Feliz día de Reyes!!!! ^^ Sé que, a lo mejor, no todo el mundo que está leyendo esto celebra esta tradición, pero si en efecto, como yo, disfrutáis de ella, espero que os hayan traído muchas cosas ^^ y lo que es más importante, que os hayan traído algo de ilusión y la oportunidad de compartirlo con vuestra familia y amigos :)
Yo he fallado este fin de semana pasado :( Lo sé, no empecé muy bien el año porque no subí ni la encuesta ni los villancicos que quedaban T_T La encuesta la resolveré, pero los villancicos creo que tendrán que esperar a que la navidad vuelva a nuestras vidas el próximo diciembre...
Sin embargo, hoy es un día de regalos y yo os traigo el mío en forma de capítulo ;) ¡Por fiiiiiin! :D Por cierto, he hecho un cambio muy importante en la historia, pues ahora que está llegando a su fin (creo que llegaré como máximo al 70) creía que era mejor utilizar un narrador en tercera persona y verlo todo desde una perspectiva más general. Espero haber acertado :S
Ponedme en los comentarios si os ha gustado este cambio ;) O contándome, por ejemplo, de qué se trata ese plan que se menciona en el capi :P ¡Comentad todo lo que queráis! jajaja
Un beso enorme y hasta la próxima :)
5 años después
Las últimas luces de la tarde morían en el horizonte del
bosque, tiñendo de sangre el cielo. Los rayos que atravesaban la ventana del
despacho llegaban agonizantes al escritorio que lo presidía, apenas fundido ya
su pálido resplandor en la oscuridad reinante del lugar. Un par de lámparas
alumbraban reticentes la sala, pero su luz solo enfatizaba la penumbra. Así
pues, las sombras y su negrura tenían el poder de esconder sus secretos entre
los trazos de tinta y los libros de cuentas, convirtiéndose en las guardianas
del odio y su cruel sed de venganza, de la sangre derramada por los cientos de
páginas, de los gritos agonizantes de los nombres sin rostro, de las
atrocidades de una familia y su legado maldito a través de los años. Aquel era
el lugar donde la ira se fortalecía con cada victoria arrebatada y el dinero se
convertía en el tesoro de los necios.
Era allí donde ahora dos personas
cruzaban amenazas y reproches llenos de rencor. Los dos sabían que aquella
batalla no la vería ganar ninguno de ellos, pues les enfrentaba el peor regalo
que existía: el poder. “Regalado”, precisamente, era lo que repetía el hombre
de tez oscura y naturaleza regia. “Por derecho propio”, rebatía la voz sólida y
desproporcionalmente dura de un rostro aún joven.
- Ya has hecho suficiente daño a
esta familia. No te mereces llamarte Johns.
Sus palabras, en cambio, no
perturbaron la firme fachada tras la cual se escudaba la joven, acostumbrada
como estaba a parar los golpes de decenas de adversarios. Así lo corroboraban las
infinitas grietas que surcaban la superficie de dicha máscara, visibles a
cualquiera que se fijara con la suficiente atención. Todo soldado se habría
sentido orgulloso de exhibir abiertamente tantas victorias, pero no ella, quien
se negaba a aceptar que existía algo tan puro y bueno como el orgullo o el
perdón en lo que ella se había visto obligada a hacer día tras día.
Es por esto que no sintió miedo
cuando su enemigo alzó su pistola dispuesto a perforarle el corazón de un
balazo. ¿Qué más podía perder ya? Le miró y le retó a hacerlo, a apretar el
gatillo, a segar otra vida más, a acabar con todos sus problemas de un solo
disparo, a salvar lo poco que quedaba de su familia y recuperar el poder que
les correspondía en el mundo.
Él la miró, sorprendido por su
valor ante la muerte; no obstante, luego comprendió lo inútil e irresponsable
de ese mismo acto y sonrió triunfante, sabiendo que la partida había llegado a
su fin.
