lunes, 26 de noviembre de 2012

Capítulo 48

Ya estoy aquí!!! Sí, habéis leído bien. He vuelto con otro capítulo ^^ Me hubiera gustado ponerlo ayer, pero al final no me fue posible. Os aviso de que vais a descubrir otro de los misterios que tiene esta historia, y nunca mejor dicho porque hay unos cuantos jaja De momento no os preocupéis porque no va a ser muy importante, pero que a nadie se le olvide ;)
Por cierto, he actualizado un poco el reproductor del blog y (en teoría) deberíann escucharse todas las canciones. Si no es así, decídmelo por favor para que intente solucionarlo :)
Bueno no me enrollo más, ¡a disfrutar!







Le propuse a Alan repartirnos la casa para cubrir más espacio. Estuvo de acuerdo, aunque tardamos un poco en despedirnos... ¡Definitivamente me encantaba ese chico! Una vez separados, enfilé el pasillo y me encaré a las escaleras, aún con la felicidad pintada en mi cara. En lugar de bajar hacia el comedor, como hacía siempre, empecé a subir. Mis pies hacían crujir los peldaños de madera de forma inquietante y mi mano se congeló al tacto férrico de la barandilla. Cuando la escalera llegó a su fin, miré a un lado y otro del pasillo donde me encontraba, bastante parecido al de la planta inferior. Dos corredores con dos puertas a cada lado. Abrí la más cercana.

Era un estudio de pintura. Las paredes estaban pintadas de un blanco impoluto. Muchos lienzos descansaban apoyados en las paredes, apilados unos junto a otros. Los fui mirando uno por uno sin interesarme por sus imágenes, sólo quería encontrar la carpeta; y allí no estaba. No había tampoco más mobiliario en la habitación, como si el dueño no le diera mucha importancia a esa sala. Tan sólo había un elemento más en ella. Justo en el centro, un alto caballete sujetaba un lienzo a medias. Me acerqué para verlo mejor. Se trataba de un simple boceto a lápiz con alguna que otra pincelada de color. Pero me gustó. Reflejaba la vista del pintor posicionado frente a su obra, la cual abarcaba la pared de en frente y el amplio ventanal que daba a la fachada del edificio. No era ni mucho menos perfecto, pero era una imagen de la realidad. Puede que fuera aburrido, demasiado sencillo o un simple recurso debido a la falta de inspiración y, sin embargo, ese cuadro bien se hubiera merecido una de mis fotos. Lástima, que esa opción no fuera viable.

Abandoné el estudio con satisfacción a pesar de no haber dado con el fichero que buscaba. El cuadro aún se conservaba en mis retinas, donde esperaba que continuase a falta de tener a mi fiel amiga colgada del cuello. Inspeccioné las demás habitaciones sin resultado alguno, sintiéndome más frustrada a medida que mi búsqueda avanzaba.

- ¡SHEILA! ¡Baja! ¡LA HE ENCONTRADO!

Bajé apresuradamente hacia el sonido de su voz, la cual provenía de una de las habitaciones más cercanas a la escalera. La puerta estaba entreabierta y, sin saber muy bien por qué, mi corazón comenzó a ir más y más deprisa. La emoción recorría mis dedos mientras empujaba el último obstáculo, e impulsaba a mis pies a adentrarme en ella. Después, la emoción se convirtió en sorpresa.

Me encontraba en un dormitorio de niño pequeño o, más bien, de un bebé. La cuna de madera se mantenía quieta en una esquina, junto a una mecedora inquietantemente parada. En la pared opuesta había un armario de madera blanca desgastada que tapaba el alegre papel verde que decoraba los muros. El resto del espacio lo ocupaban infinidad de juguetes: cochecitos, peluches y muñecos de todo tipo, un teclado, una caja sorpresa… Me quedé boquiabierta ante todo aquel colorido, olvidando por un momento cómo había llegado hasta allí y quién estaba conmigo. Acaricié con la punta de los dedos el suave pelaje de los animales de peluche y, después, me asomé a la cuna vacía. Un móvil de avioncitos se mecía suavemente sobre ella, como si esperara el momento de alegrar con su dulce música una nueva carita entre aquellas sábanas. Alan también estaba allí, contemplando lo que habíamos ido a buscar. Levanté del todo la mantita de lana, lo cogí con mucho cuidado, como si entre mis manos descansara un bebé dormido, y me senté en el suelo con él apoyado en mis rodillas. Alan hizo lo mismo justo a mi lado. Lo abrí por una página cualquiera y empecé a leer los documentos.

No puedo negar que me defraudó lo que vi. Mucho de lo que allí había era simple papeleo del restaurante Diegos’: contratos, permisos, planos... Pasaba frenéticamente de una página a otra, cada vez más y más rápido. Hasta que me di cuenta de que, entre algunas páginas, había algo más interesante en lo que fijarse: fotos de personas desconocidas, a veces tomadas con un teleobjetivo desde mucha distancia, otras, más cercanas; papeles llenos de números sin sentido y mapas de lugares irreconocibles con infinidad de anotaciones al margen. Ni rastro, sin embargo, de una señal de Diego que nos pudiera servir para salir de allí. La duda se instaló en mi mente, como una molesta mosca que empezara a revolotear detrás de la oreja. Alan miraba los papeles con el ceño fruncido, tan concentrado como yo en encontrar ese supuesto plan. De repente, una de las tantas fotos que había visto pasar por mis dedos, me llamó irremediablemente la atención. Yolanda. ¿Qué hacía allí? No sonreía a la cámara, pues tal vez ni siquiera supiera que alguien le estaba haciendo aquella foto. Su pelo rojo como el fuego ondeaba por el viento en medio de una sombría calle. Estaba vestida con un largo abrigo negro y unos pantalones pitillo de lo más normales. De hecho, era mucho más fácil reconocerla con esa ropa que con el uniforme.

