jueves, 25 de diciembre de 2014

Capítulo 70 (parte 1)


¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

Hola, hola amigos míos ^^ ¡Feliz Navidad! ¿Esta noche se ha colado Papá Noel en vuestras casas? ;) Espero que si ha sido así sea para dejaros un poquito de ilusión ya fuera en forma de regalo o por compartir este día con vuestros seres queridos :) Al fin y al cabo, eso es lo importante, tener a alguien para y por quien sonreír :P
El caso es que parece ser que Santa Claus también ha debido de pasarse por aquí porque ha dejado una sorpresita que lleva por título "Capítulo 70" Chan chaaaan ¿Lo estabais esperando? ;) Yo creedme que sí jajaja Después de muchos quebraderos de cabeza, aquí está... Madre mía, hace ya tanto tiempo que no subía la historia de Sheila que espero de corazón que no os hayáis olvidado de ella :S Pero bueno, aquí he venido para anunciaros que antes de que acabe el año, habré acabado de escribir esta historia que tanto tiempo lleva a mi lado. Y así, también podré empezar 2015 con otros proyectos que tengo en mente :P 
Bueno que me enrollo ajajaja Que me dejarais un comentario con lo que os ha parecido este capítulo sería un gran regalo de Navidad para mí :) 
Yo me despido por hoy, no sin antes enviaros un millón de besos ^^ 






