Se acercó a nosotros, pero no corriendo como había hecho
yo, sino muy lentamente, como si temiera que todo fuera un sueño. De pronto, la
rabia cegó mi tristeza. Aún perduraba en mi memoria su exceso de cariño hacia
Alan, así que la fulminé con la mirada a cada paso que daba hacia nosotros. Me
obligué a relajarme y repetirme una y otra vez que Alan sólo era un buen amigo
como excusa para no abalanzarme y arrancarla algún mechón rubio. Sabía que
descargar mi rabia contra ella era una pérdida de tiempo, tentadora, pero
inútil. Ángela, mientras tanto, ya había alcanzado el borde de la cama y se
había sentado en el lado opuesto al mío.
- Estás despierto. - ¿Por qué todo el mundo le daba por
decir cosas obvias en momentos como ese? La sorpresa aún hacía acto de
presencia en su voz, como si no pudiera creérselo. – Me alegro mucho de verte,
Alan. Te he echado muchísimo de menos.
- Hola, Ángela. – En su voz no había la misma alegría que
en la de la diablesa. Incluso habría creído que Alan seguía más pendiente de mí
que de ella. - ¿Qué haces aquí?
- Ahora vivo con Diego – explicó Ángela. – Se puso en
contacto conmigo cuando se enteró de que habías dejado nuestro piso y me
ofreció quedarme en el suyo. No sabes cuánto te he echado de menos todos estos
días, Alan. – Realmente lo decía en serio o, al menos, no parecía estar
mintiendo. ¿Era cosa mía o estaba muy cerca de Alan? ¿Es que esa diablesa no
sabía lo que era el espacio vital? Definitivamente no me caía bien. Había algo
en ella que no me gustaba.
- Pero este no es el piso de Diego, ¿no? – preguntó Alan
con curiosidad. Ni a Ángela ni a mí se nos pasó por alto que Alan no había
respondido todavía algo así como: “Yo también te he echado de menos, Ángela”.
Tal vez fuera ese el motivo por el cual Ángela no dejaba de morderse el labio
inferior con nerviosismo.
- No, no lo es. – Tanto Alan como yo, nos quedamos
esperando que siguiera hablando, pero Ángela no daba muestras de querer decir
nada más sobre el tema. Así que no era la casa de Diego. ¿Dónde estábamos
entonces? Alan parecía estar pensando lo mismo porque no dejaba de mirar a
Ángela interrogante, lo que provocaba que esta se mordiera con más fuerza el
labio. – Traeré algo de comer. Seguro que tienes hambre.
La sonrisa perfecta volvió de improviso, aunque aún se la
notaba tensa. Se inclinó suavemente hacia Alan. ¡No se atrevería! ¡No otra vez!
Demasiado tarde, pero… Alan apartó la cara. El rechazo fue la gota que colmó el
vaso de Ángela, quien salió del dormitorio con mucha prisa debido a la
humillación. Sentí un pinchazo de lástima hacia el ángel, aunque una parte de
mí sonreía ante el triunfo. Esperé un minuto antes de armarme de valor y
decirle:
- ¿Fuisteis novios? – Traté que mi pregunta sonara
totalmente despreocupada, como si no me importara realmente su respuesta.
Alan alzó una ceja, suspicaz, pero no hizo ningún
comentario acerca de mi repentina curiosidad, en su lugar me respondió:
- Sí. Vivía en el piso de sus padres, pero pasaban la mayor
parte del tiempo fuera y normalmente lo teníamos para nosotros. Cortamos el año
pasado, pero ya veo que Ángela no lo entiende.
- ¿Por qué cortasteis?
- Nos pasábamos días sin hablarnos y sólo me quería para
poder… satisfacerla. – Alan frunció el
ceño. – Así que me cansé e hice las maletas.
- ¿Satisfacerla? ¿No me estarás diciendo que…?
- Sí. – Me encantó volver a oír su risa, la señal de que
todo regresaba poco a poco a la normalidad. - ¿Alguna pregunta más? – No
parecía enfadado y me seguía dirigiendo una tímida sonrisa, aunque tampoco se
le veía muy cómodo con el giro de la conversación.
- No. Por el momento. – añadí.
