martes, 3 de septiembre de 2013

Capítulo 65

Con todos ustedes... *redoble de tambor*...
¡El capítulo 65! 
Bieeeeeeen :D jajaja La verdad es que tenía ganas de terminarlo y compartirlo con todos vosotros ^^ Ha sido más difícil de lo que pensaba (¿es cosa mía o siempre digo lo mismo? :S) pero aquí está :) La historia poco a poco se va cerrando, aunque me quedan todavía varios capítulos para que eso ocurra ;)
Espero que os guste este capi :P

PD: Muchas gracias por todos los comentarios que dejasteis en el último capítulo ^^ Sois los mejores :D



Mil ideas distintas cruzaron por mi mente en un viaje desesperadamente eterno. Venían y se iban con una velocidad abrumadora, dejándome aturdida y asustada. Intenté agarrarme a un pensamiento fuerte que consiguiera tranquilizarme, un diáfano recuerdo de niñez, quizás, o una imagen neutra que no alentara las pesadillas de mi corazón; pero fui incapaz de encontrar calma en medio de semejante remolino de sentimientos sin explicación.
Y entonces, la realidad,  insaciable como siempre, aprovechó mi debilidad para asestarme un duro golpe. Fue sencillo y directo, destructivo. Me incorporé en mi asiento, fija mi mirada en aquella ironía. La seguí observando, como si así fuera a volatilizarse en el aire diluida en una nube de humo.
Pero la realidad no iba a ir a ninguna parte y tuve que rendirme ante su clara victoria. Volvía a perder.
Y entonces, observé atónita cómo dejábamos atrás aquella señal de mi futuro. Grité consternada, pero a la vez llena de una euforia desconcertante dada la situación. Vi un resto de preocupación, el cual ignoré cuando mis súplicas hicieron detenerse la camioneta. Aliviada por no sentir el molesto traqueteo del vehículo, bajé y posé mis pies sobre el suelo. Me tambaleé, aunque ello no me impidió avanzar unos cuantos metros, suficientes, por otra parte, para que otro par de pasos se pusieran en paralelo con los míos.
- Deberíamos volver a la camioneta, Sheila. La entrada de los empleados ya está muy cerca.
Ignoré aquellas palabras a pesar de que en el fondo conocía su lógica. Estaba tan harta de perseguir la perfección de la lógica... Puede que no entendiera lo que mi corazón trataba de decirme, pero tampoco quería obedecer el desesperado intento de huida que marcaba mi mente, por muy fuerte y "lógico" que este fuera.
Henry continuó con sus muy buenos argumentos salpicados de lo que, ahora sí se notaba, era preocupación. ¿Pero preocupación por qué? Desoí sus palabras aunque no desvié la mirada de sus ojos. Ojos cansados y claramente frustrados. Viejos. Con un escalofrío recuerdo pensar que aquella mirada llena aún de energía ya no podría servirme como ejemplo de fortaleza. Allí nos despedíamos y Henry parecía saberlo tan bien como yo. Su voz se apagó de pronto, dejando en su mirada un rastro de resignación. Sólo espero que Henry entendiera el adiós que mis labios no pudieron pronunciar.
Y así fue como vi marchar de vuelta a su familiar camioneta la figura inusualmente encorvada de un jardinero que, despojado de su sombrero de paja, debía sopesar una inesperada derrota.
Y yo que sabía lo que era perder, sólo pude mirarle marchar con un nudo en la garganta que no hacía sino ahogarme con cada paso que daba en la dirección opuesta. Sólo cuando estuve segura de que las ruedas de la camioneta se habían perdido por el camino secundario, me permití soltar una lágrima. Una única lágrima que tan solitaria como la dueña del rostro que surcaba continuó su camino.
No tardé en encontrarme frente a frente con la prueba del triunfo de la realidad. Acaricié con las yemas de mis dedos su superficie. Estaba fría, muy fría. Incluso quedaban algunas gotas de rocío que empezaban a evaporarse lentamente con un sol cada vez más alto y caliente. Delineé la lisa “B” que daba nombre al cartel, siguiendo las innecesarias florituras que la conformaban.

