Hola, hola :) Hoy debo confesaros que estoy algo nerviosa por lo que os traigo al blog :S No voy a repetirme contándoos la odisea que ha sido para mí este capítulo, pero espero que comprendáis que precisamente por eso hoy, más que nunca, me gustaría que me dejarais un comentario diciéndome qué os ha parecido :) Sé que probablemente ha sido una espera excesivamente larga para un capítulo así, pero por suerte os puedo asegurar que el próximo estará sí o sí la semana que viene ;) Os espero :P Y espero que disfrutéis de la continuación de la historia de Sheila ^^
Besos!!
Sin más florituras ni discursos que pudieran distraerla de su objetivo, Karen echó a andar de nuevo por el pasillo sin detenerse a comprobar si la seguía o no, aunque, como buen cachorro de sabueso, no dudaba en que lo haría. Odiaba los cambios de planes, pero no por ello podía olvidar la misión que la había traído hasta la mansión. Debía llegar cuanto antes al despacho.
Besos!!
Sin más florituras ni discursos que pudieran distraerla de su objetivo, Karen echó a andar de nuevo por el pasillo sin detenerse a comprobar si la seguía o no, aunque, como buen cachorro de sabueso, no dudaba en que lo haría. Odiaba los cambios de planes, pero no por ello podía olvidar la misión que la había traído hasta la mansión. Debía llegar cuanto antes al despacho.
- ¿Y adónde se supone que vamos?
Karen no contestó.
- Al menos, deberías decirme
adónde vamos, ¿no crees?
La joven se detuvo y se asomó al
pasillo contiguo. Despejado. Revisó su reloj y esperó.
- ¿Qué ocurre? – preguntó en un
susurro.
- Silencio – Sonaba molesta y al
mismo tiempo indiferente.
Al cabo de un minuto, Karen salió
al pasillo y cogió el camino de la derecha con el agente pisándole los talones.
Tuvo que esforzarse por olvidarse de su presencia. No podía distraerse. Todo
dependía de ella.
Se acercaban a una nueva
intersección y el cuerpo de Sword se tensó. Estaban cerca, muy cerca. Sacó un
espejo de… bueno, dejémoslo en que Javi tuvo que desviar la vista y rezar un
poquito para pedir perdón ante un par de pensamientos impuros… Fuera como
fuese, Karen inclinó el espejo y escudriñó su imagen hasta que pareció dar con
aquello que buscaba. Sus hombros se destensaron ligeramente, aunque, como bien
pensó Javi, no era suficiente para alejar la impresión de encontrarse ante una
fiera en plena caza.
- No hables y quédate detrás de
mí – ordenó sin dignarse a mirarle.
Y sin esperar una respuesta, se
descubrió a los guardias que custodiaban la boca del lobo.
Javier no tuvo tiempo de reaccionar, atascado a medio
camino entre la frustración, la irritación y un miedo y adoración difíciles de
explicar, se quedó mirando el lugar que había ocupado Karen sin poder mover
otra cosa que no fueran sus párpados. Pasados los primeros instantes, sin
embargo, apretó las mandíbulas con fuerza y se obligó a seguir a Sword como un
buen policía. Al menos, con el deseo de serlo.
Ante él, se encontró a una Karen
anclada con cemento a la alfombra, tan firme que dudaba que existiera fuerza
capaz de negarle el derecho a ese trozo de suelo. A ella se acercaba un
auténtico gorila de cara adusta y, en cualquier caso, poco amigable, que
provocó una respuesta inmediata en Javi: llevarse la mano a la parte trasera de
su pantalón donde descansaba convenientemente escondida su pistola. El agente
frunció el ceño al ver cómo el matón lucía sin ningún reparo un arma de calibre
considerable, de esas que te perforan el pecho antes si quiera de que escuches
el peligro. Javier se posicionó junto a Karen sin desviar la mirada de la mano
de aquel hombre. Incluso aunque sus cuerpos apenas se rozaban, nunca jamás se
había sentido tan al límite. Por el contrario, el hombre no se había detenido y
seguía acercándose a ellos sin variar un ápice el gesto de su rostro pétreo.
