- No te esperaba. - dijo con total tranquilidad Karen.
No la contesté, absorta como estaba en la decoración de la
estancia. Las paredes eran de color verde apagado con una celosía marrón en el
medio y un zócalo de madera tallada en la parte inferior. Es cierto que era más
pequeña que la mía, pero logró sorprenderme igualmente. La cama con multitud de
cojines, el hermoso tocador blanco, las estanterías repletas de libros y los
cuadros de las paredes, todo formaba un conjunto magnífico entre lo acogedor y
lo lujoso. En cierta manera, podía recordar al bosque, aunque ni de lejos se
acercaba a la realidad de mi refugio. Tampoco tenía una salida al exterior,
como lo era mi terraza, ni siquiera tenía ventanas. La única luz provenía de
una sencilla lámpara de techo.
- Es una mierda, lo sé. – dijo Karen sacándome de mis
observaciones. ¿Por qué se quejaba si la había elegido ella? Todo huésped se
encarga de pedir una habitación en concreto, entonces, ¿por qué escogió una
“mierda” de habitación? – Y ahora, Sheila, ¿me puedes decir qué estás haciendo
aquí?
- Tenemos que hablar. – Me puse seria de repente al
acordarme del motivo de aquel encuentro. Antes de seguir, me tomé un momento
para acomodarme en un sillón de piel negra y calmarme lo suficiente como para
enfrentarme a Karen con la cabeza fría. Solo llegué a templarme un poco, pero
comprendí que esa debía ser mi mayor aspiración. – Verás, me ha pasado algo
curioso. He visitado al médico.
- ¿Te has vuelto a caer? Mira que aún quedan unos días para
la de verdad.
- ¡Qué graciosa eres Karen! – dije con exagerado sarcasmo.
– Pues no. No me he caído, pero el médico me ha contado que se ha “encontrado”
una especie de sueldo extra por ahí. ¿Sabes algo?
No parecía sorprendida en
absoluto, al parecer pocas cosas la sorprendían. La sonrisa no desapareció de
sus labios en ningún momento. Se acercó a mí y tomó asiento en el otro sillón,
siempre con la cabeza bien alta y una mirada dulce en sus ojos de hielo. Hasta
sin decir nada me sacaba de quicio. ¿Cómo podía estar tan tranquila?
- Supongo que ha tenido suerte.
- ¿Me estás diciendo que no
tienes nada que ver con eso?
- ¿Quién sabe? – Su actitud de
misterio fue la gota que colmó el vaso. Me fue casi imposible no levantarme
para empezar a zarandearla hasta obligarla a darme su confirmación. Sin
embargo, lo conseguí y me contenté con morderme la lengua mientras mantenía mis
puños firmemente cerrados en cada reposabrazos.
- Déjalo, Karen, porque él te
recuerda. Fuiste tú quien le dio ese dinero para que no rechazara el favor.
Fuiste tú quien le sobornó. – Seguía muy enfadada con ella por actuar a
nuestras espaldas, la rabia cegaba lo demás como si fuera un tupido velo; con
todo, la verdad es que no me sentía nada bien. En el fondo, estar sentada en
ese sillón mientras le reprochaba lo pasado, me dolía. Intenté apartar esos
pensamientos para concentrarme en lo que iba a decir, no podía distraerme con
sentimientos extraños. – Y ahora, dime por qué.
- ¿De verdad le crees? Puede
haberte mentido. – Como esperaba, no pensaba rendirse.
-Le creo. Si no, ¿por qué ha
confesado aceptar un soborno?, ¿por qué estaba tan nervioso?, ¿cómo sabía que
había algo previsto para ese día? Yo te lo diré, porque fuiste tú, Karen, quien
se presentó en su despacho y le sobornó para que trabajara a nuestro favor. –
Karen seguía sin inmutarse ante mi acusación, lo que provocó que agarrara con
más fuerza si cabe la piel del reposabrazos. - ¿Me vas a decir que no es
cierto?
- No. Es cierto, le di un pequeño
regalo. – admitió tras soltar una de sus risillas. – ¿Y qué? ¿Acaso tiene tanta
importancia?
- ¡Claro que la tiene! – exclamé
levantándome del sillón. – Somos socias, pero a diferencia de ti, el soborno y
el chantaje no entra en mi lista de cosas que estoy dispuesta a hacer.
- Por eso mismo lo hice. – Fruncí
el ceño sin ni siquiera darme cuenta. No entendía lo que me quería decir con
eso. Para mí, seguía sin estar justificado, pero para ella era lo más normal
del mundo. ¿Qué más cosas serían “normales” para Karen? La idea de ser socias
se me volvió a antojar como una mala decisión. – Si tú no haces lo necesario
para que esto salga bien, me tendré que encargar de hacerlo por ti.
- Ni tienes por qué hacerlo.
Isabel y yo podríamos haberle convencido sin recurrir a tus métodos.
- Lo dudo mucho.