Me sentía muy aliviada de oír su pequeña historia, la cual
solo había conseguido que Ángela me cayera peor que antes. Nunca habría pensado
que la chica con cara de ángel solo buscara “eso” de una relación. Las
apariencias engañan, pero tanto… Aun así, estaba contenta de que Alan no
quisiera volver a pasar por eso. No se lo merecía.
Hablando de la reina de Roma, Ángela entró en la habitación
para dejar una bandeja con comida sobre el escritorio. Su cabellera lisa
ocultaba su rostro, así que nadie podría haber dicho si estaba enfadada, triste
o todavía avergonzada por lo ocurrido.
- Gracias. – dije por cortesía, aunque se marchó sin hacer
ninguna señal de haberlo escuchado.
Me acerqué para coger la bandeja y la deposité en la
mesilla de noche. No era gran cosa: un poco de pan, dos platos de sopa, dos
vasos de agua y un par de yogures. Mi estómago no iba a llenarse con eso, pero me
obligué a pensar que al menos no estaría del todo vacío. Ayudé a Alan a
incorporarse en la cama, le acerqué la bandeja con su respectivo plato de sopa
y empezamos a comer con avidez. Alan rechazó el pan cuando se lo ofrecí,
argumentando que no quería ingerir nada sólido, algo que no refuté por mi
inexperiencia médica. A cambio, él se comió mi yogur. Al terminar, me quedé
mirando desanimada los platos vacíos y los vestigios de nuestra comida. Como
había supuesto, el hambre no tardaría en volver, tan frugal había sido la
comida. Alan rehusó tumbarse cuando se lo dije, así que se quedó sentado en la
cama, apoyando su espalda contra la cómoda de madera.
-
Sheila, tengo que hablar con Diego. – Desvié la vista hacia el armario que
tenía en frente. Temía que me lo pidiera. Tenía todo el derecho del mundo de
pedirle explicaciones a su amigo, aunque debía reconocer que no me hacía
ninguna gracia volver a estar en presencia de Diego. Si él nos odiaba a ambos,
¿no era lógico que le odiara también?
- Lo sé, – Seguía con la vista fija en el desvencijado
armario, así que no sabía cómo fue su reacción. – pero no sé si es buena idea.
- Lo es. Necesito decirle algo.
- ¿No puedes decírmelo a mí?
- No. – suspiró. – Me temo que no.
- ¿Por qué? – Clavé mi mirada en sus ojos esmeralda
esperando encontrar la razón del misterio o la raíz de la desconfianza; en su
lugar, solo hallé tristeza. Fuera lo que fuera que debía decirle, estaba carcomiéndole
por dentro. ¿Por qué entonces no me lo decía a mí? Se hubiera sentido mejor.
- ¿Confías en mí?
- Sí. – contesté sin pensar.
- Pues ve a buscar a Diego, por favor.
Me levanté de la cama con reticencia y caminé hasta la
puerta. Llevaba tantas horas en aquella habitación que la idea de abandonarla
se me antojaba rara. Aun así, mi mano no dudó cuando la crucé. El pasillo en el
cual me encontraba, terminaba a mi izquierda y hacía un giro a la derecha unos
metros más allá. Me dirigí hacia allí en busca de nuestro anfitrión. Me
arrepentí de no haber prestado más atención al llegar a esa casa, al menos
tendría alguna oportunidad de orientarme. A mi espalda iba dejando atrás alguna
que otra puerta, pero ninguna voz me contestaba al otro lado cuando pronunciaba
el nombre de Diego. Continué caminando hasta toparme con unas escaleras, decidí
bajar. El piso inferior se distribuía de forma un tanto distinta. El salón
ocupaba la mayor parte del espacio, el resto era de la cocina y el recibidor.
- ¿Diego? – le llamé.
- Aquí, Johns. – Provenía del salón.
Caminé hacia allí. No podía imaginar un comedor más
diferente al del piso en el cual había dormido durante mi primera noche en
Delois. Como la habitación de Alan, las paredes eran de color granate y los
muebles, oscuros, aunque con muchos menos años encima. Los sillones de cuero tenían
cojines de plumas rojas como decoración. La mesa que actuaba como comedor, se
situaba al fondo, junto a un acceso al jardín trasero. Había muchos artilugios
que podrían haber sobrado perfectamente, pero ninguna foto a la vista.