De repente, una mano se movió y le golpeó en la base del
cuello, dejándole inconsciente incluso antes de que pudiera tocar el suelo. El
arma se soltó de su mano y fue a parar a los pies de su salvadora, quien la
recogió deprisa y la descargó con apenas un par de movimientos expertos.
- Podrías haberme avisado de que
tenías visitas, ¿sabes?
Karen Sword, tan deslumbrante
como siempre, se giró hacia Sheila con la indignación aún pintada en su mirada,
mas esta se tornó en confusión cuando descubrió la inexpresividad de sus ojos
al mirar con impasividad el cuerpo de su contrincante tendido en la alfombra,
totalmente inmóvil, quizás empezando a perder el calor de su sangre. Tal y como
vio una vez a…
- Sheila, ¿estás bien?
La pregunta la sacó de su
ensoñación y se obligó a olvidar aquellos pensamientos o, al menos, a apartarlos
por el momento.
- Sí, Karen. Estoy bien… - Ni
siquiera se esforzó en mostrar atisbo alguno de sonrisa, dato que, sumado al
aspecto de cansancio general que presentaba, no pudo sino preocupar a la hija
de los Sword. – Ayúdame a sacarlo de aquí.
Su compañera asintió con la
cabeza y, juntas, arrastraron el cuerpo sin sentido del hombre hasta una de las
puertas contiguas, la cual cerraron con llave para más precaución. A
continuación, Johns le ofreció una copa de vino que la de ojos aguamarina no
pudo rechazar. Definitivamente, ambas necesitaban un trago.
- No tenemos mucho tiempo, Karen
– Dio un largo sorbo a su copa y se acomodó en uno de los sillones del
despacho, algo que no tardó en imitar su socia. – ¿Te han seguido?
- No – La seguridad era patente
en su voz. – Es imposible que nadie sepa que estoy aquí. He tenido cuidado.
- Eso está bien – Un ligero
alivio surcó el corazón de Sheila; no obstante, bien sabía que no debía bajar
la guardia. No estaban seguras. – Vayamos al grano, Karen, no sé cuándo vamos a
poder vernos de nuevo, si es que volvemos a hacerlo alguna vez…
- ¿Qué estás diciendo, Che? – Aquel
ridículo mote había arraigado en ella por culpa de Lucía, quien se burlaba de
ella por haber sucumbido a su manía. – ¿Qué ha pasado?
- Yo no he invitado a Suárez –
comenzó Sheila sin apartar sus ojos del vaso de cristal y el líquido escarlata,
como si las palabras que tanto odiaba pronunciar fueran a surgir de las ondas
que provocaba sutilmente su muñeca. – Ha sido él quien se ha presentado aquí
intentando chantajearme con este estúpido acuerdo. – La mirada de su nueva
invitada recayó inconscientemente en la multitud de documentos dispersos por la
mesa pero no divisó el acuerdo al que se refería.
- Suárez es de los tuyos.
- Sí, - confirmó Johns. – es de
los nuestros, un pez gordo, sin duda. Es el director de una de las empresas más
importantes dentro de nuestro círculo, aunque en sus ratos libres se dedica a
planificar mi muerte. Todo un elemento.
-
Esto no es bueno… - concluyó Karen tras un momento de silencio. – Si ese
capullo ha decidido dar la cara significa que no van a esperar mucho más.
- Es peor que eso. – Los ojos de
Sheila conectaron al final con los de su antigua enemiga, provocándole un auténtico escalofrío a Sword.
Tanto dolor… - Lo saben.
El golpe fue devastador para la
de los Sword, quien a duras penas pudo ocultar su sorpresa.
- ¿Cómo que…? - Era la primera
vez que Sheila la veía dudar, pero no tenía tiempo para compadecerse de su
amiga.
- No lo sé, pero el caso es que
han descubierto que hemos estado trabajando juntas todo este tiempo. No tengo
ni idea de hasta qué punto conocen nuestro objetivo, pero, por nuestro bien,
espero que no mucho.
