sábado, 9 de marzo de 2013

Capítulo 56

Hello!! Esta va a ser una entrada rapidilla, rapdísima porque tengo que volver a los libros T_T Es bastante largo (espero no aburriros) porque no sé cuándo publicaré el siguiente. Ni siquiera tengo imagen :( Si alguien quiere proponer alguna, porfa dejadla en los comentarios ;) Os quiero.




Colores. Rosa, amarillo, verde, mucho verde. Oía un pájaro por aquí, otro canto por allá. Oía al bosque y el me oía a mí. Yo saltaba, las flores me perseguían, danzaban. No necesitaba correr, no quería escapar; sino envolverme en sus pétalos. Reía y mi risa se mezclaba con las agudas notas de la naturaleza. No llovía, relucía el sol. No había viento, el calor abrasaba. Y, entonces, le vi. Apenas pude distinguir sus ojos de las hojas de los árboles allá en las alturas, cerré mis párpados y, cuando los volví a abrir, me di cuenta de que estaba de vuelta en la realidad.
               - Hola. – Su voz desprendía calidez.
               - Hola – respondí encantada de mi buen despertar. Me incorporé despacio y me desperecé. Apenas noté cambio alguno en los alrededores, a excepción del prácticamente inapreciable cambio de luz y la inclinación de las sombras en el suelo. Era tan parecido a mis sueños… Más nítido e imperfecto, sí, pero acogedor. Era mi lugar. Anduve un poco por nuestro improvisado campamento para despejarme. Inspiré el aire puro. Alan me abrazó por la espalda y yo solté una pequeña risilla que salió de mis labios de forma espontánea. Me giré y le di un rápido beso en los labios.
               - ¿Qué tal has dormido?
               - De maravilla. ¿Te has aburrido mucho sin mí?
               - Qué va, por aquí hay muchos entretenimientos.
               - ¿Ah, sí? ¿Y cuáles? – pregunté con curiosidad.
               - Pues… puedo verte dormir, ver cómo sonríes en sueños cuando te beso…
               - ¿Qué? – salté sorprendida. - ¿En serio?
               - Sí – rio él. – Estabas adorablemente irresistible. – Cómo no, mi cara subió a niveles de rojez insospechados mientras me repetía una y otra vez cómo podía ser tan estúpida. Pues lo era y punto. Reí porque no podía hacer otra cosa.
- Deberíamos seguir, ¿no crees?
- ¿Y qué hay de malo en quedarnos aquí por hoy? – Fruncí, sin quererlo, el ceño. – Llevamos aquí, ¿cuántos? ¿Dos días? Estoy seguro que Diego sólo nos dio una semana entera porque creía que tendríamos más contratiempos y que necesitaríamos esos días, pero no los necesitamos. Y, reconócelo, te encantaría quedarte aquí.
- Yo… - Agaché la mirada, aunque me obligó a levantarla y sus odres verdes me rogaron con tanto tesón como lo hubieran hecho las palabras. Ya no sabía qué decir y Alan lo notaba. Su victoria estaba cerca, tan cerca que era inútil luchar contra lo inevitable. – De acuerdo. – cedí.
Pasamos, por tanto, el resto del día en aquel lugar, viendo cómo la luz se marchaba, cómo todo iba cambiando y mis enemigos se acercaban con cada sombra remarcada en el suelo del que pronto dejaría de ser mi bosque. Encendí una hoguera antes de lo normal y me empleé a fondo para mantenerla viva. Alan volvía a hablar y preguntaba mucho. Mucho. Empezó a bombardearme con dudas acerca del bosque, saciando una curiosidad que jamás habría adivinado en él. Me hice un poco la interesante en las que me sabía y di grandes rodeos en el resto, para ocultar mi ignorancia. Temía que el recuerdo de Isabel fuera demasiado para mí, pero no fue así. Si bien la noche anterior había sentido el dolor de su pérdida, ahora estaba orgullosa de poder contestarle y demostrar cuánto había aprendido de ella y de la vida en torno a mi refugio. Era… reconfortante, un sentimiento insólito en mí.
Y fue aquella sensación que me alegraba el corazón la que me permitió cerrar los ojos sin preocuparme por lo que me deparara el sueño. Y, realmente, no abrí los ojos hasta cuatro días más tarde, pues, aunque conservo escenas, lugares y destellos de nuestras vidas en aquel tiempo; son apenas ideas sueltas que jamás he intentado conectar, ni quiero intentar reconstruir ahora. Fue una especie de universo paralelo en el que no me quiero parar para no desmerecerlo con palabras.
