En este caso, es el mío puesto que no he recibido ningún cuento... :S Me da un poco de pena porque estaba deseando poder ver qué se os ocurría, pero bueno así tenéis el mío como de ejemplo por si queréis participar en próximas ediciones :)
Creo que seguiré subiendo de vez en cuando esta sección porque me parece muy graciosa y no sé... me gusta jajaja Así que si os habéis quedado con las ganas de poder participar esta vez, no os preocupéis porque volveré a subir otro collage cuando haya recogido suficientes dibujitos de mi cuaderno :P Ya tengo ganas de ver cómo es jajaja
Por mi parte nada más. Espero que os guste mi relato, el cual me ha quedado un poco... rollo fábula o algo así jajaj No sé, ponedme en los comentarios vuestras opiniones :) Un besazo!!
Érase una vez, en una pequeña aldea rodeada de una de las
más hermosas praderas que jamás podáis soñar, una joven de largos cabellos
azabache. Su vida era humilde y reposada, sin muchos lujos ni excesos, pero no
por ello menos plena; pues en aquel lugar la primavera nunca parecía acabarse, como tampoco la felicidad de sus
habitantes.
Cada mañana, la joven salía al jardín y recogía con cariño y
ternura los frutos de su querido manzano hasta que su cesta de mimbre,
rebosante de manzanas, comenzaba a pesar demasiado para sus finos brazos. Era
entonces cuando volvía a su sencilla cocina y, tras un trago del agua que
guardaba en una de las vasijas, comenzaba el día con la mayor de las sonrisas.
Tal era la adoración que procesaba a su jardín y tal la inmensa paz y sosiego
que gobernaban su alma, que no imaginaba cómo podía ser más afortunada.
Sin embargo, todo empezó a desmoronarse cuando los dioses
del bien y el mal, atraídos por la luz de su corazón, decidieron jugar con el
destino de la muchacha.
El dios del mal, retorcido y grotesco por naturaleza, se
mesó con minuciosidad su espeso bigote antes de anunciar, con gran alegría,
haber encontrado la solución para poder divertirse a costa de la felicidad de
la joven. Pronunció profundas y antiguas palabras, chascó los dedos y apareció
de la nada un frasco de cristal tremendamente delicado, cuyo contenido de color
rosa fluía con impaciencia. Así, ante la mirada horrorizada del dios del bien,
vertió su contenido sobre su elegida mientras su estridente risa rebotaba por
los cielos.
De inmediato, el corazón de la joven se llenó de infinita
angustia. Se sintió desfallecer, esfumada de pronto toda su energía. Se llevó
la mano al pecho y suspiró dolorosamente al notar en su interior un vacío tan
grande que amenazaba con ahogarla en llanto. Decidió regresar a su amado
jardín, donde esperaba que el azul del firmamento, el sol, el cantar de un pájaro madrugador, el
olor de las manzanas o el frescor de la sombra del árbol aliviarían su
tormento. Pero no fue así, ya que recoger el dulce fruto de su manzano le
parecía, de pronto, inútil y sin sentido y el paisaje, demasiado brillante y
perturbador.
A partir de entonces, pasó horas y horas frente a la
ventana, viendo los días pasar y con ellos las lunas. Los meses continuaron su
senda, Halloween vino y se fue, otras fiestas también lo hicieron, pero la
muchacha no pudo hallar la respuesta que tanto anhelaba: “¿Qué me ocurre? ¿Qué me falta?”
El dios del mal reía complacido al observar la desesperación
de su experimento personal. “Jamás averiguará la razón de su devastación, ya
que yo mismo me aseguraré de que nunca encuentre a aquel que completará su
corazón ahora fragmentado. ¡Oh, amor, qué traicionero y extraño eres! ¡Adoro yo
tu destrucción!”
El dios del bien, en cambio, contemplaba a escondidas los
movimientos de la desgraciada joven, esperando encontrar la oportunidad de
ayudarla sin que el dios del mal se percatara de su implicación.
Así pues, la joven continuó con su desventura, llorando de
noche y malviviendo de día. En ocasiones, sin embargo, creía encontrar calma en
los refinados pasteles que su vecina, motivada por una compasión y bondad
inusuales, le traía religiosamente cada domingo. Otras veces, sentía su alma
titilar ligeramente al contemplar las rosas y demás flores de la pradera, cuyos
pétalos carmesí pintaban de colores su humor gris.
Poco a poco, aquellos destellos fueron floreciendo,
creciendo y fortaleciendo con cada disimulado guiño del dios del bien. Nada
podía hacer el dios del mal, quien, frustrado en su incomprensión del resurgir
de la esperanza en el corazón de la muchacha, desparramaba en su espíritu
cuanto líquido rosa del amor podían crear sus mágicas manos. No obstante, lo que no
sabía el dios del mal era que con cada gota de su pócima, más se enamoraba la
joven de los pequeños detalles del mundo. Así, con los días y las lunas, la
joven pudo al fin recuperar el fulgor en su mirada y, más tarde, el significado
de su sonrisa. Había redescubierto el mundo y había aprendido a amarlo sin
necesidad de que ninguna persona llenara el hueco de su pobre corazón
magullado. Porque, siempre debéis recordarlo, se puede vivir con medio corazón
y sentirse completo, sentirse feliz.
FIN
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