- Tenemos que hacer algo. No
podemos permitir que arruinen todo en lo que hemos trabajado estos últimos
cinco años. No ahora que estamos tan cerca…
- Estoy de acuerdo – asintió la
muchacha en un vano intento de tranquilizar a su amiga. Apuró lo poco que
quedaba de su copa y con un suspiro de resignación se dispuso a decir lo que
ambas ya sabían. – Hay que poner en marcha el plan antes de lo que habíamos
pensado.
- No – La violencia de su oposición
golpeó a Sheila con fuerza, pero no la hizo retroceder.
- No tenemos otra opción.
- Hay otras formas de lograrlo –
insistió Karen, fulminándola con la mirada.
- ¿Ah, Sí? - Sheila enarcó una ceja, suspicaz. – Soy toda
oídos.
Karen no se alteró ni rompió su perfecta entereza, pero
desvió la mirada de los ojos de su amiga, preocupada por el breve destello de
locura que había creído ver en ellos. Sin embargo, lo que, en verdad, no podía
soportar era ver la derrota pintada en sus pupilas, como si ya se hubiera
rendido incluso antes de pelear. “Bien, pues lucharé por las dos”, sentenció
Karen en su mente.
- Podríamos acabar con tus opositores y reforzar tu puesto
en la organización, así no tendríamos que preocuparnos por ellos – expuso
pensativa Sword, inmersa en sus cavilaciones para poder salir del callejón en
el cual Johns la había metido. – O podríamos obligar a Suárez a hacerles cambiar
de opinión. A él le escucharían.
- No funcionaría.
- Eso no lo sabes – replicó
tajante Karen, manteniendo a raya su furia.
- Pues claro que lo sé – bufó
Sheila, cansada de escuchar las absurdas ideas de su compañera. – Nunca se
rendirán. Siempre habrá alguien convencido de que lo mejor para todos es
quitarme de en medio. ¿Por qué no quieres verlo? Tú más que nadie deberías
saber lo que es intentar mantenerse en la cúpula de este maldito circo. La
única salida, si queremos que esto funcione, es seguir con el plan.
- ¿Y después qué? – le preguntó.
- ¿Crees que no sé lo que tienes pensado pedirme? ¿Crees que no sé que vas a
nombrarte tu sucesora? – Sheila no pareció inmutarse, pero Karen conocía cada
uno de sus gestos y no necesitaba de nada más para confirmar sus sospechas. – Jamás
me aceptarán como su líder. Deberías saberlo ya.
- A mí no me ha ido tan mal –
repuso Sheila con sorna, renunciando a defenderse.
- No es lo mismo.
- ¿Acaso importa? – exclamó
Sheila. - Si el plan funciona, no tendrás que preocuparte por eso durante mucho
tiempo.
Karen negó con la cabeza.
- No voy a permitir que lo hagas. – La intensidad de su
mirada habría acobardado a muchos; sin embargo, Sheila se había hecho inmune a
su hielo, sabedora del gran corazón que se escondía entre tanto frío. – Es
demasiado estúpido. ¡Incluso para ti!
- Al revés, es lo que más sentido tiene ahora mismo – prosiguió la muchacha, haciendo caso omiso de sus
ofensas. – No voy a echarme atrás, Karen. Está decidido. Punto.
- ¿Se lo has dicho a Lucía? – contraatacó con una sonrisa con
trampa.
- ¡¿Estás loca?! Me mataría antes de que pudiera decir el
primer “pero”.
- Y con razón.
- ¡Ya está bien, Karen! – exclamó Sheila, harta de escuchar
su negativa. Desde el principio, sabía lo difícil que le resultaría
convencerla, pero jamás habría pensado que se toparía con un muro tan
impenetrable como el que Karen había construido, fruto de una cabezonería que,
aunque lógica y comprensible debido al calibre de lo planteado, resultaba
infantil y sin sentido dadas las circunstancias en las que se habían visto
envueltas.
Se levantó del sillón con brusquedad y la contempló con
decisión desde allí.
