jueves, 6 de septiembre de 2012

Capítulo 35

Hola a todos!! Después de varios días sin ella, regresa Sheila. La verdad es que no es lo que se dice un capítulo muy extenso, pero espero que os guste de todas formas. Para compensaros, mañana volveré a colgar otro de mis capítulos.
Hasta mañana! :)





Al día siguiente, me desperté con una desagradable sensación. Me incorporé lentamente para evitar sentir los quejidos de mis costillas. El salón estaba bastante oscuro, ya que la cortina de la cocina volvía a estar cerrada y la lámpara del techo, apagada. Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la escasez de luz, pero una vez lo hicieron, supe por qué no me abandonaba la inquietud. Alan no estaba. Tiré de la manta que me cubría y la cual no recordaba haber tenido antes de dormirme.
- ¿Alan? – le llamé con voz temblorosa. - ¿Dónde estás?
Me levanté del sofá y caminé por el saloncito sin dejar de repetir su nombre. Hasta que tropecé con un bulto y me caí. De repente, algo me inmovilizó en el suelo. El sueño se fue de improviso y traté de quitármelo de encima, pero no podía luchar contra su fuerza. Notaba sus fuertes músculos sobre mi cuerpo mientras la presión provocaba el dolor de mis costillas. Solté un quejido. El aire no entraba a mis pulmones. La oscuridad nos rodeaba y me impedía ver su rostro, pero lo reconocí.
- ¡Alan quítate de encima! – le ordené con gran enfado y desesperación. Sus ojos pestañearon confusos.
- ¿Sheila?
- Sí, soy yo. ¡Y ahora quítate! – Alan se apresuró a levantarse y se ofreció para ayudarme, pero en esta ocasión la rechacé. Me llevé la mano a mi torso, donde mis huesos doloridos no habían soportado bien el peso del inconsciente de Alan – Enciende la luz, ¿quieres?
Sin contestarme, accionó el interruptor y pude ver al fin la cara de Alan con claridad. Me crucé de brazos y le miré a los ojos, pero desvió la vista y se negó a devolverme el gesto.
- Lo siento, Sheila. No sabía que eras tú. – se disculpó avergonzado por lo ocurrido. Me tomé unos segundos más en comprobar si decía la verdad; nada me indicó lo contrario. Intenté incorporarme para ponerme a su altura, pero apenas me había apoyado en el suelo para coger impulso cuando el dolor volvió a mí duplicado. El aire salió de mis pulmones convertido en un agudo grito.
- ¡Sheila! ¿Estás bien?
- ¡¿Tú que crees?! – le solté con brusquedad.
- Túmbate, por favor. – Me lo pensé dos veces antes de hacerlo, pero al final cedí ante la insistencia de Alan, quien se sentó a mi lado y empezó a levantar la sudadera de mi chándal.
- ¡¿Qué crees que estás haciendo?! – Le arrebaté de las manos la tela con rapidez, consiguiendo con ello más dolor.
- Necesito ver si tienes alguna costilla rota, así que deja de moverte.
Sin mucha convicción, permití que Alan fuera levantando poco a poco mi sudadera. Se paró antes de llegar a mi sujetador y empezó a palpar mis costillas. Sus manos recorrían mi piel con minuciosidad. Mi corazón volvió a latir con rapidez y mis mejillas se tiñeron de un suave tono rosáceo. Al menos hasta que Alan dio con el foco de dolor.
- ¡Ay! Eso duele, ¿sabes?
- Lo siento. – No tenía mucha pinta de lamentarlo con la sonrisa pintando su cara. – Creo que no está rota, pero será mejor que no te muevas mucho por si acaso. – Sus manos aún estaban en contacto con mi piel. Notaba su presión sobre mis costillas como un suave cosquilleo. Alan dio entonces el examen por terminado y colocó mi sudadera en su sitio. – Te prepararé algo de desayuno, ¿vale? – Volví rápidamente la cabeza hacia él, teniendo aún presente en mi mente el recuerdo del dulce beso de buenas noches. Asentí levemente. Realmente, me apetecía desayunar con él para perdonarle por su imprudencia.
Esta vez no tuve más remedio que aceptar su ayuda para llegar hasta la cocina, pues no sabía si hubiera sido capaz de hacerlo por mi propio pie. Ya en la cocina, tomé asiento en una de las sillas de mimbre y me quedé mirando cómo Alan trajinaba en los miles de armarios y cajones de madera. De la nevera, sacó un cartón de leche, el cual vació en dos tazones enormes. Después, recomenzó su búsqueda por los armarios hasta dar con una caja de cereales, lo dejó todo sobre el mantel de mazorcas y me ofreció una cuchara.
- Que aproveche.
- Gracias. – Ya no recordaba cuando había sonreído con verdadera alegría, no obstante, la mueca formada por mis labios en ese momento debía parecerse en algo a eso.
Ambos comenzamos a tomar nuestro improvisado desayuno. En comparación con lo que solía comer, eso se quedaba en un ligero tentempié de muy mal gusto; la leche estaba muy fría y los cereales, duros como una piedra.
- No se te da muy bien esto de cocinar, ¿verdad? – bromeé, aun a sabiendas de que “cocinar” era una palabra que le quedaba muy grande a preparar un par de tazones de leche con cereales y calentar unos taperwares en el microondas.
- Supongo que no.
 Alan empezó a reírse por lo bajo y no pude evitar empezar a reírme yo también, así de contagioso era su sonido. Me olvidé por completo de estar molesta con él y de lo pasado desde que me despertara. Sólo me importaba retener esa repentina alegría en una cajita para disfrutarla para siempre. Ambos bromeábamos con nuestras artes culinarias e iluminábamos la tétrica mañana con nuestras risas.
Por desgracia, la diversión se acababa al mismo tiempo que nuestros recipientes se iban vaciando. El tiempo corría en nuestra contra después de que Karen localizara nuestra posición el día anterior. Alan se había empeñado en mantener nuestro destino en secreto como medida de precaución, aunque no supe de qué servía tanto secretismo. No me preocupaba, pues confiaba en la buena intención de Alan; pero me habría sentido mejor si conociera a dónde iba.
Y sin embargo, no era mi meta ni mi inminente huida quien devoraba todas mis energías, sino Karen. Nunca tuve muy buena imagen de ella, pero ¿estaría yo preparada para enfrentarme a ella? ¿Qué pensaba hacer Karen cuando me encontrara? ¿Estaría dispuesta a matarme por orden de su padre? Sólo el destino podría decirme lo que me esperaba al abrir esa puerta y, por el momento, no se había portado muy bien conmigo precisamente.

