jueves, 16 de mayo de 2013

Capítulo 61

¡Ya está aquí, ya llegó, dulce capíiiiiitulo! ^^ ¡¿Qué tal estamos?! Y ahora es cuando yo espero un: ¡Bieeeeen! :D Hola, hola, aquí está el capítulo 61, un capítulo que ha costado cocinar, pero que, al final, ha salido del horno. Espero que os deje con un buen sabor de boca :) Dejadme un comentario, please ;) Y disfrutad ^^







Sus arrugas se marcaron y sus ojos pasaron muy pronto de la sorpresa al alivio.
- Han tardado mucho en llegar. Me tenían preocupada.
- Lo sentimos, ¿nos permite pasar?
- Por supuesto, pasen, pasen.
La mujer se echó a un lado y Diego se adentró en la casa. Pero yo no podía moverme. Estaba en un sueño, un sueño extraño, pero un sueño al fin y al cabo. Si daba un paso adelante podría caerme o, quizás, no me cayera porque me despertaría antes de tocar el suelo. Sabía que mis ojos me engañaban, como tantas otras veces me mintieron, pues la mujer que tenía delante no podía estar allí.
- Sheila, vamos, pase. – Me cogió la mano y tiró de mí. Mis pies se movieron por simple inercia y acabé en su estrecho vestíbulo. - ¿Todo bien?
“No”, me hubiera gustado decir, pero mis labios habían enmudecido por temor a que cualquier palabra que pronunciaran llevaran a la desaparición de mi sueño. Diego sí que habló, pero no le entendí. Ambos me llevaron a una luminosa cocina y me sentaron en un taburete. De pronto, vi un vaso de agua en mis manos y bebí de él porque eso era lo que se esperaba de mí. A mi espalda, oía voces. Una preocupada, la otra, hastiada. Entonces, una de ellas se fue y nos dejó a solas.
Noté sus manos arrugadas en torno a las mías. ¿Cómo podía mi imaginación recordar su tacto? La respuesta era sencilla: no podía.
- Te he echado de menos, Samanta.
Me abrazó y la abracé, como cuando era pequeña y lidiaba con mi miedo entre sus brazos. No noté que empezaba a llorar hasta que Samanta limpió mis lágrimas.
- Yo también me alegro mucho de verla.
Alegrarse… ¿Me alegraba yo? Era un alivio saber que estaba bien, saber que volvía a tenerla a mi lado, ¿pero por cuánto tiempo? “Me abandonaste”, pensé en decirle; sin embargo, me di cuenta de que no tuvo otra elección, como yo nunca la tuve. Fue mi padre. Fue ÉL el que nos separó y me arrebató el único enlace que me quedaba entre mi presente y mi pasado. Entre mi madre y yo… “Tú la olvidaste”, me acusé a mí misma. Era cierto. La olvidé. Isabel la sustituyó cuando se fue de la mansión y me sentía terriblemente culpable por ello. Un nuevo peso se sumó a mi excesiva carga, hundiéndome un poco más en el barro.
Y aun así, sí sentía la felicidad en una parte de mi corazón. Tantos recuerdos compartíamos, tantos momentos, tantas historias… Definitivamente, la había echado de menos y esa verdad me bastó por el momento.
- ¿Por qué tú? – Samanta me comprendió como sólo podía entenderme la que fuera mi niñera durante años.
- Bueno, más bien, me encontraron a mí y no pude decir que no. No debe preocuparse, aquí estará bien. – No la contradije. Cada vez me parecía más arriesgado decir cosas como esa. – Ya he preparado su cuarto, ¿quiere verlo?
- Claro.
Samanta encabezó el que fue un corto paseo por la primera y  única planta del edificio, hasta detenerse frente a una puerta. Allí, me cedió el pasó y descubrí una estrecha habitación puramente blanca. Era muy sencilla, pero me había acostumbrado a ella a fuerza de tenerla acompañándome desde muchas semanas atrás. Me senté en la cama, cruzando los dedos para que aquel reducido espacio no sacara a la luz mi problema con la claustrofobia. Acaricié las mantas de lana, tratando de olvidarme de ello, y me percaté del frágil jarrón de cristal que coronaba la mesilla. En su interior, una solitaria flor. Sonreí y me acerqué para olerla, llenándome con su delicado perfume de frescura. No cabía duda de que Samanta me conocía.
Esta, a su vez, seguía en el umbral, mirándome; esperando, quizás, una nueva orden. Las viejas costumbres nunca cambian.
- Es muy bonita.
- Gracias. ¿Quiere comer algo? Puedo prepararle ya la comida.
- No gracias, Samanta. Y, por favor, se me hace muy raro que me trates de usted.
