a nadie. Nadie me vería así y, aunque Samanta me gustaba, no era ninguna excepción. – Sheila, sé que me está oyendo. Por favor, abra.

Ni siquiera contesté. Me alejé de la puerta, pero las piernas aún no me respondían adecuadamente, así que me derrumbé sobre la cama. Después de un par de minutos más, Samanta debió de haberse rendido porque escuché sus pisadas alejándose. El silencio volvió a la habitación y empecé a tener frío. No hice nada por cubrirme a pesar de llevar aún puesto mi horroroso vestido de manga corta. Eso me recordó el sencillo vestido de Karen y, por relación, rememoré lo sucedido. Las lágrimas acudieron a mis ojos. No intenté detener lo que sabía que pasaría. Continué llorando hasta que en algún momento de la noche, sabrá la luna cuándo, me dormí.

sábado, 14 de julio de 2012

Capítulo 6

Menuda tarde más movidita jaja Lo prometido es deuda, aquí está el sexto capítulo. No es muy largo, pero después del lío del concurso es lo más que puedo daros. Aprovecho para decir que las respuestas correctas se darán al finalizar, es decir, el día 18 y que, por favor, aunque haya comentarios por delante del vuestro, participéis igualmente. De eso se trata, ¿no? Hasta mañana


Abandoné mi ordenador tras lo que consideré una buena charla. Esa mañana estaba libre de mi sufrimiento con el señor Domínguez, pero debía hacer la tarea del fin de semana. Con poco entusiasmo, saqué mi material y me puse con las matemáticas. Las ecuaciones volvían a darme problemas, especialmente un problema con el que llevaba batallando desde el día anterior. En poco tiempo todo volvió ser un revoltijo de números. Continué un poco más, pero me di cuenta del desastroso estado de mi bolígrafo. Este se había visto devorado por mis dientes después de varios cálculos desesperantes. Me dio pena verlo, el pobrecillo no se merecía algo así. Cogí un bolígrafo nuevo con la esperanza de que esta vez me durara un poco más. Enseguida me di cuenta de mi diálogo interno acerca de bolígrafos y volví a las matemáticas por miedo a empezar a hablar con mi regla. Creo que fue la primera vez que me alegré de entretenerme con actividades matemáticas. La mañana continuó su curso mientras yo me ocupaba de terminar los ejercicios.

A la una y media, una doncella vino a mi cuarto para avisarme de la comida. Me dejó un vestido verde limón sobre la cama. Por suerte para ella, se fue lo suficientemente rápido como para no recibir una bronca monumental. El vestido era horroroso, digno de una princesita de cuento de hadas. Tenía demasiados lazos y florituras en cuello, mangas y la falda. Y, para colmo, venía con purpurina de complemento. Contuve a duras penas mis ganas de reducirlo a pedazos y me lo puse. Para mi fastidio, también era demasiado largo. Andaba arrastrando el bajo y pisándolo con los zapatos verde oliva (de tacón de aguja) a juego. En la cama, quedaban los complementos que cerraban la jugada: una diadema del mismo color que los zapatos y un collar. Me acerqué para mirarlo con más atención. La cadena estaba formada por finos eslabones de oro entrelazados. El colgante era precioso. Tenía la forma de una delicada hoja. Las nervaduras eran de oro y el resto, brillante esmeralda. Me entretuve girándolo entre mis dedos, contemplando los destellos de luz, fascinándome con sus formas. Parecía una hoja de verdad convertida en joya. Llevarlo puesto en mi cuello compensaba todos los vestidos horribles del mundo.

Salí de mi cuarto más feliz de lo que hubiera esperado. Me dirigí hacia el comedor, pero enseguida noté que algo no andaba bien. Los pasillos estaban repletos de sirvientes limpiando el polvo, colocando flores y yendo de aquí para allá con inusitada prisa. ¿Qué habría pasado para tener que realizar su trabajo de esa manera tan caótica? Doblé la primera esquina y me encontré con otra sorpresa. No iba a ir sola. Apoyados sobre la pared había dos mayordomos elegantemente vestidos con sus mejores galas. Me saludaron con una inclinación de cabeza y se colocaron a ambos lados de mi cuerpo.