- Quieto. – La voz de Karen fue
apenas un suspiro y, aun así, se escuchó sólido y pesado. El hombre se detuvo
al instante. - ¿Sabes quién soy?
- Eres Karen – respondió él con
total tranquilidad y sencillez. Karen entrecerró los ojos para, a continuación,
dar una cabezada con su inexplicable aprobación. – No sabía que fuera a venir
acompañada – no era una crítica sino un hecho.
- Ha sido una decisión de última
hora – Javier retuvo un bufido.
- No está en el plan.
- Lo sé.
El guardia volvió a asentir y le
dedicó una mirada evaluadora al agente, quien contuvo la respiración y aguantó
el examen con sus mandíbulas a punto de romperse. El resultado final no pareció
contentarlo en absoluto, lo cual no hizo sino poner una vez más a prueba el
autocontrol del agente.
- ¿Está todo preparado? – prosiguió Karen, ajena a la
tensión de su acompañante.
- Sí.
- Bien, seguiremos el plan según
lo previsto. No quiero complicaciones.
Recibió otra respuesta afirmativa que puso los pelos de
punta a Javi. ¿Dónde se estaba metiendo? ¿Qué estaba pasando aquí? ¿Cómo podía
Karen dar órdenes así a un guardia de la mansión de los Johns? ¿De qué puto
plan estaban hablando? Y para colmo, todo se volvió aún más confuso cuando Karen
se adelantó y dejó que ambos hombres la flanquearan e inmovilizaran sus brazos.
La poca paciencia que aún le
quedaba llegó a su fin. Sacó su arma y cuadró los hombros.
- Soltadla – No le obedecieron.
Su pulso tampoco temblaba. – Se acabó, ahora mismo me vais a decir qué coño
está pasando aquí.
Para mayor desconcierto, Karen se
limitó a girar la cabeza ligeramente hacia él para después alzar la barbilla
hacia la puerta. “Patético”, le pareció oír susurrar. En su lugar le dijo:
- Quédate aquí y espérame. O
mejor, vete por donde has venido. Pero no me molestes más. No tienes ni idea de
dónde te estás metiendo.
Javier fue a responder pero
Sword se adelantó y, con un tirón de su brazo, hizo la última señal que
necesitaban los guardias para fortalecer su presión en torno a la joven antes
de perderse tras una puerta que, de otra forma, habría pasado completamente
inadvertida.
Javier se quedó solo, frustrado
por haberse quedado con las palabras quemándole la lengua, tremendamente avergonzado,
confuso por no entender nada y, lo que era aún peor, cabreado por sentir todas
esas cosas al mismo tiempo. “No deberías haber hecho eso, idiota. Sword no
estaría tan tranquila si esto fuera una trampa”, se reprendió. Miró a un lado y
a otro del pasillo, pero tuvo que reconocer que no tenía ni la más remota idea
de cómo volver al salón principal. Y aun así, era consciente de que su instinto
le empujaba a correr en dirección contraria, a dejarlo de todo y salir de aquel
lugar tan rápido como pudiese para esconderse en ese bar que empezaba a
gustarle tanto o cualquier otra cosa como, por qué no, intentar hablar con esa
vecina que tan adorablemente se mordía el labio cuando coincidían en el
ascensor.
Pero no. Claro que no podía
marcharse sin más. Sus dedos dejaron la poca seguridad que por primera vez le
ofrecía su pistola y se acomodó junto al quicio de la puerta por donde momentos
antes habían desaparecido Sword y sus guardaespaldas. En su mano ya se había
encendido la pantalla de su móvil, cuya extrema delgadez contrastaba con el
enorme peso del deber que obligaba a sus dedos a doblarse sobre él.
"Espósito" fue la primera palabra que escribió.
Al otro lado del muro, mientras
tanto, se escucharon chirridos de unas sillas al moverse y algún que otro
objeto al volcarse. La precipitación envolvió a dos hombres ataviados con
trajes a medida, paralizados y con más miedo en sus miradas del que nunca
confesarían.