Con todo, recuerdo que era nuestro sexto día en aquel laberinto salvaje de hayas y robles y la tensión había crecido notablemente. Los silencios se alargaban y se hacían más pesados conforme el encuentro se acercaba. Tenía la sensación de que nos dirigíamos a un final, ya fuera definitivo o un punto y aparte en este libro; razón por la cual, no podía evitar estar nerviosa. Hay quien empieza a hablar para liberar esa presión; sin embargo, ni Alan ni yo considerábamos las palabras de vital importancia, así que callábamos como nunca lo habíamos hecho hasta entonces. Horas sin horas sin despegar los labios, ni un solo susurro, ni un solo sonido a parte de nuestras pisadas. Y no era tan incómodo como podáis pensar, sino como un acuerdo que los dos respetábamos sin discusión ni resentimiento, resignados por querer estar resignados. Paz aparente que no era así en nuestros corazones.
Como iba diciendo, quedaba un día para que pudiéramos ver a Diego y no teníamos forma humana de saber si estábamos cerca o rematadamente lejos de nuestro destino. Tomé, por tanto, una decisión: empezar a dar vueltas. Me guardé, en cambio, de decirle nada a Alan, pues había comprobado que no era capaz de distinguir el, según él, monótono patrón sin sentido del bosque y que no notaría nuestro leve cambio de rumbo. No quería preocuparle, por lo que fingí una entereza y relajación que difícilmente habría conseguido de no encontrarme donde me encontraba.
Pero nuestra suerte, por una vez, cambió.
Lo primero que nos dio una pista de su presencia fue el humo, un rastro grisáceo, deforme, que se recortaba en el cielo despejado de la tarde. Y entonces, lo olí. Llegaba a nosotros un delicioso olor a cordero asado que me hizo salivar en pocas milésimas de segundo. Sin darnos cuenta, fuimos acelerando poco a poco el paso, aunque nunca llegamos a correr.
Y allí estaba.
O eso creía yo porque el edificio destartalado, cutre hasta lo indecible, sucio y medio abandonado que se mantenía en pie de alguna forma inexplicable delante de nosotros nunca habría sido nombrado por mí como “bar”. ¡Ni siquiera llegaba a cabaña! Bueno, a lo mejor a cabaña sí, pero una muy mala.
- Hemos llegado – anunció Alan, sacándome de mi afán interno por sacarle todos los defectos posibles y palpables de aquel lugar. – Tiene pinta de ser un buen sitio, ¿no?
- Sin comentarios – contesté, mordiéndome la lengua para no escupir el veneno.
Alan me arrastró, literalmente, hacia la puerta del supuesto establecimiento. No se me escapó el detalle del letrero dorado del dintel en el que se leía: “El Leñador del Norte”. Pasamos al interior y aquel espacio se nos tragó enteros. Tuve que enfocar la vista para saber dónde demonios nos habíamos metido. A la izquierda, la barra que, sorprendentemente, estaba vacía; en el centro, unas mesas, y a la derecha, una ventana como único foco de luz para la habitación.
- ¡Buenas tardes!
Un hombrecillo bajo, ataviado con un delantal machado de salsa, nos saludó desde una puerta lateral que no había visto antes. Era moreno, aunque con grandes entradas propias de su edad, la cual debía rondar los cincuenta y muchos. Era algo gordinflón, si bien esto le daba un aspecto de bonachón y de hombre honrado.
- Hola. – saludó Alan, mientras yo seguía escudriñando la sala. – Verá, nos hemos perdido un poco y nos preguntábamos si podríamos pasar aquí la noche.
- ¿Qué os habéis perdido dices? ¡Pobrecicos! – exclamó el hombre con voz grave. - ¡Pues claro que os podéis quedar, muchacho!
- Pero no tenemos dinero para pagarle…
- Bah, bobadas. Aquí nadie paga por perderse. – Y estalló en sonoras carcajadas que hicieron rebotar su barriga. – Tranquilos, no tenéis que darme nada. Pero, si os quedáis más tranquilos, podríais echarme una mano en la cocina. ¿Qué me decís? El viejo trueque nunca falla.
- Verá, no es que seamos muy buenos cocineros.
- Bobadas – repitió. – Seguro que una belleza como tu novia cocina de maravilla.
- Yo… - ¡Genial, mis mejillas al rojo vivo! – Yo no… - Y de nuevo el señor rio con fuerza.
- Mira cómo se asusta la pobre… – dijo entre estallido y estallido de risa. – ¿Cómo te llamas, guapa?
Yo cogí aire de golpe. Le miré lo que me parecieron siglos enteros. No me moví, ni miré a Alan, ni respiré siquiera. Mi cerebro me decía algo… ¡Me gritaba algo! ¡ACTÚA! ¡DI ALGO!