- No necesito vuestra compañía. ¡Largaos! – protesté. Era suficientemente capaz de guiarme a través de la mansión. Incluso mejor que ellos. Pero no se movieron de su posición. Se limitaban a mirar al frente con la cabeza alta y las manos a la espalda. Mosqueada por su actitud, me paré de golpe y me encaré a ellos. – Os he dicho que os vayáis. No quiero que me sigáis a ninguna parte, ni ahora ni nunca. Puedo ir sola al comedor sin perderme.

- Lo sentimos, señorita Sheila. Nos han ordenado que la escoltemos hasta el comedor y así lo haremos. – contestó uno de los mayordomos.

- Me da igual lo que os haya dicho mi padre o quien sea. ¡Largaos ahora mismo! – les grité. Mi enfado aumentaba por momentos, pero ellos seguían tan impasibles como antes, lo que hacía que aumentara más. Ya pensaba en echar a correr cuando me acordé del calzado que llevaba. Los zapatos de tacón eran un punto elevado de mi lista. Dadas las circunstancias, decidí dejar esa discusión inútil y continuar mi camino sin volver a dirigirles la palabra a mis “sombras”.

 Durante el trayecto no dejaba de pensar en los cambios visibles de la mansión, más notables conforme nos acercábamos al comedor principal. Todos los ramos habían sido sustituidos por reliquias familiares expuestas tras un cristal. El suelo embaldosado parecía más brillante y había una alfombra granate en el centro del pasillo. Había velas y candelabros por todas partes. Era como volver a la Edad Media. ¿Por qué cambiar de repente la decoración general? ¿Por qué tenía escoltas en mi propia casa? Nada tenía sentido. A no ser que…

Había pasado otras veces. Cada dos años aproximadamente, recibíamos una visita especial. Los trabajadores se pasaban todo el día ocupadísimos, tanto que no se preocupaban por mí en absoluto. Esto me fastidiaba de sobremanera porque, aunque estaba libre de comer con mi padre, se olvidaban de traerme la comida y tenía que insistir mucho hasta lograrlo. Tampoco pasaba nadie a mi cuarto, ni para limpiar ni entregarme algún mensaje. Casualmente, ese día el señor Domínguez sí se pasaba por mi cuarto para impartir una clase extra y poder adelantar temario. Así, yo pasaba una tarde aburridísima con mi maestro mientras oía el ruido de los sirvientes en un ir y venir más continuo de lo normal. Mi padre había querido quitarme del medio desde el principio; pero, entonces, ¿por qué invitarme? ¿Acaso ya no era la pequeña niñita repelente de la casa? ¿Confiaba mi padre en mí? Lo dudaba mucho. Algo había le había hecho cambiar de opinión, pero no había sido yo. Esperaba descubrirlo pronto. Aceleré el paso y mis guardaespaldas me siguieron, guardando las distancias a petición mía. Alisé las arrugas de mi vestido y coloqué la diadema en su sitio. Las manos me sudaban y limpiarlas en el vestido no era una opción, pues la tela no era nada absorbente. Estaba nerviosa por lo que me pudiera encontrar, pero nunca habría podido imaginar lo que encontré esa tarde en el comedor.

1ª Ronda del Concurso

Ha llegado la hora. Siento los varios cambios que he hecho en las normas, es lo que tiene ser el primer concurso que organizo. Con un poco de suerte, os prometo que se quedarán tal cual están ahora. Y sin enrollarme más, aquí están las tres primeras imágenes. Yo creo que son fáciles ;) Suerte a todos!!




CONCURSO!!!

He decidido organizar un pequeño concursillo ^^. A continuación os dejo las normas y los premios. Básicamente, consiste en identificar los recortes de imágenes que cuelgue con el título del libro al que pertenecen y su autor. Habrá tres imágenes al día. Espero que os guste y que participéis muchos, a pesar de que este blog todavía está creciendo y no tiene muchos seguidores. 

Y antes de que se me olvide, el próximo capítulo estará listo esta misma tarde. Besos

NORMAS:
Las imágenes serán publicadas a la misma hora: 16:30 h (hora peninsular) desde hoy día 14/Julio hasta el día 18/Julio.
A partir de las 24:00 h del día 18/Julio, ya no se admitirán más comentarios participantes.
Sólo valdrán como válidos aquellos comentarios que acierten ambos títulos con sus respectivos autores.
Si varias personas aciertan en la misma entrada, contará el que haya contestado antes.
El ganador será la persona que más comentarios acertados tenga al acabar el concurso.
No vale dejar el comentario como alguien Anónimo. Debe ir firmado de alguna forma.

