PD. Creo que mañana no publicaré un capítulo, aunque haré una entrada para presentaros a alguien ;)
El día amaneció despejado. No había ni rastro de las aterradoras
nubes del día anterior. El sol lucía brillante en el cielo y, aunque el suelo
estaba embarrado y toda la vegetación
estaba aún húmeda, era un día perfecto para dar una vuelta. Me había levantado
temprano por lo que pocas personas podrían haberme visto salir. Lo prefería
así. Me daría tiempo para estar sola, disfrutar de mi caminata y volver sin que
nadie se percatara de mi ausencia. El buen tiempo me hacía sentir mejor
ayudándome a olvidar los malos recuerdos y ser más optimista, así que no pensé
en lo que pasaría si alguien se enterara de mi pequeña escapada. Las preocupaciones se esfumaban una vez atravesaba la puerta que dividía el jardín de la mansión y el mágico escenario vegetal.
Avanzaba por el bosque sin alejarme demasiado del camino de
losas que constituían la senda. El terreno estaba muy resbaladizo y había
grandes posibilidades de acabar llena de barro, algo poco agradable por
experiencia y que, además, delataría dónde había estado durante toda la mañana.
Por ello, andaba sin prisa y fijándome dónde colocaba mis pies. Me encantaba
hacer este tipo de excursiones. Me escapaba siempre que podía y el tiempo me
dejase. Solía seguir la senda que comenzaba en la parte más alejada del jardín
trasero y terminaba en mi lugar favorito del mundo. El lugar que consideraba mi
refugio y del cual nadie, a parte de mí, conocía su existencia. Sin embargo,
nunca iba sola, pues me acompañaba una amiga fiel: mi cámara.
La fotografía era una de mis mayores aficiones. Me gustaba
saber que podía inmortalizar cualquier momento con solo un clic de un botón.
Solía hacer fotos de mis amigas, por supuesto, pero también de cosas muy
sencillas que mi padre, sin duda, calificaría de “insignificantes” como poco.
Sin ir más lejos, esa misma mañana capturé la imagen de una pequeña marchita flotando sobre un charco aún sin evaporar. Mi padre solía repetir lo inútil y
estúpido de este “malgastador de tiempo”, pero con ello sólo conseguía que me
gustara más. Nadie me había enseñado cómo se hacían las buenas fotos, pero no
habrían conseguido enseñarme porque no quería que nadie lo hiciera. En lugar de
eso, prefería aprender por mi cuenta. Aprender cómo colocar la cámara, cómo
captar mejor la luz, combinar los colores, la disposición de los elementos principales... Y estaba orgullosa de ello.
Tardé algo más de lo habitual en alcanzar el final de la
senda, pues el barro me estaba dando más problemas de lo que esperaba. Analizando mi aspecto;
exceptuando la masa de tierra viscosa pegada a mis deportivas, blancas en un
pasado y el estar calada hasta los huesos por la humedad del ambiente, había
conseguido llegar a mi destino bastante indemne.
Nunca podría olvidarme de ese lugar. Se trataba de una
especie de jardín abandonado situado al final de la senda. En el centro había
una fuente algo mugrienta por los años en desuso. A su alrededor había
dispuestos varios asientos de piedra y, al fondo, un invernadero. La estructura
de este debió de ser completamente de cristal, pero, con el tiempo, gran parte de ellos estaban rotos. Las plantas
de su interior habían crecido sin control ni obstáculos y ahora se asomaban
entre los espacios de los cristales dañados. Mi objetivo en un futuro era
reformarlo para que fuera de nuevo habitable; sin embargo, todavía no me
atrevía a internarme demasiado en él. Las ramas de los árboles eran algo
siniestras por la falta de luz y la amenaza de que se cayera algún fragmento de
ventana me asustaban lo suficiente como para no intentarlo. Además, no disponía
de las herramientas necesarias. Pensaba coger prestadas algunas al jardinero de
la mansión, pero no estaba segura de dónde las guardaba ni de cómo utilizarlas. Con todo ello, aunque
el invernadero aún necesitaba una transformación, el resto del jardín lo
cuidaba con esmero. Cada vez que iba, barría las hojas caídas alrededor de los
bancos y la fuente. Un día me dediqué también a limpiar esta última, pero dejé
mi trabajo a medias. Me daba demasiado asco como para continuar sacando mierda
de quién sabía cuántos años acumulada en las cañerías.