- ¡Karen Sword!
- ¡¿Qué clase de broma es esta?!
- ¡¿Qué hace aquí?! ¡¿Cómo es
posible que…?
Karen adoptó su mejor expresión
de desafío y uno a uno los fue mirando, tentándoles a darle cualquier motivo
para llevar la amenaza un paso más allá. No importaba que estuviera firmemente
sujeta y controlada por los dos guardaespaldas; Karen Sword nunca parecía
indefensa.
Y, sin embargo, aún existía una mente lo
suficientemente clara y libre de temor como para poner orden. Un tercer hombre.
- Amigos míos, somos personas civilizadas así que tratemos
a esta invitada tan especial como caballeros que somos. – Todos se giraron al
unísono para mirar al único presente que no parecía sorprendido ni alterado por
la presencia y actitud de la líder de la familia enemiga. Sus gestos iban desde
la incredulidad a la irritación. – Sentaos, amigos, la señorita Sword viene en…
son de paz.
- ¿Pero qué estás diciendo, Suárez?
- Confiad en mí, camaradas, y tomad
asiento. Os lo explicaré.
- ¿Esto es cosa tuya? – inquirieron de nuevo.
Asintió una única vez y su mano
les invitó a recuperar su lugar en la mesa alargada del centro de la
habitación, cuyo espacio más bien reducido convertía a aquel único mueble en el único
decente. No había espacio para ninguna emboscada, ni salidas alternativas. Y
aun así… Karen repasó la escena tan civilizada que se desarrollaba ante sus
ojos, en la cual los tres hombres, incluyendo a Suárez, esperaban a que se
reuniera con ellos. Se dispuso entonces a presidir la silla más cercana a la
puerta. Los dos gorilas se quedaron guardando su posición, cada uno a un lado.
- Ahora que estamos todos, - sus
ojos se inclinaron hacia la joven. – puedo por fin deciros que os he llamado
para comunicaros algo muy importante. Tan importante que incluso confío en que
sea… interesante para nuestra invitada. – Sus semejantes se miraron entre
ellos, pero no dijeron nada. – Espero que mis chicos no la hayan ocasionado ningún
percance, señorita Sword. – Se estrecharon las primeras miradas.
- No tiene nada de lo que
preocuparse a ese respecto, Suárez. – respondió ella sin alterarse lo más
mínimo.
- Me alegro de oír eso porque…
- Lo único que me interesa
escuchar de usted es eso “tan importante” por lo que me ha “invitado” –
ironizó. – Y más en el centro de la mansión de los Johns. ¿Acaso tenía la
esperanza de que no acudiera?
Suárez pareció morderse la
lengua. Desde fuera, Javier seguía moviendo sus ojos por el teclado de su
móvil.
- Espero que comprenda que no es
usted una persona a la que haya que… tratar de cualquier manera – aseguró el
hombre escogiendo con sumo cuidado sus palabras.
- Me halaga que se preocupe usted
tanto por mí, Suárez, pero no era necesario que montara este circo. Y mucho menos
por mí. – recalcó. – Si tiene algo que decir, dígalo y punto – Su mirada se
afiló como el diamante, haciendo fruncir el ceño al aludido.
Inmersos en aquel pulso de poder,
el resto del mundo quedó mitigado. Ambos querían tantear al otro, saber hasta dónde
podían llegar, cuánto sabían o de qué eran capaces. Ninguno quería perder.
- Nada más lejos de la realidad,
jamás querría hacerles perder su precioso tiempo. – La sonrisa pretendía ser
gentil, pero no estaba muy lograda. – He de confesarles que, aunque recibí la
invitación para esta maravillosa fiesta hace dos días, me extrañó que siguiera
en pie después de que… cierta información llegara a mí.
Karen no varió su expresión. El
resto parecían más dispuestos a prestar atención a palabras de Suárez si con
ello se podían olvidar de que se encontraban en la misma habitación que Sword.
Al fin y al cabo, las fieras siguen siéndolo aunque las vistas de fiesta y las
sientes a una preciosa mesa de caoba.
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