domingo, 23 de septiembre de 2012

Capítulo 41

Hoy ya me despido con este capítulo. Espero que os guste ^^ y me dejéis algún comentario comentando (valga la redundancia jaja) qué os ha parecido. ¡¡Hasta la semana que viene!! :D






Se acercó a nosotros, pero no corriendo como había hecho yo, sino muy lentamente, como si temiera que todo fuera un sueño. De pronto, la rabia cegó mi tristeza. Aún perduraba en mi memoria su exceso de cariño hacia Alan, así que la fulminé con la mirada a cada paso que daba hacia nosotros. Me obligué a relajarme y repetirme una y otra vez que Alan sólo era un buen amigo como excusa para no abalanzarme y arrancarla algún mechón rubio. Sabía que descargar mi rabia contra ella era una pérdida de tiempo, tentadora, pero inútil. Ángela, mientras tanto, ya había alcanzado el borde de la cama y se había sentado en el lado opuesto al mío.

- Estás despierto. - ¿Por qué todo el mundo le daba por decir cosas obvias en momentos como ese? La sorpresa aún hacía acto de presencia en su voz, como si no pudiera creérselo. – Me alegro mucho de verte, Alan. Te he echado muchísimo de menos.

- Hola, Ángela. – En su voz no había la misma alegría que en la de la diablesa. Incluso habría creído que Alan seguía más pendiente de mí que de ella. - ¿Qué haces aquí?

- Ahora vivo con Diego – explicó Ángela. – Se puso en contacto conmigo cuando se enteró de que habías dejado nuestro piso y me ofreció quedarme en el suyo. No sabes cuánto te he echado de menos todos estos días, Alan. – Realmente lo decía en serio o, al menos, no parecía estar mintiendo. ¿Era cosa mía o estaba muy cerca de Alan? ¿Es que esa diablesa no sabía lo que era el espacio vital? Definitivamente no me caía bien. Había algo en ella que no me gustaba.

- Pero este no es el piso de Diego, ¿no? – preguntó Alan con curiosidad. Ni a Ángela ni a mí se nos pasó por alto que Alan no había respondido todavía algo así como: “Yo también te he echado de menos, Ángela”. Tal vez fuera ese el motivo por el cual Ángela no dejaba de morderse el labio inferior con nerviosismo.

- No, no lo es. – Tanto Alan como yo, nos quedamos esperando que siguiera hablando, pero Ángela no daba muestras de querer decir nada más sobre el tema. Así que no era la casa de Diego. ¿Dónde estábamos entonces? Alan parecía estar pensando lo mismo porque no dejaba de mirar a Ángela interrogante, lo que provocaba que esta se mordiera con más fuerza el labio. – Traeré algo de comer. Seguro que tienes hambre.

La sonrisa perfecta volvió de improviso, aunque aún se la notaba tensa. Se inclinó suavemente hacia Alan. ¡No se atrevería! ¡No otra vez! Demasiado tarde, pero… Alan apartó la cara. El rechazo fue la gota que colmó el vaso de Ángela, quien salió del dormitorio con mucha prisa debido a la humillación. Sentí un pinchazo de lástima hacia el ángel, aunque una parte de mí sonreía ante el triunfo. Esperé un minuto antes de armarme de valor y decirle:

- ¿Fuisteis novios? – Traté que mi pregunta sonara totalmente despreocupada, como si no me importara realmente su respuesta.

Alan alzó una ceja, suspicaz, pero no hizo ningún comentario acerca de mi repentina curiosidad, en su lugar me respondió:

- Sí. Vivía en el piso de sus padres, pero pasaban la mayor parte del tiempo fuera y normalmente lo teníamos para nosotros. Cortamos el año pasado, pero ya veo que Ángela no lo entiende.

- ¿Por qué cortasteis?

- Nos pasábamos días sin hablarnos y sólo me quería para poder… satisfacerla.  – Alan frunció el ceño. – Así que me cansé e hice las maletas.

- ¿Satisfacerla? ¿No me estarás diciendo que…?

- Sí. – Me encantó volver a oír su risa, la señal de que todo regresaba poco a poco a la normalidad. - ¿Alguna pregunta más? – No parecía enfadado y me seguía dirigiendo una tímida sonrisa, aunque tampoco se le veía muy cómodo con el giro de la conversación.

