jueves, 23 de agosto de 2012

Capítulo 28

Como os decía en la reseña del segundo libro de Harry Potter, ha llegado el capítulo 28 de la historia de Sheila. No es muy largo, pero pasan cosas... interesantes. Sé que es un final de los que dices, ¿en serio tenías que parar ahí? Pero mañana tendré listo el siguiente si todo va bien :) Bueno, como me gusta decir, espero que os guste. Un beso a todos ^^









A las dos semanas, me dieron el alta médica. Al parecer no veían ningún motivo para que me tuviera que quedar ningún día más. En mi historial (un montón de papeles llenos de garabatos incomprensibles) se incluyó que había sufrido un esguince cervical y quemaduras leves de segundo grado, aunque a mí sólo me sonaban a tecnicismos y eufemismos propios de la jerga. Aún sentía palpitar mi piel debajo de los vendajes, pero el tiempo curaría ese problema. El lado bueno lo ponía el poder librarme del collarín, con lo cual podía volver a mirar en derredor y fijarme en detalles hasta ese momento invisibles: los fluorescentes y su luz dañina, los rostros ojerosos de los trabajadores, una telaraña en la esquina del techo o el cuadro pintado con acuarelas situado encima de mi cabeza.

Una  señora de sonrisa bobalicona y sin pinta de tener muchas luces empujaba la silla de ruedas en la cual estaba sentada. Atrás íbamos dejando pasillos de paredes amarillo huevo, en un intento fallido de transmitir alegría, y muchas puertas. Para ser un hospital, no había demasiado ajetreo. De hecho, apenas nos cruzamos con unos pocos empleados y otros tantos pacientes. Para mi desgracia (y carcajada del destino) la señora bobalicona era dada a parlotear sin parar. En todo el trayecto, no cerró su bocaza ni dejó de sonreír, lo que me irritó por considerarlo poco adecuado para el ambiente gris de un hospital. Al llegar a la puerta de entrada me despedí de ella con un seco adiós y salí al exterior. Aspiré el aire como si fuera la primera vez que lo respiraba. Hacía frío, demasiado para el chándal gris que me había proporcionado el hospital; ya que de mi vestido sólo quedaba tela chamuscada y destrozada. En cuanto a mis zapatos, no habían podido salvarlos del siniestro, así que ahora llevaba puestas unas deportivas desgastadas y medio rotas, ofrecidas por una enfermera a cuya hija le habían quedado pequeñas. Agradecérselo era mentirme a mí misma y a ella, pero era mejor que ir descalza. Me dirigí hacia la derecha donde se extendía el aparcamiento del hospital. Según la bobalicona, alguien había intercedido por mí debido a mi condición de menor de edad; sin embargo, no había podido averiguar su nombre. Aun así, tenía la esperanza de que al menos se hubiera acordado de venir a recogerme tras el alta médica y no se hubiera olvidado de mí después de firmar los papeles.

Así que allí estaba yo, plantada en la acera del aparcamiento como una columna más de las que había a mi alrededor. A mi espalda, la puerta de urgencias y frente a mí, algunos coches mal aparcados. El cielo estaba encapotado y amenazaba tormenta. Odiaba tener que quedarme parada, pero no por el frío, pues enfriaba mi piel dolorida, sino porque la lluvia caería de un momento a otro y no tenía ningún sitio a donde ir. De repente, una limusina irrumpió en  el aparcamiento y se paró a mi altura. Me acerqué dispuesta a saber quién era mi “tutor”. El cristal de la ventanilla de la parte trasera bajó y retrocedí de un salto todo lo andado.

- Cuánto tiempo, hija mía. – Mi padre me miraba desde el cristal con sus ojos inquisidores. Como otras veces sabía que estaba enfadado, pero no por su rostro, sino por sus ojos marrones y sus pupilas dilatadas. El miedo me paralizó y a punto estuve de caerme. – Sólo vengo para advertirte que si vuelves a la mansión, no me hago responsable de lo que te pueda pasar. ¿Lo entiendes, niña?

- Sí. – dije acompañándolo de un asentimiento de mi cabeza.

