PD. Este capítulo no tiene imagen pero si alguien quiere sugerir alguna, puede poner la URL en un comentario y yo estaría encantada de añadirla ^^ Y lo mismo digo con todos aquellos capis que están huérfanos de imagen. Apadrínalos ;)
- ¡¿Alguien me puede explicar qué está pasando?! – exclamé,
todavía presa de la sorpresa inicial.
- Hemos decidido dejar a un lado nuestros pequeños…
desacuerdos. – me respondió Alan con una sonrisa sin mucha alegría para
tratarse de una reconciliación. – No tienes nada de qué preocuparte, Sheila.
- Hace una hora parecía que quisieras matarle, ¿y ahora le
das un abrazo como si nada? – le solté a Diego, quien parecía estar mucho más
interesado en observar a Alan que prestarme atención a mí. Me daba igual lo que
habían visto mis ojos. El odio no se iba así, de repente. No podía ser tan
fácil. Entonces, ¿Diego fingía? Le miré fijamente, aún esperando su respuesta,
y tratando de vislumbrar algún rastro del desprecio que había mostrado hacia
Alan momentos antes.
- Me equivoqué con Alan. – contestó con simplicidad. Le
miré con desconfianza. Puede que hubiera logrado engañar a Alan, pero no iba a
conseguir confundirme a mí. Los que traicionan, no dejan de ser traidores por
mucho que traten de esconderse.
- Ya, y yo voy y me lo creo. – repliqué mordaz y crucé los
brazos sobre el pecho.
- Puedes creer lo que quieras, Johns.
- ¿A qué viene este cambio?
- A nada que te importe. – respondió Diego e intercambió
una mirada cómplice con Alan que no me pasó de desapercibida.
¿Qué me estaba perdiendo? ¿Por qué nunca nadie me contaba
nada? Me sentí terriblemente frustrada. Tenía diecisiete años recién cumplidos
que deberían hacerme respetar un poco más entre los que me rodeaban. ¿Por qué
entonces nadie confiaba en mí?
- Por favor, Sheila, - Mi rabia se aplacó en parte al ver
la súplica de Alan - ese es un asunto entre Diego y yo. Te aseguro que te lo
contaría si te vieras implicada, pero no
es el caso.
- Ya veo. Entonces supongo que querréis que me vaya para
poder seguir discutiendo de vuestros asuntos. No os molestaré. – Me giré para
salir de la habitación y alejarme lo más posible de ellos. A duras penas podía
controlarme y evitar dar puñetazos a cualquier cosa que se hallara cerca de mí,
claro que tendría que haberme parado y eso no entraba en mis planes. De pronto,
una mano me sujetó de la muñeca y tuve que detenerme en seco, con el pie ya en
el primer tramo de las escaleras. - ¿Qué…?
- No te vayas, Sheila. – Era Alan. Su palidez había
alcanzado límites críticos. ¿Me había seguido aun estando tan débil? No debería
haberlo hecho, pues el cansancio también había hecho mella en él. Ni siquiera
me apretaba la muñeca con la fuerza de otras ocasiones. – Tenemos que hablar.
Me repuse de inmediato, recobrando parte de mi rabia
escondida.
- ¿Ahora consideráis que estoy implicada? – No había sonado
tan fría como me hubiera gustado, ya que no me era fácil enfadarme con Alan y
mucho menos si me miraba con sus ojos de color esmeralda.
- No te enfades, por favor. Esto es muy complicado y
peligroso y no quiero involucrarte sin necesidad.
- ¿Implicarme son necesidad? No puedes decidir por mí,
Alan. Métetelo en la cabeza.
- Tienes razón. Por eso te estoy pidiendo por favor que
vuelvas a la habitación.
- ¿Para qué? – Mi impaciencia iba en aumento. - ¡¿Para que
me ocultéis más cosas?! ¿Para ignorarme?
- No, para planear cuál va a ser nuestro próximo paso.
De repente, como si una caja guardada bajo llave se hubiera
abierto, recordé que los Sword aún seguían en mi búsqueda. Karen seguía
buscándome. Llevaba tanto tiempo en la monotonía de aquella casa que no había
vuelto a preocuparme por ella. Sólo Alan había atraído todos mis sentidos, nada
ni nadie más. Ni siquiera me había planteado un futuro más alejado del hecho de
su despertar. Y ahora, la realidad se abalanzaba sobre mí, al igual que el
miedo. Sin apenas darme cuenta de lo que hacía, deshice mi camino a la
habitación aún unida con la mano de Alan. Diego nos esperaba sentado en la
silla del escritorio y su pie tamborileaba en el suelo con impaciencia. Alan y
yo nos sentamos al borde de la cama.
