miércoles, 12 de febrero de 2014

Capítulo 68 (parte 1)

Hola hola!! :) Capítulo nuevo en Si el tiempo llega tarde!!!!! Yujuuuuuu :D La verdad es que estoy deseando compartir este capi con todos vosotros porque creo que refleja bien el cambio que quiero describir en Sheila. Han pasado 5 años y las cosas han cambiado mucho. Sólo queda ver cómo sobrellevan esos cambios los que la rodean :S ¿Creerán que es una traidora como todos dicen tras descubrir que trabaja con sus enemigos los Sword? ¿O seguirán confiando en ella a pesar de todo? Leed para descubrirlo ^^
¿Y para cuándo la parte 2?, diréis ;) Pues muy muy pronto porque el miércoles de la semana que viene, es decir, el 19 de febrero :P subiré una entrada con la continuación ^^ ¡Os espero! :D
Un beso enorme y hasta el sábado :)



Los rumores se habían adueñado de la mansión. Susurrados a través de labios temblorosos por la rabia o el miedo, se extendían por las conversaciones más efímeras y discretas. Al principio, siempre eran recibidos con curiosidad, disfrazados de un cotilleo más que guardar en la lista de los desechados; sin embargo, el secreto que portaban desfiguraba el rostro de su nueva víctima en pocos segundos, tornándose sorprendida, asustada, escandalizada y mucho, mucho más. Todo contenido en unas pocas palabras cuyo veneno era rápido y mortal. El caos no tardó en sacudir los cimientos de todos los que oyeron tales rumores, transformando en ocasiones los corazones más puros en escépticos. Y lo peor era que el incendio no había hecho nada más que desplegar una ínfima parte de su poder.
Sheila no era ajena a la destrucción que tantas habladurías estaban provocando en el seno de su propio hogar y entre las personas en las que más confiaba, al menos hasta ese momento. Y, sin embargo, se limitaba a observar el avance de las llamas, sabiendo que nada podía hacer para detener semejante locura. No, los rumores habían alcanzado a demasiada gente. Era demasiado tarde para apagar la chispa que ella misma había prendido.
La frustración llenaba su ser y no le permitía dormir, obligándola a reflexionar en silencio sobre todo lo que había fallado para llegar a aquella situación. Sus noches se transformaron de pronto en remordimientos y acusaciones incentivados por las cartas que se acumulaban en su despacho. Éstas habían aparecido tímidamente el primer día, pero su número había ido aumentando con increíble rapidez, colapsando en poco tiempo su correo con reclamaciones cuyo objetivo común era claro: obtener la verdad. Sólo eso: la verdad. Qué inocente parecía ahora esa palabra… Qué absurda.
¿Cómo pretendían descubrir la verdad si en aquel su mundo se consideraba como la cosa más ajena e inútil inimaginable? ¿Cómo se atrevían a pedirle sinceridad después de cinco años de ahogarla continuamente en sus mentiras? ¿Por qué se creían en el derecho de exigir honestidad cuando no conocían otra cosa sino la supervivencia del egoísta? ¿Es que acaso pensaban que se merecían saberlo? ¿Que ella iba a dignarse a concederles semejante deseo?
Y sin embargo… Sin embargo todos ellos tenían razón. La maldita razón de todo: su silencio, su culpa, su egoísmo. Les estaba traicionando a todos ellos. ¿Cómo diablos se suponía que iba a soportarlo? ¿Cómo podía superar la presión de su pecho? ¿Cómo se hace desaparecer el miedo?
- ¿Se puede?
La había pillado por sorpresa; no obstante, ni siquiera se dignó a contestar, sino que dirigió la vista hacia sus manos y allí fijó su atención, esperando que, por una vez, se alejara de ella. Sin embargo, su deseo murió en su mente, por lo que la cabeza de la criada se asomó por el resquicio de la puerta y, siguiendo su costumbre de no esperar respuesta, avanzó con paso lento hacia el escritorio donde se reguardaba su eterna protegida, rodeada como siempre de decenas de papeles que se esparcían y multiplicaban a lo largo y ancho de la mesa. Algo había en ellos que los diferenciaban de las habituales hojas administrativas de mareantes cifras, pero la mujer no supo decir qué era.
- No tengo hambre, Samanta – dictaminó Sheila con rotundidad. No alzó la cabeza, no la miró; no era capaz.
- Le he traído un poco de café. Estoy segura de que esta noche no ha pegado ojo, ¿o me equivoco?
Sheila soltó el bolígrafo que hasta entonces había sostenido con fuerza y escondió su rostro entre sus manos. Necesitaba despejarse… Necesitaba…
 - Samanta no…
De pronto, alguien llamó a la puerta del dormitorio. Los hombros de la joven se tensaron de inmediato, asustando a Samanta, quien a duras penas pudo esconder el temblor de sus manos en los bolsillos de su uniforme.
