sábado, 21 de marzo de 2015

Capítulo 70 (parte 3)

Hola, hola :) Bueno... llego el día.
Hoy os traigo el que, casi de seguro, será el penúltimo capítulo de la historia de Sheila, el que tantos disgustos me ha dado durante estos meses, el que hoy en día estoy orgullosa de poder mostraros al final. A pesar de que el final de esta historia está siendo algo tortuosa, sé que todavía habrá gente por ahí que quiere saber cómo va a terminar. Y es que para los despistados, el anterior capítulo se cortó justo con esta frase: 

- Me temo, amigos míos, que Sheila Johns está muerta. 

Todo un bombazo... :S ¿Será cierto que Sheila ya no podrá acompañarnos nunca más? ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Qué hará Karen? ¿Y el resto?
Dadle a "continuar historia" y descubridlo :P Y, aún mejor, dejadme un comentario después con vuestras impresiones ^^ Espero que os guste :) Nos vemos  




Silencio. No un silencio tenso, ni siquiera un silencio molesto; sino una falta absoluta de sonido. Profundo y denso. Confuso. Un paréntesis eterno en el que todos centraban su atención en la persona culpable de aquellas palabras, como si quisieran asegurarse de no estaban en ningún sueño.
Javier dejó de escribir. Dejó de respirar.
- ¿Estás seguro de eso, Suárez? – dijo al fin alguien.
- Completamente – respondió este.
Su sonrisa se torció en una mueca de satisfacción.
- Pero… ¿cómo…? ¿Cómo? – casi tartamudeó otro.
- Una criada la encontró muerta en su cuarto esta misma tarde. Después de tantos años siendo una completa inútil, parece ser que decidió atiborrarse a pastillas. Desde luego, esa era nuestra Sheila Johns: cobarde hasta el final.
Suárez soltó una carcajada que hizo estremecer de rabia a Javier, quien sentía la ira encendiéndose, burbujeando, quemándole las venas. Después de tantas horas buscando a Johns… Después de tantos esfuerzos… ¿Cómo había podido pasar esto? ¿Cómo…?
¿Por qué?
- ¿Por eso nos has traído, Suárez?
De repente, todos, incluido el propio Suárez, se volvieron sobresaltados hacia Karen, como si por unos momentos hubiesen olvidado que estaba allí y de repente se sintieran de nuevo en el blanco de su mirada penetrante. Su rostro, en cambio, seguía mostrando una imperiosa tranquilidad, si bien su frente estaba levemente fruncida en una expresión de hastío.
- ¿Disculpe? ¿Acaso no ha escuchado lo que acabo de decir, señorita Sword? – se burló Suárez, tratándola como a una niña pequeña que no entiende el mundo de los adultos.  – Sheila Johns está muerta.
- Le he escuchado perfectamente, Suárez – replicó cortante.
- Entonces comprenderá que se encuentra usted ante el nuevo líder de los Johns.
Desde luego, si la soberbia ocupara espacio, haría tiempo que se habrían muerto asfixiados. Y sin embargo, su penoso discurso sacó del letargo a sus colaboradores para empezar a pintar en sus rostros la esperanza de que sus ruegos hubieran sido al fin escuchados. Con Sheila fuera de juego y Suárez como el nuevo jefe de la organización, los Johns podrían  encontrar el camino de vuelta a la gloria de años pasados.
La risa de Karen enturbió su mundo feliz. Javi se tensó. Sin saber cómo su pistola había vuelto a su mano.
- Así que era eso… Vaya, no te creía una persona tan ambiciosa, Suárez - El aludido entornó los ojos, pintando sus pupilas de odio. – Ni siquiera sé qué pretendías al hacerme venir. ¿Quieres que te dé la enhorabuena? O mejor, ¿una palmadita en la espalda? – Su rostro se ensombreció un poco más. – ¿O es que crees que esto es una especie de… amenaza?
El autonombrado líder tardó unos segundo en reaccionar, pero, cuando lo hizo, su convicción dio los primeros síntomas de debilidad.
- Tú y los tuyos no me dais ningún miedo, Sword – Era demasiado orgulloso como para echarse atrás cuando estaba tan cerca de la victoria. – Te aseguro que dentro de muy poco estarás arrastrándote aquí de nuevo para pedir una tregua que, créeme, no va a llegar.
               - ¿Es una amenaza, pues?
