Hola, hola :) Bueno... llego el día.
Hoy os traigo el que, casi de seguro, será el penúltimo capítulo de la historia de Sheila, el que tantos disgustos me ha dado durante estos meses, el que hoy en día estoy orgullosa de poder mostraros al final. A pesar de que el final de esta historia está siendo algo tortuosa, sé que todavía habrá gente por ahí que quiere saber cómo va a terminar. Y es que para los despistados, el anterior capítulo se cortó justo con esta frase:
- Me temo, amigos míos, que Sheila Johns está muerta.
Todo un bombazo... :S ¿Será cierto que Sheila ya no podrá acompañarnos nunca más? ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Qué hará Karen? ¿Y el resto?
Dadle a "continuar historia" y descubridlo :P Y, aún mejor, dejadme un comentario después con vuestras impresiones ^^ Espero que os guste :) Nos vemos
Silencio. No un silencio tenso, ni siquiera un silencio
molesto; sino una falta absoluta de sonido. Profundo y denso. Confuso. Un
paréntesis eterno en el que todos centraban su atención en la persona culpable
de aquellas palabras, como si quisieran asegurarse de no estaban en ningún
sueño.
Javier dejó de escribir. Dejó de respirar.
- ¿Estás seguro de eso, Suárez? – dijo al fin alguien.
- Completamente – respondió este.
Su sonrisa se torció en una mueca de satisfacción.
- Pero… ¿cómo…? ¿Cómo? – casi tartamudeó otro.
- Una criada la encontró muerta en su cuarto esta misma
tarde. Después de tantos años siendo una completa inútil, parece ser que
decidió atiborrarse a pastillas. Desde luego, esa era nuestra Sheila Johns:
cobarde hasta el final.
Suárez soltó una carcajada que hizo estremecer de rabia a
Javier, quien sentía la ira encendiéndose, burbujeando, quemándole las venas.
Después de tantas horas buscando a Johns… Después de tantos esfuerzos… ¿Cómo
había podido pasar esto? ¿Cómo…?
¿Por qué?
- ¿Por eso nos has traído, Suárez?
De repente, todos, incluido el propio Suárez, se volvieron sobresaltados
hacia Karen, como si por unos momentos hubiesen olvidado que estaba allí y de
repente se sintieran de nuevo en el blanco de su mirada penetrante. Su rostro,
en cambio, seguía mostrando una imperiosa tranquilidad, si bien su frente
estaba levemente fruncida en una expresión de hastío.
- ¿Disculpe? ¿Acaso no ha escuchado lo que acabo de decir,
señorita Sword? – se burló Suárez, tratándola como a una niña pequeña que no
entiende el mundo de los adultos. –
Sheila Johns está muerta.
- Le he escuchado perfectamente, Suárez – replicó cortante.
- Entonces comprenderá que se encuentra usted ante el nuevo
líder de los Johns.
Desde luego, si la soberbia ocupara espacio, haría tiempo que
se habrían muerto asfixiados. Y sin embargo, su penoso discurso sacó del
letargo a sus colaboradores para empezar a pintar en sus rostros la esperanza
de que sus ruegos hubieran sido al fin escuchados. Con Sheila fuera de juego y
Suárez como el nuevo jefe de la organización, los Johns podrían encontrar el camino de vuelta a la gloria de
años pasados.
La risa de Karen enturbió su mundo feliz. Javi se tensó.
Sin saber cómo su pistola había vuelto a su mano.
- Así que era eso… Vaya, no te creía una persona tan
ambiciosa, Suárez - El aludido entornó los ojos, pintando sus pupilas de odio.
– Ni siquiera sé qué pretendías al hacerme venir. ¿Quieres que te dé la
enhorabuena? O mejor, ¿una palmadita en la espalda? – Su rostro se ensombreció
un poco más. – ¿O es que crees que esto es una especie de… amenaza?
El autonombrado líder tardó unos segundo en reaccionar,
pero, cuando lo hizo, su convicción dio los primeros síntomas de debilidad.
- Tú y los tuyos no me dais ningún miedo, Sword – Era
demasiado orgulloso como para echarse atrás cuando estaba tan cerca de la
victoria. – Te aseguro que dentro de muy poco estarás arrastrándote aquí de
nuevo para pedir una tregua que, créeme, no va a llegar.
- ¿Es una amenaza, pues?
Karen se levantó. Irguiéndose cuan alta era no parecía si
quiera mortal, sino una diosa a punto de exterminar a los estúpidos mortales que
osaran menospreciarla. Algunos de los hombres se echaron hacia atrás al
comprobar horrorizados que los guardias no tenían ninguna intención en parar a Sword, más bien todo lo contrario. Ahora los miraban dos cañones concentrados y perfectamente preparados para obedecer la orden final.