- ¿Dónde estamos, Diego? – le preguntó Alan. Su voz aún
denotaba cansancio. Respiraba con cierta dificultad, pero poco a poco iba
recobrando el aliento y serenándose. Si por mí fuera, le hubiera obligado a
tumbarse en la cama; sin embargo, era consciente de que, sin él, no podría
afrontar la situación, así que me obligué a concentrarme en nuestra pequeña
reunión y tratar de convencerme de que Alan estaba bien. Por una vez, estaba
dispuesta a formar parte activa de ella, a decidir, a opinar, a preguntar y
llenar las lagunas de mi aislamiento del resto del mundo.
- En la casa de uno
de mis empleados. Está a las afueras de la ciudad, al oeste. La urbanización
tiene un nombre… “La villa de Delois” o algo así.
- ¿Uno de tus empleados? ¿Acaso tienes algún negocio? – le
pregunté a Diego. Éste me miró molesto, quizás evaluando si me respondía o no.
No tenía mucha pinta de estar de acuerdo de que fuera buena idea tenerme
delante.
- Sí. Dirijo un restaurante en el centro. Se llama…
- Diego’s. – completé. ¿Cómo no me había dado cuenta? Ya
conocía a Diego. Nos habíamos encontrado más de una vez en su restaurante.
Nunca habíamos cruzado una palabra, pero
debería haber sido capaz de reconocerle antes.
- Sí. – confirmó Diego. Ligeramente sorprendido de que lo
conociera, aunque tratara de ocultarlo. Unas milésimas de segundo después, se
había recompuesto de esa sorpresa y volvió a adquirir el aire de indiferencia
que le caracterizaba. – De hecho, ese es uno de los problemas que tenemos. Me
he tomado el derecho de cogerme unos días libres, pero tendré que volver tarde
o temprano.
- Si no nos encuentran antes los Sword, claro. – Alan lo
había dicho con gran pesar. Yo, en cambio, lo recibí con temor. Lógicamente, cuanto
más tiempo pasáramos en un mismo lugar, más sencillo sería para ellos
encontrarme.
- ¿Cuánto llevamos aquí?
- Tres días.
- Son muchos. – dijo Alan. – Lo mejor sería que nos
fuéramos cuanto antes.
Miré con aprensión a Alan y su hombro. No estaba segura de
que Alan estuviera capacitado para ir a ningún sitio si recorrer un pasillo le
agotaba hasta ese punto. Aun así, ¿qué iba a hacer yo sin él?
- Sí, sería lo mejor. – Diego miraba a Alan de la misma
manera que yo y negó con la cabeza. – Pero tu no podrás dar ni un solo paso,
Alan. No hasta que te recuperes del todo, tal vez, dentro de una semana.
- ¡Dentro de una semana podríamos estar todos encerrados en
un cuartucho con una pistola en la cabeza, Diego! – gritó Alan.
Ahogué un grito. En cambio, Diego se limitó a soltar un
resoplido de exasperación y rodó los ojos, lo que dio pie para que empezaran a
gritarse cada vez más alto, intentando superarse el uno al orto. Cerré los ojos
y me tapé la cara con mis manos, mientras Alan y Diego continuaban tirándose
dardos envenenados como si la reconciliación hubiera muerto de nuevo para dar
paso a una onda destructiva. La muerte era mi mayor miedo, la pesadilla que me
acompañaba sin que yo pudiera hacer nada por detenerla. ¿Así acabaría mi vida?
¿Con mis sesos desperdigados por las paredes de un cuartucho?
- ¿De verdad crees que estás en condiciones de ir a ningún
lado, Alan? ¿Tan estúpido eres que te arriesgarías a ponerla en peligro por tu
culpa? – decía en ese momento Diego, mientras me señalaba con el dedo.
- Yo no… - empezó a decir Alan.
- ¿Tú no qué? ¿No quieres que viva?
- Claro que quiero que…
- Pues abre los ojos. – agregó Diego con frialdad. – No
podrás levantarte de esta cama en unos días y eso nos deja con dos opciones: o
nos arriesgamos a quedarnos y que nos encuentren o dejas que continúe por su
cuenta.
- No está preparada para eso.
- Entonces, ¿la obligarás a quedarse aquí contigo a
sabiendas de que una pistola puede acabar en su cabeza como tú mismo has dicho?
Alan agachó la cabeza, dándose por vencido. Diego no hizo
ningún gesto que indicara su triunfo en aquella pelea, es más miraba a Alan
como si tuviera la esperanza de que siguiera dando la cara y se atreviera a
contradecirle.
- No puedo decidir por ella. – contestó al fin. Diego
frunció el ceño y ambos se giraron a la vez hacia mí.
Sostuve la mirada de Alan, quien había vuelto a perder la
fortaleza de golpe. Me había escuchado. Por una vez tenía la opción de elegir,
tener la voluntad de decir que no.
- Primero quiero saber a qué me enfrento. Sólo sé que los
Sword y los Johns compiten de alguna forma, pero ¿qué hacen?
- ¿Me estás vacilando, Johns? Tú eres la que debería darnos
esa información y no al revés. - Desprecio e incredulidad se mezclaban con la
burla y el sarcasmo.