Karen se levantó. Irguiéndose cuan alta era no parecía si quiera mortal, sino una diosa a punto de exterminar a los estúpidos mortales que osaran menospreciarla. Algunos de los hombres se echaron hacia atrás al comprobar horrorizados que los guardias no tenían ninguna intención en parar a Sword, más bien todo lo contrario. Ahora los miraban dos cañones concentrados y perfectamente preparados para obedecer la orden final. 
Solo Suárez se quedó donde estaba, con sendos puños cerrados y la expresión de su rostro contraída por la rabia y la estupefacción.
- ¡¿Qué está pasando aquí?! ¿Qué has hecho, Suárez?
- Asquerosa Sword…
- ¡¿Crees que por sobornar a mis hombres vas a poder librarte de esta, Sword?! ¡No eres nadie! ¡Yo soy ahora el que manda aquí!
- Aún no lo entiendes, ¿verdad, Suárez? – La sonrisa esculpida en los labios de la joven se ensanchó. – Nunca te seguirán a ti.
               >> Yo soy la verdadera líder de los Johns.
Todos cogieron aire al unísono. Las cuerdas que habrían sujetado sus brazos y piernas de haber sido marionetas cayeron al suelo. Javi sintió cómo su cuerpo y su mente perdían la conexión. Nada tenía sentido porque si Karen estaba diciendo la verdad… si todo lo que había oído era verdad… Entonces… Entonces…
Su corazón se aceleró y empezó a sudar. El aire fue cargándose de más y más tensión hasta volverse casi irrespirable. Si no fuera por el lento subir y bajar de sus hombros, cualquiera habría diagnosticado la muerte de esos cuerpos inutilizados.
               - Eso no es posible – dijo entre dientes Suárez.
               - Lo es – sentenció Karen. – Sheila Johns firmó su testamento hace tres días. Un testamento que dice expresamente que todos sus bienes pasan a pertenecerme a mí, incluida la mansión, su posición en la organización y en definitiva…
>> Todos ustedes.
Suárez abrió los ojos, roto por completo, desorientado. Su ira se transformó en un puñetazo sobre la mesa.
- ¡ESO NO ES POSIBLE! – gritó. – Tú – señaló a Karen. Su mano temblaba pero sus ojos, que no dejaron de quemar la figura de la joven en ningún momento, se iluminaron durante un instante por una idea febril. – Tú… la has matado, ¡¿verdad?! ¡Has matado a Johns!
- No, Suárez. Yo no he matado a Sheila – no existió sonrisa ni amago de regocijo alguno. Sólo la aseveración de una verdad irrefutable. – Pero esto se acabó. Has perdido.
El cuerpo de Suárez se sacudió en una risa histérica.
- Sucia perra, claro que la has matado. – Sus músculos temblaban. – Lo tenías todo planeado… ¿Cómo he podido ser tan estúpido? – susurró para sí. – Lo preparaste todo para que pareciera un suicidio y salirte con la tuya.
>> Pues eso no va a pasar.
Durante un segundo, Javier no escuchó nada más.
Y entonces, un disparo. 
Y el grito.
No lo pensó. Lanzó su cuerpo contra la puerta con su pistola por delante y el valor por encima de su propia vida.
- ¡Todo el mundo quieto! ¡Policía!
Su grito sólo paralizó el caos durante una efimerísima milésima de segundo para justo a continuación estallar de manera aún más violenta. La garganta de Suárez se desgarraba en un sollozo continuo mientras el resto de su cuerpo se retorcía en torno a su hombro. Uno de los colabores se había lanzado sobre el culpable de tan certero tiro y con él forcejeaba cuando Javier intentó sin mucho éxito arrancarle del suelo. Más astuto fue un tercer hombre que, sin que nadie pareciera apreciar su movimiento por la habitación, se escabulló por la puerta que el agente había dejado abierta e hizo mutis con una elegancia envidiable. Casi tan efectivo fue el derechazo que el pómulo del único apoyo que quedaba de Suárez recibió sin él haberlo pedido ni nada de eso. Aturdido, su cabeza rebotó al chocar contra el suelo, momento que aprovechó el policía para agarrar sus dos muñecas y cerrar en torno a ellas sus esposas. El recién arrestado rindió su conciencia a la alfombra y no ofreció más resistencia.
Javier respiró hondo. Fue entonces cuando la vio.