Solo Suárez se quedó donde estaba, con sendos puños cerrados y la expresión de su rostro contraída por la rabia y la estupefacción.
Solo Suárez se quedó donde estaba, con sendos puños cerrados y la expresión de su rostro contraída por la rabia y la estupefacción.
- ¡¿Qué está pasando aquí?! ¿Qué has hecho, Suárez?
- Asquerosa Sword…
- ¡¿Crees que por sobornar a mis hombres vas a poder
librarte de esta, Sword?! ¡No eres nadie! ¡Yo soy ahora el que manda aquí!
- Aún no lo entiendes, ¿verdad, Suárez? – La sonrisa
esculpida en los labios de la joven se ensanchó. – Nunca te seguirán a ti.
>> Yo soy la verdadera
líder de los Johns.
Todos cogieron aire al unísono. Las cuerdas que habrían
sujetado sus brazos y piernas de haber sido marionetas cayeron al suelo. Javi
sintió cómo su cuerpo y su mente perdían la conexión. Nada tenía sentido porque
si Karen estaba diciendo la verdad… si todo lo que había oído era verdad…
Entonces… Entonces…
Su corazón se aceleró y empezó a sudar. El aire fue
cargándose de más y más tensión hasta volverse casi irrespirable. Si no fuera
por el lento subir y bajar de sus hombros, cualquiera habría diagnosticado la
muerte de esos cuerpos inutilizados.
- Eso no es posible – dijo entre
dientes Suárez.
- Lo es – sentenció Karen. –
Sheila Johns firmó su testamento hace tres días. Un testamento que dice
expresamente que todos sus bienes pasan a pertenecerme a mí, incluida la mansión,
su posición en la organización y en definitiva…
>> Todos ustedes.
Suárez abrió los ojos, roto por completo, desorientado. Su
ira se transformó en un puñetazo sobre la mesa.
- ¡ESO NO ES POSIBLE! – gritó. – Tú – señaló a Karen. Su
mano temblaba pero sus ojos, que no dejaron de quemar la figura de la joven en
ningún momento, se iluminaron durante un instante por una idea febril. – Tú… la
has matado, ¡¿verdad?! ¡Has matado a Johns!
- No, Suárez. Yo no he matado a Sheila – no existió sonrisa
ni amago de regocijo alguno. Sólo la aseveración de una verdad irrefutable. –
Pero esto se acabó. Has perdido.
El cuerpo de Suárez se sacudió en una risa histérica.
- Sucia perra, claro que la has matado. – Sus músculos
temblaban. – Lo tenías todo planeado… ¿Cómo he podido ser tan estúpido? –
susurró para sí. – Lo preparaste todo para que pareciera un suicidio y salirte
con la tuya.
>> Pues eso no va a pasar.
Durante un segundo, Javier no escuchó nada más.
Y entonces, un disparo.
Y el grito.
Y el grito.
No lo pensó. Lanzó su cuerpo contra la puerta con su
pistola por delante y el valor por encima de su propia vida.
- ¡Todo el mundo quieto! ¡Policía!
Su grito sólo paralizó el caos durante una efimerísima
milésima de segundo para justo a continuación estallar de manera aún más
violenta. La garganta de Suárez se desgarraba en un sollozo continuo mientras
el resto de su cuerpo se retorcía en torno a su hombro. Uno de los colabores se
había lanzado sobre el culpable de tan certero tiro y con él forcejeaba cuando
Javier intentó sin mucho éxito arrancarle del suelo. Más astuto fue un tercer hombre
que, sin que nadie pareciera apreciar su movimiento por la habitación, se
escabulló por la puerta que el agente había dejado abierta e hizo mutis con una
elegancia envidiable. Casi tan efectivo fue el derechazo que el pómulo del
único apoyo que quedaba de Suárez recibió sin él haberlo pedido ni nada de eso.
Aturdido, su cabeza rebotó al chocar contra el suelo, momento que aprovechó el
policía para agarrar sus dos muñecas y cerrar en torno a ellas sus esposas. El
recién arrestado rindió su conciencia a la alfombra y no ofreció más
resistencia.
Javier respiró hondo. Fue entonces cuando la vio.
Su piel empezaba a ser tan pálida como su vestido, como si quisiera
camuflarse con él pero no se diera cuenta de que la mancha carmesí de su costado
frustraba cualquier intento de pasar desapercibida. Uno de los guardias trataba
de taparla con sus manos, taponando la herida; sin embargo, Karen se lo
impidió.
- Estoy bien. He dicho que estoy bien – repitió cuando vio
acercarse a un preocupado Javier. – Hazme el favor y no finjas ahora que te
importa, ¿vale?