Bienvenido

Con aquella idea repitiéndose una y otra vez en mi cabeza, dejé atrás el cartel al mismo tiempo que subía por la vía principal. Me abstuve de andar por la carretera aun sabiendo que eran pocos los coches que circulaban por ella. No, era mucho más reconfortante sentir las agujas de pino amortiguando mis pisadas. Era más relajante pensar que me encontraba en mi bosque y no en un camino que desembocaba en la brillante fachada que ya se vislumbraba a lo lejos.
Sin embargo, mi pequeño paseo se tornó demasiado corto, pues antes de que pudiera darme cuenta, la mansión apareció ante mi vista, tan deslumbrante y bella como la recordaba. La alta fachada blanca imponía respeto y admiración a todo aquel que la miraba. También a mí, aunque esa impresión se mezclaba con una sensación muy extraña, a medio camino entre la nostalgia y la repugnancia. Aun con ello, mi corazón dejó de latir un momento en su honor.
- ¡Eh, tú!
Regresé a tierra firme y busqué la voz que me había interrumpido. No tardé en hallarla en un guardia de seguridad uniformado con cara de pocos amigos.
- ¿Qué quieres, niña? – Definitivamente estaba molesto por mi presencia. - ¿Es que estás sorda? – se burló. – Dime tu nombre.
Me acerqué todo lo posible a la gran verja que nos separaba y, para mi propia sorpresa, le respondí sin un solo temblor de mi voz:
- Soy Sheila Johns. – Habría añadido algo así como “estúpido” o “inútil”, pero me apiadé de él en el último momento.
El guardia se quedó boquiabierto. Literalmente boquiabierto. De hecho, estoy casi segura de que después de aquello tuvo calambres en la mandíbula.
- Perdóneme, señorita Sheila. No la había reconocido. Discúlpeme. Lo siento mucho, de verdad – se disculpó a todo correr viendo el tremendo error que acababa de cometer. – Le abriré enseguida.
Desapareció dentro de una garita adyacente y, segundos después, las puertas de mi casa se volvieron a abrir para mí. Inspiré hondo y di el primer paso hacia el interior del que había pretendido ser durante años mi hogar.
No sé qué esperaba que ocurriera. ¿La explosión de una mina? ¿Una fiesta de bienvenida sorpresa? ¿El desmorone de la tierra que pisaba? Sea cual fuera el motivo de mi temor, comprendí que nada de eso iba a pasar. Al menos de momento.
El guardia salió de nuevo de su garita y se plantó delante de mí. ¿Qué era lo que quería ahora? “Sencillo”, me dije, “órdenes”. Me aclaré la garganta, consciente de mi nerviosismo.
- Quiero ver a mi padre, así que llévame hasta su despacho.
El hombre asintió una vez y comenzó a caminar por delante de mí. Le seguí, tratando en todo momento de mostrarme tranquila y segura de lo que hacía, a pesar de que en mi interior no albergaba nada parecido. Miré al frente y alcé la barbilla, ignorando los rostros que se volvían a nuestro paso y las voces que empezaban a murmurar cuando nos alejábamos. Apenas presté atención siquiera a los pasillos por los que caminábamos, confiando en que el guardia me llevaría hasta mi destino sin perderse por aquel laberinto.
- Disculpe, Martínez, ¿a quién acompaña?
Problemas. Un mayordomo se había cruzado con nosotros y no parecía conformarse con simples suposiciones de otros criados.
- Es la señorita Johns, señor – explicó con respeto el guardia zoquete, dejando entrever un deje de temor hacia él. – La estoy acompañando hasta el despacho de su padre.
Martínez no se fiaba de él. Eso era evidente. ¿Quién era aquel mayordomo?
Escruté su rostro aparentemente despreocupado y curioso sin reconocer sus afilados rasgos. Y entonces, me fijé en su sonrisa, forzada, casi sarcástica; un gesto que ocultaba algo por lo cual muchos se estremecerían.
- Estoy seguro de que tiene otros asuntos más importantes que hacer de guía a la señorita Johns. – Nuestras miradas se cruzaron por primera vez. El frío azul y su claridad me atraparon sin piedad durante una fracción de segundo, tiempo suficiente para dejarme helada. – Yo mismo la acompañaré hasta allí.
- Por supuesto, señor – accedió el guardia zoquete a pesar de que su tono demostraba aún indecisión.
- Estupendo. Que pase un buen día entonces.
Martínez se marchó, dejándome a solas con el escalofriante mayordomo, el cual me cedió el paso con un caballeroso movimiento de su mano. Mi sonrisa y la suya fueron igualmente fingidas, pero no di ni un solo paso.
- Creo que a partir de aquí puedo continuar sola – expuse en un intento de separarme de él.
- Insisto en acompañarla, señorita Johns.
- Y yo insisto en que no es necesario – repliqué alzando un poco más la voz.
- Señorita, - dijo a su vez con una calma cargada de augurios de tempestad. – es mi obligación como mayordomo ayudarla en cuanto pueda, por lo que, quiera o no, iré con usted.
- Veo que es usted el que no me entiende – Notaba el enfado de mi voz, pero también un miedo que, esperaba, no fuera tan evidente. – Soy Sheila Johns y digo que iré sola.
Entonces, el mayordomo llevó su mano a la fina chaqueta mientras negaba con su cabeza.
- Esperaba que no tuviera que hacerlo, pero me veo obligado a pedirle que lo reconsidere.
Y de su mano asomó un arma con el cañón apuntando directamente a mi pecho, preparado para ejecutar el disparo final. Mi cuerpo, paralizado. Mi mente, bloqueada. El miedo envenenó mi sangre, extendiéndose por mis venas, intoxicándome hasta llegar a mi corazón y lanzarlo a una errática carrera por seguir latiendo.
