Hola holita amiguitos!! XD Con lo despistada que soy, se me olvidó cambiar la encuesta de la semana por eso va a empezar hoy, lunes. Así que no olvidéis votar y decir
¿Qué personaje de la historia os gusta más?
Y después de este anuncio, os dejo con el capítulo 38. Espero que os guste porque se descubre si Alan sobrevive a ese desafortunado disparo ;) Un beso a todos.
- ¡NO! – le grité al cuerpo inerte de Alan. - ¡DESPIERTA!
Mi voz desgarró mi garganta, pero no me importó. Lo único
que me importaba era Alan y no me oía. Le zarandeé con brusquedad mientras no
dejaba de pedirle que abriera los ojos. Necesitaba ver de nuevo su verdor,
sentir su mirada cuidando mis pasos.
- ¡ME LO PROMESTISTE! Me lo prometiste. – terminé entre
sollozos. – Me lo prometiste.
Apoyé mi cabeza en su pecho y redoblé mi llanto mientras le
golpeaba con furia. Así me quedé hasta que unos brazos me sacaron del coche con
muy poca complacencia. Me dejé caer al frío asfalto sin detener las lágrimas
que salían de mis ojos enrojecidos. Un joven de unos veinte años y de pelo
castaño entró en el coche para ocupar mi asiento. Me agarré a las rodillas y
oculté el rostro entre mis piernas, intentando esconderme del mundo en su
totalidad. Era la misma sensación que experimenté entre las sombras,
angustiante hasta ser dolorosa, solo que esta vez tenía los ojos bien abiertos.
Si me entregaba a los Sword tal vez me mataran rápido y pudiera rencontrarme
con mis amigos al otro lado. O tal vez nunca más los volvería a ver. Miré
aterrorizada mis manos, manchadas con la sangre de Alan. Mi ropa también estaba
teñida de escarlata. Cerré los ojos para huir de esa visión, pero esta se había
grabado en mi mente para siempre. Se había acabado. Jamás, nunca, hasta ese
momento, había deseado tanto la muerte. En mis manos había aparecido uno de los
fragmentos del cristal roto. Lo acerqué a mi muñeca con la imprecisión de mis
temblorosos dedos. Un corte de mis venas y mi sangre se uniría por siempre con
la de Alan.
Alguien me agarró las muñecas antes de que el cristal se
hundiera en mi piel y lo tiró lejos de mí. Me zafé de su agarre, pero no hui
sino que volví a encogerme sobre mí misma. ¿Tan difícil era dejarme en paz? El
joven castaño, sin embargo, volvió a
sujetarme por los hombros y me dijo:
- Métete en el coche.
No vi la necesidad de responderle, pues, simplemente, ya me
daba igual lo que me pasara. El joven se cruzó de brazos frente a mí y me miró
con la cara roja de rabia, esperando mi contestación mientras reprimía las
ganas de pegarme. Volví a hundir mi rostro entre las piernas, ignorándole.
Resopló de exasperación y me alzó en brazos con la intención de instalarme en
la parte trasera del vehículo a la fuerza. No me opuse. El coche arrancó con un
ronquido del motor dormido y salió del callejón en dirección a la periferia de
la ciudad. Allí, los grandes rascacielos y enormes edificios de apartamentos
eran sustituidos por pequeñas casas individuales, agrupadas por urbanizaciones.
Si mal no recordaba, en alguna de ellas, vivía mi antigua amiga Laura antes de
trasladarse al mismo centro de Delois. Siempre fue más feliz rodeada de enormes
moles de hormigón que en aquel lugar alejado de la verdadera civilización. Todas
las casitas parecían idénticas entre ellas: jardín delantero, dos plantas,
chimenea y terreno en la parte de atrás para la barbacoa y la piscina. Los
niños jugaban en la calle a pesar del mal tiempo. Sus rostros pasaban ante mí un
poco difuminados por la velocidad de nuestro coche, pero pude ver su cara de
felicidad incluso desde la distancia. Yo, en cambio, esperaba no poder sonreír
nunca jamás. A mi lado, Alan seguía con los ojos firmemente cerrados sin el más
mínimo atisbo de que fuera a abrirlos de nuevo. Su mano, antaño cálida, ahora
descansaba sobre su costado, débil y fría. Diego había cambiado mi improvisado
vendaje, mejorándolo considerablemente. A parte de eso, todo seguía igual. Alan
no iba a volver.
El coche fue desacelerando hasta pararse por completo en un
garaje cercano. La puerta se cerró a nuestras espaldas y el motor extinguió del
todo su potencia.
- ¡ÁNGELA! ¡VEN!
Al cabo de un minuto, una chica de la misma edad que el
joven castaño entró en el garaje. Hacía honor a su nombre, pues sus facciones
eran suaves y su piel, muy pálida. Sus cabellos dorados caían lacios sobre su
espalda y desentonaban con la oscuridad de sus ojos, remarcada por el rímel.
Vestía unos pantalones sencillos y una camisa blanca. No me habría extrañado si
le hubiera visto crecer unas alas blancas a su espalda. Se quedó con la boca
abierta al ver a Alan. Corrió a situarse a su lado y ayudó a Diego a sacarle
del coche.
- ¡NO! No le toquéis. – grité desesperada.
Sujeté a Alan de la camisa rota y tiré de él. Diego acudió
para aflojar mi agarre sin hacer grandes esfuerzos.
- ¿Qué le ha pasado? – preguntó la tal Ángela. Al contrario
que Diego, le estaba costando mucho sostener el cuerpo inmóvil de Alan. Nos
miraba intermitentemente a mí y Alan, pero yo solo tenía ojos para este último.