- ¿Qué coño ha pasado aquí?
- Suárez tenía un cuchillo. ¡Un puto cuchillo! – Sin saber
por qué, la idea le hacía gracia. Aunque su humor se distorsionó por el escozor
de la herida en sus costillas.
- ¡Ojalá te mueras! ¡Tú y todos los tuyos, Sword! – gritó
un desquiciado Suárez. Uno de los guardias colocó la pistola sobre su frente,
lo cual no sirvió para que este dejara de insultar y maldecir a placer a la
joven Sword, cuya indiferencia fue peor que cualquier respuesta.
Javier sacó su teléfono del bolsillo y escogió uno de los
números de la marcación rápida.
- Espósito, tengo a Sword y a Suárez conmigo. Bueno y a... creo que es también uno de los de Suárez. Sí. Traed una
ambulancia. No, una herida en las costillas y un disparo en el hombro. Creo que
sí, pero daros prisa. Descuida.
Y con las últimas instrucciones cerró la llamada.
- Espósito está de camino – dictaminó el agente mirando
exclusivamente a Karen. Casi pareció que estuviera sentenciando algo.
- Ya lo suponía… - dijo rodando los ojos.
Javier se giró hacia Suárez obligándose a olvidar el
escalofriante círculo de sangre que perforaba su hombro derecho.
- Eh, tú, Suárez. Mírame. – el aludido reparó por primera
vez en él y frunció el ceño. – Eso es. Soy
el agente Javier García y me vas a contar ahora mismo todo lo que sabes sobre
la muerte de Sheila Johns.
Suárez se rio y se giró hacia Karen.
- ¿También has untado a este? Qué bajo habéis caído los
Sword…
- Esto no tiene nada que ver con Sword, Suárez. No volveré a repetirte la pregunta. ¿Qué es lo que sabes?
Silencio.
- Escucha, tu única opción es empezar a hablar. No te librará de la cárcel, pero, créeme, te puede hacer mucho más fácil la vida ahí dentro. No tendrás más oportunidades.
Silencio.
- Escucha, tu única opción es empezar a hablar. No te librará de la cárcel, pero, créeme, te puede hacer mucho más fácil la vida ahí dentro. No tendrás más oportunidades.
Suárez se limitó a escupir al suelo.
- Como quieras…
- En cuanto a ti, Sword… ¡¿qué te crees que estás
haciendo?! – gritó de repente al ver que Karen cerraba los ojos y, respirando hondo
y con un esfuerzo que en medio de su belleza resultaba fuera de lugar, se
incorporaba. Su cuerpo entero se inclinaba hacia el costado por el cual su
vestido aún se seguía tiñendo del rojo de la sangre.
Por instinto, Javier fue a ayudarla, pero, de nuevo, se arrepintió
al ver la mirada de desprecio que la de los Sword le dirigió al intuir sus
intenciones.
- Ya no puedo hacer más aquí – Miró a su alrededor y volvió
a fruncir el ceño. Tú – llamó al guardia que no quitaba ojo de ella. – ve a
avisar al resto. Da orden de que cierren todas las entradas y salidas de la
mansión.
El hombre obedeció al instante.
- Eso os dará algo más de tiempo – le dijo a Javier.
Javier miró alternativamente a Karen y a Suárez. Ambos
parecían a punto de caer desmayados al suelo. No contaban con mucho tiempo…
Sword entonces empezó a moverse hacia la puerta. Su mano
marcó la pared al apoyarse en ella. Sus tacones se tropezaron y a punto estuvo
de caerse.
- ¿A dónde crees que vas, Sword? No deberías moverte. Qué
digo. No vas a irte a ninguna parte. Aún tienes que explicarnos unas cuantas
cosas.
Karen resopló. Su semblante se volvía cada vez más blanco a
cada segundo que pasaba, convirtiendo a la antes diosa en terriblemente humana.
- ¡Escucha, maldito novato! – le increpó Sword, perdiendo
la paciencia. Empezaba a costarle respirar como era debido. – No os “tengo” que
explicar nada.
- ¿Pero se puede saber qué coño estás diciendo ahora,
Sword? Tenemos un trato. ¡¿Es que no lo recuerdas?!
- Sheila está muerta – Las tres palabras se convirtieron en
una bofetada. – Ya no hay trato que valga. Y dile de mi parte a Espósito que ni
se le ocurra meter sus narices en mis asuntos. No responderé de lo que pueda pasar.
Dio un primer paso hacia la puerta, lo cual hizo de
detonante para que el agente la pusiera en su punto de mira.
- ¡Quieta, Sword!
- ¿Vas a dispararme? – repuso ella casi con burla.
