Colores. Rosa, amarillo, verde, mucho verde. Oía un pájaro
por aquí, otro canto por allá. Oía al bosque y el me oía a mí. Yo saltaba, las
flores me perseguían, danzaban. No necesitaba correr, no quería escapar; sino
envolverme en sus pétalos. Reía y mi risa se mezclaba con las agudas notas de
la naturaleza. No llovía, relucía el sol. No había viento, el calor abrasaba.
Y, entonces, le vi. Apenas pude distinguir sus ojos de las hojas de los árboles
allá en las alturas, cerré mis párpados y, cuando los volví a abrir, me di cuenta
de que estaba de vuelta en la realidad.
- Hola. – Su voz desprendía
calidez.
- Hola – respondí encantada de mi
buen despertar. Me incorporé despacio y me desperecé. Apenas noté cambio alguno
en los alrededores, a excepción del prácticamente inapreciable cambio de luz y
la inclinación de las sombras en el suelo. Era tan parecido a mis sueños… Más
nítido e imperfecto, sí, pero acogedor. Era mi lugar. Anduve un poco por
nuestro improvisado campamento para despejarme. Inspiré el aire puro. Alan me
abrazó por la espalda y yo solté una pequeña risilla que salió de mis labios de
forma espontánea. Me giré y le di un rápido beso en los labios.
- ¿Qué tal has dormido?
- De maravilla. ¿Te has aburrido
mucho sin mí?
- Qué va, por aquí hay muchos
entretenimientos.
- ¿Ah, sí? ¿Y cuáles? – pregunté
con curiosidad.
- Pues… puedo verte dormir, ver
cómo sonríes en sueños cuando te beso…
- ¿Qué? – salté sorprendida. -
¿En serio?
- Sí – rio él. – Estabas
adorablemente irresistible. – Cómo no, mi cara subió a niveles de rojez
insospechados mientras me repetía una y otra vez cómo podía ser tan estúpida.
Pues lo era y punto. Reí porque no podía hacer otra cosa.
- Deberíamos seguir, ¿no crees?
- ¿Y qué hay de malo en quedarnos aquí por hoy? – Fruncí,
sin quererlo, el ceño. – Llevamos aquí, ¿cuántos? ¿Dos días? Estoy seguro que
Diego sólo nos dio una semana entera porque creía que tendríamos más
contratiempos y que necesitaríamos esos días, pero no los necesitamos. Y,
reconócelo, te encantaría quedarte aquí.
- Yo… - Agaché la mirada, aunque me obligó a levantarla y
sus odres verdes me rogaron con tanto tesón como lo hubieran hecho las
palabras. Ya no sabía qué decir y Alan lo notaba. Su victoria estaba cerca, tan
cerca que era inútil luchar contra lo inevitable. – De acuerdo. – cedí.
Pasamos, por tanto, el resto del día en aquel lugar, viendo
cómo la luz se marchaba, cómo todo iba cambiando y mis enemigos se acercaban
con cada sombra remarcada en el suelo del que pronto dejaría de ser mi bosque.
Encendí una hoguera antes de lo normal y me empleé a fondo para mantenerla
viva. Alan volvía a hablar y preguntaba mucho. Mucho. Empezó a bombardearme con
dudas acerca del bosque, saciando una curiosidad que jamás habría adivinado en
él. Me hice un poco la interesante en las que me sabía y di grandes rodeos en
el resto, para ocultar mi ignorancia. Temía que el recuerdo de Isabel fuera
demasiado para mí, pero no fue así. Si bien la noche anterior había sentido el
dolor de su pérdida, ahora estaba orgullosa de poder contestarle y demostrar
cuánto había aprendido de ella y de la vida en torno a mi refugio. Era…
reconfortante, un sentimiento insólito en mí.
Y fue aquella sensación que me alegraba el corazón la que
me permitió cerrar los ojos sin preocuparme por lo que me deparara el sueño. Y,
realmente, no abrí los ojos hasta cuatro días más tarde, pues, aunque conservo
escenas, lugares y destellos de nuestras vidas en aquel tiempo; son apenas
ideas sueltas que jamás he intentado conectar, ni quiero intentar reconstruir
ahora. Fue una especie de universo paralelo en el que no me quiero parar para
no desmerecerlo con palabras.