- ¿Cómo dice? – Parecía divertida y escandalizada al mismo tiempo. Su papel de criada seguía arraigada en sus formas, como igualmente les pasara a muchos de los trabajadores de la mansión. - ¿Por qué cambiar las cosas? – preguntó, confirmando mis sospechas.
Negué con la cabeza y dije:
- No pasa nada. Da igual. – No iba a ganar esa batalla. Si es que conseguía ganar algún día alguna…  - ¿Sabes algo de la mansión desde que te…, bueno, desde que…?
- Desde que me despidieron, Sheila. Puede decirlo. – “…me dejaste allí sola”, completé por mi cuenta. – La verdad es que no mucho, pero puede preguntárselo a Henry cuando vuelva.
- ¿Cuándo vuelva? – pregunté confusa.
- Sí, claro. Le pedí que viniera, pero me temo que hasta este fin de semana no será posible.
- Ya veo. ¿Sigue siendo el jardinero de la mansión?
- Por supuesto. El mejor, además. – Samanta rio con fuerza, como siempre solía hacer. Sonreí, recordando al hombre que, con su sombrero de paja, recorría los jardines, cuidando de cada una de sus flores con eterno cariño.
- Seguro que usted sí tiene muchas cosas que poder contarme. Ha tenido que ser toda una aventura.
- Sí… Algo así…
La idea de tener que relatarle de nuevo toda mi historia a una persona, a pesar de ser una tan cercana como Samanta, no fue bien recibida por mi mente. De hecho, la eliminé de inmediato. Por lo que a mí respectaba, habían sido demasiadas las veces en las cuales yo hubiera tenido que contar esa historia donde no todos llegaban a la meta. Cualquier otro podría hacerlo por mí y poner al día a Samanta. Yo, en cambio, no quería recordar más de lo necesario. Y, sin embargo, los recuerdos muchas veces eran lo único que me mantenía en la realidad, quisiera yo vivirla o no.
De nuevo, Samanta debió adivinar lo que pensaba porque no continuó insistiendo. En su lugar, me ofreció enseñarme el resto de la casa, algo que yo acepté para poder ponerme de nuevo en movimiento. Me guio por la pequeña casa, hablándome de sus muebles y peculiaridades como buena anfitriona, aunque sin pararse mucho en los detalles. El espacio se aprovechaba el máximo y daba forma a tres habitaciones (la mía incluida), un cuarto de baño y una habitación para la colada. Esta última comunicaba directamente con una puerta trasera al jardín. No había macetas allí, sólo césped salvaje que se internaba el bosque o tal vez saliera de él. Era, por tanto, un pequeño claro donde la casa se había ganado su propio lugar dentro del paisaje. Pocos segundos después, me despedí de él y volvimos al interior, donde nos esperaba un comedor tan sencillo como el resto de la casa. El único lugar que destacaba de todo el conjunto era la cocina, a donde regresamos para esperar a Alan y Lucía.
Samanta se puso su delantal y empezó a sacar cazuelas y sartenes. A falta de otra cosa mejor que hacer, me entretuve con unos crucigramas que encontré en la encimera. Me concentré en buscar las palabras que completarían los huecos, pero estas se resistían a ser encontradas. Acabé por inventarme la mitad de la cuadrícula antes de darme por vencida y convencerme de que los crucigramas no eran lo mío. Mi ex niñera, mientras tanto, iba de un lado a otro, extremadamente ocupada en su labor de cocinera. Sacaba botes de especias, ingredientes del congelador, cucharones del cajón… Era como estar observando una danza particular en la que la sincronización de los movimientos, como en cualquier baile, era la clave de todo. Poco a poco, se iba formando en el ambiente un aroma más y más complejo. Tomate, harina, pimienta… Olía delicioso, aun sin estar terminado; no obstante, no me abrió en absoluto el apetito. Sentía el estómago pesado y contraído por los nervios y la incertidumbre.
¿Dónde se habrían metido Lucía y Alan? Estaban tardando demasiado. Había decidido confiar en Lucía, pero ¿y si me había equivocado? ¿Y si todo formaba parte de una trampa más grande? Una pregunta llevó a otra. Y esta, a una tercera. La maraña se agrandó y creció hasta tal punto que creí que iba a vomitar.