- ¿Me buscabas, Johns? – Diego estaba sentado en uno de los
sillones con una gruesa carpeta sobre sus rodillas. Ojeaba unos papeles y
anotaba de vez en cuando algo en ellos. No levantó la cabeza para mirarme, ni
tampoco parecía dispuesto a dejar de lado su tarea.
- ¿Por qué me llamas así? – sabía que ese no era mi
objetivo, pero tenía curiosidad. Jamás nadie se había referido a mí por el
apellido. No es que me molestara, “señorita” sonaba infinitamente peor en mi
opinión; no obstante, me resultaba muy extraño responder como “Johns”.
- Es tu apellido. – se limitó a contestar Diego, aún
enfrascado en el papeleo. Cogí aire lentamente para tranquilizarme. Odiaba que
la gente me hablara como si fuera estúpida.
- Eso ya lo sé, pero tanto a Ángela como a Alan les has
llamado por su nombre de pila, ¿por qué conmigo es diferente?
- Si sólo has venido para preguntarme eso, Johns, – puso
demasiado énfasis en la última palabra. – ya puedes irte. No tengo tiempo para
que me interrumpas. – Apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo, tratando en
vano de ahogar la rabia.
- No te buscaba por eso. – Hasta yo me habría dado cuenta
de que mi voz sonaba irritada, aunque por mucho que lo intentara no habría sido
capaz de disimularlo. – Alan se ha despertado y…
- Eso ya me lo ha dicho Ángela. – me cortó Diego, cada vez
más impaciente. En ese momento se me ocurrió que, tal vez, Ángela hubiera dicho
algo inapropiado solo para vengarse de Alan. Al fin y al cabo, no la conocía lo
suficiente para saber cómo se había tomado su rechazo.
- Quiere hablar contigo. – terminé, alejando así mis malos
pensamientos acerca de la desdichada chica.
Diego, al fin, me prestó verdadera atención y apartó
sus ojos de la carpeta. Apenas tuve tiempo de apartarme de su camino cuando
pasó por mi lado como un huracán. Me apresuré a seguirle el paso, aunque no
pude ni por asomo subir las escaleras con tanta agilidad y rapidez como él (aún
arrastraba las secuelas de mi tobillo torcido); desistí en mi intento de
alcanzarle. Cuando llegué a la habitación, la puerta estaba entornada y no se
escuchaba ningún grito como habría esperado. De hecho, el silencio era
absoluto. Con mucha lentitud, me fui acercando al quicio de la puerta, cogí el
manillar y empujé. Al principio, no vi a ninguno de los dos, lo que me preocupó
mucho, pues Alan no estaba en la cama. Y al fin, los vi, pero lejos de ser una
escena cargada de odio y rencor mutuo, los encontré fundidos en un abrazo
paternal.
Se separaron cuando se dieron cuenta de que los miraba desde la puerta.- ¡¿Alguien me puede explicar qué está pasando?!
pobre sheila, mira que es raro que se estuvieran abrazando! y que aquella rubia sea asi....aggg ya me cae mal!
ResponderEliminarPues sí es muy rarito ¬¬ Alguien tiene que pedir explcicaciones, pero ¿se las darán? La rubia es mucha rubia jaja A mí tampoco me cae muy bien, pero ya veremos qué hago con ella de aquí en adelante ;)
EliminarUn beso Laura y gracias por comentar ^^
Mierda ya me perdí... Aunque supuse que pasaría algo así, pero creí más bien que seria como la calma después de la tormenta, pero esto me sorprendió :O
ResponderEliminarMe encanto el capitulo sobre todo cuando Alan rechazo a la rubia tarada esa , me ríe un montón en esa parte (mas que risa fue un ¡ja! seguido de unos cuantos insulto hacia Angela), me encanto el capitulo, ya quiero el proximo!
Un besote grande, Lucia.
Muchas gracias Lu!! ^^ Me alegro de que te sorprendieras. No siempre es fácil conseguir que un lector se enganche a la lectura y está bien que de vez en cuando aún pueda sorprenderos ;) No sé qué habría hecho Sheila si llega a besarle XD Aunque creo que después Ángela tendría que usar peluca jaja
EliminarHata este finde no creo que pueda colgar el próximo. Haré lo que pueda :)
Un beso