Con todo, recuerdo que era nuestro sexto día en aquel
laberinto salvaje de hayas y robles y la tensión había crecido notablemente.
Los silencios se alargaban y se hacían más pesados conforme el encuentro se
acercaba. Tenía la sensación de que nos dirigíamos a un final, ya fuera
definitivo o un punto y aparte en este libro; razón por la cual, no podía
evitar estar nerviosa. Hay quien empieza a hablar para liberar esa presión; sin
embargo, ni Alan ni yo considerábamos las palabras de vital importancia, así
que callábamos como nunca lo habíamos hecho hasta entonces. Horas sin horas sin
despegar los labios, ni un solo susurro, ni un solo sonido a parte de nuestras
pisadas. Y no era tan incómodo como podáis pensar, sino como un acuerdo que los
dos respetábamos sin discusión ni resentimiento, resignados por querer estar
resignados. Paz aparente que no era así en nuestros corazones.
Como iba diciendo, quedaba un día para que pudiéramos ver a
Diego y no teníamos forma humana de saber si estábamos cerca o rematadamente
lejos de nuestro destino. Tomé, por tanto, una decisión: empezar a dar vueltas.
Me guardé, en cambio, de decirle nada a Alan, pues había comprobado que no era
capaz de distinguir el, según él, monótono patrón sin sentido del bosque y que
no notaría nuestro leve cambio de rumbo. No quería preocuparle, por lo que
fingí una entereza y relajación que difícilmente habría conseguido de no
encontrarme donde me encontraba.
Pero nuestra suerte, por una vez, cambió.
Lo primero que nos dio una pista de su presencia fue el
humo, un rastro grisáceo, deforme, que se recortaba en el cielo despejado de la
tarde. Y entonces, lo olí. Llegaba a nosotros un delicioso olor a cordero asado
que me hizo salivar en pocas milésimas de segundo. Sin darnos cuenta, fuimos
acelerando poco a poco el paso, aunque nunca llegamos a correr.
Y allí estaba.
O eso creía yo porque el edificio destartalado, cutre hasta
lo indecible, sucio y medio abandonado que se mantenía en pie de alguna forma
inexplicable delante de nosotros nunca habría sido nombrado por mí como “bar”.
¡Ni siquiera llegaba a cabaña! Bueno, a lo mejor a cabaña sí, pero una muy
mala.
- Hemos llegado – anunció Alan, sacándome de mi afán
interno por sacarle todos los defectos posibles y palpables de aquel lugar. –
Tiene pinta de ser un buen sitio, ¿no?
- Sin comentarios – contesté, mordiéndome la lengua para no
escupir el veneno.
Alan me arrastró, literalmente, hacia la puerta del
supuesto establecimiento. No se me escapó el detalle del letrero dorado del
dintel en el que se leía: “El Leñador del Norte”. Pasamos al interior y aquel
espacio se nos tragó enteros. Tuve que enfocar la vista para saber dónde
demonios nos habíamos metido. A la izquierda, la barra que, sorprendentemente,
estaba vacía; en el centro, unas mesas, y a la derecha, una ventana como único
foco de luz para la habitación.
- ¡Buenas tardes!
Un hombrecillo bajo, ataviado con un delantal machado de
salsa, nos saludó desde una puerta lateral que no había visto antes. Era
moreno, aunque con grandes entradas propias de su edad, la cual debía rondar
los cincuenta y muchos. Era algo gordinflón, si bien esto le daba un aspecto de
bonachón y de hombre honrado.
- Hola. – saludó Alan, mientras yo seguía escudriñando la
sala. – Verá, nos hemos perdido un poco y nos preguntábamos si podríamos pasar
aquí la noche.
- ¿Qué os habéis perdido dices? ¡Pobrecicos! – exclamó el
hombre con voz grave. - ¡Pues claro que os podéis quedar, muchacho!