PREMIOS:
Mi blog tiene pocos días, así que no puedo ofreceros mucho pero aquí va mi oferta. El ganador o ganadora podrá nombrar a uno de los personajes de mi historia y elegir el tema de mi próximo dibujo. Además, si tiene algún blog, le dedicaré una entrada.

Si tenéis alguna pregunta, por favor dejadla en comentarios.Recordad: "Que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte".

viernes, 13 de julio de 2012

Siempre-Maggie Stiefvater

Siento no poder colgar hor el siguiente capítulo. Tened un poco de paciencia porque lo haré dentro de poco. Mientras tanto, os dejo el libro que me acabo de terminar. Es el tercer y último libro de la saga de los Lobos de Mercy Falls. Algunos la conoceréis, pero para los que no, aquí tenéis la reseña.


Título: Siempre
Autora: Maggie Stiefvater
Sipnosis:
Se acabó el juego.
Ahora las apuestas
son a vida... o muerte.
Los lobos de Mercy Falls vuelven a salir en las noticias. Hace diez años, la manada atacó a una chica. Los periodistas manejaron la palabra "accidente". Una década más tarde, ha muerto otra chica. Ahora,  la palabra es "exterminio".
El tiempo se agota para Sam y Grace, para Isabel y Cole. Esta vez, las despedidas pueden ser para siempre.
Opinión:
Este libro, al igual que los otros dos anteriores, es fascinante. Desde el comportamiento de los lobos hasta no sólo los fragmentos de poesía o las imágenes mágicas que se describen, sino que la forma de simplemente colocar las palabras me maravilló. Es totalmente recomendable para todos y todas. Eso sí, he de decir que no estoy muy contenta con el final porque hay asuntos que no se solucionan del todo ( o yo no me he enterado que también es posible jaja) .

jueves, 12 de julio de 2012

Capítulo 5

He terminado de corregir el quinto capítulo y aquí os lo dejo. Disfrutadlo ;)


Si esperaba que el día siguiera siendo igual de bueno ahí estaba el destino para reírse un rato de mí. La puerta de acceso al interior de la mansión, la misma por la que había salido esa misma mañana, estaba cerrada. Para entrar podía hacerlo por algún otro acceso, pero el de los empleados era desconocido para mí y, además, no quería cruzarme con tantos de ellos juntos. La otra alternativa era utilizar la puerta principal. Pero la escena de llamar a mi propio timbre para entrar a mi casa me pareció cuanto menos ridícula. ¿Cómo puede ser posible que viviendo en una mansión tan grande como la mía no supiera cómo entrar salvo por dos únicos puntos? Era absurdo, estúpido, incomprensible, pero real.

En ese instante de vergüenza hacia mí misma, me acordé de una tarde hacía ya dos años. Ese día había tenido la suerte de olvidarme de la molesta presencia de mi padre en la mansión, pues había salido por motivos de trabajo (siempre eran motivos de trabajo). Vi la oportunidad de pasar todo el tiempo posible en mi refugio y la aproveché sin dudarlo. Había salido por la mañana llevando conmigo únicamente mi cámara y algo de comida. Fue un día increíble, donde no parecían existir las preocupaciones. Qué equivocada estaba. Cuando volví, la puerta estaba cerrada, tal y como ahora la veía ante mí. Reconozco que lloré durante algunos minutos, pero me recompuse lo suficiente como para buscar una solución. Y ahí estaba. Había un árbol que con los años había crecido paralelo a la fachada de la mansión hasta alcanzar la altura de mi terraza. ¡Mi terraza! Inmediatamente se me ocurrió trepar al árbol y colarme a través de la barandilla. No pensé en los peligros. No pensé en la posibilidad de un caída, pero el destino, sí. El resto de la historia solo puedo recordarla mientras cierro los puños con fuerza. Sólo diré que fue otro capítulo de dolor y humillación.

