jueves, 13 de junio de 2013

Capítulo 63

Hola a todos! :) Parecía que el capítulo 63 no iba a llegar nunca, pero está aquí ^^ Me ha costado un poco escribirlo, no sólo por la falta de tiempo, sino porque describir lo que siente Sheila en este encierro que se ha propuesto, no es nada fácil. Yo estoy contenta con el resultado. Espero que a vosotros os guste ;) 

PD: Recordad que aún podéis enviar vuestra cabecera para el concurso ^^ Hay un mensaje en la parte superior izquierda desde la que podéis acceder a las bases. ¡Animaos a participar! ;)

Hasta muy pronto




Al cabo de unos días, mi vida se convirtió en pura rutina. Cada uno de los pasos que realizaba, desde que me levantaba hasta que el sol caía y yo me retiraba a mi cama, estaban controlados por la monotonía. Mi cuerpo actuaba por cuenta propia, empujándome a comer, respirar, seguir viviendo. Apenas era consciente de lo que hacía, pero la falta de preocupaciones se agradecía. Todos los días, solía colocarme frente a mi ventana y dejar la mente en blanco, disfrutando del silencio, la calma, la paz…
Sin embargo, yo misma me daba cuenta de que estaba llegando a mi límite. Cada nuevo amanecer era más angustiante que el anterior. Cada vez, temía más y con más fuerza. Lo único que hacía era esperar al ocaso y cruzar los dedos para ser capaz de soportar el día que se avecinaba, aunque con pocas esperanzas de lograrlo. La noche, a su vez, tampoco me hacía sentir más segura, pues apenas había logrado conciliar el sueño en la última semana. Cerrar los ojos significaba enfrentarme con la amenaza de mis sueños; quedarme en vela, sufrir las tenebrosas y vivas sombras que se proyectaban en las paredes del cuarto. Así pues, sin una salida o salvación a la vista, iba arrastrando el cansancio de mañana en mañana, procurando ignorar los acusadores comentarios de Lucía y Samanta lo mejor que podía.
No volver a ver a Alan tampoco me ayudaba. Lo poco que sabía de él, lo deducía de lo que me contaba mi amiga en nuestras pequeñas charlas. Sin embargo, habíamos hecho un pacto tácito por el cual ninguna de las dos mencionábamos a “nuestros” chicos, así que, por lo que a mí respectaba, Alan estaba fuera del mapa.
Mi voluntad flaqueaba por culpa de la incertidumbre. A veces, incluso me sorprendía a mí misma pensando en salir al exterior. Simplemente, ir y sentir el contacto del árbol que durante horas observaba desde mi cristal. Me imaginaba su tacto, el sonido de sus hojas balanceándose, el viento sobre mi cabeza, el olor del bosque dándome la bienvenida… Había llegado a ser una fantasía tan real, que no siempre podía estar segura de dónde me encontraba, lo cual me desconcertaba y aterrorizaba de tan tentador que era.
Pero no podía hacerlo. NO PODÍA SALIR. Me había prometido a mí misma que iba a conseguirlo y así sería. Pensar en Isabel me daba la fuerza necesaria para continuar con aquel torturador castigo hora tras hora. Pero no solo en ella, sino en todos los que me habían ayudado durante mi camino: Samanta, Diego, Yolanda, Lu… En mi mano estaba salvar a los que me importaban, y si eso significaba encerrarme hasta destruirme, lo haría. Era por ellos. ¿Por qué no lo entendían? Era un peligro para todos, incluso para mí misma. Lo que hacía era lo correcto; o al menos, intentaba creerlo.