- No voy a dejar que te vayas así como si nada.
- Al final va a ser que no eres un policía tan inútil como
parecía… Una pena…
- ¡Karen Sword, no te lo volveré a repetir! Es una orden de
un agente de la ley. ¡Obedezca! – Su dedo se asentó en torno al gatillo, pero
sus pensamientos flaquearon y comenzaron a precipitarse a una velocidad
vertiginosa.
No obstante, Karen no hizo tal cosa, sino que ligeramente
tambaleante pero mucho más rápido de lo que habría creído posible dadas las
circunstancias, salió de la estrecha sala, dejando a Javier solo con su
vergüenza y un arma que era incapaz de usar contra ella. Si fue por esperanza
de que todo lo ocurrido formara parte de otro de los engaños de Sword, por no dejar sin vigilancia a sus sospechosos, por simple cobardía por o cualquier otra cosa, nunca lo sabremos; sin embargo, Javier la
vio alejarse y no hizo nada por evitarlo, pues toda la ira que le había
empujado hasta entonces parecía haberse esfumado de su ser.
Así pues, horas después, cuando Espósito llegó hasta él, no
encontró sino a un Javier cansado y derrotado cuya único pensamiento medianamente
coherente era la seguridad de haber perdido ese ascenso que tanto anhelaba. Ni
siquiera una palmadita en la espalda al estilo camarada logró levantar el ánimo
de su subordinado, por lo que el detective lo dejó solo y empezó a organizar el
tremendo dispositivo de agentes que se movían de una lado a otro del extenso
jardín de los Johns.
Los invitados pasaban a su lado y desaparecían entre las
luces de los coches de policía y de una ambulancia que ya se marchaba del lugar, aunque no todos lo hacían por su propio pie. Los había quienes tenían que ser
empujados por uno o dos agentes y con unas incondicionales esposas a juego. Entre
ellos se encontraban muchos de los rostros que se acumulaban en la pizarra del
detective, por lo que no es de extrañar que de vez en cuando se asomara alguna
sonrisa en el rostro del hombre a pesar de que esta fuera difícil de describir
con palabras.
Aquella podía ser una gran victoria sobre la familia de los
Johns. Quizás incluso su sentencia final. Y, aun así, lo que de verdad no se
iba de la cabeza de Espósito era que no habían conseguido evitar que la vida de
Sheila Johns siguiera el camino de tantas otras jóvenes como ella.
Hacía ya media hora que habían encontrado a una histérica
criada que les había confirmado desconsolada la versión de Suárez. En cambio, todavía
no habían logrado encontrar el cuerpo de Sheila, para el cual Adolfo ya había
encargado su búsqueda a unos cuantos de sus agentes.
En cuanto a Karen… Nadie conseguía averiguar a dónde había
ido después de lo sucedido. Algunos empleados decían haberla visto dirigirse
hacia el inmenso garaje de atrás de la mansión, aunque estaba aún por confirmar
que así hubiese sido. Y, francamente, viniendo de la mayor mentirosa y
retorcida persona de todo Delois, no le extrañaba que nadie lograra encontrar a
la que se suponía que era la nueva mandamás de una organización supuestamente
moribunda.
Ahora que lo
pensaba… ¿De verdad había algo que celebrar?
Puede que aquella noche de primavera, Espósito no lograra satisfacer su sed de victoria, pero el mundo, por desgracia y fortuna, es mucho más extenso de lo que nos gustaría pensar. Sólo tendríamos que haber girado nuestros ojos hacia un coche que cada vez ponía más y más kilómetros de distancia entre la mansión y una frontera sin límites para dar con algo parecido al triunfo, aunque este fuera amargo. Quizás entonces podríamos haber visto cómo un "gracias" recién enviado y aún parpadeante se desintegraba al ser condenado a probar el duro asfalto. La mano que había hecho de verdugo del anticuado teléfono se encargó también de acabar con una lágrima que, como la persona a la que le debía su existencia, sólo anhelaba un cosa: libertad.
Puede que aquella noche de primavera, Espósito no lograra satisfacer su sed de victoria, pero el mundo, por desgracia y fortuna, es mucho más extenso de lo que nos gustaría pensar. Sólo tendríamos que haber girado nuestros ojos hacia un coche que cada vez ponía más y más kilómetros de distancia entre la mansión y una frontera sin límites para dar con algo parecido al triunfo, aunque este fuera amargo. Quizás entonces podríamos haber visto cómo un "gracias" recién enviado y aún parpadeante se desintegraba al ser condenado a probar el duro asfalto. La mano que había hecho de verdugo del anticuado teléfono se encargó también de acabar con una lágrima que, como la persona a la que le debía su existencia, sólo anhelaba un cosa: libertad.
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