sábado, 15 de diciembre de 2012

Capítulo 49

Hola!!! Vengo a disculparme :( Siento haber estado fuera tanto tiempo. T_T Como ya os habréis imaginado, porque supongo que también os pasará, los exámenes me han estado quitando demasiado tiempo -.- Pero estoy de vuelta!! ^^ Y os traigo un capítulo para compensar estas casi tres semanas en las que no hemos tenido noticias de Sheila y demás. Espero que podáis perdonarme :(








Alan desapareció de mi lado. Hacía un segundo estaba conmigo y al siguiente, se había ido. No le di demasiada importancia, pues aún seguía hipnotizada con la dichosa puerta. Incluso el jardín que tanto me había recordado a mi refugio al atardecer, me inspiraba temor por la noche. Aún no había amanecido, ya que según el reloj de la cocina, aún eran las cinco de la mañana. Menudo madrugón nos habíamos pegado sin quererlo.

Al cabo de muy poco tiempo, Alan regresó a la cocina llevando alguna prenda consigo. Me pasó las mías: un gorro de lana negro y unos guantes a juego.

- ¿Es que vamos a robar algún banco? – bromeé sin mucho entusiasmo. A Alan, sin embargo, debió de parecerle muy gracioso.

- No, pero hace mucho frío y no quiero que te congeles.

- Gracias.

- ¿Pasa algo, Sheila?

- No, tranquilo. – espiré con fuerza para sacar de mis pulmones hasta la última gota de oxígeno. Después, intenté convencerme a mí misma de que no pasaba nada y me levanté de mi asiento. – Vámonos ya.

Alan me acercó a él y me dio un beso en la frente. No me atreví a mirarle a los ojos, pues sabía que se daría cuenta de que había mentido si lo hacía. En cambio, apreté con fuerza su mano. Los guantes eran un poco molestos en este aspecto, pero debía reconocer que los iba necesitar. Nada más poner los pies fuera de la seguridad del chalé, el frío me golpeó; al cabo de unos pocos segundos, caló mis huesos y se adueñó de mí. Apreté las mandíbulas para evitar que mis dientes castañearan descontroladamente, aunque poco podía hacer para no dejar de temblar. Alan tampoco parecía estar en una mejor situación, pero guardaba las formas.

- ¿Quieres que volvamos y cojamos algo más de abrigo? – me ofreció.

- No, no hace falta. – contesté rápidamente, sin mirarle aún a lo ojos. Ambos sabíamos que estaba mintiendo, pero no estaba segura de ser capaz de reunir el valor necesario para volver a salir de su interior si regresaba ahora.

Sin más preguntas, tiró de mí para ponernos en marcha y, aunque creía que mis músculos se habían convertido en roca, le seguí de cerca. Nuestros pies aplastaban y hacían crujir la congelada hierba del jardín. La luna aún se alzaba en el cielo, disfrutando de sus últimos momentos de gloria. El silencio lo envolvía todo y convertía la calle solitaria en un mundo plagado de peligros. Pronto dejamos atrás el jardín trasero de la casa, y ante nosotros se extendieron las monótonas calles de la urbanización. Yo no sabía el camino a seguir, así que me limité a dejarme llevar por Alan, quien a su vez caminaba con paso firme y constante, conduciéndome por ese laberinto de callejuelas y cruces. Agradecí moverme, pues me ayudaba a entrar en calor. Sin embargo, mi ansiedad creía por momentos. Imaginaba ojos por todas partes, personas que nos estaban vigilando desde todos los rincones: asomados a una ventana, sobre los tejados de pizarra, detrás de unos coches, junto a los arbustos de los vecinos… Mi corazón latía muy deprisa (no sabía si por el esfuerzo de estar en marcha o por el miedo). Tenía la certeza de que nos vigilaban, de que en ese mismo instante, en esa misma calle, alguien nos estaba apuntando. Sí… seguramente ya nos tendría en su punto de mira y, esta vez, no fallaría.
Apreté el paso y Alan, lo hizo conmigo. Teníamos que salir de allí cuanto antes.