4 comentarios:

  1. Como odio a Karen, zorras cojonuda, no la soporto si no fuera por ella, Alan y Sheila estarían de lo mejor dándose besitos por allí y por acá, y quien sabe que más... *_* jajajaja.
    espero que Shiela aprenda a tirar cuchillos o que aprenda karate o algo por el estilo así le da una paliza a la zorra de Karen!
    Me encanto el capitulo, como siempre genial.
    Un besote grande, Lucia

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    1. Muchas gracias ^^ Karen no es muy querida... Tampoco es que haya hecho nada bueno, la verdad. Todavía no me he planteado cómo va a defenderse Sheila, pero por lo menos tiene a Alan a su lado para protegerla ;)
      Besos

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    2. jajaja dime Crispi apuesto lo que quieres que tanto como yo o cualquiera quieres un Alan para que nos defienda y para hacer otras cosillas ;) besito va besito viene... jajaja
      ¿Me equivoco? ¿o es que ya tienes tu Alan propio? jajaja
      Creo que no me melestaria ser Sheila en este momento, pero me comportaría de una manera un tanto diferente con Alan ;) el pebre se quedaría sin labios... jajajaja
      Un besote grande, Lucia

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    3. Yo también querría un Alan para mí, pero prefiero dejárselo a Sheila para que conserve sus labios ;) jajaja Un beso Lucia

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