Me levanté del sillón y caminé a
paso rápido hasta la puerta, dispuesta a dejar atrás la hermosa habitación y a
su ocupante. Salí de allí dando un gran portazo y me deslicé hasta mi
habitación, donde, sorprendentemente, no había nadie. Eran las siete de la
tarde, aún quedaba tiempo hasta la hora de la cena, tiempo para no hacer nada.
Sin dudarlo, me fui a mi terraza y me tumbé en el diván. No hacía demasiado
calor, incluso soplaba un poco de viento. Las condiciones perfectas para
esperar… ¿pero el qué? “Una disculpa”, susurré, contestando a mi propia
pregunta. Karen debía darse cuenta de que ya no trabajaba sola. Ahora éramos
una especie de equipo y sus actos tenían consecuencias en mí, aunque, probablemente,
no le importase mucho. A mí misma no me hubiera importado.
Empecé a dar vueltas en el diván buscando la mejor forma de
encontrarme cómoda. Seguía dándole vueltas a ese sentimiento que me había
asaltado mientras hablaba con Karen. ¿Por qué no me sentía bien si tenía a
Karen contra las cuerdas? Tampoco me sentía ya enfadada, más bien…
¿decepcionada?
Isabel entró a mi habitación sin
llamar, algo muy poco propio de ella. Oí cómo se acercaba a mi posición, pero
desvié enseguida la vista y le di la espalda. Necesitaba estar sola, pensar.
Después escuché el arrastrar de una silla que se colocó al otro lado de la
terraza, lo suficientemente lejos de mí como para no sentirme agobiada por su
presencia. Isabel había llegado a conocerme muy bien en muy poco tiempo, aunque
tuve la impresión de que yo no la conocía tan bien como creía. En realidad, no
conocía a nadie. La soledad, al verse libre y sin la compañía de la rabia
cegadora, se abalanzó sobre mí como un depredador lo hace sobre su presa.
Siempre había estado ahí agazapada, amenazante, preparada para saltar en
cualquier momento. Me encogí sobre mí misma, hasta hacerme lo más pequeña
posible. Mi rostro ya estaba mojado cuando me di cuenta de que había empezado a
llorar. Sollozaba como una niña pequeña y la verdad es que me sentía igual de
insignificante. No podía hacer nada sin meter la pata, caerme y recibir después
una mano amiga. Isabel hizo el amago de acercarse, pero yo la rechacé a gritos.
Al final, cuando mis pulmones y mi espalda estaban bastante
doloridos, Isabel me convenció para levantarme y arreglarme para la cena.
Yolanda se pasó para ayudarnos. Me peinaron, maquillaron y vistieron en un
profundo silencio, haciéndome sentir como una muñeca sin voluntad. Apenas tenía
algún pensamiento lúcido y me sentía terriblemente cansada. Los ojos se me
cerraban solos y tenía que hacer un tremendo esfuerzo para mantenerlos
abiertos. Mis pies casi no se despegaban del suelo y uno de los mayordomos, el
que se había despedido de mí en la comida, me guiaba cogiéndome del brazo. Ya
sentada en la cena, todos evitaron hablarme al comprobar que no contestaba a
ninguna de sus preguntas. Comí bastante poco, más bien mareé la comida de mi
plato al mismo tiempo que el resto del mundo se convertía en un continuo ruido
sin sentido. Esperé a que todos se retiraran para llamar a alguien que me
ayudara y se presentó el mismo mayordomo. Este me recogió antes de caer al
suelo y me llevó en volandas hasta mi habitación, donde me dejó recostada sobre
la cama. Antes de marcharse de mi lado, le dije:
- Espera - El mayordomo se dio la vuelta y se acercó a mí. Sus ojos parecían resplandecer en la oscuridad de mi cuarto. - ¿Cómo te llamas?
- Alan Wilson.
- Buenas noches, Alan.
- Buenas noches, Sheila. - Y como pasara antes de la comida, desapareció de mi vista y perduró en mi memoria.
Pocos minutos
después, caí en un sueño intranquilo, plagado de pesadillas y miedos.
Cuando la soledad se cierne sobre ti... no hay escapatoria. Entiendo perfectamente a Sheila, y la verdad es que es horrible su vida! Pero por lo menos, ya va conociendo al chico y asi se sentira menos sola,con suerte! Has escrito muy bien el capitulo :)
ResponderEliminarNo habría podido decirlo mejor Laura. Muchas gracias ^^
EliminarAlan... Oh Alan... Ya tengo nuevo nombre preferido.
ResponderEliminarA mí también me gustó cuando lo oí ^^ De hecho se lo cambié por el tema del concurso (antes era Bruno) ¿Crees que os habría gustado más? Un beso Queen A
EliminarOhhhhhhhhhh!!! Le lleva a la cama en brazoos!!! Y le da las buenas nochees!! Y se llama Alaaan, Alaaan!!!!! jaja
ResponderEliminarEscribes genial!!
Un besoo
Gracias^^ Quien no querría un mayordomo de esos, eh? ;) jaja Me alegro de que os guste el nombre. Un beso
EliminarMuy buen capítulo, espero el siguiente ehh ;)
ResponderEliminarUn besaaaazo! :3
Muchas gracias Moon Light ^^ Lo pondré lo antes posible
EliminarUn beso