sábado, 14 de julio de 2012

Capítulo 6

Menuda tarde más movidita jaja Lo prometido es deuda, aquí está el sexto capítulo. No es muy largo, pero después del lío del concurso es lo más que puedo daros. Aprovecho para decir que las respuestas correctas se darán al finalizar, es decir, el día 18 y que, por favor, aunque haya comentarios por delante del vuestro, participéis igualmente. De eso se trata, ¿no? Hasta mañana


Abandoné mi ordenador tras lo que consideré una buena charla. Esa mañana estaba libre de mi sufrimiento con el señor Domínguez, pero debía hacer la tarea del fin de semana. Con poco entusiasmo, saqué mi material y me puse con las matemáticas. Las ecuaciones volvían a darme problemas, especialmente un problema con el que llevaba batallando desde el día anterior. En poco tiempo todo volvió ser un revoltijo de números. Continué un poco más, pero me di cuenta del desastroso estado de mi bolígrafo. Este se había visto devorado por mis dientes después de varios cálculos desesperantes. Me dio pena verlo, el pobrecillo no se merecía algo así. Cogí un bolígrafo nuevo con la esperanza de que esta vez me durara un poco más. Enseguida me di cuenta de mi diálogo interno acerca de bolígrafos y volví a las matemáticas por miedo a empezar a hablar con mi regla. Creo que fue la primera vez que me alegré de entretenerme con actividades matemáticas. La mañana continuó su curso mientras yo me ocupaba de terminar los ejercicios.

A la una y media, una doncella vino a mi cuarto para avisarme de la comida. Me dejó un vestido verde limón sobre la cama. Por suerte para ella, se fue lo suficientemente rápido como para no recibir una bronca monumental. El vestido era horroroso, digno de una princesita de cuento de hadas. Tenía demasiados lazos y florituras en cuello, mangas y la falda. Y, para colmo, venía con purpurina de complemento. Contuve a duras penas mis ganas de reducirlo a pedazos y me lo puse. Para mi fastidio, también era demasiado largo. Andaba arrastrando el bajo y pisándolo con los zapatos verde oliva (de tacón de aguja) a juego. En la cama, quedaban los complementos que cerraban la jugada: una diadema del mismo color que los zapatos y un collar. Me acerqué para mirarlo con más atención. La cadena estaba formada por finos eslabones de oro entrelazados. El colgante era precioso. Tenía la forma de una delicada hoja. Las nervaduras eran de oro y el resto, brillante esmeralda. Me entretuve girándolo entre mis dedos, contemplando los destellos de luz, fascinándome con sus formas. Parecía una hoja de verdad convertida en joya. Llevarlo puesto en mi cuello compensaba todos los vestidos horribles del mundo.

Salí de mi cuarto más feliz de lo que hubiera esperado. Me dirigí hacia el comedor, pero enseguida noté que algo no andaba bien. Los pasillos estaban repletos de sirvientes limpiando el polvo, colocando flores y yendo de aquí para allá con inusitada prisa. ¿Qué habría pasado para tener que realizar su trabajo de esa manera tan caótica? Doblé la primera esquina y me encontré con otra sorpresa. No iba a ir sola. Apoyados sobre la pared había dos mayordomos elegantemente vestidos con sus mejores galas. Me saludaron con una inclinación de cabeza y se colocaron a ambos lados de mi cuerpo.

- No necesito vuestra compañía. ¡Largaos! – protesté. Era suficientemente capaz de guiarme a través de la mansión. Incluso mejor que ellos. Pero no se movieron de su posición. Se limitaban a mirar al frente con la cabeza alta y las manos a la espalda. Mosqueada por su actitud, me paré de golpe y me encaré a ellos. – Os he dicho que os vayáis. No quiero que me sigáis a ninguna parte, ni ahora ni nunca. Puedo ir sola al comedor sin perderme.

- Lo sentimos, señorita Sheila. Nos han ordenado que la escoltemos hasta el comedor y así lo haremos. – contestó uno de los mayordomos.