A la segunda semana, desgraciadamente, algo rompió la monotonía. “Ya era hora”, decía otra voz en mi cabeza, pero fue acallada por mis nuevas normas y una disciplina extraordinaria, sólo conseguida tras mucha práctica.
Teníamos un nuevo visitante en la casa.
Desde el alféizar de mi ventana, escuché llegar y extinguirse el sonido del motor de su coche. O mejor dicho, de su camioneta. Casi podía verla con el rabillo del ojo, vislumbrar sus bordes plateados. Pero no, no debía. Desvié mi atención hacia el paisaje de mi querida ventana, concentrándome al máximo en el punto que siempre vigilaba, a medio camino entre la decimosexta rama de una haya y el tronco de otra.
Poco después, sin embargo, unas voces volvieron a desconcentrarme. Provenían del vestíbulo. Del salón. Del pasillo…
Llamaron a mi puerta. Di un salto y me puse de pie, encarándome con ella.
- No, Henry. – le detuvo. Mi corazón latía tan fuertemente que temía que me delatara. – Si quiere salir, saldrá. Sólo depende de ella.
               - Alan no creo que…
               - Confíe en mí, por favor.
               Uno de los dos suspiró hondamente y, a continuación, se alejaron de la puerta de mi cuarto. Intenté regresar al alféizar y olvidar lo que había pasado, pero mi mente tenía unos planes muy distintos. Desesperada, abandoné toda esperanza de ser capaz de ignorarlo y empecé a repetir sus palabras.
               ¿Qué habría querido decir Alan con “Si quiere salir, saldrá”? No iba a salir. Puede que hubieran roto mi concentración, pero no podían cambiar mi vida. Ahora no. Era demasiado tarde para echarse atrás.
               ¿Y por qué estaba temblando? Me miré las manos, ambas agitadas por una fuerza que no controlaba. Me moví por la habitación para liberar mi inesperado nerviosismo, a pesar de que mis piernas flaqueaban, desacostumbradas a tanta actividad. No podía respirar bien, pero no me detuve. Mi pecho iba a explotar, me mareé y estuve a punto de tropezarme, pero pude agarrarme a la cama en el último instante. Me senté en el suelo y me encogí sobre mí misma. Tenía unas ganas terribles de llorar, sacar lo que me oprimía el pecho.
¿Pero por qué?
Cerré con fuerza los ojos, tratando de dejar mi mente en blanco para olvidar… para no pensar en… para…
Estuve a punto de ponerme a gritar, pero me contuve.
“¿Por qué? ¿Por qué ahora?”, pensaba cuando empezaron a caer las primeras lágrimas.  Mi control dejó ser tal mientras más gotas con sabor a sal rodaban por mi rostro. Me escondí tras mi cabello, deseando que todo parara. Quería volver a no ser nadie, regresar a aquella rutina en la que a nadie le importaba. Desaparecer. Quería volverme invisible de nuevo, sentirme sola siempre sin importar con quién estuviera.
Seguí llorando sin saber por qué.
- Porque no es cierto – me respondí a mí misma en lo que me pareció un silbido.
“Depende de ella”
Dependía de mí. Yo decidía. Siempre podía decidir. Él no podía hacerlo por mí, ¿no? Así lo habíamos acordado hacía ya varias semanas y, al parecer, seguía siendo real. Sorprendida por mi descubrimiento, me levanté. Mi equilibrio no era el mejor, pero conseguí mantenerme erguida. Tenía opción de elegir y ya lo había hecho. Llegué hasta la puerta, agarré el pomo y…
“No puedo hacerlo”
“Puedes”
Miré por última vez hacia mi ventana y giré el manillar.
Supongo que esperaba encontrarme cara a cara con alguien; no obstante, el pasillo se encontraba vacío y silencioso. El comedor, en cambio, estaba siendo ocupado por voces que gritaban en susurros. Me acerqué hacia allí. La sala no contaba con puerta que lo separara del resto de la casa, pero nadie me vio venir.
- ¿Quién te crees que eres Alan para venir y decirnos qué es lo mejor para ella? ¿Acaso has estado aquí? ¿Eh?
- Tal vez no, pero tengo derecho a opinar, Lu. Te recuerdo que sigo siendo su novio.
- La verdad es que lo dudo.
- Jóvenes, jóvenes, por favor… Me temo que no he venido a aquí para discutir...
- ¿Y para qué has venido, Henry? – le pregunté con voz ronca.
Todos se giraron a la vez. Ni ensayada hubiera sido tan perfecta la sincronía. Tener tantos ojos sobre mí, por otra parte, me molestó mucho más de lo que era normal en mí. Mantuve, eso sí, el temple suficiente como para acercarme un poco más. Mis pasos distaban mucho de ser seguros, lo cual también notó Samanta, que intentó ayudarme.
- Siéntese, por favor.
- No – le contesté con frialdad antes de que sus manos llegaran a tocarme. Sus arrugas eran más profundas de lo que recordaba. - ¿Qué haces aquí, Henry? – insistí.
- Sólo soy un invitado – respondió con total calma.
- ¿Qué está pasando en la mansión? – Un silencio tenso se levantó en el pequeño comedor, al que siguió varios intercambios de miradas entre los presentes cargados de más secretos. Nadie dispuesto a compartirlos, por supuesto. - ¿Por qué no me lo queréis decir?
