- No sé lo que está pasando, Alan. Yo sólo quería ir al
concurso, pero luego todo se complicó. – Mi antiguo escolta se incorporó y me
miró, interesado por la historia que iba a contarle. Evité mirarle directamente
y me encogí sobre mí misma, incapaz de asimilar los recuerdos que iban a pasar
por mi mente como una cascada imposible de parar. – Íbamos en el coche. Los
cuatro. Y, de repente, tuvimos un accidente. Todo pasó muy deprisa. Yo… no
sabía dónde estaba. Sólo sabía que había... ha... había mucho fuego a mi
alrededor. – Como siempre que recordaba ese infierno, el calor asfixiante se
volvió real a mi tacto y tuve que repetirme más de una vez que no era real
antes de recuperar el control de mí misma. – Pasé dos semanas en el hospital. Y
un policía me dijo que Karen había desaparecido e Isabel estaba… - las lágrimas asomaban ya en
mis ojos, pero no había acabado. Debía ser capaz de hacerlo. Faltaba una única
palabra. Cogí aire y los sonidos salieron entrecortados de mis temblorosos labios
– muerta. Está muerta, Alan. Y es por mi culpa.
Alan me obligó a levantar la cabeza y a que lo mirara. Sus
ojos se difuminaban a causa de mi llanto, pero no quería apartar la vista de su
rostro. Limpió las lágrimas que surcaban mis mejillas con una sola mano y me
susurró.
- No fue culpa tuya, Sheila. ¿Me oyes? – negué brevemente.
– No podías saber que fuerais a tener un accidente.
- Pero Isabel no habría estado allí si yo no me hubiera
presentado a ese estúpido concurso. – Mi voz era débil y apenas entendible,
ahogada por la presión de mi corazón. Daba igual que Alan intentara convencerme
de lo contario, yo siempre sabría la verdad, Isabel ya no estaba a mi lado por
mi culpa.
- No es verdad, Sheila. Y estoy seguro de que Isabel
pensaría lo mismo. – Apoyó, como ya era algo habitual entre nosotros, su mano en
mi hombro para reconfortarme mientras con la otra mano acariciaba mi mejilla
con ternura.
Mi Isabel siempre se preocuparía por mí antes que por sí
misma. Me habría protegido de todo y de todos. Me apoyaría y estaría a mi lado
cuando lo necesitara. Pero mi Isabel no estaba y Alan solo lograba aplacar en
parte mi tristeza. Continué mi relato ajena a todo lo demás y con un nudo
imposible de deshacer en mi garganta. Mi cabeza pensaba “Isabel, Isabel” y mi
boca se movía articulando una historia cuya protagonista se llamaba igual que
yo; pero con la cual, no me identificaba para nada. Alan no me interrumpió en
ningún momento y guardó silencio una vez terminada mi explicación.
Dicen que si le cuentas a alguien lo que te preocupa, te
sientes más ligera, como liberada de un peso enorme; pero yo solo me sentía muy
cansada. Me recosté en mi lado del sofá y contemplé la figura de Alan. Había
cruzado las piernas y volvía a masajearse la frente con las manos pensativo.
¿Pensaría que era débil? Era una posibilidad bastante probable. Normalmente, mi
orgullo habría hecho que le odiara por compadecerse de mí, pero mi dignidad se
había visto bastante mermada durante los últimos días. Además, me era difícil
enfadarme con Alan. Me estaba ayudando y se preocupaba por mí. Era más de lo
que muchos habían hecho a lo largo de mi vida.
- ¿Por qué eres tan bueno conmigo, Alan? – Necesitaba
saberlo. Todas las personas en las que había depositado mi confianza o bien me
daban la espalda o bien estaban demasiado lejos de mí como para ayudarme. Alan
era el único que parecía dispuesto a actuar de forma diferente.
- Es una larga historia y no tenemos tanto tiempo, pero
digamos que eres importante para muchas personas. No sólo para mí.
- No lo entiendo, Alan. ¿Qué quieres decir con eso? – Me
limpié con disimulo los últimos rastros de mi lamento para relegar a un segundo
plano mi tristeza por la pérdida de Isabel. La confesión de Alan escondía mucho
más detrás y quería averiguar qué era. Por fin se me brindaba la oportunidad de
saber lo que todo el mundo me ocultaba: la verdad.
- Verás, todo esto es por culpa de los negocios de tu
padre. ¿Qué sabes de eso?
- No mucho – reconocí confusa.