- Me da igual lo que os haya dicho mi padre o quien sea. ¡Largaos ahora mismo! – les grité. Mi enfado aumentaba por momentos, pero ellos seguían tan impasibles como antes, lo que hacía que aumentara más. Ya pensaba en echar a correr cuando me acordé del calzado que llevaba. Los zapatos de tacón eran un punto elevado de mi lista. Dadas las circunstancias, decidí dejar esa discusión inútil y continuar mi camino sin volver a dirigirles la palabra a mis “sombras”.

 Durante el trayecto no dejaba de pensar en los cambios visibles de la mansión, más notables conforme nos acercábamos al comedor principal. Todos los ramos habían sido sustituidos por reliquias familiares expuestas tras un cristal. El suelo embaldosado parecía más brillante y había una alfombra granate en el centro del pasillo. Había velas y candelabros por todas partes. Era como volver a la Edad Media. ¿Por qué cambiar de repente la decoración general? ¿Por qué tenía escoltas en mi propia casa? Nada tenía sentido. A no ser que…

Había pasado otras veces. Cada dos años aproximadamente, recibíamos una visita especial. Los trabajadores se pasaban todo el día ocupadísimos, tanto que no se preocupaban por mí en absoluto. Esto me fastidiaba de sobremanera porque, aunque estaba libre de comer con mi padre, se olvidaban de traerme la comida y tenía que insistir mucho hasta lograrlo. Tampoco pasaba nadie a mi cuarto, ni para limpiar ni entregarme algún mensaje. Casualmente, ese día el señor Domínguez sí se pasaba por mi cuarto para impartir una clase extra y poder adelantar temario. Así, yo pasaba una tarde aburridísima con mi maestro mientras oía el ruido de los sirvientes en un ir y venir más continuo de lo normal. Mi padre había querido quitarme del medio desde el principio; pero, entonces, ¿por qué invitarme? ¿Acaso ya no era la pequeña niñita repelente de la casa? ¿Confiaba mi padre en mí? Lo dudaba mucho. Algo había le había hecho cambiar de opinión, pero no había sido yo. Esperaba descubrirlo pronto. Aceleré el paso y mis guardaespaldas me siguieron, guardando las distancias a petición mía. Alisé las arrugas de mi vestido y coloqué la diadema en su sitio. Las manos me sudaban y limpiarlas en el vestido no era una opción, pues la tela no era nada absorbente. Estaba nerviosa por lo que me pudiera encontrar, pero nunca habría podido imaginar lo que encontré esa tarde en el comedor.

5 comentarios:

  1. Ayayayayaaaaaay!!!! Qué se encontrará en el comedor? Seguro que es la novia de su padre o el chico con el que quiere enparejarle este. Segurísimooo!!!! Bueno lo de siempre: es GENIAAAAAAAAAAAAL!!! El siguiente prontooo!!!!!
    Sigue así, que de momento no me has decepcionado (y no lo creo que lo hagas) porque escribes COMO UNA DIOSA! jajaja
    Besos!!!

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    1. Muchas gracias cereza ^^. Siento dejaros con esa intriga, pero os habéis quedado frías, frías porque ya os adelanto que ni es su novia ni un chico.

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  2. Opino lo mismo que cereza21! Seguro que es la novia de su padre o un chico! Me cae muy mal el padre, como puede ser tan frivolo! Y ahora nos dejas con esta intriga....
    Bueno el capitulo genial, y la historia genial tambien!

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    1. Muchas gracias Laura y bienvenida al blog ^^ porque no habías comentado antes, no? Me alegro de que te guste la historia. En cuanto al padre es normal que no os guste, ya veréis como os gusta menos... (hasta aquí puedo leer ;) Y por cierto, gracias por participar en el concurso. Hasta mañana

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    2. Bieeen! Alguien que me apoya!! Laura ahí tienes razón el padre es un MONSTRUOOOOOO!!! Uuuy Crispi, no me gusta lo que has dicho del padre, qué le hará a Sheila? No me lo puedo imaginar... jajaja Besooos!!

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