Huíamos de la luz de las farolas, amparándonos en el escondite de la oscuridad, nuestra aliada por el momento. La angustia no se había ido. Seguí allí, firme en su pesimismo. Los primeros rayos de sol empezaban a alumbrar el mundo, regalándonos la promesa del ansiado calor; sin embargo, eso sólo presagiaba más problemas. Para colmo, los cruces de las vías eran todos iguales y empezaba a dudar de que hubiéramos avanzado algo en todo el trayecto, lo que hacía aumentar mi nerviosismo considerablemente. Además, ya llevábamos bastante tiempo andando y el cansancio no tardaría en hacer mella en nosotros. Sabía que Alan necesitaría descansar pronto, muy pronto, pues aunque tuviera la apariencia de un joven fuerte con una leve lesión en el hombro, yo no olvidaba que había estado en cama durante días, que había estado a punto de rendirse en mis brazos, que su sangre teñía mis manos, que había recibido un disparo por intentar protegerme… Una punzada de culpabilidad atravesó mi corazón. Fue entonces cuando me fijé en él con atención, dejando de lado mis propias preocupaciones. Estaba empeorando. Sus pies se tropezaban cada vez por tres, su pecho subía y bajaba con demasiada rapidez creando nubes de vapor al contacto con el helado ambiente, su piel empalidecía por momentos; y, aun así, no daba muestras de querer parar. Será cabezota. Me paré de golpe, obligándole a detenerse. Miré a un lado y otro de la calle en busca de un lugar tranquilo en el cual descansar y dirigí  mis pasos a un banco de una plazoleta. Alan me siguió sin rechistar. Tomamos asiento en el banco y le escruté con la mirada a espera de recibir respuestas.

- ¿Estás bien? – pregunté cuando vi que Alan no iba a disipar mi preocupación

- Eso creo. – contestó con un hilo de voz. –Pero tenemos que seguir. – Hizo el ademán de volver a levantarse, pero le retuve por el brazo.

- No.

- Sí, Sheila. Da igual cómo esté. No podemos quedarnos quietos.

- Pues a mí no me da igual. – dije con autoridad, aferrándole con fuerza.

Alan se me quedó mirando y en sus ojos vi desafío. Sostuve sin problemas el reto. Al final, Alan se dio por vencido y se recostó en el respaldo del banco con los ojos cerrados. Dio un largo suspiro de resignación y yo con él. A pesar de lo que le había dicho, no pude evitar sentirme nerviosa por quedarnos parados en un mismo sitio durante tanto tiempo, por lo que, aprovechando que Alan no miraba, observé la plaza de un lado a otro. No vi a nadie. Había luz en algunas ventanas, pero seguramente fuera por algún que otro madrugador. En todo caso, no había amenaza a la vista.

Volví a centrarme en Alan, quien seguía con los ojos cerrados. Su imagen demacrada me recordaba demasiado a aquella en la cual llegué a dudar de poder volver a ver sus preciosos ojos verdes, así que uní nuestras manos como había hecho en esos instantes de angustia y espera. Alan sonrió, pero no abrió sus párpados.

Seguimos así durante un periodo de tiempo indefinido. El sol ya empezaba a tomar su lugar en el cielo, acompañado de algunas nubes grises que oscurecían el día. Como si fueran robots programados para ello, los trabajadores empezaron a salir de sus casas para ocupar las calles. Cada uno representaba un peligro, una amenaza más. La mayoría iban enfundados en abrigos y ropa de invierno, pues hacía bastante frío para estar en la estación primaveral. Por desgracia, ni Alan ni yo gozábamos de tal comodidad y temblábamos con cada ráfaga de viento. Sabía que el frío abandonaría mi cuerpo si remprendíamos nuestro camino, pero no iba a hacerlo. Todavía no. Acallé la molesta vocecita que no dejaba de repetirme que la idea de estar parados, rodeados de enemigos que ni siquiera podíamos imaginar, era la peor posible. “Lo tengo que hacer por él”, me dije, “no puedo soportar volver a verle así”.

- Vámonos. – dijo poniéndose en pie, sobresaltándome con su rapidez. Me mantuve sentada, dudando. – Estoy mejor, Sheila. En serio. – Me sonrió cálidamente, tratando de reforzar sus palabras, pero no iba a engañarme; no se sentía bien. La culpabilidad no dejaba de crecer en mi interior. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Cómo podía Alan ser tan bueno?

- De acuerdo. – Las palabras se clavaron en mi corazón, haciéndome daño. La sensación de que lo hacía más por mí que por él me quemaba por dentro.

Cruzamos la pequeña plaza, desviándonos ligeramente del rumbo que habíamos seguido hasta el momento. Confiaba en el buen sentido de la orientación de mi guía, así que no me preocupé por ello. Realmente, Alan parecía haber recobrado las fuerzas. Sus pasos volvían a ser tan seguros como antes y la torpeza de antes parecía haber quedado atrás. En cambio, me recordé una y otra vez que debía estar atenta, pendiente de cualquier signo de cansancio por su parte. Alan se estaba sacrificando por mí y deseé ser tan fuerte como él.

2 comentarios:

  1. Ola!!!!!se k no pinto mucho en esta entrada que por cierto me encanta,el capitulo nuevo a esta genial!como los demas,escribes genia!!!!!!!, pero te queria pedir k afliaras a mi nuevo blog se llama: http://anniecrestaodair.blogspot.com.es/.Esspero k te guste!!!!!!y ahora mismo afilio a tu precioso blog
    M.T

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    1. Hola Marta ^^ Gracias por afiliarme. Me alegro mucho de que te guste mi blog :) Yo enseguida te afilio y me paso por él para verlo.

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