lunes, 13 de agosto de 2012

Capítulo 23

Buenas tardiiiis!! ^^ Bienvenidos de nuevo a un día más en Si el tiempo llega tarde. El capítulo de hoy es más largo que los anteriores porque mañana no publicaré ninguno. Lo siento :( Es por esto que espero que os guste este.
He decidido que algunos de los capítulos los acompañaré con alguna imagen o algún dibujo que tenga que ver con lo que en él pasa. Pero no os aseguro que sea en todos porque no tengo tiempo material. En cambio, si queréis que incluya alguna imagen de algún escenario en concreto o cualquier cosa de la historia (en principio no incluyo a personajes porque no se me da bien hacer retratos) sólo tenéis que pedirlo en los comentarios y tal vez lo añada ;) Esto es todo lo que quería deciros. Hasta la próxima!! :D




Había llegado el día de la víspera, menos ajetreado de lo esperado, al menos para aquellos que no se apellidaran Johns y se llamaran Sheila. Me levanté bien temprano y salí a la terraza para despejarme. Por delante me esperaba un día repleto de indicaciones y citas con gente aburrida y estirada que me decía cómo debía comportarme y cuál era el horario. Normas y más normas. Tuve la gran tentación de saltar al árbol y escabullirme durante toda la mañana o tal vez, todo el día. En el bosque, las normas desaparecían y podía volver a ser yo. Lástima que solo faltara una hora para encontrarme con Federico, el encargado de enseñarme el protocolo obligatorio, es decir, el hombre que se iba a convertir en mi sombra durante todo el día. Lancé un gran suspiro al aire y me quedé observando el inmenso jardín trasero. Por debajo de mi terraza apareció un hombre ataviado con un mono de trabajo y un sombrero de paja. Lo reconocí al instante.

- ¡Buenos días, Henry! – grité para que me oyera.

El jardinero alzó la cabeza para ubicar el origen del saludo y después me hizo un gesto con el sombrero a modo de “buenos días, Sheila”. No sonreía, ni vi rastro alguno de alegría en su rostro. ¿Echaría de menos a Samanta? Sabía de su buena relación, algunos hablaban de una muy buena relación, y no me sorprendió ver reflejada su tristeza ya no sólo en su cara o en sus pequeñas arrugas de la frente, sino en su forma de caminar, de quedarse embobado mirando a ninguna parte, de su falta de ganas por cuidar las flores del jardín… Yo también echaba mucho de menos a mi niñera y ese sentimiento correspondido por Henry, empañó de melancolía un mañana ya de por sí gris. No todo podía ser felicidad.

Volví a la habitación y me dirigí al baño. Este era de mármol rosado con una cenefa de flores a la altura de mi hombro. El cristal del lavabo me devolvió mi imagen cansada, últimamente dormía más bien poco. Me metí en la ducha dispuesta a deshacerme del recuerdo de la tristeza de Henry. Al salir, me vestí con el modelo más sofisticado posible para sorprender a Federico. Al final, acabé con unos pantalones de vestir negros y una camisa blanca junto con unos zapatos cerrados de charol negro de pequeño alzado. No se me permitía llevar nada de joyería si no era por una reunión o una cita en el comedor, así que mi cuello lucía libre de tener que sujetar las perlas blancas que acompañarían el conjunto. Me recogí el pelo en un moño mal colocado, pues muchos mechones se escapaban a pesar de la multitud de pinzas que utilizaba. Me rendí pronto de esa tarea y me apliqué un poco de anti ojeras para disimular los restos del insomnio. Después, me senté a esperar a Federico. Este llego puntual a su cita, como siempre.

- Buenos días, señorita Johns.

- Buenos días. – respondí sin mucho entusiasmo.

- ¡Empecemos! No sabe lo ilusionado que estoy porque llegue mañana. Pero antes, debe prepararse. Está programado que asistan cien invitados y le voy a enseñar cómo es la manera correcta de comportarse. ¿De acuerdo?

Su voz era muy irritante, pues ponía demasiado énfasis en algunas sílabas y acababa por convertirlas en agudos pitidos, insoportables para mis oídos. A algunos les resultaba divertido debido a su acento italiano; sin embargo, qué queréis que os diga, un italiano si no está bueno ya puede tener el acento que quiera; pierde todo su encanto. Y Federico era puntual, elegante, recatado y todo un caballero, pero feo.