- Señorita Sheila, por favor…
- ¡Me llamo Sheila! – Estaba perdiendo los nervios, lo sabía, pero no podía controlar mis emociones. - ¿Por qué me lo ocultáis?
- No le ocultamos nada, Sheila – trató de tranquilizarme Henry. Sin su sombrero de paja no era el mismo, pero reconocía su cortesía habitual aun sin él. – Le contaré todo lo que quiera, pero, por favor, siéntese.
Aún era reticente a la idea, como si volver al reposo fuera algo impensable después de haber probado el movimiento; sin embargo, accedí y me senté en uno de los estrechos sofás. Henry ocupaba el otro sillón, mientras que Samanta, Lucía y Alan contemplaban la escena de pie.
- ¿Qué quiere saber exactamente? – Su pregunta me descolocó al principio, pero puse a funcionar los oxidados engranajes de mi cabeza a toda máquina.
- ¿Qué pasó el día de la fiesta?
- Nadie lo sabe con exactitud. – respondió, cruzándose de brazos. Yo, por mi parte, apoyé mis manos en mi regazo, olvidándome de ocultar su temblor. – En la fiesta no pasó nada en particular que yo sepa; sin embargo… Bueno, digamos que sí pasó algo extraño. – Hizo una pausa y miró hacia Samanta, quien parecía tener solo ojos para mí. – Tu padre, mandó que todos los criados se retiraran del salón y se cerraran las puertas. Ninguno de nosotros sabemos lo que pasó dentro, pero debió ser algo… importante. Muchos de los invitados abandonaron la mansión en cuanto las puertas estuvieron de nuevo abiertas. Todos dicen que parecían o bien preocupados, o bien indignaos y molestos. Pero después de eso, no ocurrió nada más.
- ¿Estás seguro?
- Completamente –afirmó con seguridad. Suspiré y me llevé las manos a las sienes, aunque las alejé cuando me di cuenta de a quién le pertenecía aquel gesto.
- ¿Qué dijo mi padre sobre mí? – continué interrogando.
- Sólo una cosa: se nos está prohibido mencionarla en la mansión. Por lo que a su padre respecta, nada ha ocurrido.
- ¿Qué? – No lograba comprender las palabras de Henry. ¿Cómo era posible que algo o así pudiera pasar? – Entonces, ¿es como si no existiera?
- Sí, me temo que sí. – Me obligué a respirar hondo, creyéndome dueña de mis emociones todavía.
- De acuerdo. – “De acuerdo nada”, pensé en su lugar. Tenía muchas ganas de salir corriendo, pero sabía que no llegaría muy lejos, lo cual era realmente frustrante. - ¿Cómo están todos?
- Están… – dudó y esa fue su perdición. No sé cómo le miré, pero la expresión normalmente neutra de Henry, se descompuso por completo. – no muy bien. Muchos están siendo despedidos y de los que quedamos, hay quienes tienen miedo de salir. Otros, en cambio, se marchan en cuanto pueden. Yolanda, por ejemplo. No son tiempo fáciles en la mansión, pero vamos sobreviviendo.
Asentí y me levanté. No podía quitarme de la cabeza que todo lo que me había contado Henry era por mi culpa. Por mi estúpida y maldita culpa. Me tambaleé al tratar de salir de allí y Lucía salió a mi rescate. La aparté de mí como había hecho con Samanta y me sujeté en una de las mesillas del salón. Fue entonces cuando la vi.
Estaba medio oculta por un papel horroroso de embalaje marrón, pero se veía lo suficiente de ella como para reconocerla. Era mi pequeña caja de madera, la que Samanta me regalara cuando fue despedida. La cogí y retiré el resto del papel, descubriéndola por completo.
- ¿Por qué…?
- ¡Creía que os ibais a deshacer de ella! – exclamó Lucía al verla.
- ¿Cómo podríamos hacer eso, Lucía? Era de su madre.
- Me da igual. No significa nada bueno ahora mismo.
- ¿Cómo ha llegado aquí? – les pregunté, molesta por el diálogo de Lu.
- Llegó por correo hace una semana – me confesó Samanta, con claro sentimiento de culpa en la voz. – No sabemos cómo supieron que estabas aquí.
- Por favor, todos sabemos por qué – añadió enfadada Lucía.
- Lucía, por favor, no sigas con eso.
- ¿Con qué? ¿Con la verdad? Todos sabemos que la única forma de que esa cosa llegara aquí es que alguien haya filtrado dónde está Sheila.
- El traidor…
- Exacto – confirmó con tristeza. – Karen tenía razón.
- ¡Eso no es verdad! – exclamó con disgusto Samanta.
- Lo es.
- Ya hemos hablado de ello y creía que habíamos acordado que no íbamos a desconfiar de nosotros. Debemos estar unidos.
- Creo que es un poco tarde, ¿verdad, Alan?
- Cuidado con lo que dices, Lucía. – replicó con una frialdad que jamás había visto en él. – Tú también podrías ser esa traidora que tanto defiendes.
- Jamás le haría eso a Sheila.
- Yo tampoco.
Mientras la discusión subía y subía de nivel, aproveché para escabullirme por el pasillo con la caja bajo mi brazo. Me deslicé a mi habitación y me senté sobre el alféizar como de costumbre. Coloqué la caja sobre mis rodillas y acaricié su madera.
- ¿Qué harías tú, mamá?