- ¡Adelante!
La puerta crujió en oposición a tanta visita.
- ¿Señorita Johns?
- Don Jaime, pase. – No esgrimió felicidad su voz, sino la dureza propia de una orden. - ¿Qué desea?
- Esperaba hablar con usted un momento.
- Usted dirá.
El hombre sonrió con ánimo y afabilidad, aparentemente satisfecho con haber captado la atención de la muchacha. Sin embargo, Samanta no encontraba motivos para sentirse tranquila y había empezado a temblar ligeramente en un discreto rincón, al cual se había retirado para pasar de desapercibida por aquel inoportuno caballero de risa fácil.
- Verá, sólo quería compartir con usted algo que he oído hace poco. – Sheila se tensó cual arco a punto de lanzar una flecha, pero don Jaime siguió sin percatarse del peligro. Grasso error. – Le resultará gracioso pero dicen que usted…
- ¿Por qué debería interesarme lo que digan de mí los demás? – Directa. A. Su. Cabeza. Sin defensas, el hombre sonrió, claramente desorientado.
- Disculpe, pero yo creí que…
- Pues me temo que creyó mal – le cortó Sheila. – No me gusta que nadie me haga perder el tiempo, don Jaime. Ni mucho menos que vengan para reírse de mí en mi cara. – Don Jaime intentó explicarse con palabras cargadas de nerviosismo y desesperación, pero ella se limitó a callarle con un ademán de su mano. – No sé quién se piensa que soy, pero no me importa una mierda lo que haya dicho el gilipollas de turno. Así que, si no tiene nada más inteligente que decir, más le vale salir de mi habitación antes de que cambie de opinión.
Don Jaime abrió la boca, pero fuera lo que fuera a decir, pareció pensárselo mejor y, con una paupérrima disculpa, salió lo más rápido posible del dormitorio, dejando gran parte de su coraje y honor por el camino.
Sheila no se relajó a pesar de ver desaparecer la figura del hombre tras su puerta. Le era mucho más fácil esperar a que volviera para luchar. ¿Por qué ya nadie luchaba contra ella cara a cara? ¿Por qué todos tenían que mentir y salir huyendo? Les odiaba tanto… Cobardes. Falsos. Mentirosos. Manipuladores. Traidores TODOS. ¡LES ODIABA!
Y, de repente, un llanto.
               Sacudió la cabeza, intentando ahuyentarlo, pero aquel sonido no dejó de martillearle los oídos con la insistencia y la fuerza de un taladro, con mayor agudeza que una espina. Se giró y buscó con la mirada el origen de aquel lamento, pero solo recibió el eco que se dispersaba y rebotaba en las paredes del dormitorio. Furiosa y con el corazón a punto de salirse de su pecho, gritó:
               - ¡Basta!
               Su ruego fue escuchado y el llanto cesó, pero el silencio resultó aún más extraño y vacío sin aquella errática melodía. Fue entonces cuando la vio.
               - ¿Samanta?      
               Una figura grisácea temblaba y sollozaba en secreto en una esquina del cuarto, tan acurrucada en la esquina que parecía camuflarse con la pared en la que se apoyaba. Cual criatura indefensa, Samanta se protegía con sus brazos, creando una burbuja de seguridad en torno a su cuerpo.
               - Samanta, ¿qué te ocurre?
               La distancia entre ellas era cada vez menor, pero cuanto más cerca se encontraba Sheila, más temblaba la anciana trabajadora, cuyos espasmos y quejidos aterrorizaban a la muchacha. Como en la peor de sus pesadillas, alzó su mano, temiendo ver desaparecer a la niñera en cuanto sus también temblorosos dedos la tocaran.
Fue inmediato. El mínimo roce, el más sutil de todos, sirvió para que Samanta huyera de ella, como si su simple contacto la quemase. Se encorvó aún más, haciéndose cuan pequeña le permitía su maltrecha espalda y siguió llorando. 
               La mano de Sheila se quedó en el aire. Su mirada fija en ella, tan desconsolada, o incluso más, que el desesperado llanto de Samanta. Notó escarcha en el corazón. Lo escuchó latir, pero no lo sintió en su interior. Lo dio por perdido, encerrado probablemente en algún rincón helado y oscuro. Sus dedos temblaban aún mientras algo mucho más profundo se removía en su interior. Un sentimiento de culpabilidad y preocupación que se intensificó cuando, reuniendo valor, Samanta desmontó poco a poco su cápsula y se atrevió a alzar la cabeza en su dirección para decir:
- Lo siento, Sheila. – Cómo pronunció aquello sin ahogarse, aún resulta un misterio; pero la muchacha que bebía de su mirada deseó no haberlo escuchado jamás. El instinto de salir huyendo era casi irrefrenable. – De verdad que lo siento. No sé lo que me ha pasado… Es que… Dios, yo… Lo siento.