- Me llamo Isabel – solté junto con el aire comprimido de mis pulmones. ¿Qué había dicho? Nada cambió en la expresión del hombre. Para él era un nombre como otro cualquiera; no significaba nada. Yo creía que iba a echarme a llorar en cualquier momento. La sorpresa de Alan era palpable cuando giré mi rostro hacia él, aunque se recuperó pronto y se presentó con un estrechamiento de manos de lo más formal. La distracción me sirvió para coger aire, reunir valor y aguardarme las lágrimas para más adelante.
- Pues nada, Isabel, tú no te preocupes, que aquí el buen señor Paco os va a preparar el mejor cordero que probaréis jamás. ¿Qué me dices a eso?
- Me encanta el cordero – confesé todavía algo confusa.
- ¡Pues, eah, decidido! Podéis subir arriba. La segunda puerta de la derecha.
- Muchas gracias, Paco.
- ¡No me las des, hombre, si pa' eso estamos!
Alan me cogió suavemente del brazo y ambos subimos las escaleras, dejando atrás una alegre melodía silbada desde la cocina. Una vez dentro, me abrazó con fuerza. Yo le apreté junto a mí y me escondí como me gustaba hacerlo, en su pecho, junto a su corazón. Allí nadie me molestaba.
- Puedes llorar si quieres, Sheila. Si eso te hace sentir mejor, llora. No pasa nada.
Creí que mis ojos me jugarían una mala pasada, pero de ellos no salió la más mínima gota salada. Me pregunté si ya las habría gastado todas o si, por el contrario, me había convertido en un monstruo insensible. Sin embargo, no quería llorar. No quería que me viera de nuevo así. No era justo.
- Dame un minuto.
Me desasí de sus brazos y fui hasta la ventana tapada con finas cortinas de color blanco. Daba a la fachada principal, donde colgaba el dichoso cartel dorado. Le oí suspirar con una mezcla de cansancio y exasperación. Las sábanas de la cama crujieron cuando se sentó sobre ellas. Empecé a estrujar las cortinas con los dedos; eran ásperas, de encaje, sencillas. Entreví el bosque. Era tan pacífico… Ojalá pudiera poseer tal paz.
Pasó mi minuto. Pasó mi oportunidad de encontrarla en el silencio.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que tu hermano murió, Alan?
Me di la vuelta. Él me miraba, nunca había dejado de hacerlo. No me contestó enseguida, en su lugar, tendió una mano hacia mí y yo se la agarré sin pensarlo. Me acercó a él y yo me senté sobre sus piernas.
- Un año y medio.
- ¿Le echas de menos? – Asintió. Respiré profundamente. - ¿Crees que algún día… que un día… se pasará?
- No, Sheila.
Y no pude más. Sabía lo que era vivir con el dolor. A veces, incluso lo soportaba, pero en esa ocasión no pude. Un nudo me apretaba la garganta y me impidió hablar con claridad, así que no supe si Alan me entendía. – Le he d-dicho… que soy… I-isabel. Ahora me lla-ll-mo… Isabel.
- Yo le he dicho que me llamaba Erik.
Le miré sin comprender. 
- ¿Por qué lo has hecho, Alan?
- Porque no quiero que estés sola en esto. – Su confesión hizo sentirme más aliviada. Tal vez, saber que la persona que te acompaña comparte la misma carga, la hace parecer más ligera.
Le besé con la mayor ternura que pude e intenté sonreír, al igual que lo intentó Alan. Volví a esconderme en su pecho y él me acunó. Volvió el silencio y él también se acurrucó entre nosotros, como si fuera un bebé dormido. Poco a poco, esa paz que buscaba tras la ventana, fue entrando en la diminuta habitación y mis lágrimas se secaron.
- Sólo podemos hacer una cosa. – Sus palabras no sonaron estridentes en aquel ambiente tan tranquilo que habíamos logrado conseguir. Le miré interrogante y curiosa. – Llevar su nombre con orgullo.
Fruncí el ceño. ¿Orgullo? ¿Debía enorgullecerme de ser culpable de la muerte de una persona querida? Y, sin embargo, era yo quien había empezado aquella locura. Yo había dicho que me llamaba Isabel. Yo misma me había clavado el puñal. 
De repente, recordé el momento en el que yo me había sentido orgullosa de haber aprendido de ella, aquel momento junto a la hoguera. Entonces me había sentido orgullosa, orgullosa, orgullosa. La idea fue creciendo, cogió fuerza, me dio valor. Lo haría por ella.Su recuerdo lo merecía. 
Isabel lo merecía.
- Bajemos a por ese cordero, Erik.
- Me parece una buena idea, Isabel.




