Un beso y hasta mañana !!
Desde mi posición, contemplé a Alan mientras recogía varias
latas de uno de los armarios de la cocina y las guardaba en una mochila oscura.
Sus manos se movían rápidamente entre la infinidad de cajones y guardaban lo
necesario en la mochila. En un momento dado, se giró hacia a mí, como si se
acabara de dar cuenta de que no me había levantado de la silla de mimbre.
- Puedes ir al dormitorio y cambiarte de ropa. Seguro que
habrá algo dentro del armario que te valga. – me aconsejó.
Ojalá fuera tan sencillo. Mis oscuros pensamientos sobre
Karen me habían convertido en un peso muerto lleno de culpa y angustia. Caminar
por el parquet sería tan difícil como hacerlo por la superficie del agua. No
podía arriesgarme a intentarlo, pero no tenía otra alternativa. Haría todo lo
posible por retrasar al máximo el encuentro con Karen y, para eso, debía
escapar. Reuní el poco valor del que disponía y me dirigí al pequeño dormitorio
sin saber si mis pasos eran tan firmes como me hubiera gustado que fueran.
Ya en la habitación, abrí las dos puertas del armario. Lo
primero que pensé fue: “Karen hizo lo mismo”; sin embargo, mi inquietud
desapareció al ver lo que había en el interior de las puertas. Estaban
decoradas con muchísimas fotos, imágenes, dibujos, pegatinas… Todo un collage
que inspiraba felicidad miraras donde miraras. Las fotografías eran un poco
distintas si se comparaban con las del comedor. En estas, también aparecían
retratadas personas (Yolanda en muchas de ellas), pero eran escenas cotidianas,
del día a día: desde la cocina de ese mismo piso, a una tarde tomando un té o
un grupo de criadas ataviadas con su uniforme. También había paisajes muy
bellos cuya imagen me hubiera gustado captar con mi cámara. Lástima que ya no
pudiera hacer ninguna más.
No quise volver a caer en el recuerdo de todo lo que había
perdido en tan poco tiempo, así que empecé a rebuscar entre las perchas de la
ropa. Desde un principio, descarté todos los vestidos y las faldas y, después
de buscar entre el resto de conjuntos, seleccioné un vaquero oscuro cuyo roce con
mi piel resentía mis heridas aún en cicatrización. En los cajones, había
camisetas de todos los colores, pero yo me decanté por una morada de manga
corta una talla más grande que la mía. Con el calzado fue peor aún. Ninguno de
ellos era cerrado y la mayoría tenían tacón. Sólo un par me pareció aceptable,
pero me estaban demasiado grandes. Al final, me resigné a llevar las
desgastadas deportivas del hospital, horribles pero cómodas. Me cambié de ropa
en unos minutos y guardé mi chándal gris en el armario, escondido entre las
cajas apiladas en un costado.
Las bisagras anunciaron la entrada de alguien. Mis músculos
se tensaron y me quedé totalmente quieta, conteniendo la respiración lo que me
pareció una eternidad.
- Estás muy guapa. – Solté el aire de golpe y me giré en
redondo para encararme con Alan. Estaba apoyado en el marco de la puerta, con
los brazos cruzados sobre el pecho. Mis mejillas volvieron a tornarse
ligeramente rojizas, así que volví la cabeza hacia al armario y me eché el pelo
a un lado para que no lo notara.
- Podrías haber llamado, ¿no? – Traté de aparentar enfado,
pero a juzgar por la media sonrisa que mostraba Alan, no me había salido muy
bien.
- Así es más emocionante. – Su risa volvió a maravillarme
por unos segundos y pronto los dos nos unimos es una sinfonía de diversión.
- Eres idiota, ¿lo sabes? – logré decir entre risas.
- Bueno, creo que podré vivir con eso. – contestó a su vez
el aludido.
Nunca había conocido a nadie que me hubiera hecho sentir
como Alan en esos momentos. Le conocía desde hacía tan poco y, sin embargo, no
quería separarme de su lado. Ojalá estuviera también Isabel conmigo. O Samanta.
O Yolanda. Incluso me alegraría de ver a la charlatana de Helen. Volví la vista
hacia el armario. Para alguien, esas imágenes representaban buenos recuerdos de
su memoria porque tenían un significado especial. Yo, en cambio, no tenía
muchos de esos. Acaricié el collage como mucho cuidado, como si con ese gesto
pudiera absorber parte de la felicidad de sus protagonistas.
- ¿Te gustaría llevarte alguna? – Alan se encontraba a mi
espalda, vigilándome por encima del hombro.
¿Debía hacerlo? Si eran tan importantes como pensaba que lo
eran, no sería una buena idea. Además, sobre mí ya pesaba la culpa por lo
sucedido con Isabel, ¿estaría preparada para encima llevar a todas horas un
pedacito de felicidad robada? No lo creía. No me veía capaz de arrancar alguna
de esas fotos. Ni siquiera hubiera podido quedarme con una simple pegatina.
Volví a cerrar el armario, dejando las sonrisas y el recuerdo de nuestras risas
encerradas en su interior.
Había llegado la hora de nuestra huida.
Alan se separó un poco para dejarme pasar y se reunió
conmigo en la puerta, llevando a su espalda la mochila llena de lo que íbamos a
necesitar durante nuestro viaje. Antes de salir, volví la vista atrás para
retener en mi mente la imagen del piso donde había pasado esas dos noches. La
verdad es que no esperaba volver jamás a esa caja de zapatos, pero no podía
olvidar que ya era un lugar especial para mí.
- ¿Nos vamos ya, Sheila?
No me había dado cuenta de que llevaba un par de minutos
parada en el umbral. Asentí con la cabeza y, temblorosa, cogí la mano de Alan.