- No. Por el momento. – añadí.

Me sentía muy aliviada de oír su pequeña historia, la cual solo había conseguido que Ángela me cayera peor que antes. Nunca habría pensado que la chica con cara de ángel solo buscara “eso” de una relación. Las apariencias engañan, pero tanto… Aun así, estaba contenta de que Alan no quisiera volver a pasar por eso. No se lo merecía.

Hablando de la reina de Roma, Ángela entró en la habitación para dejar una bandeja con comida sobre el escritorio. Su cabellera lisa ocultaba su rostro, así que nadie podría haber dicho si estaba enfadada, triste o todavía avergonzada por lo ocurrido.

- Gracias. – dije por cortesía, aunque se marchó sin hacer ninguna señal de haberlo escuchado.

Me acerqué para coger la bandeja y la deposité en la mesilla de noche. No era gran cosa: un poco de pan, dos platos de sopa, dos vasos de agua y un par de yogures. Mi estómago no iba a llenarse con eso, pero me obligué a pensar que al menos no estaría del todo vacío. Ayudé a Alan a incorporarse en la cama, le acerqué la bandeja con su respectivo plato de sopa y empezamos a comer con avidez. Alan rechazó el pan cuando se lo ofrecí, argumentando que no quería ingerir nada sólido, algo que no refuté por mi inexperiencia médica. A cambio, él se comió mi yogur. Al terminar, me quedé mirando desanimada los platos vacíos y los vestigios de nuestra comida. Como había supuesto, el hambre no tardaría en volver, tan frugal había sido la comida. Alan rehusó tumbarse cuando se lo dije, así que se quedó sentado en la cama, apoyando su espalda contra la cómoda de madera.

               - Sheila, tengo que hablar con Diego. – Desvié la vista hacia el armario que tenía en frente. Temía que me lo pidiera. Tenía todo el derecho del mundo de pedirle explicaciones a su amigo, aunque debía reconocer que no me hacía ninguna gracia volver a estar en presencia de Diego. Si él nos odiaba a ambos, ¿no era lógico que le odiara  también?

- Lo sé, – Seguía con la vista fija en el desvencijado armario, así que no sabía cómo fue su reacción. – pero no sé si es buena idea.

- Lo es. Necesito decirle algo.

- ¿No puedes decírmelo a mí?

- No. – suspiró. – Me temo que no.

- ¿Por qué? – Clavé mi mirada en sus ojos esmeralda esperando encontrar la razón del misterio o la raíz de la desconfianza; en su lugar, solo hallé tristeza. Fuera lo que fuera que debía decirle, estaba carcomiéndole por dentro. ¿Por qué entonces no me lo decía a mí? Se hubiera sentido mejor.

- ¿Confías en mí?

- Sí. – contesté sin pensar.

- Pues ve a buscar a Diego, por favor.

Me levanté de la cama con reticencia y caminé hasta la puerta. Llevaba tantas horas en aquella habitación que la idea de abandonarla se me antojaba rara. Aun así, mi mano no dudó cuando la crucé. El pasillo en el cual me encontraba, terminaba a mi izquierda y hacía un giro a la derecha unos metros más allá. Me dirigí hacia allí en busca de nuestro anfitrión. Me arrepentí de no haber prestado más atención al llegar a esa casa, al menos tendría alguna oportunidad de orientarme. A mi espalda iba dejando atrás alguna que otra puerta, pero ninguna voz me contestaba al otro lado cuando pronunciaba el nombre de Diego. Continué caminando hasta toparme con unas escaleras, decidí bajar. El piso inferior se distribuía de forma un tanto distinta. El salón ocupaba la mayor parte del espacio, el resto era de la cocina y el recibidor.

- ¿Diego? – le llamé.

- Aquí, Johns. – Provenía del salón.

Caminé hacia allí. No podía imaginar un comedor más diferente al del piso en el cual había dormido durante mi primera noche en Delois. Como la habitación de Alan, las paredes eran de color granate y los muebles, oscuros, aunque con muchos menos años encima. Los sillones de cuero tenían cojines de plumas rojas como decoración. La mesa que actuaba como comedor, se situaba al fondo, junto a un acceso al jardín trasero. Había muchos artilugios que podrían haber sobrado perfectamente, pero ninguna foto a la vista.