- Es lo que siempre hacemos, Federico. – dije. Y era cierto. Siempre era el encargado de recordarme todo lo obligatorio y lo prohibido, la importancia de la puntualidad, de ser toda una señorita. Le odiaba por su trabajo. Tal vez si se hubiera dedicado a otra cosa, habría recibido mi aprobación, no obstante, no era el caso y yo le odiaba. – Empecemos cuanto antes, por favor.

- Así me gusta, señorita Johns. – dijo con entusiasmo, sacando a la luz la pasión hacia su trabajo.

El primer punto de la lista de tareas era recordar todo tipo de normas protocolarias y estupideces varias. Después, venía el recordatorio de cómo caminar, cómo hablar, cómo ser lo que se esperaba de mí en definitiva. Y luego, un encuentro que no me esperaba. Mi estilista, el loco de los lazos, iba a venir para hacerme las últimas pruebas del vestido. Me alegré al enterarme, pues tenía que decirle un par de cosas sobre ciertos complementos.

Se presentó en mi habitación cinco minutos tarde, motivo por el cual se tuvo que tragar una buena reprimenda por parte de Federico. A duras penas pude aguantarme la risa, pero lo hice porque no era una buena reacción a ojos de Federico. Tampoco ayudaba las pintas del sujeto que, teóricamente, entendía de moda. Llevaba un sobrero con un estampado de cebra, una corbata a juego, un collar de plumas sobre esta, un traje azul marino y camisa rosa. Me extrañó no ver lazos en su atuendo, pero a lo mejor los reservaba todos para mí.

- Es un placer conocernos en persona, señorita Sheila. Mi nombre es Paul y es todo un honor para mí ser su estilista. – se presentó con gran ilusión en su voz. Le conocía desde hacía unos minutos y ya me parecía imposible reconocerle sin su sonrisa de dientes blanquísimos.

- El placer es todo mío, Paul. – Casi escupí las palabras, ya que era una mentira tan grande que podía disfrazarse de verdad a medias. – Confío en que mi vestido esté listo.

- Lo está, lo está. Sólo he venido a tomarle unas medidas y me iré.

Se acercó a mí, metro en mano, y comenzó con su tarea con una profesionalidad sorprendente. Nunca hubiera pensado que podía comportarse de forma tan seria un hombre que viste un sombrero de cebra y habla como si todo fuera estupendísimo de la muerte.

- Por cierto, Paul, ¿le importa si hago una crítica de sus vestidos?

- En absoluto. – Siguió pasando el metro por mis caderas, haciéndome sentir algo incómoda. No quería tener sus manos de loco tan cerca.

- Verá, me encantaría no volver a ver un solo lazo en ellos – El resto lo dije en voz bajísima para que solo él me escuchara  – si no, ya puede buscarse otro trabajo porque destrozaré cada uno de ellos hasta hacerlos pedazos, lo mismo que su carrera en esta mansión.

El estilista me miró con mal disimulada ofensa, aunque se recuperó lo suficiente como para decirme:

- Tiene mi palabra. – prometió con la mano sobre el corazón y una sonrisa boba en su cara. No me fiaba un pelo de él, pero no iba  a obtener un resultado mejor.

Dicho esto, Paul se retiró de mi habitación y yo seguí con mi preparación en la incansable compañía de Federico. Al final, llegué a la hora de la comida con los nervios de punta y muchas ganas de salir corriendo sólo porque no es propio de señoritas. Por desgracia, sentados a la mesa había más invitados que nunca, o al menos así me lo había advertido Alan. Antes de despedirnos frente a la puerta, me dio un pequeño toque en el hombro para darme ánimos y, aunque me sorprendió que de repente ya tuviéramos tanta confianza, le agradecí el gesto.