Me levanté y, sin molestarme en inventarme una excusa, salí de la cocina rápidamente. Recorrí el angosto pasillo en unos pocos pasos. Sabía a dónde iba y mis pies también. A pesar de mis dedos terriblemente temblorosos, abrí con premura la puerta de la lavandería y me precipité hacia su segunda salida. Me sentí un poco más tranquila cuando una ligera brisa acarició mi rostro. Apoyé la espalda sobre la pared de la fachada, dejándome caer hasta quedar sentada en la hierba, a la cual me agarré por miedo a seguir cayendo en un abismo que no podía ver. Mi mente seguía colapsada por el no saber, pero, al menos, me encontraba en un lugar que me era más fácil controlar.
Seguí esperando, esperando, esperando… Con los segundos, aumentaba mi nerviosismo, alejándome del equilibrio. Lo único a lo que prestaba atención era a mi oído para poder escuchar su llegada. El sol me quemaba, pero no me importaba. Seguí así hasta que me llegó el sonido de unas pisadas sobre la grava del camino. No lo pensé, me alcé y empecé a correr. Cuando estuve lo suficientemente cerca, le eché los brazos al cuello y le besé sin importarme quién pudiera vernos. Mi corazón latía desbocado, pero sentirlo bombear con fuerza era un regalo.
- Esto sí que es un buen recibimiento – bromeó.
Le apreté más hacia mí y le susurré:
- No vuelvas a hacerme esto. – Me dio igual si sonaba egoísta, necesitaba decirlo.
- Lo siento, Sheila, creo que ha sido por mi culpa; me perdí un poco – se disculpó Lucía.
Me giré hacia ella y le di la mano, ella me la estrechó.
- No pasa nada. ¿Estáis bien?
- Sí, sanos y a salvo.
Los tres subimos los escalones del porche y Lucía sacó de su bolsillo unas llaves de cuya arandela colgaba una figurita de una rosa. Las llaves no llegaron a completar un segundo giro, pues la puerta fue abierta desde dentro y unos brazos rodearon a Lucía, quien se lo devolvió pasada la sorpresa inicial. Samanta comenzó a formular un interrogatorio al cual Lucía respondía con disculpas entrecortadas. Las arrugas de la mujer se fueron borrando poco a poco conforme avanzaban las explicaciones de Lucía y, aunque no llegaron a desaparecer, se la notaba más tranquila. Sólo entonces debió de darse cuenta de no habíamos pasado del porche y nos cedió el paso, avergonzada por su falta de educación. Fuimos pasando uno a uno al salón, pues no cabíamos todos en el diminuto recibidor.
               - ¿Y Diego? – preguntó Lucía tras acomodarse en uno de los sillones.
               - Se fue hace unas horas. Dijo que tenía que volver a Delois cuanto antes.
               - Me lo imaginaba - ¿Era eso decepción? – Espero que no haya tenido problemas en el paso de la 43.
               - Le llamaré – se ofreció Alan. Quise retenerle a mi lado nada más escucharlo. Al final, opté por cerrarlas en sendos puños apoyados en mi regazo, como si así pudiera aprisionar su voluntad. Mis ojos, en cambio, le suplicaron quedarse. Alan, sin embargo, no entendió el mensaje (prefiero pensar eso a que lo ignorara), y salió de la habitación en dirección a la salida principal.
               - ¿Quieres algo, Lucía? ¿Un té quizás? - le preguntó cortésmente Samanta.
               - No gracias.
               Cumplida su misión, regresó a su cocina, dejándonos solas a Lucía y a mí. De fondo, oía la conversación telefónica de mi novio, pero no conseguí discernir sus palabras.
               - ¿Todo bien por aquí, Sheila?
               - Sí – contesté de forma automática, aunque el "no" quemara en mis labios. – Mira, creo.. creo que será mejor que me vaya. Estaré… en el jardín. – No fue algo premeditado. Quería escaparme de ella y no se me ocurría otro lugar al que acudir.
               - Iré contigo.
               - ¡No! Quiero decir… - intenté corregirme, pero ya era demasiado tarde. – Dile a Alan dónde estoy, ¿vale? - No esperé su respuesta, sino que me levanté y salí de allí tan rápido como podía sin parecer que corría.
De pronto, me vi sentada en una roca del lindero, a la sombra de una gran haya. No recuerdo cómo llegué allí, pero el caso es que allí estaba yo, abrazada a mis piernas y oculta tras mis revoltosos rizos.