Su piel empezaba a ser tan pálida como su vestido, como si quisiera camuflarse con él pero no se diera cuenta de que la mancha carmesí de su costado frustraba cualquier intento de pasar desapercibida. Uno de los guardias trataba de taparla con sus manos, taponando la herida; sin embargo, Karen se lo impidió.
- Estoy bien. He dicho que estoy bien – repitió cuando vio acercarse a un preocupado Javier. – Hazme el favor y no finjas ahora que te importa, ¿vale?
- ¿Qué coño ha pasado aquí?
- Suárez tenía un cuchillo. ¡Un puto cuchillo! – Sin saber por qué, la idea le hacía gracia. Aunque su humor se distorsionó por el escozor de la herida en sus costillas.
- ¡Ojalá te mueras! ¡Tú y todos los tuyos, Sword! – gritó un desquiciado Suárez. Uno de los guardias colocó la pistola sobre su frente, lo cual no sirvió para que este dejara de insultar y maldecir a placer a la joven Sword, cuya indiferencia fue peor que cualquier respuesta.
Javier sacó su teléfono del bolsillo y escogió uno de los números de la marcación rápida.
- Espósito, tengo a Sword y a Suárez conmigo. Bueno y a... creo que es también uno de los de Suárez. Sí. Traed una ambulancia. No, una herida en las costillas y un disparo en el hombro. Creo que sí, pero daros prisa. Descuida.
Y con las últimas instrucciones cerró la llamada.
- Espósito está de camino – dictaminó el agente mirando exclusivamente a Karen. Casi pareció que estuviera sentenciando algo.
- Ya lo suponía… - dijo rodando los ojos.
Javier se giró hacia Suárez obligándose a olvidar el escalofriante círculo de sangre que perforaba su hombro derecho.
- Eh, tú, Suárez. Mírame. – el aludido reparó por primera vez en él y frunció el ceño.  – Eso es. Soy el agente Javier García y me vas a contar ahora mismo todo lo que sabes sobre la muerte de Sheila Johns.
Suárez se rio y se giró hacia Karen.
- ¿También has untado a este? Qué bajo habéis caído los Sword…
- Esto no tiene nada que ver con Sword, Suárez. No volveré a repetirte la pregunta. ¿Qué es lo que sabes?
Silencio.
- Escucha, tu única opción es empezar a hablar. No te librará de la cárcel, pero, créeme, te puede hacer mucho más fácil la vida ahí dentro. No tendrás más oportunidades.
Suárez se limitó a escupir al suelo.
- Como quieras…
- En cuanto a ti, Sword… ¡¿qué te crees que estás haciendo?! – gritó de repente al ver que Karen cerraba los ojos y, respirando hondo y con un esfuerzo que en medio de su belleza resultaba fuera de lugar, se incorporaba. Su cuerpo entero se inclinaba hacia el costado por el cual su vestido aún se seguía tiñendo del rojo de la sangre.
Por instinto, Javier fue a ayudarla, pero, de nuevo, se arrepintió al ver la mirada de desprecio que la de los Sword le dirigió al intuir sus intenciones.
- Ya no puedo hacer más aquí – Miró a su alrededor y volvió a fruncir el ceño. Tú – llamó al guardia que no quitaba ojo de ella. – ve a avisar al resto. Da orden de que cierren todas las entradas y salidas de la mansión.
El hombre obedeció al instante.
- Eso os dará algo más de tiempo – le dijo a Javier.
Javier miró alternativamente a Karen y a Suárez. Ambos parecían a punto de caer desmayados al suelo. No contaban con mucho tiempo…
Sword entonces empezó a moverse hacia la puerta. Su mano marcó la pared al apoyarse en ella. Sus tacones se tropezaron y a punto estuvo de caerse.
- ¿A dónde crees que vas, Sword? No deberías moverte. Qué digo. No vas a irte a ninguna parte. Aún tienes que explicarnos unas cuantas cosas.
Karen resopló. Su semblante se volvía cada vez más blanco a cada segundo que pasaba, convirtiendo a la antes diosa en terriblemente humana.
- ¡Escucha, maldito novato! – le increpó Sword, perdiendo la paciencia. Empezaba a costarle respirar como era debido. – No os “tengo” que explicar nada.
- ¿Pero se puede saber qué coño estás diciendo ahora, Sword? Tenemos un trato. ¡¿Es que no lo recuerdas?!
- Sheila está muerta – Las tres palabras se convirtieron en una bofetada. – Ya no hay trato que valga. Y dile de mi parte a Espósito que ni se le ocurra meter sus narices en mis asuntos. No responderé de lo que pueda pasar.