- Hay algo escrito detrás. – señaló Alan.

Volteé la fotografía y, en efecto, había unas letrujas escritas en el reverso que decían: “Vigilar. Posible v.S”. Miré confundida a mi novio, cuyo entrecejo estaba profundamente marcado. Él me devolvió la mirada sin poder responder la gran pregunta: ¿Qué significa esto? Me guardé la fotografía en uno de los bolsillos de la chaqueta sin que Alan se mostrara en desacuerdo. Ya resolveríamos ese misterio, pero ahora nos teníamos que centrar en lo verdaderamente importante.

Seguí pasando una hoja tras otra deteniéndome más en las fotos que allí se escondían, aunque sin reconocer a nadie más. Pronto llegué al final del fichero sin haber encontrado absolutamente nada útil para nosotros.

- Tal vez esta no es la carpeta que buscamos. – aventuró Alan.

- No. Sé que es esta. Estoy segura.

Releímos el montón de papeles para asegurarnos de no habernos dejado nada por el camino, pero no descubrimos nada nuevo; a excepción de un sobre blanco sin destinatario ni remitente intercalado entre dos mapas de Delois. Alan se anticipó a mis pensamientos y cogió el sobre. En su interior, había una carta que decía así:

Si no eres ni Alan ni Johns, más te vale despegar las narices de esta carta. Si sois vosotros, supongo que tendré que disculparme por no haberos dicho que la había escrito. ¿Mis motivos? Son míos y punto.

Como no me quiero enrollar mucho, iré directo al grano. No va a ser fácil. Para empezar, espero que los Sword no estén metiendo sus narices por allí, pero como les conozco, sé que lo harán. Probablemente tengan la zona vigilada y creerán que iréis al bosque como hacen todos, pero no lo haréis, o al menos, no como esperan.

Salid lo más pronto posible, si es a oscuras mejor. Por el jardín, no por la puerta principal hacedme el favor. Como ninguno de los dos podéis conducir, tendréis que ir a pie hasta la ciudad. No os paréis si no es estrictamente necesario. Delois no es buen lugar para pasar la noche. Dirigíos al norte, hacia las afueras y el campo universitario. Cerca de allí comienza el bosque. Adentraros en él todo lo que podáis, siempre en dirección norte.

Si Dios quiere, nos veremos a las tres de la tarde en el bar “El leñador del Norte”, alias el más cutre de España, dentro de una semana. 

Buena suerte.

PD.: Volved a esconder esta carpeta.

                                       

- ¿Eso es todo? – pregunté incrédula. Tanto, para tan poco.

- Parece que sí. – contestó Alan sonriente. - ¿Qué esperabas? No creo que Diego tuviera mucho tiempo para escribirla y, además, no está tan mal.

-Supongo. Bueno, será mejor que nos vayamos preparando. – dije mientras me levantaba.

Alan me acompañó y me quitó el gran fichero para dejarlo donde lo habíamos encontrado, arropado de nuevo en la cuna. Busqué inconscientemente su mano y juntos salimos de allí. Hicimos una parada para recoger la mochila de nuestra habitación y, luego, fuimos a la cocina para tomar algo antes de marcharnos. El silencio entre nosotros volvía a ser profundo, pero no por ello incómodo. Con tener el tacto del otro cerca nos bastaba. Las palabras sobraban.
Sacamos una gran caja de cereales, aunque no nos atrevimos a utilizar la leche porque ya habían pasado un par de días desde su fecha de caducidad. Zumo de naranja tuvo que ser a cambio. Comimos bastante, pero un desayuno cómo aquél no llegó a llenar nuestros estómagos del todo. Supuse que debería irme acostumbrando. Las comodidades se habían acabado para mí desde el horrible accidente de coche.
Creo que Alan metió alguna que otra cosa en la mochila, pero no podría asegurarlo, pues mi mente ya estaba puesta en la puerta del jardín. Todo comenzaría de nuevo, aunque no hubiera parado nunca en realidad. La última vez, a Alan le habían disparado en el hombro y casi murió entre mis brazos. Tenía la esperanza de que mi suerte empezara a ir a mi favor, pero aun así, como había dicho Diego, no iba a ser fácil.



2 comentarios:

  1. realmente te gusta el misterio, no? no acabas de desvelar uno que ya tiene otro... que es v.S? y porque Yolanda es vigilada? es o no es una v.S?
    a pesar del pequeño misterio que pusiste, me encanto el capitulo :)
    ya quiero leer el próximo capitulo! y EXIJO RESPUESTAS AHORA!
    Un besote grande, Lucia.

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    1. Sí que me gusta sí :P Es lo que te mantiene pegado a un libro al fin y al cabo. SI te dijera lo que es, dejaría de ser un misterio, no? ;) Buueeeeno, te voy a decir una cosa, ser una v.S no es bueno :( Y hasta aquí leo XD
      Gracias por comentar y seguir leyendo mi historia Lu!! Besos

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