- Usted primero – me señaló el mayordomo con un gesto de su pistola. Me di la vuelta a pesar de la extrema debilidad de mis rodillas. -  ¡Vamos, ande! – Di un grito ahogado al notar el frío metal del cañón en mi espalda. – Por favor, señorita, le agradecería que no gritara. – me susurró junto a mi oreja, haciéndome estremecer de asco y terror. Tragué en seco. – Y ahora, ande. Yo le indicaré el camino.
Di un primer paso, sorprendida de recordar cómo andar. Apreté con fuerza la mandíbula y me obligué a seguir poniendo un pie delante del otro. Derecho. Izquierdo. Derecho. Izquierdo. Sencillo, automático. Mis manos, lacias a ambos lados de mi cuerpo, sudaban; aunque lo que más me preocupaba era el tambor en el cual se había convertido mi pobre corazón. Me obligué a seguir respirando con normalidad a expensas de que sirviera para tranquilizarme; nada más lejos de la realidad. Por el contrario, la tensión de mis músculos era crítica hasta el punto de hacerme tropezar con demasiada frecuencia. Y entonces, ocurrió lo peor… caí. Mis rodillas chocaron con la suave alfombra, amortiguando levemente el golpe. No obstante, no me libró de la impaciencia del psicópata de mi escolta.
- ¡Levántese! Maldita sea, Johns. ¡LEVÁNTESE!
Me cogió por el brazo con fuerza y me alzó con brusquedad. Grité para que me soltara. Error. La bofetada cortó mi mejilla dolorosamente, haciendo saltar las lágrimas que no me había atrevido a liberar antes. Su fuerte agarre impidió que volviera a caer, pero marcó a fuego mi piel. Aun teniendo los ojos empañados, le miré. Miré el rostro del hombre que acababa de pegarme. Su mirada encendida, llena de odio, rencor, pero indiferencia total, se grabó en mi memoria, acechándome aunque cerrara los ojos. Le odiaba.
Volvió a empujarme, instándome a continuar. Obedecí, siguiendo las educadas órdenes de un recobrado mayordomo: “Gire aquí, por favor”, “Por esas escaleras no, señorita”, “Disculpe, pero ese pasillo no es el correcto”. Cada una de ellas, en cambio, mandaba una descarga de puro terror a través de todo mi sistema nervioso. 
Y así, temblando cual hoja de papel, avancé por lugares que me eran familiares y otros que no lo eran tanto. Apenas si podía orientarme. La ruta que seguíamos era extraña, llena de rodeos innecesarios y estrechos pasadizos, los cuales debían pertenecer a la enmarañada red a disposición de los empleados de la mansión. Una escalera, un puerta escondida, un corto pasillo, un cruce de caminos, una amplia sala, una nueva escalera de caracol, un corredor especialmente eterno y después, una zona que reconocí como cercana a nuestro destino. Casi me sentí aliviada cuando comprendí que faltaba poco para llegar. Unos pocos metros más. Solo unos pocos metros más.
Pasados los cuales, no encontré alivio alguno, sino completa desesperanza.
El despacho estaba cuidadosamente custodiado por varios hombres, cómo no, armados. El mayordomo me empujó por la espalda con el cañón de su pistola. Mi respiración se cortó. Algo iba mal, muy mal. Mi padre jamás habría permitido que hubiera tanta seguridad a su alrededor. Siempre era muy escrupuloso con ese tema.        
- Señores, les presento a la señorita Sheila Johns – anunció mi escolta particular con voz triunfal.
Dos de los hombres se acercaron hacia nosotros con gratas felicitaciones para mi acompañante. Odié la forma en que me miraron, como si inspeccionaran la mercancía en busca de la calidad. Me arrebataron de los brazos del mayordomo e inmovilizaron mis muñecas a mi espalda. Me sentí sucia, enferma por tener sus dedos en contacto con mi cuerpo.
- ¡Soltadme!
Forcejeé. De repente, entrar en ese despacho era lo último que quería hacer en este mundo. Grité, pero su mano tapó mi boca.
- ¡Silencio, niñata! – Seguí forcejeando, luchando por salir de allí. Huir. Huir. “Tengo que salir de aquí, tengo que salir de aquí”.
Le mordí y él me soltó con un grito de furia. Y entonces, corrí. "Huye, huye". Por desgracia, no llegué muy lejos, pues otro de los hombres me cazó y me empotró contra la pared. Reboté con un ruido sordo, cayendo sobre la dura madera de un mueble inoportuno. El dolor en mi costado sacó todo el aire de mis pulmones, aunque peor fue la patada que recibí en el estómago. Me retorcí, lloré y temblé. Lo único que había a mi alrededor era desprecio. En sus insultos, sus risas, sus desfiguradas caras de matones. El mismo desprecio que tiró de mi pelo para ponerme en pie entre los horrorosos quejidos que salían de mi boca. Alguien había vuelto a inmovilizarme, apretando además su arma en un punto de mi espalda.
- Y ahora, niñata, estate quietecita, ¿me oyes? – Y tras esto, soltó mi cabellera, permitiéndome esconder tras mis rizos las últimas gotas que mojaban mis pómulos.
Las risas y la humillación continuaron mientras me arrastraban hasta la puerta del despacho. En esa ocasión, en cambio, me dejé llevar, sumisa, agotada y dolorida. Escuché los golpes en la puerta y también cómo ésta se abría.
- Señor, creo que hay alguien que ha venido a ver a su papaíto – me presentó burlonamente mientras me zarandeaba.
- Muy bien, suéltala y déjanos solos.
Así lo hizo, lanzándome contra el suelo de parqué del despacho, marcándolo de nuevo con mis agrias lágrimas. La puerta se cerró, dejándome atrapada en una trampa mortal. Porque ahora lo veía claro, me había metido de cabeza en una trampa de la que no sabía si iba a poder escapar.