- Pero no tenemos dinero para pagarle…
- Bah, bobadas. Aquí nadie paga por perderse. – Y estalló
en sonoras carcajadas que hicieron rebotar su barriga. – Tranquilos, no tenéis
que darme nada. Pero, si os quedáis más tranquilos, podríais echarme una mano
en la cocina. ¿Qué me decís? El viejo trueque nunca falla.
- Verá, no es que seamos muy buenos cocineros.
- Bobadas – repitió. – Seguro que una belleza como tu novia
cocina de maravilla.
- Yo… - ¡Genial, mis mejillas al rojo vivo! – Yo no… - Y de
nuevo el señor rio con fuerza.
- Mira cómo se asusta la pobre… – dijo entre estallido y
estallido de risa. – ¿Cómo te llamas, guapa?
Yo cogí aire de golpe. Le miré lo que me parecieron siglos
enteros. No me moví, ni miré a Alan, ni respiré siquiera. Mi cerebro me decía
algo… ¡Me gritaba algo! ¡ACTÚA! ¡DI ALGO!
- Me llamo Isabel – solté junto con el aire comprimido de
mis pulmones. ¿Qué había dicho? Nada cambió en la expresión del hombre. Para él
era un nombre como otro cualquiera; no significaba nada. Yo creía que iba a
echarme a llorar en cualquier momento. La sorpresa de Alan era palpable cuando
giré mi rostro hacia él, aunque se recuperó pronto y se presentó con un
estrechamiento de manos de lo más formal. La distracción me sirvió para coger
aire, reunir valor y aguardarme las lágrimas para más adelante.
- Pues nada, Isabel, tú no te preocupes, que aquí el buen
señor Paco os va a preparar el mejor cordero que probaréis jamás. ¿Qué me dices
a eso?
- Me encanta el cordero – confesé todavía algo confusa.
- ¡Pues, eah, decidido! Podéis subir arriba. La segunda
puerta de la derecha.
- Muchas gracias, Paco.
- ¡No me las des, hombre, si pa' eso estamos!
Alan me cogió suavemente del brazo y ambos subimos las
escaleras, dejando atrás una alegre melodía silbada desde la cocina. Una vez
dentro, me abrazó con fuerza. Yo le apreté junto a mí y me escondí como me
gustaba hacerlo, en su pecho, junto a su corazón. Allí nadie me molestaba.
- Puedes llorar si quieres, Sheila. Si eso te hace sentir
mejor, llora. No pasa nada.
Creí que mis ojos me jugarían una mala pasada, pero de
ellos no salió la más mínima gota salada. Me pregunté si ya las habría gastado
todas o si, por el contrario, me había convertido en un monstruo insensible.
Sin embargo, no quería llorar. No quería que me viera de nuevo así. No era
justo.
- Dame un minuto.
Me desasí de sus brazos y fui hasta la ventana tapada con
finas cortinas de color blanco. Daba a la fachada principal, donde colgaba el
dichoso cartel dorado. Le oí suspirar con una mezcla de cansancio y
exasperación. Las sábanas de la cama crujieron cuando se sentó sobre ellas.
Empecé a estrujar las cortinas con los dedos; eran ásperas, de encaje,
sencillas. Entreví el bosque. Era tan pacífico… Ojalá pudiera poseer tal paz.
Pasó mi minuto. Pasó mi oportunidad de encontrarla en el
silencio.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que tu hermano murió,
Alan?
Me di la vuelta. Él me miraba, nunca había dejado de
hacerlo. No me contestó enseguida, en su lugar, tendió una mano hacia mí y yo
se la agarré sin pensarlo. Me acercó a él y yo me senté sobre sus piernas.
- Un año y medio.
- ¿Le echas de menos? – Asintió. Respiré profundamente. -
¿Crees que algún día… que un día… se pasará?
- No, Sheila.
Y no pude más. Sabía lo que era vivir con el dolor. A
veces, incluso lo soportaba, pero en esa ocasión no pude. Un nudo me apretaba
la garganta y me impidió hablar con claridad, así que no supe si Alan me
entendía. – Le he d-dicho… que soy… I-isabel. Ahora me lla-ll-mo… Isabel.
- Yo le he dicho que me llamaba Erik.