Ahora tenía ante mí la misma situación. Instintivamente miré hacia el lugar donde crecía el árbol. No noté si había cambiado, para mí seguía siendo una pesadilla convertida en planta. Volví a mirar mi reloj. Eran casi las once. Estaba perdiendo demasiado tiempo. Decida, me dirigí hacia lo que podría ser un logro u otro fracaso de una lista más grande. 

Me acerqué al árbol corriendo. Los jardineros debían de aparecer en poco tiempo. Contemplé el árbol como si de una montaña insecalable se tratase y cogí aire para enfrentarme a los recuerdos que no dejaban de atormentarme. Primero comprobé que no había una rama lo suficientemente baja como para colgarme de ella, así que tendría que escalar. Me agarré a la rugosa corteza colocando manos y pies en los pocos salientes que encontraba. Por suerte, el tronco estaba un poco inclinado y el ascenso sería menos complicado (o eso esperaba). Sobre mí, las ramas que podrían ser mis salvadoras parecían estar a metros y metros de distancia. Mi avance era lento y difícil, pero avanzaba al fin y al cabo. Al poco tiempo, mis piernas empezaron a temblar por el esfuerzo, o al menos quería pensar que era por el esfuerzo. No podía avanzar sin arriesgarme a resbalar o no encontrar el apoyo suficiente, pero tampoco podía retroceder. Ahora no. Debía continuar. Cerré los ojos para concentrarme y los volví a abrir para buscar una vía de escape. Fue entonces cuando vi que el tronco se dividía en dos un poco por encima de mi cabeza. Si conseguía alcanzar la intersección, lo demás sería más fácil.  Obligué a mi cuerpo a continuar el ascenso poniendo más atención y cuidado. Al fin, conseguí rozar el tronco dividido y encararme a él. Sentía el cansancio en mis brazos tras el gran esfuerzo y estaba claro que necesitaba un descanso. Tuve la mala idea de mirar hacia abajo y no me gustó en absoluto lo que vi. No me encontraba a gran altura, pero había una vocecita en mi cabeza que no paraba de decir: “Te vas a caer. Te vas a caer”. Me obligué a dejar de mirar en esa dirección y pensar en mi siguiente movimiento. No tardé en calcular una nueva ruta entre el revoltijo de ramas para alejarme del suelo y acercarme a mi meta. A cada paso sufría algún arañazo, ya fuera en la pierna, los brazos o la mejilla; pero no podía dejar de moverme, de seguir adelante. Tras varias heridas más y algún peligroso resbalón, conseguí aferrarme a la barandilla de la terraza. Salté al interior y me dejé caer sobre el suelo embaldosado. Nunca me había dado cuenta de lo cómodo que podía resultar.

Tardé un par de minutos en comprender el alcance de mi logro. ¿Había trepado a un árbol para luego colarme en mi terraza? Pues sí. Lo había hecho. De repente, tuve miedo de haber sido observada. Ni siquiera quería pensar en el castigo que recibiría si mi padre llegara a enterarse. Temblé ante la cantidad de posibilidades.

 Toc, toc. Alguien había llamado a mi puerta. Debía entrar enseguida. Abrí la puerta exterior y, sin pensarlo, me metí en la cama tapándome hasta arriba con la sábana. Fuera quien fuera el que llamara, había entrado ya. Podía oír sus pasos acercándose. Mi corazón empezó a latir sin control.

- Levántese, Sheila. Ya son más de las once y tiene que desayunar. ¿Va a bajar o se lo traigo a la habitación? – dijo Samanta, mi criada y niñera cuando era pequeña. Aún me acuerdo de todas esas mañanas cuando venía a mi cuarto, descorría las cortinas y me levantaba a gritos. Esta vez no fue una excepción, aunque las cortinas ya estaban abiertas debido a mi entrada. No pude saber si lo notó porque seguía con la cabeza escondida debajo de las sábanas. El minuto de silencio se alargaba demasiado. Tal vez, Samanta hubiera visto algo sospechoso y supiera dónde había estado. No tenía forma de saberlo ni tampoco valor para salir de mi cama y comprobarlo. - ¿Es que piensa quedarse  en la cama todo el día?

- Claro que no, Samanta. – solté una risa notablemente falsa. - Sólo quiero un minuto más para acostumbrarme a la luz.