- No necesito tu permiso. Sólo quiero saber si puedo contar
contigo o no.
- ¿Contar conmigo? – inquirió ella con indignación y
sorpresa, al mismo tiempo que se alzaba para quedar un poco por encima de
Johns. – Sabes que siempre he intentado ayudarte, incluso cuando tú no querías
que lo hiciera, pero odio quedarme de brazos cruzados mientras te veo cometer
el peor error de tu vida.
- Sólo te pido que confíes en mí – concluyó Sheila en un
susurro. Estaba harta de discutir con todo el mundo, tan cansada…
Karen frunció el ceño y dio un paso a un lado, alejándose
de ella. Sus tacones resonaron por la habitación, amortiguados en parte por la
imponente alfombra que cubría el parqué. Sheila agachó la mirada, sintiéndose
de pronto sin fuerzas. Se había acabado.
La había perdido y, lo que era peor, había sido por su culpa, por
haberla empujado a una posición imposible, por obligarla a escoger en una de
las decisiones más importantes de sus vidas. Volvía a estar sola. ¿Es que podía
esperar otra cosa? Estábamos hablando de ella; la suerte nunca estaba de su
parte, precisamente.
Mientras tanto, Karen había rodeado el gran escritorio para
detenerse ante un pequeño portarretratos cuya localización, apartada del resto,
lo hacía pasar de desapercibido a primera vista. Sin embargo, había un detalle
que lo diferenciaba de todos los demás, pues, en lugar de mostrar sin reparos
la imagen que él mismo enmarcaba, se encontraba dando la espalda al impaciente
público, como si, debido a la timidez, quisiera esconder a los curiosos su
tesoro. Karen, llevada por esa misma curiosidad, lo cogió entre sus manos y lo
giró con cuidado, revelando la fotografía que guardaba con tanto recelo.
Eran ellas. Las tres posaban alegres, congeladas en mitad
de un brindis visiblemente improvisado. Karen sonrió sin proponérselo,
reconociéndolo de inmediato como el cumpleaños de Lucía de cinco años atrás. Aquel día, se habían reunido todos en el
diminuto apartamento de la propia Lucía (o Lu, la llamaba Sheila), donde se encontraban
a salvo de sus respectivas familias. Apenas era la segunda o la tercera vez que
pisaba esa casa, pero todo le resultaba de alguna forma familiar. El piso era
el reflejo de la personalidad de su propietaria, muy vivo y algo alocado, una
mezcla en la cual los elementos más formales y tradiciones parecían encajar sin
problemas con otras decoraciones más modernas y extravagantes. Aún recordaba
cómo Diego había tenido que apañárselas para poder sacar la foto en el reducido
espacio del comedor. Por desgracia, tanto cuidado no sirvió de mucho, ya que,
poco después, tiró una de las figuritas de la estantería. Lucía se puso como
una furia y empezó a perseguir a Diego por toda la casa, atacándole con uno de
los cojines mientras intentaba escapar de las cosquillas de su novio. Nunca se
hubo reído tanto como aquella tarde y, aún hoy, era muy agradable sentirlo,
aunque solo fuera en su memoria.
Sin embargo, Karen dedujo en seguida por qué Sheila había
decidido esconderla a los ojos de los demás, pues aquella foto representaba
mucho más que una simple fiesta; las mostraba tal y como nunca se atrevían a
hacer de cara a los demás: reales. Libres del maquillaje, los opulentos
vestidos, trajes y lujosas joyas de diseño, miraban a la cámara orgullosas de
poder olvidarse de las mentiras y los engaños para demostrar quiénes eran en
realidad, o más bien, quiénes hubieran sido si de ellas hubiera dependido
elegirlo.