- Supongo que nunca le interesó que lo supieras… - Me
abstuve de añadir que yo tampoco había mostrado jamás interés por lo que se
interesara mi padre. Sabía cuándo tenía una reunión importante o cuándo debía
hacer un viaje, pero a mí me preocupaba el tiempo que pasara fuera y no el
motivo. - Bueno, el caso es que tu padre se disputa con otra familia el dominio
de varias ciudades de la zona. Es una especie de guerra que empezó con el
traslado de tu padre desde Inglaterra.
- ¿Que domina a las ciudades? ¿Y cómo se supone que se hace
eso? – Sonaba a imperio romano de la Edad Antigua. ¿A qué diablos jugaba mi
padre cuando se encerraba en su despacho? ¿A los soldaditos de plomo?
- Eso no nos importa ahora, Sheila. – Fruncí el ceño. No le
importaría a él. Yo, sin embargo, no entendía cómo demonios podía controlar una
empresa a varias ciudades como Delois. Con actos benéficos y obras de caridad
no, desde luego; pero ¿cómo se movían los hilos de la ley y los altos cargos de
los gobiernos correspondientes? ¿O se trataba tal vez de otro tipo de dominio? Tal
vez se refería a que tenía unos grandes almacenes con franquicias repartidas
por todos lados… No supe si alegrarme o arrepentirme de no haber conocido de
antemano la ocupación de mi padre. Y mientras yo pensaba en nuevas teorías,
Alan continuó con su explicación – Lo importante es que aquí mandaban los Sword
hasta que apareció él.
- ¡¿Los Sword?! ¿La familia de Karen? – Como si no fueran
las cosas suficientemente complicadas, encima tenían que meterse los odiosos
Sword por medio. Aunque tuve que reconocer que su presencia en todo aquel lío
era lo menos sorprendente de todo.
- Sí. De hecho, Karen es la hija de su mandamás, Thomas
Sword.
- Le conozco. Mi padre nos presentó hace… no sé, más de un
mes. – Qué lejos me parecía todo aquello. La figura de Thomas Sword imponía
respeto a todo aquel que le hubiera conocido, pero nunca hubiera pensado que él
mi y padre fueran enemigos. ¿Formaba también parte de la función el
compañerismo que mostraron ante mis ojos? No tenía sentido ninguno.
- Lo sé y eso no es buena señal… - continuó Alan. Cerró los
ojos y empezó a masajearse la frente como ya estaba a acostumbrada a ver cuando
le preocupaba algo. Aunque luego los abrió para volver a concentrarse en mí. –
Es su familia la que te busca, simplemente, por ser la hija de tu padre. Son
despreciables.
- ¡¿Qué?! – La cabeza ya me estaba dando vueltas ante tanta
información de golpe. Las supuestas respuestas sólo desembocaban en más
preguntas.
- Sé que es un poco difícil de entender, pero lo que debes
saber es que no debes confiar en ellos. Sólo te quieren para chantajear a tu
padre.
- ¡¿Chantajearle?! ¿Para qué? Además, yo no le importo lo
más mínimo a mi padre. – De repente, su rostro pareció ensombrecerse más aún.
Me fijé en las manchas oscuras de las ojeras, pruebas de cansancio acumulado,
pero sobre todo de preocupación.
- Eso es lo peor, Sheila. – Mi instinto me decía que no me
iba a gustar lo que venía a continuación y, por desgracia, no falló. – Si no
les sirves como moneda de cambio, entonces no se lo pensarán dos veces antes de
quitarte de en medio. Al fin y al cabo, sigues siendo la heredera legítima de
su enemigo.
Sus palabras pasaron a mi cabeza como sonidos inofensivos,
pero poco a poco fui entendiendo sus consecuencias. A partir de entonces, me
concentré únicamente en controlar que el aire pasara a mis pulmones y saliera
de ellos de forma regular. No fue fácil sin embargo llevarlo a la práctica.
Alan me cogió el rostro con sus manos, obligándome a mirarle a sus preciosos
ojos verdes. Si pretendía calmarme, obtuvo el resultado contrario porque mi
corazón salió disparado dentro de mi pecho y tuve que recordar la necesidad de
respirar. Cerré los ojos y le dije:
- ¿Me estás diciendo que me… - me armé del poco valor del
que disponía y completé mi pregunta – asesinarán? – La idea me asustaba como pocas pueden lograr.
Mis manos empezaron a temblar y podría echarme a llorar en cualquier momento.
- Eso no va a pasar. Yo estaré contigo y cuidaré de ti.
Contemplé por enésima vez la sinceridad de sus ojos. Su
promesa de cuidarme y protegerme ante los peligros que se avecinaban era tan
fácil de creer. No podía obviar que, con Alan a mi lado, me había sentido
segura, pero… los Sword… Era demasiado. No teníamos ninguna posibilidad si toda
su familia decidía abalanzarse sobre mí para utilizarme a su costa. Ninguna.