- ¿Me buscabas, Johns? – Diego estaba sentado en uno de los sillones con una gruesa carpeta sobre sus rodillas. Ojeaba unos papeles y anotaba de vez en cuando algo en ellos. No levantó la cabeza para mirarme, ni tampoco parecía dispuesto a dejar de lado su tarea.

- ¿Por qué me llamas así? – sabía que ese no era mi objetivo, pero tenía curiosidad. Jamás nadie se había referido a mí por el apellido. No es que me molestara, “señorita” sonaba infinitamente peor en mi opinión; no obstante, me resultaba muy extraño responder como “Johns”.

- Es tu apellido. – se limitó a contestar Diego, aún enfrascado en el papeleo. Cogí aire lentamente para tranquilizarme. Odiaba que la gente me hablara como si fuera estúpida.

- Eso ya lo sé, pero tanto a Ángela como a Alan les has llamado por su nombre de pila, ¿por qué conmigo es diferente?

- Si sólo has venido para preguntarme eso, Johns, – puso demasiado énfasis en la última palabra. – ya puedes irte. No tengo tiempo para que me interrumpas. – Apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo, tratando en vano de ahogar la rabia.

- No te buscaba por eso. – Hasta yo me habría dado cuenta de que mi voz sonaba irritada, aunque por mucho que lo intentara no habría sido capaz de disimularlo. – Alan se ha despertado y…

- Eso ya me lo ha dicho Ángela. – me cortó Diego, cada vez más impaciente. En ese momento se me ocurrió que, tal vez, Ángela hubiera dicho algo inapropiado solo para vengarse de Alan. Al fin y al cabo, no la conocía lo suficiente para saber cómo se había tomado su rechazo.

- Quiere hablar contigo. – terminé, alejando así mis malos pensamientos acerca de la desdichada chica.
Diego, al fin, me prestó verdadera atención y apartó sus ojos de la carpeta. Apenas tuve tiempo de apartarme de su camino cuando pasó por mi lado como un huracán. Me apresuré a seguirle el paso, aunque no pude ni por asomo subir las escaleras con tanta agilidad y rapidez como él (aún arrastraba las secuelas de mi tobillo torcido); desistí en mi intento de alcanzarle. Cuando llegué a la habitación, la puerta estaba entornada y no se escuchaba ningún grito como habría esperado. De hecho, el silencio era absoluto. Con mucha lentitud, me fui acercando al quicio de la puerta, cogí el manillar y empujé. Al principio, no vi a ninguno de los dos, lo que me preocupó mucho, pues Alan no estaba en la cama. Y al fin, los vi, pero lejos de ser una escena cargada de odio y rencor mutuo, los encontré fundidos en un abrazo paternal. Se separaron cuando se dieron cuenta de que los miraba desde la puerta.

          - ¡¿Alguien me puede explicar qué está pasando?!

4 comentarios:

  1. pobre sheila, mira que es raro que se estuvieran abrazando! y que aquella rubia sea asi....aggg ya me cae mal!

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    1. Pues sí es muy rarito ¬¬ Alguien tiene que pedir explcicaciones, pero ¿se las darán? La rubia es mucha rubia jaja A mí tampoco me cae muy bien, pero ya veremos qué hago con ella de aquí en adelante ;)
      Un beso Laura y gracias por comentar ^^

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  2. Mierda ya me perdí... Aunque supuse que pasaría algo así, pero creí más bien que seria como la calma después de la tormenta, pero esto me sorprendió :O
    Me encanto el capitulo sobre todo cuando Alan rechazo a la rubia tarada esa , me ríe un montón en esa parte (mas que risa fue un ¡ja! seguido de unos cuantos insulto hacia Angela), me encanto el capitulo, ya quiero el proximo!
    Un besote grande, Lucia.

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    1. Muchas gracias Lu!! ^^ Me alegro de que te sorprendieras. No siempre es fácil conseguir que un lector se enganche a la lectura y está bien que de vez en cuando aún pueda sorprenderos ;) No sé qué habría hecho Sheila si llega a besarle XD Aunque creo que después Ángela tendría que usar peluca jaja
      Hata este finde no creo que pueda colgar el próximo. Haré lo que pueda :)
      Un beso

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