Delois descansaba. La noche la había engullido horas atrás y parecía querer degustar su premio con tranquilidad, masticando sus calles y saboreando sus luces. Muchos habían escapado de tal pesadilla al caer entre sábanas y abrazar el refugio de sus propios sueños; sin embargo, no todos dormían. Los había también valientes, aquellos que, a pesar de la caída de sus párpados, el escozor de sus ojos y, en general, el cansancio de un duro día, desafiaban a la noche de forma casi temeraria. Sorprendería encontrar, pues, un deseo mucho más profundo y cobarde detrás de aquel desafío tan noble. Como si… como si temieran rendirse. ¡Eso es! Tenían miedo de perder la batalla. Como si un “hasta mañana” en boca de Morfeo se pudiera convertir en un “adiós” definitivo.
Es posible que aquel temor fuera infundado, pero nadie podría negar que estuviera presente en muchas de sus miradas. Y es que aquella noche, aquel miedo que todos creían superado les parecía más real que nunca.
               Buen ejemplo de ello sería el pobre inspector Espósito, quien luchaba contra el sueño a base de asquerosos cafés aguados de máquina. Frente a él se encontraba una gran pizarra sepultada por decenas y cientos de recortes, fotos y líneas entre los cuales se incrustaban alfileres en forma de Sword y Johns. Sin duda, era la imagen del caos, como si una carpeta hubiera explotado y desperdigado miles de pedazos de informes por aquella superficie blanca. Una catástrofe de caso.
Sin embargo, Adolfo casi la miraba con adoración. Hacía ya tantos meses que convivía con aquella pizarra que ya casi la consideraba una compañera más a su servicio. Si sólo le diera la respuesta que estaba buscando…
               - ¡Inspector!
               Espósito dio tal brinco que a punto estuvo de tirarse el café encima. El agente que se acercaba a él con el móvil pegado a una de sus manos, puso su mejor cara de póker en un pobre intento de ocultar su risa. Como he dicho, fue bastante pobre.
               - Hola, Carlos – saludó el inspector con pocas ganas. Su cara disuadió cualquier resquicio de risa por parte de Carlos, quien se sentó al borde del escritorio como de costumbre – Dime que tienes algo.
               - Eso creo, señor. Acabo de hablar con Javi y ya está dentro de la mansión.
               - Eso está bien – aprobó el inspector. – Cuanto antes volvamos a tener controlada a Karen, mejor. Odio esa puñetera manía suya de dejarnos a ciegas.
               - Ya bueno, es una Sword – dijo el agente, como si la simple mención de aquel apellido resolviera cualquier duda acerca del comportamiento de la joven.
               - Sí, supongo…
               Adolfo volvió su mirada a la pizarra y se perdió entre las líneas que intentaban conectar todos los elementos, como si quisieran mantener unidas las cartas de un castillo de naipes frágil, muy frágil.
               - Mientras esperamos a que Javi vuelva a dar señales de vida deberíamos… no sé. ¿Darle un repaso al caso? Un resumen nos vendría de…
               - Lo hemos hecho miles de veces… - replicó Adolfo, molesto por la interrupción.
               - Lo sé pero… No sé, a lo mejor hemos pasado algo por alto.
               El inspector bufó. Había revisado tantas veces aquel caso… Conocía cada nombre, cada cifra… Recordaba cada cara, las perseguía en sueños hasta la extenuación, frustrado cuando se le escapaban de entre sus dedos… Siempre iban un paso por detrás, siempre pendientes de lo que esas dos familias hacían y deshacían en su ciudad. Si sólo pudiera adivinar su mecánica, si pudiera desentrañar aquel odioso mecanismo del infierno…
               - ¿Sabes qué, Carlos? Tienes razón. – El aludido se giró sorprendido para mirarle; no estaba acostumbrado a que su jefe estuviera de acuerdo con él. – Tenemos que colocar cada cosa en su sitio. Darle un poco de… perspectiva.
               Los ojos del inspector volvían a brillar, aunque fuera con un éxtasis difícil de explicar.
               - A ver… Empecemos por lo más simple. ¿Qué es lo que sabemos?
- Sabemos que hace dos días Sheila quiso entrar en el programa de testigos y, de repente, nada. Desapareció como uno de esos bollitos de la cafetería.
- Exacto. Pero de eso hace ya cuarenta y ocho horas y sabemos que tiene que estar viva porque su coche está aparcado muy cerca del piso franco y tenemos testigos que dicen haber visto a una chica que coincide con su aspecto.
- Pero no ha contactado con nosotros.
- No, no lo ha hecho – corroboró Espósito, mordiéndose el labio. – Y cuando mandamos a Ana a inspeccionar el piso Johns ya no estaba allí. Así que tuvo que ir a algún sitio...
- ¿Con Karen? – propuso Carlos.
- No… No lo creo. Según ella no ha sabido nada de ella. Se suponía que tendría que haberla llamado, pero no lo ha hecho.
- Y tendremos que fiarnos, claro – replicó con sarcasmo.
Adolfo obvió el comentario de su compañero y siguió tirando del hilo del caso.
- Vale, pero entonces, esto es lo que tenemos: una Johns viva y correteando por vete tú a saber por dónde mientras esta noche se celebra una fiesta en su mansión que nadie sabe quién ha organizado.
- ¿Y si ha sido la propia Sheila?
- ¿Y eso qué sentido tendría? ¿Te vas, desapareces y luego vuelves para montar una fiesta? ¿Con buena parte de tu familia intentado matarte? No… No ha sido ella.
- ¿Y qué hay de Suárez? – siguió intentado Carlos. – Sabemos que andaba detrás de Johns. A lo mejor consiguió darle caza.
Adolfo dio un sorbo a su café y guardó silencio. No obstante, Carlos saltó del escritorio con entusiasmo, absolutamente seguro de haber encontrado la luz después del túnel.
- Piénselo, Espósito – Carlos señaló una foto del mencionado Suárez que colgaba de la abarrotada pizarra. – ¿Quién sino él tendría suficientes contactos entre los Johns para montar todo esto? Es perfectamente capaz.
- No... Suárez no es así... – casi susurró Espósito. – Si tuviera a Johns estaría gritándolo a los cuatro vientos como si fuera la cabeza de un ciervo. No… Él no sabe nada…
- Pero, señor… a lo mejor…  ¡A lo mejor eso es lo que nos quiere hacer pensar! – exclamó el agente, reacio a rendirse tan fácilmente.
- Déjalo, Carlos – le contestó con brusquedad el inspector, harto de la cabezonería del agente. – Hay que saber cuándo dejar un callejón sin salida y dar media vuelta. – Recuperó su lugar en su escritorio y miró con cierta confusión el fondo de su vaso vacío antes de tirarlo con indiferencia a una papelera ya experimentada en aquellos desperdicios. – Esto es una pérdida de tiempo. Anda, vete a por otro café. Eh, y de paso mándale un mensaje a Javi. Quiero que se pegue a Sword. Que no la pierda de vista. Aquí está pasando algo muy raro…