Hacía tiempo que había renunciado a la esperanza; sin embargo, no me veía con
fuerzas suficientes como para arrebatársela a Alan. Suspiré lentamente.
- ¿Qué voy a hacer entonces?
- Escapar de ellos. Mañana saldremos de aquí y nos iremos
de Delois. Conozco a alguien que nos puede ayudar. – Ya estaba. Lo había dicho.
Mi próximo plan era simple: huir.
De nuevo, mi vida seguiría un plan creado para mi bienestar
y nada saldría como debería. El destino no acabaría con sus bromas pesadas por
mucho que yo quisiera dejar de ser su juguete preferido. Las piezas solo habían
empezado a encajar, aunque dudaba de que alguna vez compusieran un puzle
completo. Alan, mientras tanto, aún esperaba mi respuesta con la paciencia
aprendida en su trabajo de mayordomo.
- Está bien. – susurré, pero el nudo de mi garganta me hizo
atragantarme a mitad de la frase, con lo cual, no sonó muy convincente. Con
mucho gusto me habría echado a llorar para deshacerme en mi propio mar de
lágrimas, pero incluso eso requería energía que yo ya no tenía. Me ovillé en el
sofá y tanto Alan como yo dejamos que los minutos corrieran sin evitarlo. Él
debía estar reflexionando sobre lo dicho a lo largo de la noche; yo, en cambio,
solo pensaba en Isabel. Llegó un momento en cual no pude retener el bostezo que
salió de lo más profundo de mi pecho. Sin la adrenalina anterior, el cansancio
iba ganando la batalla contra la lucidez.
- Es normal que estés cansada. Lo mejor será que duermas un
poco. – dijo Alan al darse cuenta de mi repentino sopor. Pero yo negué con la cabeza.
– Vamos, Sheila, necesitas descansar. Mañana será un día muy largo.
- No. - Intenté que mi voz sonara firme y sin posibilidad
de réplica, pero un bostezo rompió por completo mis esperanzas. Mis párpados se
movían más lentamente y las ideas empezaban a difuminarse entre las lagunas del
sueño. Agarré la mano de Alan. – Por favor, Alan, no quiero dormirme. Karen
puede volver en cualquier momento y yo apenas tengo sueño – mentí. Alan alzó
una ceja porque, sin duda, no se había tragado mi excusa.
- Yo me encargaré de eso, no te preocupes. – Se acercó a mí
y me dio un beso en la frente. – Buenas noches.
Me quedé muy sorprendida, intentando con todas mis fuerzas
no llevarme la mano al lugar donde sus labios habían rozado mi piel. Samanta
había hecho lo mismo al despedirse de mí, pero no era nostalgia o tristeza lo
que sentía, sino calidez. Alan se había levantado para acomodarse en el suelo,
sentado junto a mí.
- Buenas noches, Alan. – le correspondí en un susurro
apenas audible.
Me tendí cuan larga era sobre el sofá zarrapastroso. Me dio
un poco de pena verle ahí sentado cuando yo ocupaba todo el espacio, pero el
silencio era tan denso en el piso que me dio miedo romperlo. Como tampoco quise
confesarle a Alan que mi verdadero temor era enfrentarme a las pesadillas que
me esperaban al cerrar los ojos. Pero ya era tarde para eso. Mis peores miedos
me aguardaban tras mis ojos, miedos que, por el contrario, desaparecieron
cuando noté la respiración de Alan junto a la mía mientras velaba por mi
descanso.
dios! me encanta tu historia! es super interesante,siempre me dejas con la intriga al final del capitulo,espero muy ansiosa el siguiente capitulo :D besitos:)
ResponderEliminarMuchas gracias ^^ Me alegro mucho de que te guste, aunque te haga sufrir un poquito con la intriga de los finales de los capítulos. Espero que sigas leyéndola y comentando :) Un beso
EliminarAL fIN! ya tengo respuestas, ah algunas preguntas...
ResponderEliminarMe fascina tu historia se esta poniendo muy interesante, me encanta!
Que cucho que es Alan, pero que le coma la boca de una vez! mi no me engañan los dos lo quieren ;) pero ninguno se anima admitirlo.
Un besote grande, Lucia
Gracias Lucia ^^ No sabes cuanto me alegra leer tu comentario. Sería demasiado cruel que no os diera respuestas de vez en cuando. No eres la única que está esperando ese beso, pero me parece que todavía es un poco pronto. Tendrás que esperar un poquitín :(
EliminarBesos