viernes, 23 de enero de 2015

Historia de mar-Capítulo 2

Hola hola ^^ Demos la bienvenida al fin de semana con un gran aplauso!!! Y otro aplauso porque el miércoles fue mi cumpleaños!!!! Y otro porque ha llegado un nuevo capítulo de "Historia de mar"!!!!!
Bueno descansad vuestras palmas :P que tampoco quiero que os hagáis daño ;) Hoy os traigo un pequeño regalito para celebrar que el 21 de enero cumplí 18 añitos :) Sí, 18... Ay... adiós a mi dulce infancia... ¿Y qué le hago? jajajaja Sí, es posible que ahora pueda hacer cosas que antes un papelito me prohibía hacer, pero eso no significa que yo me sienta diferente sino que de postre en lugar de un vulgar yogur me comí una tarta de chocolate que... madre mía... ¡¡Paraísoooo!!
En fin, ya estoy divagando jajaja Este es el segundo capítulo de una mini historia que empezó así. Te recomendaría pasarte por el primero antes de leer este ;) Las cosas hay que hacerlas bien :P Y si os estáis preguntado para cuándo el siguiente, os diré que no en mucho tiempo puesto que ya lo he empezado y estoy casi segura de que podré traerlo la semana que viene :)
¿Qué hacéis aún leyendo esto? ¡Corre y empieza a leer! 
Pero deja un comentario, ¿vale? ;)
Hasta pronto!! :D











Muchos años habían pasado desde aquel atardecer de plata, muchas olas habían roto contra los acantilados y las playas, naciendo y muriendo sus corrientes en el sur y el norte por igual. Y, sin embargo, entre sus subidas y bajadas, alegrías y desgracias, una bella criatura había crecido.
Tal era el cambio que apenas si podría reconocer tan esbelta figura quien recordara la torpe sirena que a oscuras gateaba. Ya nada quedaba de esa torpeza infantil, ni rastro de vacilación, ni pizca de duda. Era una centella de agua, un relámpago de azul y oro. De naturaleza inquieta, no permanecía más de un par de suspiros en un mismo lugar, pues prefería acompasar su corazón al latido de la marea sin importar si debía enfrentarse a su furia en la tormenta o su quietud en la calma. Así, nuestra preciosa sirena no nadaba en el mar, bailaba con él, se reía con él, lloraba por él. Y dichas lágrimas, cuando se derramaban, no era por lo que podríais pensar que era soledad, sino amor puro, devoción absoluta.
               No necesitaba hablar ni encontraba placer alguno en cantar al alba como otras de las de su especie. Al fin y al cabo, no existe compañía más noble que el horizonte por frontera y el vasto océano por hogar.
               ¿Qué fue entonces del vaticinio de las estrellas? ¿Acaso erraron aquellas que mejor conocen el mundo por verlo desde tan lejos e iluminarlo y escurecerlo a su antojo y conveniencia?
               Me temo que no, mentes curiosas. Las estrellas pueden ser tan afiladas como la verdad en sí misma, pero, ante todo, son pacientes. No, mentes curiosas, que no os engañen vuestros ojos aún inexpertos; estaban esperando. Esperando el momento adecuado, el lugar adecuado, la trampa adecuada.
               No fue, en cambio, el día escogido para dicha tragedia un reflejo de la definición del desasosiego, sino más bien todo lo contrario. El cielo presumía de su desnudez mientras se reflejaba en la inmensidad del mar. El ritmo de la marea descendió y, así, la joven sirena siguió a su gran amor en la calma del momento y se dejó llevar por la lenta despreocupación. Empezó a nadar por la superficie del agua, exponiendo sus brillantes escamas al sol caliente.
No espero que entendáis lo extravagante y único de este gesto tan inocente en principio; sin embargo, os diré que las sirenas tienen inscrito en su alma una predilección por el amparo y la protección que les ofrece la noche, donde la luna que las vio nacer vela por ellas desde el salpicado manto de la cúpula celeste. Era por ello extraño ver cómo aquella sirena cerraba los ojos tan confiada y disfrutaba de la sensación de los rayos quemando su resbaladiza piel marina.
               Lo que no sabía tan dichosa criatura es que la corriente del destino la arrastraba hacia una pequeña isla lo suficientemente alejada del continente para considerarse solitaria, pero no tanto como para pasar desapercibida por los humanos. Sus bordes, perfilados por monstruosos acantilados, escondían auténticas trampas mortales que los isleños intentaban evitar a toda costa, pero de lo cuales nada sabía nuestra joven sirena, quien, aún sumida en su particular sueño, se mecía cada vez más cerca de la isla y sus peligros. 
Y es que las estrellas habían dispuesto los actores de su particular función en escena y, como buen público, sólo debían esperar a que el telón se levantara y diera comienzo el espectáculo, un momento que llegó a la caída de sol, cuando al amparo de su amante la luna, brillaron con fuerza y aplaudieron para su diversión.


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