Mientras tanto, en un lugar muy alejado del ambiente tenso y silencioso de la comisaría, en la mansión de los Johns, aquel miedo a la noche sabía a champán y se bailaba al son de la música en directo. Así debía ser, puesto que la fiesta había reunido a algunas de las mayores personalidades en el mundillo de las familias, las cuales se podían reconocer gracias a sus aires de, si aún cabe, mayor ego e importancia.
Sin embargo, en aquel hábitat de joyas caras y trajes y vestidos opulentos, existía al menos una persona poco interesada en las insulsas conversaciones que le rodeaban. Había logrado entrar a aquella fiesta a duras penas, ya que su supuesto benefactor dentro de la organización había decidido, en el último momento, que sería divertido hacerse de rogar un poquito más. Aquel viejo canalla siempre disfrutaba viendo al resto arrastrarse por sus favores. Sólo esperaba que, después de tanto morder la alfombra, aquella noche valiera la pena; de lo contrario, jamás lograría ascender puestos en la comisaría. Necesitaba que aquella misión saliera bien. Lo necesitaba.
Sus pensamientos, en cambio, se vieron truncados cuando por una de las esquinas del salón vio cruzar la inconfundible silueta de Karen Sword. Con una disculpa, se alejó de la pareja de recién casados que no había parado de restregarle sus anillos por la cara y se dispuso a seguir el rastro de la joven. Por desgracia, cuando llegó al pasillo por el cual se había perdido su vestido, lo encontró totalmente vacío. “Mierda”, maldijo. Siguió avanzando por el corredor hasta que una mujer bastante afectada por el alcohol a juzgar por cómo arrastraba las palabras le dio un toquecito en su espalda.
- ¿A dónde vas, guapetón?
- No…
No le dio tiempo a terminar cuando se vio inmovilizado en el suelo. Karen lo miraba desde arriba, furiosa.
- ¿Quién eres? ¿Te manda Suárez?
- ¿Qué? No, yo… - Karen apretó todavía más su agarre haciendo que a punto estuviera Javi de soltar una exclamación de dolor. – Me envía Espósito, ¡¿vale?! Soy poli. Soy poli. – Para su sorpresa, su respuesta en lugar de contentar a la joven la enfadó mucho más. Volvió a tirar de su hombro y, esta vez así, Javi gritó. – Serás puta, suéltame. Maldita Sword… ¡suéltame!
- Así que Espósito me manda una niñera, ¿eh? Y encima un niñato de la Academia. ¿Cómo te llamas?
- Soy Javi… Javier García.
De repente, notó cómo Karen tiraba de él y se levantó. Extrañamente, no sintió miedo al tenerla cara a cara, ni siquiera intentó huir o devolverle el golpe pues quedó eclipsado por sus preciosos ojos azules y su rostro de marfil. No era la primera vez que la veía, pero sí la primera en tenerla tan cerca y debía reconocer que las fotos no le hacían para nada justicia. Tuvo que contenerse para no dejar caer su mandíbula como un auténtico idiota. Claro que haber sido reducido de aquella manera tan patética tampoco le dejaba en muy buen lugar…
- Escúchame, Javier García, no necesito ninguna niñera. ¿Me entiendes? – Javi asintió, aún atrapado en su mirada. – Me da igual lo que te haya ordenado Espósito, ahora mismo vas a sacar tu culo de la mansión, vete a llorarle al inspector y dile de mi parte que se deje de truquitos conmigo si quiere seguir teniéndome de su parte. ¿Me has odído? ¡Eh! – Le chascó los dedos en sus narices como si fuera un perro hasta que el policía pareció volver a pisar la Tierra. - Largo.
- No voy a irme a ninguna parte. Mis órdenes son…
- Me importan una mierda tus órdenes – respondió Karen con su característica frialdad. – No tengo tiempo para estas tonterías.
Y dicho esto, dio media vuelta y dejó plantado al agente de policía con una cara de confusión que nada tenía de envidiar a un emoticono. Sin embargo, algo cambió, pues unos segundos después Javier acortó la distancia que los separaba.
- Iré contigo.
- Ni lo sueñes. – Karen lanzó su brazo hacia delante, pero no iba a sorprender a Javi dos veces. Paró su golpe. La joven lo miró con curiosidad e intentó golpearle con su pierna izquierda, pero de nuevo erró. Sorprendida, se quedó mirando al agente. ¿Quién se creía que era aquel cachorro de policía? – No estoy para estos jueguecitos.
- Pues entonces no juegues conmigo.
Karen le atravesó con sus ojos de diamante. Por su cabeza empezaron a pasar varias ideas sobre qué hacer con él, pero, de hecho, pensó, ¿quién era ella para disuadir a alguien con un objetivo tan claro?
- No te separes de mí. Y no abras la boca si no te lo pido.
- No…
- O lo tomas o lo dejas – le cortó con aspereza.
- Vale, vale…

Sword seguía sin estar segura de que fuera la mejor opción llevarlo consigo. Sería como tener a Espósito escuchando todo lo que estaba por ocurrir. No obstante, ya iba siendo hora de que se descubriera su plan. No tenía tiempo que perder.

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