Isabel fue la encargada de traer mi vestido y quien se
llevó la reprimenda por ello. Habían vuelto los lazos acompañando a una tela
rosa chicle. Isabel intentó tranquilizarme pero no quería escucharla. Esto era
demasiado. Lo único que me faltaba era la corona para completar el modelito.
Evité mirarme al espejo y abandoné la habitación bajo la mirada preocupada de
Isabel. Recibí a mis escoltas con un humor de perros y me siguieron por la
mansión a un par de pasos de distancia. Llegué al comedor más pronto de lo
normal, pero me tomé un par de segundos para tranquilizarme antes de entrar.
Para entonces, aunque seguía sintiéndome igual de enfadada y avergonzada por mi
aspecto, mi rostro no mostraba ninguna de estas emociones, o eso intentaba
yo.
Mi padre me dirigió una mirada llena de sospecha, pero me
limité a ignorarla. Tomé asiento y me dispuse a pasar otra velada más en
compañía de varios hombres ruidosos y arrogantes que solo hablaban de política
y negocios, incluyendo comentarios machistas y otros más faltos de ética que
ignoré con más determinación si cabe. Entre las risas, el ruido de los
cubiertos y la voz de los comensales sentados a la mesa, no me resultó muy
difícil centrar mi atención en algo que me distrajese de la conversación. Sin
embargo, en medio del barullo oí algo que me hizo abrir mis orejas de forma
instantánea.
- Caballeros, he de comunicarles que mi intención es
celebrar una pequeña fiesta en honor a mi hija, por su diecisiete cumpleaños. Será
el veintisiete de mayo, aquí en esta nuestra mansión y están todos invitados.
Todos aplaudieron la noticia, menos yo. ¿Por qué tenía que
poner la fecha el veintisiete de mayo justamente? Mi cumpleaños era el treinta,
no el veintisiete. ¿Acaso sabría mi padre algo de nuestros planes? Miré a Karen
quien, a su vez, me miraba a mí. Parecía igual de sorprendida, pero no me fiaba
de su reacción. Estaba segura de que sabía mentir muy bien, no podría engañarme
de nuevo. Los invitados alzaron sus copas y me dedicaron un brindis, mientras
yo asentía con la cabeza a las felicitaciones y sonreía con la mayor convicción
posible. Ya no tenía hambre, se había ido de golpe, como mis posibilidades de
ir al concurso; pero no me atrevía a excusarme y salir del comedor. Así que
empecé a remover la comida de mi plato hasta que mi padre se levantó de su
silla, señal del final de la cena. Cada uno debía volver a su respectiva
habitación y, en mi caso, permanecer en ella hasta la mañana del día siguiente.
Sabía que Karen me seguía por los pasillos, a pocos pasos de mis escoltas, pero
no le hice caso y continué mi camino fingiendo no darme cuenta de su presencia.
La verdad es que ella tampoco dio señales de querer adelantarse para hablar
conmigo, y yo no quise ponerme a su altura para dirigirle la palabra a esa
traidora. El plan quedaba cancelado por su culpa. Mi esperanza se había
esfumado por su culpa.
Al llegar, me encontré con Isabel. Se había quedado a
esperarme, negándose incluso a cenar. Me ayudó a quitarme el horrible vestido
de encima. Creo que me preguntó qué tal había ido todo, pero no la contesté. La
sorpresa se había pasado mientras andaba y no quería descargar mi furia contra
la atenta criada. Tenía un nudo en la garganta que no conseguía deshacer, las
lágrimas asomaban en mis ojos y las manos me temblaban descontroladamente.
Isabel quiso quedarse en un primer momento; sin embargo, comprendió que debía
estar sola y se fue pocos minutos más tarde. Sin Isabel en la habitación ya
podía liberarme de lo que llevaba dentro. Algo estalló en mi pecho y no pude
retener las lágrimas por más tiempo. No quería que nadie me escuchara ni
tampoco destrozar lo que estuviera a mi alcance (no había más almohadas para
reponer), por lo que salí a la terraza. Hacía frío y el suelo seguía mojado,
pero no me importó. Me acomodé en el diván mientras el viento movía mis rizos y
el sonido de los grillos aplacaba mi furia e incrementaba mi tristeza. Un
sueño. Eso es lo que había perdido aquella noche. Parecía estar destinada a
seguir encerrada toda mi vida en la mansión de mi padre bajo su eterna
vigilancia. ¿Debía dejar la fotografía? Desde luego sería lo mejor, pero me negaba
a abandonar a mi fiel amiga. Sin duda no era una buena opción dejar todo lo que
me gustaba sólo porque no le gustase a mi padre, pero el miedo era demasiado
fuerte y mi determinación, idealista. Con este pensamiento, entré en la
habitación para coger una de las mantas del armario y el colgante esmeralda, me
acomodé en el diván y me preparé para una noche que anunciaba ser bastante
larga.
No me equivoqué, pues no conseguí conciliar el sueño hasta dos horas más
tarde, cuando el cansancio me venció por fin.
No puedes ser... POR QUÉ?! Para una cosa buena que le pasa, va y tiene que celebrar su cumpleaños... como haya sido Karen, la mato, LA MATOOOO
ResponderEliminarQue ni se le ocurra dejar la fotografia!!
El capítulo es genial, me encanta como escribes;)
Un besoo
Muchas gracias cereza ^^!! Hay personas que tienen mala suerte y, para su desgracia, sheila es una de ellas. Eso sí, no dejará la fotografía eso os lo puedo asegurar ;)
EliminarPara un sueño que Sheila tiene y el padre se lo rompe en mil y un pedacitos! Bueno, lo del music playlist te lo puse en el post de un mes del blog! Espero que te sirva!
ResponderEliminarYo no lo habría dicho mejor Laura. Por cierto, ya vi lo de tu comentario para la música pero se me ha olvidado contestarte perdona. El vídeo lo explica perfectamente así que no creo que vaya a tener problemas. Gracias por todo ^^
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