No entendía lo que sentía y no sabía si quería entenderlo. Había decidido confiar en ella y nada me indicaba que estuviera en mi contra, ¿no? Hasta ese momento, había sido de gran ayuda y un buen apoyo. Al fin y al cabo, nos había advertido de la visita de la señoritinga Sword y sabía cuánto le debía por ello, una deuda que no me veía capaz de saldar. ¿Sería ese el problema? ¿Le debía demasiado? No, no podía ser. ¿O sí? “¿Y por qué te preocupabas por ella entonces?”, me rebatí a mí misma. Era cierto; quería que llegara a salvo hasta la casa de Samanta y, aunque había desconfiado de ella por momentos, en el fondo sabía que no había urdido ninguna trampa contra Alan, ni contra mí. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué tenía la sensación de que algo seguía sin encajar?
- Sheila, vuelve ahora mismo dentro de la casa.
- ¿Qué? – respondí inmersa aún en mis confusos pensamientos. Me puse la mano a modo de visera para poder verle. - ¿Qué dices?
- Tienes que volver. Ahora.
- No…
- ¡AHORA, SHEILA! ¿No has tenido suficiente por hoy o qué?
- ¡¿Se puede saber de qué estás hablando?!
- ¡¿Es que no te das cuenta de que al ponerte a ti en peligro también nos expones a él a todos?! ¿Es que quieres que descubran a Samanta? ¿Eh? ¡¿Es eso lo que quieres?! – No me digné a responder. - ¿No? Pues vuelve ahora mismo adentro.
No me moví. Por un segundo, no supe quién era la persona que me gritaba. Por un segundo, contemplé la idea de perderme en el bosque. Por un segundo, incluso pensé en darle una bofetada. Pero no hice ninguna de esas cosas. En su lugar, me di lentamente la vuelta y comencé a andar hacia la casa. Cada paso me costaba un mundo y hacía que mi carga doblara su peso. Corrí para intentar aligerarla, pero no sirvió de nada. Cerré de un portazo la puerta de la habitación que no era mi habitación y maldecí a quien fuera por no tener cerrojo. No sé a quién podría engañar, pero, desde luego, yo no me sentía más segura allí.
No me alejé de la puerta, lo que me permitió ser consciente de cada uno de los movimientos que se daban lugar dentro de la casa. Oí retazos de conversaciones rápidas y alteradas  y, después, los pasos de una persona que se acercaba. Su llamada sobre la madera retumbó en mi pecho.
- Sheila, soy yo, abre la puerta.
Una vez escuché lo mismo. En aquella ocasión era la voz de una persona muy cercana pero, ni siquiera ella, pudo traspasar la muralla que nos separaba. ¿Por qué iba a ser distinto ahora? “Porque tú eres distinta”. Nada más me pareció más real que aquello. Ni el encuentro con Karen, ni la muerte que yo había provocado, ni verme a mí misma cerca del fin... Nada. Y tuve miedo, pues no podía luchar contra esa verdad. Por mucho que intentara ignorarla, rechazarla, incluso rebatirla; seguía allí y no se iba a marchar. Todos éramos diferentes... 
Me alejé de la puerta un paso, sin avisar a la persona que seguía esperando por mi respuesta. A diferencia de entonces, no se rindió, sino que abrió la puerta y entró en el cuarto. Se situó a mi lado y me atrapó entre sus brazos. Una lágrima corrió por mi mejilla y, junto a ella, unas cuantas más. Lloré sobre su hombro hasta que me quedé sin fuerzas para seguir. Las piernas me temblaban, así que me hizo sentarme al borde de la cama.
- Lo hace por tu bien, Sheila. Lo sabes, ¿no? - ¿Qué iba a saber yo? Se suponía que era una estúpida y Alan, una persona paciente; no obstante, si bien seguía creyéndome bastante imbécil, no reconocía a mi Alan en la persona que me gritaba órdenes escasos momentos antes. No podía ser él. – No te haría daño. Ninguno de nosotros lo haríamos.
- ¿Cómo puedes estar tan segura? – Mi voz se quebró. – Ya no sé qué pensar, Lucía. ¿Cómo quieres que confíe en ti si ni siquiera sé quién eres?
- Sí lo sabes, lo que pasa es que no te acuerdas. Eso es todo.
- No sé de qué me hablas. – Exasperada, escondí mi rostro tras mis manos. ¿Es que no se daba cuenta de que era imposible que nos conociéramos? No había nada en lo que pensar, nada que recordar. Estaba cansada de fingir lo contrario. Todo lo que me venía a la mente de la mansión eran retazos de dolor y encarcelamiento que esperaban su oportunidad para continuar su tortura habitual. Notaba la histeria agazapada en mi mente, preparada para hacer una aparición inolvidable.
Y comenzó a cantar. Al principio, fue un murmullo muy tímido, hasta que, poco a poco, fue ganando fuerza y se convirtió en una sencilla melodía. La melodía se complementó con palabras; y las palabras, cerraron el puzzle.
- … para siempre – terminé. Confundida, la miré a los ojos. Era… - ¿Lu?