Ángela abrió la boca para repetir su pregunta, sin embargo, al ver que nadie
parecía dispuesto a contestarla, la volvió a cerrar.
Salieron del garaje y yo les seguí tambaleante, apoyándome
en las paredes y muebles que encontraba a mi paso. Cada vez nos adentrábamos
más y más en las profundidades de la casa. Hice caso omiso de las habitaciones
que íbamos dejando atrás, pues todos mis sentidos seguían concentrados en Alan.
Parecía descansar plácidamente, disfrutando de un sueño tranquilo. Para mí, en
cambio, era una pesadilla de la vida real. Al fin, (ya pensaba que esa casa no
tenía final) Diego se paró frente a una puerta y los cuatro pasamos al
interior. Ángela y Diego depositaron a Alan sobre una cama.
- Su pulso es débil y ha perdido mucha sangre, pero creo
que lo peor ya ha pasado. – decía Diego mirando la cara consternada de Ángela.
– Lo que necesita es descansar. Me quedaré aquí por si acaso.
La luz alumbró de repente la estancia. Todos mis músculos
se relajaron, desprendiéndose de la tensión acumulada y me desplomé en la
moqueta del suelo.
Estaba vivo.
Todo volvió a tener sentido. Sin saber por qué,
empecé a reírme. “He perdido la chaveta”, pensé; aunque eso daba igual porque
Alan estaba vivo. El alivio que sentí en aquel momento solo era comparable con
la alegría de saber que podría haber ganado el dichoso concurso de fotografía,
solo que mucho, mucho mejor. Contemplé la figura que reposaba sobre la cama de
sábanas blancas. Su imagen no daba al que lo viera muchas esperanzas, pero solo
tuve que recordar las palabras de Diego para recobrar automáticamente el ánimo.
- De acuerdo. – contestó Ángela en voz baja, sin comprender
el motivo de tanta risa y pensando, probablemente, que estaba como una cabra.
Abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí.
- Tú también deberías salir, esto… ¿cómo te llamas? – Tardé
más de lo habitual en comprender que Diego se dirigía a mí. Con reticencia,
desvié mi vista del cuerpo herido de Alan para mirar al otro ocupante de la
habitación.
- Quiero quedarme. – Diego frunció el ceño.
- No creo que sea buena idea. Ni siquiera sé quién eres.
¿Sería lo correcto decirle a Diego mi nombre? Hacía solo
unos minutos, cuando aún pensaba que no volvería a ver el brillo en los ojos de
Alan, me habría entregado personalmente a la familia Sword. Ahora, con
renovadas esperanzas, no podía arriesgarme. “No debes confiar en ellos”, había
dicho Alan. ¿Podía confiar en Diego? Alan lo había hecho. Si había recurrido a
él sería por alguna buena razón. No necesitaba saber más por el momento.
- Me llamo Sheila Johns. Alan me está ayudando a escapar
de…
- Los Sword. – completó Diego. Giró la cabeza para mirar a
Alan y luego, se volvió hacia mí. Noté cómo me repasaba con la mirada, como si
fuera la primera vez que me veía. Mantuve mi atención fija en Alan hasta que
Diego dio el examen por finalizado. – Está bien. Puedes quedarte, pero será
mejor que no me molestes.
Su voz no abandonó en ningún momento el tono frío y
cortante, casi resentido. Me apresuré a colocarme a la vera de Alan mientras
Diego cambiaba de nuevo el vendaje de su hombro y curaba sus heridas. Yo, por mi
parte, me limité a cogerle de la mano y contemplar su rostro a la espera de ver
el verdor de sus ojos. Ninguno de los dos nos volvimos a dirigir la palabra; lo
prefería así. Lo más seguro era que Diego me culpara de lo ocurrido, al fin y
al cabo, yo también lo hacía. Sin embargo, la felicidad y la esperanza aún
endulzaban mi culpa.
Menos mal! Alan sigue vivo! la pregunta ahora es quien es Diego y por que les ayuda? me acabras matando de la intriga!
ResponderEliminarbesos:)
Me alegro de que estés contenta ^^ La intriga nunca se va del todo sin embargo XD Alan ya lo dijo: un buen amigo. Pero aún nos falta saber si de verdad son tan buenos amigos como decía Alan... ;)
EliminarBesos Esther :) y gracias por comentar
aaah dios! que bueno no lo mataste! por un segundo creí que serias
ResponderEliminarcapaz de matarlo, pero al parecer no... jajaja
me siento tan aliviada, creo que la que se va morir voy a ser yo de un paro cardiaco, esto no es bueno, no nací para tantas intrigas. Ahora tengo más preguntas, pero me conformo con que Alan este vivo :)
un besote grande, Lucia
Pues ya ves que no fui capaz XD Era demasiado pronto y Alan me cae bien. Intrigas que en parte iré resolviendo y en parte no porque aún les queda un camino muuuy largo a estos dos.
EliminarUn beso Lucia ^^
jajaja, esta bien a mi también me cae bien Alan, por cierto en mi blog tienes un premio, fíjate en la entrada que dice sorpresa!
EliminarUn besote grande, Lucia
Lo vi esta mañana !! :D Me ha encantado. Muchísimas gracias Lucia ^^ Te he dejado un comentario en tu blog hace unas horas.
EliminarBesos
Siento no haber comentado antes! Me he puesto al dia y me encanta suerte que sigue con vida que sino te mato eehhh!! jajajajaja Espero leer el proximo pronto!
ResponderEliminarBesos!
No te preocupes Rea ^^ Yo también me he puesto al día con tu blog ;) Tendrías que ponerte a la cola porque por lo visto había más gente que quería matarme jaja Gracias por seguir leyendo mi historia :) el próximo estará mañana, te espero ;)
EliminarBesos