P.D.: Recordad que a las cuatro y media colgaré las imágenes de la 2ª ronda del concurso. Good luck, guys!!
No hizo falta que abriera la puerta, pues esta fue abierta
desde el interior nada más acercarme. Me detuve en el umbral, demasiado
impresionada por lo que veían mis ojos.
Ese no parecía mi comedor, sino más bien del rey Arturo.
Sobre la mesa había dispuestos grandes candelabros con velas y apoyadas en las
paredes, relucientes armaduras con espadas y escudos. Las cortinas tapaban la
luz del exterior, por lo que la luz provenía de las velas y la gran lámpara del
techo. La mesa estaba totalmente cubierta por todo tipo de platos. Jamás había
visto tanta comida junta. Había cordero, ensaladas, costillas, arroces, caldos,
pescado al horno y salsas de todos los colores para condimentar. Sin embargo,
sólo había cuatro asientos. Dos eran, lógicamente, el de mi padre y el mío,
situados en lados opuestos, y los otros dos, en medio de ambos, para nuestros
invitados especiales (si mi teoría era cierta). Fue entonces cuando me fijé en
las personas que ocupaban la estancia.
Mi padre hablaba animadamente con un hombre alto vestido
con traje y corbata. Me hizo un gesto con la mano para que me acercara. Dudé un
momento, pues esas señales no eran propias del carácter de mi padre. Cuando
llegué a su altura no pude creer lo que pasaba. Mi padre me abrazó con fuerza y
me presentó al otro hombre, un tal Thomas Sword. Este, a su vez, me cogió la
mano y me besó el dorso. Aún estaba un poco aturdida después de tanta muestra
de cariño así que no respondí a la pregunta del señor Sword.
- ¿Cuántos años tiene, Sheila? – Al fin entendí su
pregunta. Tenía un acento inglés poco marcado, pero distinguible. Como una
persona que nace en tierra inglesa y lleva viviendo mucho tiempo en España.
- Dieciséis, señor. – contesté. Al parecer esta reunión de
colegas era bastante formal, así que empecé a hacer una lista de cómo se debía
comportar una persona educada. Aún desconocía el motivo de mi repentina
invitación, pero, seguramente, debía de mostrar una compostura educada si no
quería ofender a mi padre. Me estiré intentando mantener la espalda recta y la
cabeza erguida. Evité mirar a mi padre, pero sabía que tenía su aprobación por
el momento.
- Entonces tiene un año menos que mi hija. Karen, ven. ¿Por
qué no te presentas ante nuestra anfitriona?
Una chica vestida con un elegante vestido azul marino se
acercó a nosotros desde el otro lado de la sala. Era un poco más alta que yo,
incluso llevando unos tacones más bajos que los míos. Su pelo era castaño y
completamente liso. No lo llevaba recogido de ninguna forma, pero cada pelo
parecía estar en su sitio perfecto. Lo que más me impresionó fueron sus ojos.
Unos ojos de color azul claros, a juego con el vestido. No se podía negar que
Karen era guapa. Tenía una belleza simple, pero deslumbradora. A su lado, yo
parecía una niña disfrazada de princesa. Nos dimos dos besos en la mejilla y
acompañamos a nuestros padres hasta la mesa. Parecía estar muy aburrida y se
mostraba totalmente indiferente a lo que le rodeaba. Admiré su capacidad de
abstraerse del resto y la envidié por ello.
La comida se alargó más de lo normal. Los platos parecían
no acabarse nunca. Cada uno tenía un sirviente que iba llenando nuestros platos
según nuestros gustos. Yo repetí el cordero, pero también probé la ensalada.
Por el contrario, me mantuve bien lejos del pescado. De fondo, sonaba música
clásica. Llenaba el comedor con notas y armonías tranquilas mientras los
hombres de la mesa conversaban sin parar. En una pausa de su continuo cotorreo,
el señor Sword me dijo:
- Bueno, Sheila, ¿qué le gusta hacer? ¿Cuáles son sus
aficiones? – La pregunta me cogió de sorpresa, así que dediqué unos minutos a
pensar la respuesta. Mastiqué el trozo de cordero con minuciosidad para darme
tiempo. El invitado no quitaba sus ojos de mí.
- Muchas cosas, pero la fotografía es lo que más me gusta.
– Oí la mal disimulada risa de Karen y el ruido de la mandíbula de mi padre
cerrándose bruscamente. Puede que me imaginara esto último, pero era claro que
mi respuesta no le había gustado. Probablemente deberá haber dicho algo así
como: “estudiar para poder conseguir un futuro mejor”.
- ¿La fotografía? Bueno es algo… interesante. – Estoy
segura de que era lo más suave que se le había ocurrido. No era la primera vez
que me decían algo parecido, pero oírlo de él, un hombre aparentemente tan
culto, fue peor. Le miré realmente ofendida por su comentario y lo notó
enseguida. – Bueno hay muchas formas de pasar el tiempo. ¿Por qué te gusta?
- Pues… - empecé a contestar, dispuesta a defender mi
opinión. No tuve oportunidad.
- ¿A qué dedica usted el tiempo, Karen? – cortó mi padre.
Obviamente se sentiría suficientemente avergonzado de mí
como para seguir oyendo mis estupideces. Era mejor oír las de los demás. Sentí
cómo me enfadaba por momentos. Tenía
derecho a expresar mi opinión. A decir lo que pensaba sin ser censurada. No pude
aguantar más toda esa farsa. Ni siquiera me caían bien ninguna de las personas reunidas.