Le miré sin comprender.
- ¿Por qué lo has hecho, Alan?
- Porque no quiero que estés sola en esto. – Su confesión
hizo sentirme más aliviada. Tal vez, saber que la persona que te acompaña
comparte la misma carga, la hace parecer más ligera.
Le besé con la mayor ternura que pude e intenté sonreír, al
igual que lo intentó Alan. Volví a esconderme en su pecho y él me acunó. Volvió
el silencio y él también se acurrucó entre nosotros, como si fuera un bebé
dormido. Poco a poco, esa paz que buscaba tras la ventana, fue entrando en la
diminuta habitación y mis lágrimas se secaron.
- Sólo podemos hacer una cosa. – Sus palabras no sonaron
estridentes en aquel ambiente tan tranquilo que habíamos logrado conseguir. Le
miré interrogante y curiosa. – Llevar su nombre con orgullo.
Fruncí el ceño. ¿Orgullo? ¿Debía enorgullecerme de ser
culpable de la muerte de una persona querida? Y, sin embargo, era yo quien
había empezado aquella locura. Yo había dicho que me llamaba Isabel. Yo misma
me había clavado el puñal.
De repente, recordé el momento en el que yo me había
sentido orgullosa de haber aprendido de ella, aquel momento junto a la hoguera.
Entonces me había sentido orgullosa, orgullosa, orgullosa. La idea fue creciendo, cogió fuerza, me dio valor. Lo haría por ella.Su recuerdo lo merecía.
Isabel lo merecía.
- Bajemos a por ese cordero, Erik.
Crispi, solo diré una cosa.
ResponderEliminarMe encanta absolutamente!!!!!!
No se me hizo para nada aburrido, a mi cuanto más largos mejor, es una pena que tardes en publicar pero lo entiendo ;)
La verdad es que los dos me parecen muy monos me encanta la historia en serio creo que no puedo decírtelo más claro.
Besos :D
Muchas gracias Ana ^^ A mí me gustan absolutamente tus comentarios ;) Me alegro de que no se te hiciera aburrido porque cuando lo subí estaba pensando: A ver si se van a cansar a mitad del capi. La semana que viene tendré más tiempo porque me habré quitado los exámenes, así que nos veremos probablemente para el finde de entonces.
EliminarBesos Ana :)
Me encanta. Es perfecto :)) No es aburrido para nada... Es más ami me enamoran los personajes y disfruto con ellos.
ResponderEliminarGracias por subir el capítulo es genial.
Un besito :)
PD: He subido el 13.
Madre mía Jane que me digas tú que mi historia es perfecta jaja Es que no me lo creo sorry *.*
EliminarDe nada, a ti por comentar ;)
Un beso
PD: Ya te dejé un comentario hace un rato ^^
Se me olvidó preguntaros una cosa en la entrada, así que lo pongo aquí :P
ResponderEliminar¿Qué os parece el buen señor Paco? XD
Pues a mi me encanta el señor Paco! xD y el capítulo me ha amocionado, tienes que hacerlos asi de largos mas veces¡! cuanta mas perfeccion mejor! lo de Isabel me ha sorprendido, y Alan ha estado tan increible como siempre, apoyando a Sheila! As descrito los sentimientos de los personajes muy bien, esto de escribir se te da genial! tu de mayor de verias ser escritora!^^ si llegas a serlo compraría todo tus libros, porque me gusta como escribes, usas siempre las palabras aecuadas...*-*
ResponderEliminarUn mar de besos, tu fan numero 1!
Besos M.T
A mí también me gusta cómo me ha quedado el carácter del señor Paco XD Es más salao jaja Uff no creo que pueda hacerlos así siempre, pero bueno lo tendré en cuenta para los próximos ;) Sheila tiene mucha suerte de tener a Alan ^^ Me alegro de que te haya gustado el capi :) Nunca he pensado en convertirme en escritora ni tampoco en pintora, para mí son hobbies pero bueno nunca se sabe jaja la vida da muchas vueltas :)
EliminarBesos
PD: ¡Tengo un fan nº 1! Cómo mola :D jaja Gracias ^^