Apenas fui consciente de que alguien había abierto la
puerta y estaba a mi lado. Me estaba hablando, pero no entendía nada. Sin
embargo, esa dulce voz sin nombre me ayudó a tranquilizarme y, poco a poco (muy poco a
poco) empecé a calmarme. Cuando estuve segura de que mi respiración podía
considerarse normal, miré a la persona a la que probablemente le debía la vida.
- ¿Está bien, señorita Sheila? – me preguntó. Se notaba que
estaba preocupada, pero no entendía sus motivos. Era una simple sirvienta que
cuidaba la casa. Debió impacientarse por no recibir mi respuesta porque me lo
volvió a preguntar. - ¿Señorita? ¿Se encuentra bien?
- Sí, sí. Estoy bien. – Mi voz sonó dura y fría. No soportaba
que me llamaran señorita, de hecho, era una de los puntos en mi lista. Vi que
se acercaba con intención de ayudarme a levantarme. – No necesito ayuda. Vete.
– No era cierto, pues no sabía si podría levantarme sin que el suelo empezara a
dar vueltas. Aun con ello, no quería recibir su ayuda. Me negaba a mostrar
debilidad ante esa persona.
La criada me miró un segundo y sin decir nada más, se fue. Esperé
unos minutos hasta asegurarme de que no volvía y, entonces, me incorporé.
Afortunadamente el suelo parecía ser bastante estable. Di un par de vueltas por
mi habitación sin atreverme a levantar la cabeza y busqué a tientas la cama.
Una vez encontrada, me tumbé sobre ella y empecé a ordenar mis pensamientos.
Primero, debía relajarme para darme cuenta de que todo había sido una mala
pasada de mi imaginación. Me obligué a levantar la vista y observar el espacio
que me rodeaba. Todo estaba en su sitio, perfectamente colocado. Las paredes de
color azul claro no se movían como había creído. De hecho, si lo pensaba un
poco, mi reacción era absurda; y, automáticamente, me avergoncé de mí misma.
¿Cómo podía darme miedo mi propio cuarto? Además la estancia era lo suficiente
amplia como para evitar sucesos como el que acaba de pasar. De hecho, era muy
amplia; tanto, que de pequeña solía jugar a menudo al escondite dentro de ella.
Ahora tocaba dar un segundo paso:
debía elegir qué hacer el resto de la tarde. Podía quedarme y charlar con
alguna de mis amigas a través del ordenador. Descarté la idea por la sencilla
razón de que no soportaría estar en mi habitación tanto tiempo. También podría
salir fuera. Me giré para ver el exterior a través de los cristales que daban a
la terraza y observé cómo la lluvia seguía cayendo con insistencia. El exterior
estaba descartado. Solo me quedaba una opción: pasear por mi casa. Sin duda
parecía la mejor opción por el momento así que me puse unas deportivas y me
recogí el pelo con una coleta improvisada. Antes de salir, comprobé varias
veces si había alguien en el pasillo. Nadie. Al parecer, los trabajadores
habían acabado con esa parte de la mansión y debían haber empezado con la
siguiente.
Mi ruta habitual variaba según la
hora a la que empezara la caminata, con el objetivo de evitar cruzarme con
algún grupo de sirvientes chismosos y, en esta ocasión, (para qué negarlo) con
la sirviente que había acudido en mi ayuda. En ese momento eran las seis de la
tarde, por lo que mi próximo destino era “La Gran cristalera”. Caminaba con
calma. Me sabía el recorrido de memoria y no tenía ninguna prisa por llegar.
Repetía a menudo mis paseos para relajarme y tener tiempo para pensar.
Disfrutaba dejándome llevar por los inmensos pasillos que constituían mi hogar.
Lo que no soportaba de ellos eran la enorme cantidad de obras de arte que los
decoraban. A cada paso que daba, me encontraba con un cuadro gigantesco
ilustrando un paisaje claramente irreal o un jarrón lleno de flores cuya
fragancia más me recordaba a una colonia barata que a un auténtico ramo. La
mayoría eran puro motivo de decoración y solo se exhibían con orgullo si nos
visitaba alguna persona importante. Lo único que me inspiraban aquellas piezas
era perfección. Pero la perfección no existe y, por lo tanto, me parecía
absurdo intentar plasmarla en un lienzo con un amanecer o tallarla en una
estatua de mármol. Mi padre no opinaba lo mismo, por supuesto. Yo estaba
orgullosa de mi opinión y no dudaba en expresarla en voz alta de vez en cuando,
para enfado de mi padre y satisfacción
mía.
Sin embargo La Gran Cristalera
era completamente diferente.