Extravié mi mirada en el mundo que se veía desde mi ventana y esperé una respuesta que no llegaba. 


6 comentarios:

  1. *-* Ai Sheila... se esta convirtiendo en una de mis heroínas favoritas. Admiro su valentía, su fuerza, como afronta las cosas y no se viene abajo. Las noticias de Henry me han puesto un poco nerviosa, aver que se trama en la mansión...
    Y Alan es perfección como siempre. El detalle de la caja me ha dejado con la intriga por saber quien es el espía D:
    Necesito cap. nuevo!
    Besos M.T

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    1. Yo creo que Sheila es más fuerte de lo que ella cree, solo tiene que darse cuenta :) Más nerviosos están los de la mansión jaja Pronto se sabrá por qué hay tanto jaleo... ;)
      ¿Quién será, quién será? También próximamente jaja Se admiten apuestas ;)
      Me temo que la semana que viene no estará pero quizás para mediados de la siguiente :S
      Besos MT y no sé si te lo dije pero muchas gracias por la nominación en los premios Odair Cresta ^^

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  2. Lucia presente cumpliendo su juramento! jaja
    Quien sera? jodido traidor que lo quemen y lo tiren al rió! vamos lucia búscalo y mátalo!
    pobre Sheila, no tiene descanso, es que no puedes darle un respiro a la pobre?... pero a pesar de todo la chica soporta las cosas bastante bien, hasta ahora no se quebró y sigue resistiendo, peleando, ella ya entro en mi lista de heroínas favoritas, se gano ese lugar.
    Lo de la mansión me dejo intrigada, que habrá pasado? que se traerá entre manos el papá de Sheila?
    Necesito otro capi y pronto!!
    Besos!

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    1. jaja Me alegro de leerte Lu!! :D
      ¿Y si es Lucía el traidor? ¬¬ chan chaaaaaan *momento tensión* Todavía puede pasar de todo jaja Y esperemos que Sheila pueda soportarlo también :S Para mí es un honor como escritora que la incluyas en tu lista Lu ^^ Siempre pensé que Sheila sería una persona fácil de venirse abajo, pero al final ha sido al revés jaja
      Sólo te digo una cosa Lu, sea lo que sea lo que trama su padre, no puede ser bueno ... ¿o sí? jajaja
      Haré lo que pueda para que esté pronto :S
      Besos y gracias por todo :D

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  3. O_O Me encanta. La espera ha valido la pena porque vaya capítulo. Está todo descrito con muchísima perfección, sus sentimientos mientras que se clausura me ha enganchado muchísimo... Aunque claro, me ha dado mucha pena la pobre Sheila... No sé que tramará su padre, pero sea lo sea acabará sorprendiéndome.
    Espero que no nos hagas esperar tanto para el siguiente :) PLISS
    Un besito :))

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    1. Ojalá no os hiciera esperar tanto... Me va a pasar algo parecido con el siguiente me temo :( Encontrar un hueco va a estar complicado pero haré lo que pueda :)
      Me alegro de que te haya gustado el capi ^^ Como decía al principio, escribirlo no ha sido fácil :S A mí también me da pena... pero esto va a volver a cambiar. Y en no mucho tiempo. Espero sorprenderte ;)
      Besos

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