Adoraba ese lugar por muchas razones. Por una parte, solo
yo lo conocía. Bueno, en realidad, alguien más tuvo que conocerlo pero fuera
quien fuera hacía mucho que no volvía y yo no pensaba compartir con nadie más
mi secreto. Por otra parte, me gustaba el hecho de encontrarse en el bosque, un
terreno muy hermoso en mi opinión. Además, estaban las flores. Miles de ellas
se agrupaban entre los asientos de piedra, junto a la fuente, a ambos lados de
la senda de losas de piedra… Las había de todos los colores, pero destacaba el
amarillo por encima de todos. A veces, me entretenía cortando algunas para
hacer un pequeño ramo y colocarlo sobre el banco central. Otras, iba oliendo su
perfume hasta encontrar el más dulce o las colocaba entre mis rizos para formar
una diadema única.
No hace falta decir que mi
refugio había sido fotografiado desde todos los ángulos inimaginables.
Por precaución, nunca revelaba sus fotos, sino que simplemente las almacenaba
en un pequeño pen-drive, escondido a su vez en el fondo de mi cajón de la ropa
interior. Confiaba en tener un poco de privacidad en ese rincón y que a nadie
se le ocurriera rebuscar en él para luego comprobar el contenido.
Esa mañana tenía que poner a punto mi jardín tras la gran
tormenta. Barrer las hojas no era suficiente y, además, el barro dificultaba
bastante mi tarea teniendo en cuenta que mi escoba no era más que unas cuentas
ramas atadas con una goma, así que dejé de preocuparme por el estado del suelo.
Con la ayuda de un par de trapos humedecidos en un arroyo cercano, seguramente
creado tras la lluvia pues no estaba antes, limpié la superficie de los bancos
y el poyete de la fuente. Algunas de las flores habían perdido parte de su
corola de pétalos así que arranqué las que estaban en peor estado y las fui
colocando en el banco central hasta formar un ramo, inmortalizado gracias a mi
cámara. Cuando creí que el jardín tenía un aspecto pasable, di mi trabajo por
finalizado y me tumbé sobre el banco más cercano. Dediqué el tiempo restante a
mirar las copas de los árboles buscando alguna ardilla o pajarillo, pero no
tuve suerte, por lo que tuve que contentarme con escuchar su canto. Miré el
reloj. Ya eran las diez y debía volver. Tenía que hacerlo si quería que nadie
se enterara de mi excursión. Pero no quería irme. Estaba tan cómoda en aquel
lugar, que me negaba a abandonarlo. Notaba los tímidos rayos de sol en mi piel,
el viento soplando entre las hojas y sentía la tranquilidad del bosque. No necesitaba
nada más. Sin embargo, tras remolonear otro par de minutos, la
lógica se sobrepuso a todo eso y emprendí mi viaje de regreso sin mirar atrás y
con la cabeza gacha.
Oooh, es precioso! Me encanta en serio!
ResponderEliminarOye, que a lo mejor me he precipitado y te he agobiado con lo de la publicidad, tú tomate el tiempo que necesites para tu blog y si te agobio, me lo dices, vale? No serías la primera jajaja
Un beso, no, dos!!
He de reconocerte que es verdad que me ha pillado de sorpresa, pero es un detalle por tu parte mostrar ese apoyo por mi blog ^^ Otros dos besos para ti y me alegro de que te guste el capi.
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