Un beso y hasta mañanica!
Alan me agarró de la cintura y tiró de mí hacia el suelo,
tapándome con su cuerpo. Se oyó otro disparo y después, otro más. Intenté ver
algo tras la espalda de Alan, pero no podía. De pronto, Alan se levantó de un
salto y sacó una pistola del cinturón. No tuve tiempo de sorprenderme porque me
colocó a su espalda y apuntó a una de las ventanas del edificio de
enfrente.
- Aquí estamos acorralados. – masculló para sí mismo. Se
giró hacia mí durante un segundo. - ¡Corre, Sheila! Métete en el coche del callejón.
¡Corre!
Tardé unos segundos en entender su orden. Demasiado tarde.
Aún pude ver su cara desencajada por el miedo antes de decidirme a dar la
vuelta para emprender mi carrera. Alan se llevó la mano a su hombro, donde su
camisa empezaba a teñirse de sangre. Sangre que se extendía con rapidez a
través de la tela. Sangre derramada por mí. Me quedé totalmente bloqueada. Sólo
podía contemplar la herida de Alan mientras tal vez su vida se le escapaba gota
a gota. Sangre, vida, culpa…
- ¡Por el amor de Dios, Sheila! ¡CORRE!
Me empujó hacia la escalera y a punto estuve de tropezar
con el primer escalón. Mis pies empezaron a moverse con una agilidad extraña
para alguien con un tobillo lesionado. Daba igual, lo que centraba mi atención
eran los disparos que aún se oían amplificados en lo alto de la escalera. Los
peldaños pasaban ante mis ojos como un eterno paisaje de hierro, hasta que mis
pies tocaron el suelo del callejón. Sin embargo, no me detuve allí. Seguí
corriendo hasta llegar al coche aparcado en el estrecho río de asfalto. Me peleé
con el manillar de la puerta hasta que conseguí abrirla de un tirón y salté al
interior como si de un bote salvavidas en alta mar se tratase. Uno de los
cristales recibió un impacto, haciéndolo estallar en mil pedazos, y automáticamente
agaché la cabeza. ¿Dónde diablos estaba Alan? No podía verlo, ni tampoco oía
nada que me indicara su descenso hasta mí. De hecho, no se oía nada. El eco del
último intercambio de balas se estaba perdiendo en el aire cuando decidí
levantar la cabeza. A través de la ventanilla pude observar la soledad del
callejón. No había ni rastro de Alan o del tirador. Escruté la escalera con
nerviosismo. Y entonces le vi. Estaba apoyado en la barandilla, tambaleándose y
con aspecto de derrumbarse en cualquier momento. Quise salir en su ayuda, pero
me instó a quedarme en el interior del vehículo a base de gestos. Decidí
obedecer por el momento, aunque sabía que todos mis músculos estaban preparados
para precipitarme a su lado en un tiempo récord si él me lo pedía. Seguí
observando el accidentado descenso de Alan a través de la escalera con los
puños cerrados de frustración. Cuando se acomodó en el asiento junto a mí todo mi ser respiró aliviado y dejé de morderme el labio inferior como llevaba
haciendo sin percatarme de que empezaba a sangrar. Luego, me di cuenta de que
seguía desangrándose por la herida de su hombro.
- Alan tu…
- Ya lo sé. Tendrás que hacerme un torniquete. – Asentí
enérgicamente. Desgarré la parte de debajo de su camisa y él me fue indicando
qué hacer. Recubrí su hombro con la tela y mantuve la presión sobre la herida.
Por suerte, la bala solo le había rozado, pero Alan sufría. Podía verlo en sus
ojos. Trataba de ocultarlo; sin embargo, era obvio que le dolía más de lo que
aparentaba.
- No puedes conducir así. ¿Qué hacemos ahora? – pregunté
con desesperación.
- Tendremos que ocultarnos hasta que venga alguien en
nuestra ayuda. – su voz era de una persona extremadamente cansada. En ese
preciso instante, tuve miedo. Miedo a perderle por mi culpa.
- ¿Quién nos va a ayudar? Además, si tarda mucho no sé si…
- Apreté con fuerza los ojos para evitar derramar más lágrimas. Ahora no era un
buen momento. Ya era hora de mostrar un poco de fortaleza para variar.
- No es nada grave, así que no te preocupes. – Su frente
estaba perlada de sudor y apretaba la mandíbula con fuerza, articulando con
dificultad las palabras. ¿A quién pretendía engañar? – Llamaré por teléfono a
Diego.
- ¿Quién es?
- Un buen amigo. ¿Puedes coger el teléfono de mi bolsillo?