Por fin, crucé el último pasillo,
la última esquina y allí estaba. Se trataba de un mirador orientado al lado
norte de la casa. Era toda una pared de cristal desde la que se podía admirar
un paisaje sencillo pero, a la vez, hermoso: el bosque. La mansión se
encontraba rodeada por la sierra y desde la cristalera se podía observar todo
el valle. Cada día descubría algo nuevo en él, desde una nueva flor hasta un
nido recientemente construido por unas golondrinas, lo suficientemente
arriesgadas como para instalarse tan cerca del edificio. Otras veces,
simplemente me quedaba mirando el río o intentaba escuchar lo que pasaba
afuera. Mi cámara de fotos, fiel compañera desde que tengo uso de razón, había
captado muchas instantáneas de aquel paisaje mágico. Al parecer, poca gente se
paraba frente a la Gran Cristalera pues no era tan perfecta como para ser
motivo de la admiración de nuestros
visitantes. Supongo que se debía a los pequeños cristales de la parte superior
que intentaban emular a las grandes vidrieras y se quedaban en burdas
imitaciones o a los múltiples arañazos que surcaban el cristal (tal vez incluso ambos). Era “demasiado insignificante”, según escuché una vez a uno de nuestros ilustres huéspedes. Nunca supe si mi padre había
mandado construirla con algún fin en concreto, pero no parecía una idea salida
de su egoísta cabecita. Recuerdo que una vez le pregunté sobre ello y él me
respondió: “No me molestes con estupideces niña”. Así que su origen seguía siendo un misterio
para mí.
No sé cuánto tiempo pasé esa
tarde frente a la cristalera, pero cuando comencé el viaje de regreso, la luz del
exterior había disminuido considerablemente y los pasillos estaban alumbrados
con sus miles de lámparas colgantes. La noche había caído sobre la mansión sin
ni siquiera darme cuenta. Miré mi reloj. Eran las nueve, hora de cenar. Solté
un taco por lo bajo y empecé a correr. Por el camino no me crucé con nadie,
aunque tal vez lo hiciera y no lo noté. En todo caso llegué a mi habitación en
la tercera parte del tiempo que había empleado en la ida. Sobre la cama había
un vestido recién planchado, colocado con tanta precisión que no tenía ni una
sola arruga. Me desvestí con toda la rapidez que mis brazos me permitían y me
puse el vestido. Me di cuenta de que todavía llevaba las deportivas así que me
las quité igual de rápido, a pesar de que los cordones parecían no querer
cooperar en la tarea. Abrí el armario con violencia y cogí el primer par de
zapatos que encontré. No presté mucha atención a si conjugaban bien con el
vestido, no tenía tiempo. Antes de salir, arreglé como pude mi pelo, soltando
la coleta y colocándome una fina diadema.
Salí de mi cuarto cerrando la
puerta tras de mí y remprendí la carrera. Esta vez dirigí mis pasos en la
dirección opuesta. Por desgracia, en un golpe de mala suerte, había escogido
unos zapatos con tacón. El destino se lo estaría pasando bomba conmigo. Estuve
a punto de caerme en varias ocasiones, pero mantuve el equilibrio en el último
momento. Cuando, al fin, llegué a la puerta del comedor, respiré con gran
alivio. Me quedé allí un minuto sin atreverme a abrir la puerta hasta que recobré
completamente el aliento. Al fin, di unos suaves golpecitos sobre la dura
madera y giré el manillar.
MeencantameencantameencantameencantameencantameencantaMEENCANTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!! Escribe el siguiente yaa!!! Cómo escribes así de bien?? Solo llevas dos capítulos y ya me tienes superenganchadaaaaaaa!!! Me encanta la protaaa!!!
ResponderEliminarAún no tienes a mucha gente (yo tampoco es que tenga un montón) pero si quieres yo te hago publicidad en mi blog!! Tu dímelo y lo haré!
Pero acambio tu tienes que escribir el tercer capítulo AHORA, eso es lo que te toca, que si no lo leo pronto a mi me da un ataque y me mueroo;)
Besos!!
PD: Siento la parrafadaa!!
Me encantan las parrafas jaja Muchas gracias cereza ^^ En cuanto al tercer capítulo, sólo tendrás que esperar hasta esta tarde. Me gustaría ponerlo un poco antes, pero el pendrive donde lo guardo parece querer jugar al escondite :@ Lo de la publicidad me parece buena idea siempre que a ti no te importe ^^
EliminarPues dicho y echo, cuando publique el siguiente capítulo te monto una publicidad tremenda y ya verás como te visita más gentee!!! Con lo bien que escribes! Te voy a conseguir un montón de lectores!!
EliminarJajaja, yo también pierdo las cosas constantemente, pero no es mi culpa! Son ellas que no quieren que las encuentre...;)
Besos!