Mi padre fingía quererme, decoraba nuestra casa al estilo medieval para agradar
al señor Sword, gran aficionado a la historia de esa época y luego, para
rematar, controlaba lo que para él era adecuado o no decir en la mesa. El señor
Sword se presentaba en mi casa para reírse de mí y, encima, se traía a su
perfecta hija como acompañante. Todo era un gran número de marionetas y yo
tenía que moverme según los hilos de mi padre. Estaba harta.
Me levanté de la mesa bruscamente haciendo caer la silla detrás
de mí. Todos se quedaron sorprendidos por mi reacción. Casi podía sentir sus
ojos mirándome hasta que abandoné la sala con un sonoro portazo. Un mayordomo
distinto a los que me acompañaron antes se acercó a mí.
- ¿Necesita algo, señorita?
Le aparté de un empujón y continué mi camino, dejándole
tendido en el suelo con cara de sorpresa. Los malditos zapatos me impedían
andar rápido, así que me los quité y los abandoné en mitad del pasillo (aunque
lo que realmente me apetecía era tirarlos por la ventana y destrozar algo de
paso). No paré hasta llegar a mi habitación empujando a más de un trabajador.
Cerré la puerta tras de mí y eché el cerrojo. Las piernas ya no sujetaban mi
peso y me desplomé junto a la puerta. Apoyé la espalda y empecé a llorar.
¿Qué demonios había
hecho? ¿Por qué había tenido que irme de aquella forma? Debería haberme mordido
la lengua y aguantar con la cabeza alta. Pero no. Había dejado en ridículo a mi
padre delante de dos invitados importantes. Había roto de nuevo las reglas. Parecía
tener un talento especial para hacer lo contrario a lo que la gente quería que
hiciera. Pero aún perduraba en mí esa sensación de impotencia. Me di cuenta de
que no hubiera podido seguir mucho tiempo más de esa manera. Cada día aparecían
nuevas reglas. No siempre se decían explícitamente y, sin embargo, existían. Sentía
como si una cuerda me estuviera asfixiando. Me apretaba. Me quitaba el aire y
se lo daba a mi padre. Sentía una gran presión en el pecho. Las lágrimas no disminuían
el dolor y, aun sabiéndolo, no podía dejar de llorar. No tenía miedo a estar
sin ordenador, a no poder comer, a no tener mi cámara a mi lado. No. No era eso
lo que más me asustaba. Mi padre, por el contrario, vendría para castigarme por
mi comportamiento y quién sabe lo que me haría… Mi llanto aumentó de
volumen mientras yo temblaba
descontroladamente.
Me quedé así un buen rato, no sé cuánto, con la cabeza
escondida entre las piernas y mi cara empapada de lágrimas. De repente, oí cómo
alguien llamaba a la puerta. No hice caso de la llamada. Levanté por primera
vez la cabeza y vi cómo mi habitación estaba oscura. Ya era de noche en la
mansión y el silencio lo invadía todo. Volvieron a llamar con golpes cada vez
más insistentes e intentaron girar el manillar para entrar. Me alegré de haber
puesto el cerrojo. ¿Por qué no podían dejarme en paz?
- ¡Largo! Seas quien seas, vete. – grité furiosa. La voz me
falló y los últimos sonidos desgarraron mi garganta.
- Sheila, soy yo. Abra la puerta. – Era la voz de Samanta.
No quería ver a nadie. Nadie me vería así y, aunque Samanta me gustaba, no era
ninguna excepción. – Sheila, sé que me está oyendo. Por favor, abra.
Ni siquiera contesté. Me alejé de la puerta, pero las
piernas aún no me respondían adecuadamente, así que me derrumbé sobre la cama. Después
de un par de minutos más, Samanta debió de haberse rendido porque escuché sus
pisadas alejándose. El silencio volvió a la habitación y empecé a tener frío.
No hice nada por cubrirme a pesar de llevar aún puesto mi horroroso vestido de
manga corta. Eso me recordó el sencillo vestido de Karen y, por relación,
rememoré lo sucedido. Las lágrimas acudieron a mis ojos. No intenté detener lo
que sabía que pasaría. Continué llorando hasta que en algún momento de la noche,
sabrá la luna cuándo, me dormí.
Que mal que me cae su padre!! Es que es muy mala persona!!
ResponderEliminarSiento no haber pasado antes pero es que no he tenido tiempo... Me encanta tu historia!
Besos, Rea ^^
No te preocupes Rea con que hayas comentado hoy me vale. Muchas gracias ^^
EliminarPobre Sheila! Asi no se puede vivir! El padre es increible, en el mal sentido! Como puede alguien ser tan frivolo con su hija! Por favor, quiero el proximo capitulo!! El capitulo muy bien, tranquila que no creo que decepciones a nadie, por lo menos a mi :)
ResponderEliminarGracias Laura ^^ El próximo estará pronto no te preocupes.
EliminarPero que lista que soy! No he acertado ni una!! Ni unaaa!! No es la novia de su padre ni el chico del que se enamorará. Pero que me creía?! Adivina?!! jajaja Mejor dejo de intentar adivinar las cosas y me limito a leer tu historia, que está GENIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAL!!!! ME ENCANTAAA!!
ResponderEliminarEl siguiente pronto porfaaa!
Besoos!!
Muchas gracias ^^ No siempre se acierta cereza, pero por lo menos os he sorprendido un poco jaja
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