– Acerqué mis manos temblorosas al bolsillo de su pantalón y extraje el móvil
de su interior. Era un modelo más bien anticuado, incluso tenía tapa y
antenita. – Su número está en la agenda. Dile que le llamas de mi parte.
- ¿No vas a hablar tú? – pregunté ansiosa. No conocía de
nada al tal Diego y no sabría ni qué decirle. “Oye, a tu amigo le han pegado un
tiro por mi culpa. ¿Dónde quedamos?” No saldría bien. Le tendí el teléfono a
Alan, pero el me lo devolvió.
- Hazme este favor, ¿quieres? Además, tampoco me voy a ir a
ninguna parte. – Sus labios dibujaron una sonrisa forzada que me hizo encoger
el corazón. Agarré con fuerza el móvil entre mis manos y busqué el número de
Diego en la agenda lo más rápido que pude. Marqué el botón de llamada y esperé.
Al menos tenía cobertura, superaba todas mis expectativas a cerca del cacharro
que sostenía en mi oreja.
- ¡¿Alan?! – exclamaron al otro lado de la línea.
Mi mente se quedó en blanco. ¿Sería él?
- ¿Eres Diego? – Mi voz sonó terriblemente entrecortada de
lo nerviosa que estaba. Respiré hondo y me obligué a no gritar.
- Sí, soy yo. ¿Quién eres tú y dónde está Alan? – preguntó
con cautela.
- Alan está conmigo y necesitamos tu ayuda. Está herido. Le
han disparado en el hombro.
Se hizo el silencio. Estaba al borde del llanto por la
ansiedad, mientras la respuesta de Diego se hacía esperar. Miré de reojo a
Alan. La palidez de su rostro aumentaba por momentos y la tela de la camisa se
había vuelto de color rojo. El tiempo seguía corriendo en nuestra contra.
- ¡Diego! Te lo pido por lo que más quieras, necesitamos tu
ayuda. ¡Alan la necesita!
- ¿Dónde estáis?
Suspiré de alivio, pero la alegría repentina se convirtió
de nuevo en angustia. No tenía ni idea de dónde estábamos.
- Pues… - empecé. Me giré en busca de respuestas por parte
de Alan, quien luchaba contra el sueño. – Alan, ¿dónde estamos?
- En… e…el castillo V. – dijo con esfuerzo. Le miré confusa,
pero Alan no reaccionó. – El… ca-castillo.
- ¿Te suena el castillo V? – me sentí ridícula nada más
pronunciarlo. En cambio, Diego debió comprender su significado a la primera.
- Esperarme allí.
Bip.
La llamada se había cortado.
Aún mantuve mi oreja pegada al aparato durante unos
segundos más, esperando tal vez que Diego se materializara de golpe frente a
mí. Me giré hacia Alan y me guardé el móvil en el bolsillo de mi pantalón. A
cada parpadeo, parecía tener que hacer más esfuerzos para mantener abiertos los
ojos y no abandonarse al mundo de los sueños que yo tan bien conocía. Mi
garganta era incapaz de emitir ningún sonido reconocible, así que cogí la mano
de Alan y la apreté con fuerza para darle ánimos. Debía luchar. Yo no lo hice
en su momento, pero Alan lo estaba intentando. En sus ojos, fijos en mí, aún se
reflejaba el sufrimiento. Apreté con más fuerza aún su mano, aunque esta se
volvía cada vez más débil entre mis dedos. Maldije al destino por su macabro
sentido del humor, recé a Dios para que me perdonara, me culpé una y otra vez
por mi estupidez y le pedí a Alan que siguiera luchando contra las sombras de
la inconsciencia. Pero la voluntad de Alan había llegado a su final y cerró los
ojos.
oh noooooooooooooo! me estoy arrepintiendo de perdonarte la vida, creo que me lo estoy pensando de nuevo...
ResponderEliminarQuiero llorar! podre Alan, no lo mates , no lo mateeeeeeees!. MIERDA! acaso tienes algo con mis uñas? dios ya estaban creciendo de nuevo y estaban bonitas, pero ahora tengo una más corta con que las otras -.-
NO MATES ALAN!.
Piénsalo así, si me matas no sabrás si Alan está vivo o no... Lo siento de veras por tus uñas :( Para que no tengas que esperar mucho, el próximo lo pondré esta mañana.
EliminarUn beso Lucia
diosdiosdios! me acabarás matando antes de que termine la historia ! no quiero que Alan se muera D: que intriga! xD
ResponderEliminarbesos:)
Como no quiero matarte Esther te aviso de que enseguida voy a poner el 38 y así sales de dudas ;)
Eliminarbesos