Dio un primer paso hacia la puerta, lo cual hizo de detonante para que el agente la pusiera en su punto de mira.
- ¡Quieta, Sword!
- ¿Vas a dispararme? – repuso ella casi con burla.
- No voy a dejar que te vayas así como si nada.
- Al final va a ser que no eres un policía tan inútil como parecía… Una pena…
- ¡Karen Sword, no te lo volveré a repetir! Es una orden de un agente de la ley. ¡Obedezca! – Su dedo se asentó en torno al gatillo, pero sus pensamientos flaquearon y comenzaron a precipitarse a una velocidad vertiginosa.
No obstante, Karen no hizo tal cosa, sino que ligeramente tambaleante pero mucho más rápido de lo que habría creído posible dadas las circunstancias, salió de la estrecha sala, dejando a Javier solo con su vergüenza y un arma que era incapaz de usar contra ella. Si fue por esperanza de que todo lo ocurrido formara parte de otro de los engaños de Sword, por no dejar sin vigilancia a sus sospechosos, por simple cobardía por o cualquier otra cosa, nunca lo sabremos; sin embargo, Javier la vio alejarse y no hizo nada por evitarlo, pues toda la ira que le había empujado hasta entonces parecía haberse esfumado de su ser.
Así pues, horas después, cuando Espósito llegó hasta él, no encontró sino a un Javier cansado y derrotado cuya único pensamiento medianamente coherente era la seguridad de haber perdido ese ascenso que tanto anhelaba. Ni siquiera una palmadita en la espalda al estilo camarada logró levantar el ánimo de su subordinado, por lo que el detective lo dejó solo y empezó a organizar el tremendo dispositivo de agentes que se movían de una lado a otro del extenso jardín de los Johns.
Los invitados pasaban a su lado y desaparecían entre las luces de los coches de policía y de una ambulancia que ya se marchaba del lugar, aunque no todos lo hacían por su propio pie. Los había quienes tenían que ser empujados por uno o dos agentes y con unas incondicionales esposas a juego. Entre ellos se encontraban muchos de los rostros que se acumulaban en la pizarra del detective, por lo que no es de extrañar que de vez en cuando se asomara alguna sonrisa en el rostro del hombre a pesar de que esta fuera difícil de describir con palabras.
Aquella podía ser una gran victoria sobre la familia de los Johns. Quizás incluso su sentencia final. Y, aun así, lo que de verdad no se iba de la cabeza de Espósito era que no habían conseguido evitar que la vida de Sheila Johns siguiera el camino de tantas otras jóvenes como ella.
Hacía ya media hora que habían encontrado a una histérica criada que les había confirmado desconsolada la versión de Suárez. En cambio, todavía no habían logrado encontrar el cuerpo de Sheila, para el cual Adolfo ya había encargado su búsqueda a unos cuantos de sus agentes.  
En cuanto a Karen… Nadie conseguía averiguar a dónde había ido después de lo sucedido. Algunos empleados decían haberla visto dirigirse hacia el inmenso garaje de atrás de la mansión, aunque estaba aún por confirmar que así hubiese sido. Y, francamente, viniendo de la mayor mentirosa y retorcida persona de todo Delois, no le extrañaba que nadie lograra encontrar a la que se suponía que era la nueva mandamás de una organización supuestamente moribunda.

   Ahora que lo pensaba… ¿De verdad había algo que celebrar?

Puede que aquella noche de primavera, Espósito no lograra satisfacer su sed de victoria, pero el mundo, por desgracia y fortuna, es mucho más extenso de lo que nos gustaría pensar. Sólo tendríamos que haber girado nuestros ojos hacia un coche que cada vez ponía más y más kilómetros de distancia entre la mansión y una frontera sin límites para dar con algo parecido al triunfo, aunque este fuera amargo. Quizás entonces podríamos haber visto cómo un "gracias" recién enviado y aún parpadeante se desintegraba al ser condenado a probar el duro asfalto. La mano que había hecho de verdugo del anticuado teléfono se encargó también de acabar con una lágrima que, como la persona a la que le debía su existencia, sólo anhelaba un cosa: libertad.   


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