Él me la apretó con fuerza, dándome fuerzas para continuar. Me gustó vernos
así, unidos, como si nunca fuéramos a separarnos. Alcé la cabeza y me quedé
admirada por la belleza de sus ojos.
- Vámonos. – le dije con toda la seguridad de la que fui
capaz.
Miré desconfiada a la torturadora escalera. El tobillo me
dolía mucho menos gracias al vendaje que lo recubría, pero aun así… ¿Por qué
tenían que ser tantos escalones? Alan empezó a subir y mis dudas se disiparon.
Seguí a Alan de cerca para evitar que nuestras manos se soltaran por accidente.
Podía soportar el dolor de mis heridas, pero sólo si sabía que Alan seguía allí
conmigo. Al fin y al cabo, era lo último que me quedaba: un mayordomo fiel a su
jefa con unos ojos hechizadores y una personalidad encantadora. ¿Por eso me
estaría ayudando? “Es nuestra responsabilidad”, había dicho el día en el que me
recogió de la calle. ¿Era por eso? ¿Creía que era un deber más? Me vi en la
tentación de cortar cualquier contacto con él de inmediato, pero luego me di
cuenta de que fueran cuales fueran sus motivos, lo verdaderamente importante
eran sus actos. Y Alan se había portado muy bien conmigo. Sonreí ante los
nuevos recuerdos, sustitutos por unos momentos de mis mayores temores. Apreté
con más fuerza su mano y continuamos subiendo escaleras hasta que una puerta
nos cerró el paso. Alan la empujó con fuerza y la mantuvo abierta para dejarme
pasar.
Nos encontrábamos en la azotea del edificio. Las cuerdas de
tender se extendían repletas de ropa ondeante al ritmo del viento. Solté la
mano que sostenía Alan para poder tocar la suavidad de las sábanas más
cercanas. Los tímidos rayos de sol que se filtraban entre las nubes del cielo,
me bendijeron con su calidez. Inspiré una vez. No era como en la azotea de la
mansión. Aquí el aire olía raro, tal vez debido a la contaminación de la ciudad
o por el aroma a suavizante. No podía saberlo con exactitud.
Alan no me dejó escrutar con más atención la escena, pues
volvió a agarrar mi mano y me llevó hasta el otro extremo de la azotea, en el
cual empezaba a descender una escalera de emergencias con pinta de ser más bien
inestable.
- ¿Tenemos que bajar por ahí? – le pregunté con
desconfianza.
- Sí, es la mejor opción. ¿Por qué? ¿Tienes miedo?
- Claro que no. – repliqué ofendida.
Alcé la cabeza como me había enseñado Federico y comencé a
bajar las escaleras, dejando atrás a Alan y su sonrisa pícara. Mis pies hacían
crujir los peldaños a cada paso y yo empecé a bajar más y más deprisa. Si la
estructura cedía, por lo menos me aseguraría de estar lo más cerca del suelo
posible. De repente, Alan tiró de mí hacia atrás, parándome en seco en mi alocada
carrera.
- ¿Qué haces? Tenemos que llegar abajo, ¿no? – dije
mientras trataba de soltarme.
- Sí, pero no quiero que te hagas daño. Tu costilla y tu
tobillo. ¿Recuerdas? – respondió entre susurros. Miré hacia abajo, un poco avergonzada.
Alan apartó uno de mis rizos y me acarició con suavidad la
mejilla. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, le miré a sus preciosos
ojos esmeralda y el tiempo pareció detenerse a nuestro alrededor. Alan se
inclinó hacia mí poco a poco hasta que nuestros rostros quedaron a pocos
centímetros el uno del otro. Nuestras respiraciones se movían al compás. Y…
QUE? COMO? NO,NO PUEDER SER... ERES MALA ,ERES MUY MALA,AHORA QUE POR FIN SE IBAN A A BESAR... jajajaja me encanta tu historia,estoy super super enganchada,saca el siguiente YA!
ResponderEliminarmuchos besitos:)
Lo siento :( Me alegra de que aunque os haga sufrir de vez en cuando sigas queriendo leer mi historia. el siguiente creo que estará dentro de un par de días.
EliminarMuchos besos a ti también Esther ^^ Y gracias por seguirme
NO, NO, NO, NO, NO, NO, NO, NOOOOOOOOOOO! CUALQUIER COSA QUE SE TE OCURRA HACERLE ALAN, PIENSO HACÉRTELA A TI CRISPI! LO JURO, si el disparo le dio a él, sera mejor que te pongas a rezar porque vas a recibir una visita mía y no a ser agradable, así que por tu bien sera mejor que lo pienses dos veces antes de hacerle algo a Alan. Mala persona que quiere que me de un ataque al corazón, lastimar a Alan y encima me niega el beso que tanto estaba esperando! Si sigues así vas a obligarme a cometer un asesinato y no me voy arrepentir. ESTAS ADVERTIDA!, chau.
ResponderEliminarP.D: no te mando un beso porque no te lo mereces mala persona, me voy a quedar sin uñas por TU culpa. MALVADA!
No, por favor T_T Te lo suplico Lucia :( No me mates, por favor. Lo siento por tus uñas, no quería que hubiera heridos después de leer mi historia.
EliminarEntre Tania y yo vas acumulando muchas víctimas, no? ;)
Un beso y ya te he enviado mi respuesta a tu participación del concurso ;)
jajaja, si me estoy convirtiendo en una asesina serial -_-, pero si ustedes se lo buscan... jajaja, ya me fijo la respuesta :)
EliminarUn besote grande, Lucia.
P.D: esta vez te mando un beso y te perdono la vida, solo porque te disculpaste, jajaja :)