La limusina aceleró y salió del aparcamiento tan rápido como había aparecido, mientras el cristal iba ocultando el rostro de mi padre. Suspiré y me dejé caer apoyando la espalda contra una de las columnas. Comprendí que hasta ese instante había tenido la esperanza de que mi padre no se hubiera enterado de mi accidente o de nuestros planes. Me había equivocado. Tal vez, lo hubiera sabido desde el principio y la fechas no había coincidido por pura casualidad, sino por estrategia. Me abracé las piernas para huir del frío. No tenía dónde ir ni dónde dormir. Ahora estaba sola de verdad e Isabel no podría venir a ayudarme. Nunca más podría.

Algo despertó en mí. Llamadlo instinto de supervivencia, egoísmo o desesperación; pero comencé a andar. Avancé por el arcén de la carretera esperando encontrar la solución, aunque en el fondo sabía que mis opciones eran pocas, si no, ninguna. Tan sólo había un lugar, a parte de la mansión, el cual yo conociera: Delois. La ciudad se encontraba lejos del hospital si uno iba andando en vez de en coche. Nunca lo había hecho hasta entonces, pero habría incluso cogido un autobús si hubiera tenido dinero. Pero no lo tenía. De hecho, no tenía nada. Continué caminando lo que me pareció ser varios kilómetros. Las nubes se volvían cada vez más negras sobre mi cabeza y sabía que no tardarían en descargar su furia de un momento a otro. El viento seguía azotándome con fuerza, lo mismo que los coches. Hacía mucho que había dejado de ver el edificio blanco del hospital tras mis pasos, dejándolo oculto entre la vegetación de la sierra. A ratos me internaba en el bosque para alejarme del ruido del tráfico, pero volvía para poder guiarme con más facilidad.

De pronto oí a mis espaldas cómo un coche frenaba. Se había parado a pocos metros de mí. Me giré con la intención de descubrir la causa y me encontré con un hombre vestido con un abrigo de cuero y pantalones de vestir. Sin embargo, no miraba una posible avería de su coche (que dicho sea de paso, y sin ser ninguna experta, debía ser carísimo), ni tampoco hablaba por el teléfono; me miraba a mí.

               - Te veo un poco perdida. – Su voz era grave y cálida, confortable. A pesar de ello, me alejé un pasó de él y me dispuse a seguir mi camino, dejándole atrás. - ¡Eh! Espera. – oí decirle a mi espalda. Se estaba acercando.
               No lo pensé, el instinto lo hizo por mí. Eché a correr.


7 comentarios:

  1. que mal padre! ¿¡como puede dejar a su hija así!?
    uf, quiero saber que va a pasar subí pronto el proximo capitulo que me muero de curiosidad.
    un besote grande, Lucia

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    1. Es todo lo contrario a un padre modelo, verdad?
      No sé cuándo estará exactamente, pero no quiero haceros esperar mucho ;) Un beso

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  2. En serio? Tenias que terminar ahí? Ya tengo la solución, la encuentra Alan. Se llamaba Alan no? Bueno, el mayordomo guapo la encuentra y se la lleva a casa y viven una historia de amor y se casan y tienen hijos y planean la venganza contra su padre y heredan la mansión y viene la tita Karen a visitarles y son felices y comen perdices.

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    1. Se llamaba Alan, sí, aunque con mayordomo guapo también nos aclaramos jaja Es un buen plan. Me lo apunto ;)
      Un beso Queen A ^^

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  3. Vale:
    Punto 1: Odio con todas mis fuerzas a su padreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!
    Punto 2:Era necesario que acabara justo ahí? eh?
    Punto 3: Que la rescate Alaaaaaaaaaaaaaan, y se vayan a viviiir al bosqueee!!! Y se den muchos,muuuchos besos!!^^
    Me ha encantadoooo!!
    Besoss

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    1. Punto 1: el sentimiento es mutuo
      Punto 2: Sí, era necesario porque aún ten
      Punto 3: Alan llegará de un momento a otro porque recuerda que te lo prometí ;) Paciencia, paciencia
      Muchas gracias cereza ^^ Besos

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    2. Se cortó :P Lo que decía era que aún tengo que escribir el siguiente y espero que sea un poco más largo que los anteriores ;)

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