- Siento defraudarte, Diego, pero es lo que hay. Te jodes.
– Diego frunció el ceño, como si nunca hubiera pensado que fuera posible que tales
palabras salieran de mis labios, aunque, si se sentía molesto, no era tanto por
mi forma de expresarme como por el simple hecho de contestar. – Estamos
perdiendo el tiempo. Contádmelo y punto.
- ¿Así que has vivido en tu castillo de princesa de color
de rosa todo este tiempo? Qué feliz has debido de ser… - Me mordí el labio con
fuerza mientras notaba que la sangre me hervía en las venas. Diego y yo
teníamos conceptos diferentes de lo que era la felicidad. – Pero como quieras.
Te pondré al día, Johns.
>> Tu maravilloso padre dirige todos los movimientos
del crimen organizado. Sí, has oído perfectamente. – añadió. Mi cara debía ser
todo un poema de sentimientos confusos. – Crimen organizado, mafia, gente sin
escrúpulos o como quieras llamarlo. Asesina, roba, chantajea, secuestra… Todo
es válido en su jueguecito. La mayor parte de los negocios de Delois están bajo
su control. Juega con el miedo de las personas y les amenaza con liquidar a sus
amigos y familiares si no consigue lo que quiere. Un hombre de lo más majo,
vaya.
>> Pero los Sword no se quedan cortos. Cometieron los
mismos crímenes que Johns, solo que con menos discreción; por eso perdieron
Delois. Tanto da. Ahora luchan por recuperar lo que antes era suyo. Claro que
Delois no es la guinda del pastel, sólo es un pequeño tentempié. Hay muchos más
lugares por ahí donde decir “Sword” o “Johns” significa tener problemas.
- ¿Y la policía? ¿El Gobierno? No sé… tiene que haber una
forma de pararles los pies. – El miedo ya era patente en mi voz. No pude
evitarlo. Saber que no era la única recibidora del odio de mi padre no era
ningún consuelo, sino un peso más a mi espalda. La esperanza de que mi padre
dirigiera una inofensiva distribuidora de yogures o algo por el estilo, se
había ido por el garete y había dejado su puesto a un profundo temor. ¿Cómo iba
yo a escapar de eso?
- No me hagas reír, Johns. Nadie testificaría contra
ninguno de ellos o de alguno de sus sicarios. Tienen demasiado miedo. Y aunque
así fuera, los hilos de la política son muy fáciles de mover. No es ningún
obstáculo para ellos.
- Pero se puede escapar, ¿no?
- No es tan fácil. Muchos de ellos tienen familias o llevan
a su espalda las amenazas por ambas partes. Por no hablar de que muchas de las
salidas de la ciudad están estrictamente controladas por tierra y aire.
- ¿Y qué se supone que debo hacer?
- Huir, salir corriendo todo lo que puedas de aquí antes de
que te echen el lazo.
- ¡Pero si tú mismo has dicho que es imposible! – exclamé
fuera de mí.
- No he dicho eso. Tu única vía de escape es el bosque.
- ¡¿El bosque?!
- Sí. Todo Delois está rodeado por él y no es fácil de
vigilar. Está muy bien vallado, por supuesto, pero solo hace falta un buen
contacto para pasar.
- ¿Quién?
- No tan rápido, Johns. – Fruncí el ceño sin proponérmelo.
– No pensarás que voy a decírtelo, ¿verdad? Me cortarían el cuello.
- Pero…
- ¡Ya basta! – dijo de repente Alan. – Ya está bien. Creo
que Sheila tiene una idea bastante clara de lo que hay ahí fuera, así que ahora
todo depende de ella.
Diego abrió la boca, pero la volvió a cerrar. Ahora
era mi turno.
QUE FUERTE! crimen organizado? no me lo esperaba en serio! me muero por el siguiente! me encanta jaja:D
ResponderEliminarmuchos besitos y mucho animo guapa!
Gracias Esther ^^ es muy fuerte, verdad? ;) jajaja Gracias por lo ánimos. El próximo creo que lo pondré el fin de semana que viene. Te espero para entonces ;)
EliminarUn beso
jajaja alli estaré la primera para leerlo:)
EliminarAH YA LO SABIA! el papá de Sheila, nunca me callo bien, y un obre tan malvado como para dejar a su hija, no puede dedicarse a otra cosa que no sea el crimen organizado...
ResponderEliminarMe encanto el capitulo, esta historia cada vez se pone más interesante.Ya espero el próximo capitulo!
Un besote grande, Lucia.
Se veía venir que no era un distrubuidor de yogures XD Muchas gracias por comentar Lu!! ^^ Me dais muchos ánimos para continuar escribiendo y haceros que os comáis las uñas ;) Como le puse a Esther en el otro comentario, el siguiente capi estará el finde, proablemente el sábado.
EliminarUn beso :)
PD. Luego me paso por tu blog para leer tu capi. Me tienes super nerviosa con lo del concurso también jajaj