- No pasa nada, Samanta. – Su voz tembló al son del ritmo quedo y constante de las últimas lágrimas que caían por un rostro arrugado y petrificado por el horror y el miedo. No cerró los ojos. Quería ver. Quería saber. – Crees que los rumores son ciertos, ¿verdad?
Samanta se quedó paralizada. El momento que tanto había temido había llegado. Sin embargo, no podía quitarse de la cabeza el frío que sintió al ver el odio fluyendo por los mismos ojos que ahora la miraban con pena. Aquellos ojos que tan bien conocía. O creía conocer.
- Mi niña… - Se abalanzó sobre su brazo y lo aferró con una necesidad casi desesperada. - Yo sé que usted es una buena chica. Siempre ha sido una buena niña, ¿verdad? Un poco revoltosa a veces, pero buena al fin y al cabo.
Sheila desvió la mirada, huyendo de los recuerdos llenos de añoranza, del pasado feliz que pintaba de color de rosa cuentos de hadas. Tragó con dificultad y volvió a mirar a su niñera. Habría sido demasiado cruel arrancarla del pasado para demostrar lo equivocada que estaba, aunque también tan fácil… No podía hacerlo… No podía decírselo y ver cómo se apagaba para siempre. La mentira quemaba en sus labios, así que alzó con esfuerzo sus desacostumbrados labios y esbozó como pudo una sonrisa tranquilizadora.
- Sí, Samanta. – Su brazo dolía, su alma más; sin embargo, ya no podía detenerse. - Da igual lo que pase, yo siempre seré esa niña, ¿me oyes? Aún te necesito a mi lado.
- Y me tendrá a su lado – exclamó con júbilo. Sheila empujó el sabor agrio de su boca y se concentró en su rostro. El rostro que no volvería a ver.
- Escúchame, Samanta – la llamó. Esta asintió llena de emoción, apartando el miedo que antes la había nublado. ¿Por qué iba a temer a su niña? Casi le resultó gracioso. - Estoy harta de comer aquí sola y deprimida tarde sí y tarde también. ¿Por qué no lo organizas todo para que pueda bajar hoy al gran salón? Creo… creo que me sentará bien – Con cada palabra, a sus labios les costaba un poquito más mantenerse erguidos. – Y… bueno, ya que estamos, ¿por qué no te pasas esta tarde por mi cuarto y… no sé… charlamos un rato? ¿A las seis te parece bien?
El rostro de la criada se iluminó cual brillante estrella, logrando que el corazón de la joven latiera con más fuerza y, al mismo tiempo, cada vez más lento, moribundo.
- ¡Claro, claro! Salón. Comida. Su habitación. ¡Así será! No sabe cómo me alegro de escuchar esto. Sabía que mi Sheila seguía ahí.
Su risa retumbó en el vacío pecho de la muchacha, haciendo vibrar todo su cuerpo con una emoción que no le pertenecía. Sin embargo, Samanta no pareció notar nada de esto, ya que, tras alisar su uniforme y secarse unas pocas lágrimas despistadas, salió del dormitorio risueña y renovada, tan feliz que jamás nadie hubiera pensado que momentos antes era incapaz de hablar o sentir más allá del miedo. De hecho, tal era su alivio que sus gestos, su mirada e, incluso, su manera de andar, cambiaron. Más de una compañera se sorprendió al ver en ella algo distinto, una chispa, una luz; y no pudo evitar preguntarle si le había pasado algo, a lo cual Samanta respondía: “¿Es que a una le tiene que pasar algo para poder sonreír un poco?”.
En cambio, atrás había dejado una atmósfera muy distinta.
Sheila se había quedado quieta, insegura de si sus piernas las sostendrían si se atrevía a dar un paso. Sus manos se convirtieron en puños y en su pensamiento solo había cabida para un único deseo: poder hacer suya aquella felicidad, aunque solo fuera una pequeña parte del placer que había visto en la mirada de su antigua niñera. Estaba convencida de que una sola gotita de esa misma alegría habría curado muchas de las cicatrices que la marcaban, sustituyendo el frío de sus huesos por el cálido aliento de un corazón vivo.
Sin embargo, en lugar de aquella excelente medicina, Sheila recibió el golpe de la culpa. Todo su cuerpo se hundió y dobló a su merced, tremendamente consciente de haber engañado a una de las personas que más le importaban en el mundo. Y es que bien sabía la joven que Samanta descubriría sólo silencio cuando acudiera a su encuentro esa misma tarde. La buscaría, sabía que lo haría; pero nadie podría darle respuestas hasta que fuera demasiado tarde. Y entonces, comprendería que aquel dormitorio se había detenido en un recuerdo muy, muy lejano al de la chica que un día pilló llena de barro por haber estado correteando por el bosque.