8 comentarios:

  1. *-* lloro. El final ha sido muy bonito, a pesar de la regañina, el capítulo me ha parecido muy emotivo. Las emociones, los sentimientos, las acciones que hace Sheila las escribes tan detalladamente que haces que el propio lector se sitúe bien en la historia. Escribes como una verdadera escritora (y como ves no me cansare de repetirtelo xD)
    Besos M.T

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias MT ^^ Ha sido un capítulo que me ha costado mucho escribir precisamente por eso, pero me alegro de haber hecho algo que te guste :) Yo sigo sin estar muy convencida de algunos párrafos, pero lo hecho, hecho está jaja GRacias por el cumplido :P
      Besos

      Eliminar
  2. Oh, que gran capítulo! Que profundo, cada vez escribes mejor :)
    Para cuando el proximo?
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Kestra ^^ Siempre se intenta mejorar :) y se puede seguir mejorando jaja
      El próximo... no lo sé. No he hecho previsiones si quiera porque van a venir ahora unas semanas un poco complicadas para mí, así que os iré avisando en las entradas :S
      Un beso para ti también y gracias por comentar ^^

      Eliminar
  3. Crispi, tengo que decirte que este capítulo me encantó en todos sus aspectos, no me esperaba en absoluto que volviera a parecer Samanta.
    Lo que me deja muy descolocada es el final, al final si que se acuerda de Lucia pero podrías haber seguido un poco ¬¬ jaja es broma.
    La verdad que aunque el capítulo tardara en salir del horno la espera mereció la pena porque está muy pero que muy bien ^^
    Besos ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ahí reside lo bueno, que sorprenda ^^ Se acuerda de Lucía por una razón muy especial que descubriréis en el siguiente. No lo continué este porque ya me parecía muy largo :S A ver si puedo terminar pronto el siguiente y no dejaros con la intriga :)
      Gracias Ana ^^
      Besos

      Eliminar
  4. Que capítulo tan tierno... tan humano. Me ha encantado. Ese reencuentro, que nos ha pillado desprevenidas, ese final tan lindo y esos sentimintos de miedo, inseguridad y conmoción que has sabido hacernos llegar. He disfrutado. Espero el siguiente.
    Un besito :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Jane :) Me alegro de que te haya gustado ^^ Comentarios como el tuyo son los que me animan para estrujarme el cerebro y seguir intentando sorprenderos :P No sé cuándo voy a tener el capi :s Espero que pronto ...
      Besos

      Eliminar