- Bienvenida a casa, señorita Johns.


5 comentarios:

  1. Te echaba de menos!!!!! Bueno, a pesar de todo, eres... GANADORA EN EL CONCURSO DE MÍ BLOG!!!!! Pásate guapa y muchos BESOS ;))

    http://notepierdasnadadeljdh.blogspot.com.es/

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    1. Y yo a vosotros ^^ Muchas gracias por el premio MK :) Lo vi ayer jaja De hecho, te he dejado un comentario en esa entrada ;)
      Muuuuuuchos besos para ti también

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  2. Hola!!
    Pobre Sheila...creeme lo he pasado mal leyendo como la trataban.
    Aun así me has vuelto a dejar con ganas de leer y saber más sobre la historia jejeje.
    Espero el siguiente capítulo con muchas ganas:) Siento que el comentario sea tan corto pero tengo que seguir con mi novela, ya debería de haber publicado ayer el nuevo capítulo :$ NO tengo remedio...jejeje.
    Un beso cielo<3

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    1. Hola María :)
      Siento que lo pasaras mal :S La verdad es que la suerte no ha acompañado siempre a Sheila, veremos si eso cambia ahora que la historia se termina.
      El comentario no me ha parecido corto María ;) De todas formas, sean de la longitud que sea todos los comentarios son bien recibidos ^^ Y si además es por una buena causa como un capítulo de tu historia mejor me lo pones ;)
      Un beso
      PD: Hoy voy a empezar a leer tu historia así que ya te contaré ;)

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  3. Dios,dios Pobre Sheila :S No se lo merece…
    El capítulo perfecto,como siempre ¡Me has dejado con muchas ganas de más! Escribes increíble.
    ¿Cuando acabes esta historia aras otra? DIME QUE SÍ!!! :C
    Besos.

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