Se habían atrevido a dejar de lado el miedo, la desconfianza
y las dudas para forjar una unión fuerte y sólida como el hierro. Una amistad
tan natural que incluso a ellas mismas las impresionó en un principio,
convencidas de que sus pasados pesarían demasiado a sus espaldas como para
creer en la existencia de un futuro. Pero, juntas, siempre juntas, superaron
todo eso y empezaron a afrontar sus vidas con la esperanza de que, pasara lo
que pasara, tendrían alguien en quien confiar.
Confiar… “Confío en Sheila”, se dijo Karen, devolviendo el
marco a su posición original. Se giró hacia su amiga, quien no había dejado de
observar cada uno de sus movimientos, temerosa de su próximo paso. Karen le
devolvió la mirada y, poco a poco, se fue aproximando a ella. Los ojos de
Sheila estaban enrojecidos, señal de su claro intento por no llorar. Karen la
atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza, sosteniendo su frágil cuerpo entre sus
brazos. Johns no pudo aguantar por más tiempo el nudo de su garganta y rompió
en lágrimas sobre su hombro, desatando la tensión que se había formado en su
corazón.
- Puedes contar conmigo – le declaró en un susurro. Sheila
la estrechó aún más fuerte y, tras recomponerse un poco, le devolvió un débil “gracias”
antes de separarse. - ¿Para cuándo quieres que lo tenga listo?
- Tres días serán suficientes – logró articular Sheila aún
embargada por la emoción.
- Tres días… - La idea se le antojó extraña, ajena. Tres
días antes de que todo cambiara. – Cuenta con ello, pero, por favor, si cambias
de idea, si en cualquier momento quieres acabar con esta locura tuya; dímelo.
De inmediato.
- Hecho – aceptó, ya con las lágrimas desaparecidas de sus
mejillas.
- Sólo prométeme que no desaparecerás del todo, ¿vale? Que…
- Karen tuvo que detenerse a coger aire. Todo esto la sobrepasaba. Jamás había
sentido tanta angustia en su interior, como si su pecho quisiera explotar en
llanto y cubrirla con un tupido velo negro. – Que encontrarás la forma de… de
estar con nosotras…
- Lo prometo – dijo Sheila con convicción. No pensaba
abandonarlas nunca.
- Y ahora vete a arreglarte el rímel y seguir con tus
cosas. Tienes trabajo por delante.
La orden hizo reír a Sheila. Conocía de sobra a Karen como
para entender lo difícil que había sido para ella renunciar a lo que se le
había encomendado desde pequeña: ser despiadada, fría como el hielo e implacable
cual tormenta de nieve. Thomas Sword se habría sentido humillado si viera ahora
a su hija al borde del llanto por culpa de la persona que debería haber odiado
hasta la muerte. Sólo por eso, Sheila se sentía un poco mejor.
- Te llamaré pronto.
- De acuerdo – asintió Karen, quien empezaba a sentirse
incómoda por los deseos contradictorios de marcharse o acompañar a su amiga
hasta el final. - ¿Hablarás con Lucía?
- Eso me temo – bromeó Sheila. – Me va a odiar por esto.
- Tranquila, yo me encargaré de que no lo haga.
- Gracias – Aquella palabra jamás llegaría a alcanzar el
significado de su corazón errante, mas fue lo único que se le ocurrió en aquel
momento, atascada en la idea de que podía ser la última vez que su memoria
capturara la imagen de la irritantemente brillante Karen Sword.
- Gracias a ti por enseñarme quién soy – Una única lágrima
escapó fortuitamente. Ninguna más la acompañó en su destino. – Hasta pronto,
Che.
- Hasta pronto.
Y así, sin atreverse ninguna de ellas a pronunciar el
fatídico “adiós”, Karen se soltó de las manos de Sheila y se encaminó hacia la
puerta del despacho, incapaz de mirar atrás. Che tampoco lo hizo, razón por la
cual, es chasquido de la cerradura le pilló por sorpresa. Cuando al fin se dio
la vuelta, Karen ya había desaparecido, dejando la habitación terriblemente
vacía y oscura. Suspiró con cansancio y volvió al escritorio. Sword tenía
razón, tenía mucho trabajo por delante.
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