Como ya lo anunciaba Alan, el salón estaba abarrotado. Todos los asientos en torno  a la gran mesa del comedor estaban ocupados por todo tipo de personas. Y todas ellas se giraron para mirarme cuando entré por la puerta. Intenté acordarme de lo que debía hacer, pero las normas de Federico ya no tenían sentido en mi cabeza. Sólo quería que dejaran de mirarme. ¿Tan difícil era eso? Tomé asiento lo más alejada posible de mi padre y Karen, pues aún me dolía lo pasado el día anterior en su habitación. Me equivoqué de pleno. Estaba lo suficientemente cerca como para oír lo que decía, pero no lo bastante para intervenir sin armar escándalo, por muchas ganas que tuviera de hacerla callar. La odiosa de mi socia se dedicaba a lanzar indirectas sobre lo pasado con los criados. Al parecer, se sabía que había mantenido contacto con ellos fuera de lo considerado necesario y, por tanto, suficiente. A mí me parecía una tontería. ¡Eran personas, no marcianos! Y sólo había hablado con ellos. ¿Tan malo era? Pues para muchos de los presentes, sí. Cada vez me costaba más ignorar los comentarios de Karen. Nunca fui buena intentando ocultar lo que pensaba, así que, seguramente todos sabían que no eran simples rumores con ver mi cara de enfado. Había cruzado una línea invisible, pero sólida y muy real. Sin embargo, no iba a echarme a atrás. En ellos veía la oportunidad de tener una verdadera familia y no iba a renunciar a ello porque unas señoras gordas y enredadas en multitud de objetos brillantes me dijeran lo contrario. Aun con ello, una parte de mí las escuchaba y les daba la razón. ¿De verdad eran mi familia? Tan sólo había hablado con unas pocas criadas y ya iba a confiar en ellas como si las conociera de siempre. No parecía un plan brillante. Sin embargo, era lo que me pedía el corazón. ¿No eran ellos los que me habían ayudado con su silencio durante tantos días? Sentía que entre ellos podía volver a sentirme bien, casi tanto como con Samanta cuando era pequeña. Me aferré a esos recuerdos para callar las voces de las entrometidas señoras. En concreto, rememoré una y otra vez un día de verano con mi niñera.

Debía tener unos seis años. Paseaba por el jardín de la mano de Samanta y, de pronto, vi una hermosa mariposa. Salí corriendo para intentar atraparla con ella corriendo tras de mí. Saltábamos, jugábamos, nos reíamos bajo el sol abrasador de julio. Era feliz. Luego nos tomamos una limonada en mi habitación y pasé el resto de la tarde escuchando sus cuentos repletos de magia y aventuras, admirada con su cálida voz, mientras en mi imaginación galopaba por extensas praderas a lomos de un caballo blanco.

Sin darme cuenta, la comida avanzaba y pude salir de allí sin haber contestado a  Karen y sus aliadas. Después de eso, me volví a encontrar con Federico y el tiempo pasó rápidamente gracias a un simple recuerdo de verano. Gracias a Samanta.



4 comentarios:

  1. Alaan le ha tocadoo el hombroooooooo!!!! Yujuuuuuu jajaja Me ha encantadoo!! Me alegra que Sheila sea más educada con sus sirvientes^^ Pobre Henry... Ójala estuviera Samanta... que vuelvaaa porfaa jaja
    Y sobre Alan, si tiene tanta confianza que se besen yaaaaaaaaaaaaaa!! jaja
    Se acerca el día de su cumple... que pasará?? Me muero por leerlo!!
    Un besoo

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    1. Es un buen gesto entre los dos ^^ Samanta y Henry forman una buena pareja y es una pena que estén separados. Es un poco pronto para un beso, pero sé de alguien que también nos tiene esperando por uno ejem ejem ¬¬ ¿Qué pasará, qué pasará? Te queda menos para averiguarlo ;) Un beso

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  2. Que horror! Imaginado que me den ordenes, me digan como comportarme, que me den horribles vestidos, que sean frivolos y superficiales y hablen de mi como si no fuera un ser humano.... es que ahhhh! Yo no tendria la suficiente templanza para no gritarles y decirles 4 cosas a todos!!!
    Que pena, el recuerdo de Samantha! Pero por lo menos tiene a Isabel,a Helen y a... Alan! Que se conozcan poco a poco y que Alan vaya ayudando a Sheila a soportar ese martirio!

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    1. Es un poco de pesadilla más que de cuento de hadas, verdad? Bueno, como tú dices, ahora más que nunca tiene gente que la va ayudar y Alan, por supuesto, estará entre ellos. Un beso Laura

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