- Pues poco va a conseguir si sigue tapada hasta las orejas. – Se rio con esa risa suya tan escandalosa y me destapó sin preguntarme. - ¡¿Por qué está vestida dentro de la cama?! ¡Y con zapatos incluidos!

Debía pensar algo rápido. Confiaba en ella, pero no  lo suficiente como para contarle todo. No se me ocurría nada. Mi mente estaba en blanco y Samanta seguía esperando mi respuesta con el ceño fruncido.

- Pues… - empecé – no podía dormir anoche, así que decidí darme una vuelta por el jardín. – No había sonado muy convincente, pero crucé los dedos mientras esperaba la reacción de la criada y esta no tardó en aparecer, pues se echó a reír a carcajada limpia. Al poco rato, no pude evitar sumarme a sus risas. Varios sirvientes se pararon en mi puerta al oír el estruendo, pero no preguntaron la causa de tanta diversión. A decir verdad, yo tampoco lo sabía.

- La próxima vez que sufra de insomnio no dude en llamarme. Al menos, evitaré tener que hacer una colada extra. – contestó cuando sus risas empezaron a bajar de volumen y consiguió calmarse. Se secó las lágrimas de los ojos y me dio prisa para poder lavar cuanto antes la ropa de cama y mi propia ropa, deportivas incluidas (aunque dudaba de que fuera posible devolverle su anterior color blanco).

Antes de salir, le pedí que me trajera el desayuno. No tenía ganas de bajar al comedor y tampoco estaba obligada a hacerlo, pues el desayuno no entraba en la estricta norma de mi padre. Ella me prometió volver además con un poco de alcohol para mis arañazos. Mientras Samanta me traía el desayuno, encendí mi portátil e introduje mi cuenta de Messenger. Como siempre la espera se me hizo eterna, pero, al fin, los muñequitos dejaron de girar y fueron sustituidos por tres pantallas de conversaciones. Mis amigas. Decidí iniciar una conversación conjunta y las saludé:

- ¡Hola chicas! No sabéis como me alegro de poder hablar con vosotras. ¿Qué tal? – Supongo que no hará falta decir que lo escribí con todas las contracciones existentes, algunas de nuestra propia invención. Lo importante era responder rápido, como demostraba la velocidad de mis dedos tras mucho tiempo de práctica.

- Hola – dijo Laura.

- Yo también me alegro – contestó Claudia.

- Yo estoy bien, ¿y vosotras? – preguntó Luz.

- Bien, gracias – escribimos el resto casi al mismo tiempo.
        Seguimos así durante una hora. Hablamos de cosas importantes y otras no tanto, desde el tiempo loco propio de la estación primaveral o los nuevos zapatos de Claudia. Mientras tanto, yo ya me había zampado mi desayuno compuesto por un vaso de leche caliente, pastas para mojar en ella y tostadas con mermelada de fresa. Todo estaba riquísimo y me relamí los restos de mermelada de mi boca cuando acabé. Al terminar, llamé a Samanta para que se lo llevara y seguí chateando con emoción a la vez que mi criada me trataba los rasguños y arañazos de mi piel.

         Me gustaban mis amigas porque todo parecía ser más sencillo cuando hablaba con ellas. Sin embargo, rara vez nos veíamos en persona; solo cuando me visitaban, algo poco frecuente últimamente. En el pasado, yo viajaba casi todos los fines de semana hasta la ciudad para quedar todas juntas, pero ese lujo se acabó el día que mi padre, especialmente enfadado, me prohibió volver. Recuerdo que ese día le grité, rogué y lloré para que me dejara ir, pero solo sirvió para hacerle enfadar aún más, ganarme una buena bofetada y quedarme sin cena. Fue en ese momento, con la mano sobre mi mejilla dolorida, los ojos vidriosos de llorar durante tanto tiempo y la sorpresa y el dolor de quien es pegado por primera vez, cuando me juré que nunca más me mostraría tan débil ante mi padre. No quería ganarme otro castigo semejante por lo que procuré obedecer sus normas (con algunas excepciones como mi refugio). Sin embargo, hablaba con él lo estrictamente necesario, contestando únicamente si me hacía una pregunta directa. Nuestra relación se volvió fría como el hielo mientras crecía en mí el rencor. Poco a poco fue ganando puestos en mi lista hasta ser el primer punto indiscutible, donde permanecería durante mucho tiempo.