Como si de un autómata se tratase, el cuerpo de Sheila se movió, llevándola hasta su teléfono y marcando el primer número de su agenda a la espera de escuchar su voz, aunque fuera una última vez.

3 comentarios:

  1. ¿Se puede escribir mejor? No.
    Me encanta.
    Necesito más y más.
    ¿Cuando se acabe la historia harás otra? Espero que sí… :3
    Sube pronto,besos.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias Soñadora *.* Me alegro mucho de que te guste porque me ha costado mucho poder terminarlo de forma que me sintiera orgullosa y satisfecha de lo cómo había quedado :) Tendrás más ^^ Dos capítulos más, según mis cuentas :P El miércoles espero verte por aquí ;)
      Habrá otra historia, sí :) Ya estoy pensando en ella y creo que tengo un par de ideas, pero aún no he empezado a escribir ninguna :S Mejor será que termine esta primero jajaja
      Besos

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  2. ¡Hola Crispi! Al principio el giro de la historia, que de pronto hubieran pasado 5 años y el cambio de narrador a tercera persona me desconcertó bastante y no paraba de pensar en todo lo que habría pasado en ese tiempo hasta llegar a el punto actual de la historia.
    Sin embargo, ahora lo veo una decisión muy acertada y el cambio que se aprecia en el personaje de Sheila es asombroso.
    Me da un poco de pena que esto esté a punto de acabarse, pero a la vez no puedo esperar a saber el final y lo de que vayas a seguir con otras historias es genial.
    Besos ;)

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