7 comentarios:

  1. Crispi, solo diré una cosa.
    Me encanta absolutamente!!!!!!
    No se me hizo para nada aburrido, a mi cuanto más largos mejor, es una pena que tardes en publicar pero lo entiendo ;)
    La verdad es que los dos me parecen muy monos me encanta la historia en serio creo que no puedo decírtelo más claro.
    Besos :D

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    1. Muchas gracias Ana ^^ A mí me gustan absolutamente tus comentarios ;) Me alegro de que no se te hiciera aburrido porque cuando lo subí estaba pensando: A ver si se van a cansar a mitad del capi. La semana que viene tendré más tiempo porque me habré quitado los exámenes, así que nos veremos probablemente para el finde de entonces.
      Besos Ana :)

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  2. Me encanta. Es perfecto :)) No es aburrido para nada... Es más ami me enamoran los personajes y disfruto con ellos.
    Gracias por subir el capítulo es genial.
    Un besito :)
    PD: He subido el 13.

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    1. Madre mía Jane que me digas tú que mi historia es perfecta jaja Es que no me lo creo sorry *.*
      De nada, a ti por comentar ;)
      Un beso
      PD: Ya te dejé un comentario hace un rato ^^

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  3. Se me olvidó preguntaros una cosa en la entrada, así que lo pongo aquí :P
    ¿Qué os parece el buen señor Paco? XD

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  4. Pues a mi me encanta el señor Paco! xD y el capítulo me ha amocionado, tienes que hacerlos asi de largos mas veces¡! cuanta mas perfeccion mejor! lo de Isabel me ha sorprendido, y Alan ha estado tan increible como siempre, apoyando a Sheila! As descrito los sentimientos de los personajes muy bien, esto de escribir se te da genial! tu de mayor de verias ser escritora!^^ si llegas a serlo compraría todo tus libros, porque me gusta como escribes, usas siempre las palabras aecuadas...*-*
    Un mar de besos, tu fan numero 1!
    Besos M.T

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    1. A mí también me gusta cómo me ha quedado el carácter del señor Paco XD Es más salao jaja Uff no creo que pueda hacerlos así siempre, pero bueno lo tendré en cuenta para los próximos ;) Sheila tiene mucha suerte de tener a Alan ^^ Me alegro de que te haya gustado el capi :) Nunca he pensado en convertirme en escritora ni tampoco en pintora, para mí son hobbies pero bueno nunca se sabe jaja la vida da muchas vueltas :)
      Besos
      PD: ¡Tengo un fan nº 1! Cómo mola :D jaja Gracias ^^

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